Los
dioses carnívoros, de Rafael Balanzá (Ed. Algaida)
Si
algo hemos aprendido los lectores de Rafael Balanzá desde que debutó
como novelista con Los asesinos lentos (Siruela, 2010), es que
la culpa merece castigo. O quizá no lo merece, pero lo recibirá.
Eso nos ha hecho encontrarnos a veces con que incluso la menor de las
culpas puede llegar a recibir el más duro de los castigos. Hay otra
vez culpa y castigo en su nueva novela después de casi cuatro años,
Los dioses carnívoros, un título tomado de las culturas precolombinas.
Basta
decir para situarnos que la primera de las cuatro partes de la novela
se titula El castigo no necesita crimen. Supongo que las ideas
del crimen y el castigo que desarrolla hábilmente Rafael Balanzá
vienen de ese prolífico siglo XIX ruso, y especialmente, claro, no
hace falta más que fijarse en los dos términos que he elegido, de
las novelas de Dostoievski. Lo narrativo ha pasado, sin embargo, por
el siglo XX, y ha tomado prestado con provecho parte de las miradas
de Kafka y Camus. No es su protagonista, Damián Ferrer, sin embargo,
un Meursault, aunque parece decidido, a sus 50 años a que cada vez
más cosas le den igual. Todo, parece al principio, salvo su hija.
Mirada
con ojos olímpicos, la inmensa mayor parte de la humanidad es
superflua, indeseable, mera morralla genética. Dando por buena la
vieja alegoría del sublime artista, ¿para qué necesitaba el
omnipotente semejante plétora de mediocres en el escenario? Hay una
respuesta fácil: para que unos pocos destaquen. El genio necesita la
mediocridad, como la luz a las tinieblas. Demasiado fácil. La nada,
la posibilidad de la nada, ¿no era suficiente telón de fondo para
la representación cósmica? Entonces, ¿por qué semejante
sobreabundancia? ¿Para qué tanta imperfección?
La
novela nos lleva a una innominada ciudad mediterránea, que a ratos
parece Valencia (especialmente al principio, ya que la novela arranca
en el metro, y ahí también se habla de las dimensiones de la ciudad
que encajan bien con Valencia), a ratos Alicante y a ratos Murcia. No
es importante, ya que no se ha concretado ninguna por lo que no tiene
sentido hacer exigencias de realismo en ese sentido. Damián Ferrer
llega a los cincuenta años en plena crisis: un divorcio, problemas
con su hija universitaria, y despedido. Pensando en dejar su casa y
mudarse al piso vacío de su hermano y preguntándose, como tantos,
cómo ha llegado hasta allí. Es una persona concreta, y el personaje
está bien desarrollado para que tenga una personalidad concreta pero
también es alguien que representa en parte una generación y un
momento histórico. Ha decidido, o eso parece, no implicarse
demasiado y no esperar demasiado, tratando de evitarse sufrimientos
con ello. En esas primeras páginas costumbristas en las que se nos
dibuja su vida, llega al que parece el trabajo perfecto para lo que
busca, conserje de un edificio. Pocas responsabilidades, fáciles,
tiempo para leer (aplauso para ese personaje que lee El desierto
de los tártaros), cierta dosis de invisibilidad.
Pero
no logra convertirse del todo en alguien invisible. Porque quizá, ni
literal ni metafóricamente, nadie puede llegar a serlo, por más que
lo pretenda. Lo inesperado irrumpe en su vida en forma de notas
extrañas y la sensación de que a veces están observándolo e
incluso siguiéndolo (magistral la escena en la que vuelve al metro).
Lo real muda de pie y va dando entrada a lo irreal. La vida más
rutinaria avanza, y es en su trabajo, en ese en el que no esperaba
nada, donde surge la posibilidad de volver a ilusionarse con un nuevo
amor.
- Una vez vino aquí una
persona a la que tuvimos que extraerle una araña del oído, ¿sabes?
Era eso o empezar a cobrarle alquiler … - mientras aquel hombre
hablaba en tono jocoso, Damián no podía apartar la vista de las
negras y brillantes plumas que recubrían su cráneo. Entonces
cometió el error de fijarse también en sus manos, menudas,
sarmentosas, recubiertas de una piel amarillenta como el pergamino.
Manos de pájaro.
No es
cuestión de destripar la trama, pero digamos que la historia de amor
avanza, y la doctora Quiles ayuda a Damián a pasar por una
enrevesada historia de venganza. Lo mejor es leerla, claro. La
narración es ágil, y en esta nueva novela volvemos a ver que Rafael
Balanzá es uno de los autores españoles que (aparte de titular
mejor, repasemos: Los asesinos lentos, La noche hambrienta, Recado
de un muerto, y ahora Los dioses carnívoros, y no
olvidemos su primer libro de cuentos: Crímenes triviales) más
visuales resultan en su manera de escribir. Sus escenas de sueños o
de momentos del día que parecen sueños son de las mejores páginas
del libro y creo que sería muy interesante verlas en manos de un
director de cine.
Veo
dos temas centrales: Por un lado la resignación, en la que parece
sumergido Damián Ferrer como signo de los tiempos y por otro lado el
rencor, el tema que se destaca desde la edición del libro. Si
repasamos la que el propio autor definió como Trilogía
antiejemplar, vemos que el rencor larvado durante años (en
períodos de tiempo anormalmente largos pero que sabemos realistas) y
las venganzas son constantes en su narrativa. Como lo es una cierta
desesperanza y una escasa fe en el género humano. Como lo es la
ironía de sus narradores. Se dice que hay dos clases de autores, los
que siempre vuelven a los mismos temas y obsesiones y los que cambian
de registro en cada nuevo libro. Casi todos los buenos (los que yo
considero buenos, claro, los que yo leo con devoción) son de los que
vuelven y revuelven a sus intereses recurrentes.
Veo
una prosa más contenida y menos exhibición de técnica que en otras
novelas del autor, que reserva esos recursos especialmente para las
inclusiones de textos que el antagonista (por llamarlo de alguna
manera sin dar muchas pistas) realiza en la trama. La editorial habla
de tres novelas en una, y aunque las editoriales no suelen ser
demasiado fiables a la hora de describir sus libros, creo que aquí
aciertan, y como nos dicen, tenemos una novela de vida realista, con
elementos amorosos, una novela de extrañamiento, en la línea
kafkiana, y por último lo que se define como una enciclopedia del
rencor, que va escribiendo ese otro personaje vengativo. Como lector
me he quedado con ganas de leer más páginas de esa enciclopedia del
rencor. Esperemos reencontrarla (o variantes) en futuros libros.
Cuando
hablé en este blog de Recado de un muerto
(http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2015/08/recado-de-un-muerto-de-rafael-balanza.html=
), ya decía que era cómodo etiquetar los libros de Balanzá como
thriller psicológico. Me temo que se seguirá por ahí con esta
nueva novela. Hay una historia de misterio y hay una indagación
psicológica en los personajes (lanzo una pregunta a los
etiquetadores: ¿cuál sería el thriller no – psicológico? los
malos de las novelas de misterio siempre tienen sus razones y
motivos, independientemente de que nos parezcan a los demás
suficientes y razonables) pero se va un poco más allá.
Esencialmente estamos hablando de literatura, sin más etiquetas.
Cercana a la tradición existencialista, como ya comentaba. Vuelvo a
llevar la etiqueta más hacia la filosofía que hacia la psicología.
Hay lecturas por debajo de la trama que nos llevan a las grandes
preguntas de la humanidad, que no pretenden resolverse, simplemente
nos recuerdan que están ahí, a nuestro lado, y que los personajes
como Damián Ferrer y las personas como los lectores lo más que
podemos hacer es amoldarnos lo mejor posible. Enriquecer nuestros
días leyendo buenos libros, por ejemplo.
Nada es serio en la vida
mortal, todo es de juguete. ¿Dónde lo había leído? Miró de nuevo
los dos trenecitos eléctricos. Uno de pasajeros, de alta velocidad,
y otro de mercancías. Se preguntó si sería así, vista desde
fuera. La realidad. Lo que llamaban la realidad. Si estarían dando
vueltas en algún circuito cerrado, observados por ojos curiosos,
ojos malignos o benévolos. Si habría algo más. ¿Por qué no ir al
final directamente? La batería se agota o alguien corta la
corriente. El tren se detiene. ¿Y luego? ¿Y luego? ¿Qué pasa
entonces con los pasajeros? ¿Son ellos también de juguete? Sus
sentimientos, sus recuerdos, sus angustias, ¿son de juguete?
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr.E
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