Continuación
de ideas diversas, de César Aira (Jus Ediciones)
Uno de ellos, Breve
manual del perfecto aventurero, llegaba de la mano de la
editorial mexicana recientemente aterrizada en España Jus. Su atenta
y estupenda agente de prensa, Diana Mizrahi, me facilitó tras esa
lectura un nuevo título de su catálogo, un libro que quizá debería
presentar bajo la etiqueta de un libro aún más extraño (aunque
bueno, quizá Teoría del ascensor de Sergio Chejfec aún le
gane). Se trata de Continuación de ideas diversas, de César
Aira. Como su nombre hace pensar, más que de textos cerrados se
trata de apuntes diversos que en algún momento cruzaron por la
cabeza de César Aira y que este decidió recoger en sus cuadernos
para acabar formando un libro con ellos. Lo que este libro no es,
aunque su título prometa lo contrario, es la continuación de otro
texto. No existe el volumen previo de Ideas diversas, de César
Aira. ¿Continuó quizá el autor con sus propias ideas y las puso
por primera vez en forma de libro? Puede ser. Son ideas que parecen
ir surgiendo por asociación en muchos casos. Algunas parecen esas
ocurrencias hijas del insomnio, un tema del que con frecuencia se
habla aquí.
http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2017/10/dos-libros-extranos.html
http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2017/10/dos-libros-extranos.html
Cómo
me gustaría escribir una novela policial que se llame “La monja
asesina”. Habría un homicidio, la investigación correría a cargo
de un perspicaz detective, el grupo de posibles culpables incluiría
a la esposa del muerto, a su amante, al hijo que no sabía que era su
hijo, al socio, al cuñado policía y, la menos sospechosa, una
monjita que recibía donaciones de caridad del difunto. Al final se
descubre que, contra toda apariencia, la asesina era la monja. Fin.
El lector no lo podría creer. El lector exclamaría: <<¡No
puede ser! ¿Será una broma?>>. No se explicaría cómo la
editorial pudo consentir en algo semejante. Evidentemente el autor ha
hecho valer su prestigio, porque a un desconocido jamás se lo
permitirían … Terminaría poniéndolo en la cuenta de mis
vanguardismos.
Aira.
Ni el propio Aira debe saber ya cuántos libros ha firmado y de qué
genero exactamente eran algunos de ellos. He intentado leer en muchas
ocasiones a Aira. He probado con media docena de sus novelas (por lo
general breves, escritas a un ritmo frenético que él justifica
diciendo que apenas corrige lo que va saliendo, que alguien bien
ordenado puede escribir una novela de 400 páginas al año, pues él
es capaz entonces de escribir 4 novelas de 100 páginas al año, eso
es poco más de una página al día y ¿quién no es capaz de
escribir una página diaria si se llama a sí mismo escritor?). Sí
me gustaron, y bastante, sus Cuentos reunidos. Vislumbré en
ellos una inteligencia narrativa de alto nivel, a un escritor
inteligente y juguetón, bien entrenado. Porque 3 o 4 novelas al año
deben dar al menos eso, un buen entrenamiento.
El
auge de la crónica como género literario, en estos últimos años,
coincide con la emergencia de esa figura que pulula en las ONG y
otros subproductos de la globalización: el Entrometido. El que va a
meterse donde no lo llaman sólo porque no tiene nada que hacer en su
territorio propio y porque nunca le faltan buenas razones para
entrometerse. Es un avatar de la desconolización, tan destructivo
como el colonizador clásico. El mismo vampirismo. La misma
ignorancia, aunque presuma profesionalmente de lo contrario. Peor, en
realidad, porque no se limita a lo geográfico: lleva el mecanismo
del entremetimiento hasta el interior de su propia vida doméstica,
hasta el interior de sí mismo. Y todo de puro desocupado.
Aira
no es un posmoderno aunque su proyecto de escritura continua pueda
parecer propio de alguna propuesta del arte contemporáneo. No es,
tampoco, claro que no, un narrador al uso. Sus obras se parecen todas
a la par que presentan mundos imaginativos y distintos. ¿A quién se
parece César Aira? Diría que en algunos momentos el autor al que
más se parece, de los que he leído, es a Levrero. Por sus tramas
dignas de tebeos antiguos. Sin duda su estilo y su mundo encajarían
perfectamente en la etiqueta de raro. Su imaginación escacharrada,
sus ideas de sabio loco, su manera de presentar sus teorías como si
fueran lo menos importante del mundo y también como si pese a su
excentricidad fuesen las ideas más lógicas.
Esta
es una idea que tengo desde hace mucho tiempo, casi podría decir que
desde siempre. Su enunciado es por demás simple: todo el engorro y
la dificultad de fabricar miniaturas podrían evitarse haciéndolas
grandes. El problema de la fabricación de miniaturas está en la
desproporción entre las manos, el ojo, el cuerpo en general del
hombre y el detalle minúsculo del objeto a hacer. Es preciso usar
instrumentos, lupas, métodos indirectos. Aunque yo nunca he hecho
miniaturas, me pone nervioso pensarlo. Toda inadecuación me produce
el mismo efecto, y siempre estoy corriendo imaginariamente a llevar
socorro, pensando soluciones. Ésta es tan obvia que me asombra que
nadie la haya propuesto antes, porque se ofrece por sí sola. En
lugar de estar sufriendo con un objeto pequeñísimo en el que no
entran los dedos y cada cosa es un sufrimiento, hacerla en tamaño
humano; de sólo pensar en lo fácil que se haría se siente un
importante alivio.
Se le
agradece que en esta Continuación de ideas diversas se quite
importancia a sí mismo y hasta que en algunos momentos devalúe la
importancia de su obra. Una obra que, por qué no, podría llevarle
en algún momento al Nobel. Es un asunto delicado el del Nobel
argentino. No lo ganó Borges. No lo ganó Cortázar. No lo ganó
Sabato. Ni siquiera lo ganó Bioy. No lo ganaron Fogwill ni Piglia.
Pero de alguna manera sabemos que algún día un escritor argentino
ganará el Nobel. Se me ocurren como grandes candidatos Fresán y
Aira. Dos escritores, por lo demás, ampliamente alejados de lo
académico. Aunque puestos a reconocer trayectorias y universos
personalísimos, a veces casi unipersonales, Aira sería un buen
candidato.
Leyendo
novelas policiales, buenas apasionantes … me pregunto por qué yo
no escribo así. ¿Qué razón hay para escribir estos vanguardismos
que escribo yo? En alguna época creí que había razones histórico
– políticas, de combate contra las viejas estructuras represivas
etc. Ahora no puedo menos que reírme … Aun aceptando que nuevas
formas en literatura reflejen o anticipen nuevas formas de pensar,
sigo pensando en el fondo que, al menos yo, no escribo novelas
convencionales porque no quiero trabajar, y quizás, seguramente,
porque no podría hacerlo. Pero hay algo más. Una novela
convencional … ¿por qué la leo (con placer)? Quizás hay una
diferencia entre leer y escribir: leo una cosa, escribo otra. Se da
por sentado, apresuradamente, que uno escribe, quiere escribir, cosas
que se parezcan a las que le gusta leer. Pero son dos actividades
radicalmente distintas, que parten de distintos puntos y buscan
distintos objetivos. La literatura sería el <<cielo cubista>>
que reúne, sin conciliar, las dos actividades.
Creo que fue Carlos
Fuentes el que pronosticó que César Aira sería el primer argentino
en ganar la gran medalla de la Literatura. Aira, por su parte, lo
convirtió en un discutible objeto del deseo literario en El
congreso de literatura, una parodia del mundo literario oficial,
donde deciden clonar a Carlos Fuentes, epítome del intelectual de su
generación. Un autor que siempre me resultó aburrido. También me
gustó aquel extraño libro de Aira, por irreverente.
Uno
de los varios motivos por los que me opongo a la promoción de la
lectura es el más evidente de todos, y por ello el menos visible:
los libros están llenos de vulgaridad, prejuicios, estereotipos,
falsedades. Su frecuentación no puede sino embotar el pensamiento y
la sensibilidad, distorsionar las ideas, falsificar la experiencia.
Se dirá que los buenos libros no son así, y que producen los
efectos contrarios a éstos. De acuerdo, pero los únicos que leen
buenos libros son los que leen desde siempre y no necesitan campañas
de promoción de la lectura. Los que no han leído, y se deciden a
hacerlo por una de estas campañas, necesariamente van a leer libros
malos.
El libro contiene en
sus escaso centenar de páginas ideas (por darles un nombre con el
que todos podamos entendernos) sobre creación, lectura, escritura,
la relación con los libros, el mundo editorial, la soledad, la vida,
el arte. Algunas apenas pasan de la ocurrencia. Otras son ideas
realmente interesantes. Casi al cien por cien todas sus píldoras nos
hacen mirar el mundo de otro modo durante esos minutos que se tarda
en leerlas. Nos incomodan en un principio porque nos descolocan, pero
luego nos reconocemos, en muchas, dándole la razón. Es un caramelo
intelectual que no pierde el sabor cuando después de la primera
lectura se coge, se vuelve a abrir al azar y nos sorprende otra vez.
El
arte de los locos pudo ser apreciado cuando se empezó a apreciar más
la originalidad que la destreza. En ese momento todavía la división
era clara. Las mujeres de De Kooning o los chorreados de Pollock, o
los cuadrados de Albers, podrían haberse tomado como casi típicas
producciones patológicas si no fuera porque se insertaban en un
relato, el de la evolución de la pintura. Mientras que las obras
equivalentes de los locos no formaban parte de ninguna historia.
Llevaban a cabo una operación de descontextualización que era la
clave de su proceder. También la clave de su éxito, lo que los
diferenciaba de un aficionado, un pintor dominical, que se injertaba
falazmente (ingenuamente) en el relato imitando a los impresionistas,
o a Jackson Pollock … Con el postmodernismo, cuando dejó de haber
un relato, la diferencia se borró. ¿O no?
Quizá es un libro
para escritores, creo oír a alguien protestando. Quizá lo sea. Es
un libro que los que escribimos deberíamos leer, sin duda. Pero creo
que lo pueden disfrutar otros muchos lectores dispuestos a dejarse
sorprender y embaucar.
¿Por
qué son desdichados los escritores? Para que lo que escriben tenga
que ser tan bueno como para que haya merecido la pena sacrificar por
ello la felicidad. (¿Habrá un modo menos retorcido de decirlo?
¿Habrá un modo menos retorcido de hacer las cosas bien?)
Es, desde luego, un
libro difícil de clasificar, de definir, un objeto literario no
identificado, del que quizá lo mejor leer esas pequeñas citas que
he ido intercalando para que los lectores empiecen a salivar. Es un
libro para el que parece lo apropiado coger el pasaporte, pues se
vuelve de él, una vez cerrado, como de un largo viaje, con el jet
lag pegado al cuerpo.
Si
se encuentran dos amigos a charlar, y uno de ellos viene de vivir
aventuras curiosas, de viajar a lugares exóticos y conocer a
personajes extraordinarios, mientras que el otro ha estado en su casa
y no le ha pasado nada fuera de lo común, va a ser el segundo el que
hable, y el primero no va a tener más remedio que quedarse callado y
escucharlo. Siempre es así y es preferible no forzar las cosas para
no quedar mal y perder un amigo. Esto tiene que ver con una
observación de Borges sobre Las mil y una noches, obra de planteo
radicalmente equivocado, según él, porque en la vida real a nadie
le gusta que le cuenten nada: lo que quieren es contar ellos. De modo
que si Scherezade quería ganar tiempo y preservar su vida y la de su
hermana, lo que le convenía era dejar hablar al sultán, escucharlo
con atención, genuina o simulada, estimularlo a seguir hablando con
una pregunta … El gran tesoro de historias maravillosas seguiría
en la memoria de Scherezade, pero callado y oculto, y lo que se haría
oír sería la voz del sultán hablando de los disgustos que le daban
sus ministros, de las complicaciones de la burocracia palaciega, de
sus trastornos intestinales, o haciendo el relato circunstanciado de
las incidencias del último partido de polo.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario