El gran
conspirador: DeLillo. Libra
Hace
no demasiados días nos llegaba la noticia de que el gobierno de
Estados Unidos había autorizado la desclasificación de la mayoría
de documentos de sus agencias de investigación e inteligencia sobre
el más famoso magnicidio del siglo XX, el asesinato de Kennedy en
Dallas el 22 de noviembre de 1963.
Da
igual lo que se encuentre ahí dentro, pensé, porque ya lo podíamos
haber leído en el pasado, en los libros de DeLillo, en Submundo o
especialmente en Libra. DeLillo es el paranoico lúcido, el
conspirador inteligente y superdotado para la narrativa digresiva, la
única que puede dar algo de luz, que no explicar, estos
acontecimientos que cambian décadas. Aprovecho
para volver a publicar estas líneas que escribí en su momento sobre
Libra, no tanto una novela sobre el asesinato de Kennedy como
sobre Lee Harvey Oswald, una novela sobre el reverso oscuro del sueño
americano, de la vida positiva, un retrato en blanco y negro y
decenas de voces del paria que decide dar un paso adelante y
convertirse en historia.
Libra
es una novela sobre la conspiración para asesinar a John
Fitzgerald Kennedy. Y también es una reconstrucción de la vida de
Lee Harvey Oswald. Libra es esas dos cosas y es también una
denuncia de los sistemas de seguridad que se mueven por debajo de los
sistemas de derecho, ajenos a tal derecho, manejando a veces
cuestiones tan capitales como quiénes deben dirigir países. Pero
Libra es sobre todo el primer intento de DeLillo de cazar esa
gran ballena blanca que es la gran novela americana. Para mí
Submundo es superior a Libra porque no está tan
centrada en un caso concreto y trata de abordar toda la sociedad en
su conjunto, pero Libra también está retratando, a partir de
esa investigación central, la sociedad americana, y desde ella, no
nos engañemos, el mundo. Libra es sobre todo una de las
grandes novelas contemporáneas sobre la mentira, sobre la
construcción de relatos paralelos que encajan y permiten, por su
coherencia, esconder la verdad tras una mentira. La eterna indicación
de Aristóteles, el relato no debe ser verdadero sino verosímil, ha
sido trasladada, nos dice DeLillo, de la creación de ficción (pura
y en principio inocente pues sólo está orientada a satisfacer al
lector) a la narrativa de la historia oficial. DeLillo se adelantó
casi veinte años (Libra es de 1.988) a todos esos que
empezaron a mediados de los 2.000 a analizar el storytelling
subyacente a las construcciones políticas dominantes y empezaron
a encontrar puntos comunes, nodos del engaño en todos ellos. Lee
Harvey Oswald es un paria que se ha criado solo con una madre que no
ha sido ni mucho menos ejemplar, que ha ido rebotando de escuela en
escuela, y no se sabe muy bien si es un pequeño genio o un chaval de
capacidades intelectuales tirando a muy escasas, al que los servicios
de inteligencia infiltran para que genere el caos. Vemos cómo lo
intoxican de ideología y cómo lo entrenan militarmente. Parece que
nadie sabe para qué emplearlo pero parece claro que todos quieren
emplearlo. Oswald acaba creyéndose un ángel de la historia y acaba
dando el gran golpe. Un golpe del que los servicios de inteligencia
en parte sabían algo y en parte no sabían nada. Porque el lenguaje
vuelve a servir para cubrir de humo la realidad y no dejarnos ver
nada, y en ese estado no hay blancos y negros tan definidos, y la
conspiración de la que habla DeLillo no es una conspiración fácil,
no es una conspiración de unos señores malos reunidos en una sala
oscura decidiendo matar a Kennedy, el héroe. La pequeña y la gran
mafia están por ahí. Los intoxicadores que nunca faltan en las
historias de DeLillo. Cuba y Castro. Los anticastristas. Los que
escriben la realidad y al hacerlo ya la están deformando. Los parias
que creen que ha llegado su momento. La comisión Warren. Libra es
una novela que suma más caos al caos. Es una novela de primera que
tiene un argumento de novela de serie B para leer en un viaje en
tren. Del trastorno mental y la distorsión de la realidad que están
detrás de toda teoría conspiratoria DeLillo hace literatura de
primera. De Libra, como artefacto literario, salen
directamente la película JFK de Oliver Stone, David Foster
Wallace y toda la última producción de James Ellroy. También han
bebido en sus fuentes Martin Amis e incluso Stephen King en su novela
sobre el magnicidio de Dallas. Y esos sólo son los que reconocen
haberse sentido inspirados por ella. Hay que leer Libra como
la novela de ficción enloquecida que es pero también hay que leerla
con la intención de localizar todas las líneas intermedias que
quedan en el aire, y por último hay que leerla como documento
histórico, no tanto de lo que pasó en Dallas cuando mataron a
Kennedy como del cambio social en aquella época y de la psicosis
colectiva posterior al asesinato. Hay que leerla en todas sus
variantes y no volver a confiar en lo que nos cuenten.
Id
a vuestra farmacia más cercana con una receta urgente a por libros
de DeLillo.
Felices
lecturas
Sr.
E
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