Diez
novelistas y diez novelas: Una lista de novelistas.
El
año pasado, más o menos por estas fechas, reflexionaba sobre los cuentistas y
los cuentos a los que a lo largo de mi trayectoria lectora me había enfrentado.
Hacer listas, ya lo decía entonces, es probablemente un empeño estúpido. No obstante, pensar sobre lo que uno ha leído durante un año, una década o una vida, y trata de jerarquizarlo, sí es útil, a mí al menos me ayuda a tomar perspectiva y a relativizar. Quizá en la lectura diaria y semanal, en recomendar un libro a los amigos con frecuencia, en escribir sobre lecturas en el blog, es fácil dejarse deslumbrar por falsos brillos. Hay libros que creemos que nos encantan pero que pasado un cierto tiempo, vemos que se han desdibujado mucho en la memoria. Hay otros que me dieron una primera lectura dificultosa pero que releídos al tiempo, o repensados muchas veces y revisados parcialmente, han ido escalando en mi bagaje lector, donde se han hecho importantes. Creo que un buen criterio para determinar si un libro realmente nos ha importado es determinar si pensamos en él ante ciertas circunstancias de la vida, o al leer otra novela, o al ver una película.
Elegir
diez novelistas, claro, es gratuito. E injusto, como cualquier elección. Creo
que es más fácil ser entusiasta con los libros concretos que con los
escritores. No pretendo, que quede claro, señalar quiénes son los mejores
novelistas de la historia. Nada más lejos. Ese empeño se lo dejo a los pedantes
y ciberpedantes. Mis lecturas están muy sesgadas, siendo mayoritarias, desde
siempre, la narrativa anglosajona y más o menos contemporánea. No he leído a
algunos de los grandes nombres de la novelística mundial, como Proust. He leído
poco a Tolstói, y Guerra y paz no me marcó.
He
disfrutado mucho recordando libros y me ha costado más elegir novelistas en
general, así que empiezo con lo duro. He intentado ponerme unas reglas y
cumplirlas. Como reglas, son arbitrarias, pero es más fácil ceñirse a algunas.
He intentado seguir criterios más o menos técnicos. Con los años uno sabe
reconocer cuándo alguien es bueno, por encima de si simplemente le gusta, y he
tratado de ser un buen lector. Que reconozca que alguien es un buen escritor,
quizá sublime, tampoco me garantiza que vaya a parecerme un gran novelista.
Cormac McCarthy o Antonio Lobo Antunes, cuando los he leído, me han parecido
muy buenos técnicamente, muy particulares, dueños de una voz propia de verdad,
pero nunca he entrado de verdad en sus libros. Dejo fuera a autores con
prestigios que nunca he comprendido, por más que he intentado leerlos una y
otra vez, por ejemplo José Saramago y Carlos Fuentes.
Elaborar
esta lista ha venido en gran medida determinado porque estoy metiéndome en la
obra de dos autores a los que hasta ahora no había leído, o muy poco, como son
William T. Vollmann y William Gaddis, y tengo la impresión (de momento inicial
y lejos de poder ser confirmada) de que bien ellos o bien alguno de sus libros
pueden acabar en mi canon novelístico de dentro de diez años, y antes de seguir
abriendo puertas quería cerrar alguna habitación y dejar los libros ordenados.
Para considerar a un novelista he puesto como norma inicial haber leído al
menos tres de sus novelas completas. Y como la novela es un artefacto con sus
reglas, trucos y construcción, he primado el arte en la construcción de
novelas. Eso he intentado, yendo incluso en contra de mis propios gustos como
lector. Esta lista, ya lo digo, ha sido un fracaso, pero un fracaso del que he
aprendido. Quería cerrar 10 libros y 10 autores, y he decidido cerrarla en el
número de autores que me parecen más completos como novelistas, que han sido menos de 10, y
en más de 20 novelas.
Yo
soy más cuentista que novelista, y probablemente leo más relato que novela, o
así ha sido durante años. Hay escritores a los que adoro, y que son quizá mis
escritores preferidos (Kafka, Bolaño, Fresán, Levrero, Foster Wallace), que
habiendo escrito novelas, no creo que sean especialmente buenos en la
construcción de una novela, o no es en muchos casos su faceta novelística la
que más me interesa, sino sus facetas de novelistas mutantes (con las
especifidades de cada uno), y aunque sí hay alguna de sus novelas entre mis
novelas preferidas, otras me han decepcionado sobradamente, y ellos no forman
parte de mi canon de novelistas.
Con
los años de lectura, compras de libros y supervivencia a mudanzas, una manera
de medir al peso los escritores preferidos de alguien es acercarse a las baldas
en las que guarda sus libros y ver qué escritores se repiten más. En algunos
casos eso me ha funcionado como medidor. Si tengo nueve o diez novelas de
alguien y todas me siguen pareciendo muy buenas, ese autor debe estar entre mis
diez novelistas preferidos. Eso ha funcionado automática y rápidamente con
algunos, como Don DeLillo, Philip Roth o J. M. Coetzee, sobre los que por otro
lado no tenía dudas. También tengo muchos libros de autores a los que en algún
momento he seguido mucho pero de los que he acabado un tanto desencantado, como
Enrique Vila Matas o Paul Auster. Y tengo, por último, muchos libros de autores
de los que he disfrutado y disfruto, como Stephen King, Georges Simenon,
Patricia Highsmith, John Connolly o Haruki Murakami, que creo que no aspiran a
la brillantez a la que aspiran los grandes novelistas. Son buenos novelistas,
son autores con oficio, pero se copian mucho a sí mismos, repiten sus
hallazgos de libro en libro, no arriesgan. Hay algo que separa a los autores
que se leen con gusto de los que realmente nos están retando, y ellos no nos
están retando como lectores.
Muy
pocos de mis autores de referencia han pasado por la bendición del Nobel, y a
algunos casi parece que el Premio de Literatura por excelencia los ha ido
rehuyendo. Quizá solo a Coetzee le ha ayudado ese premio a la hora de que su
obra se difundiera más, al menos en España. García Márquez, que lo tiene, nunca
me ha llenado como lector. No he metido a Saul Bellow en la lista como podría
haberlo metido, porque es un novelista que me parece magnífico. Algo muy parecido podría decir de Juan Carlos Onetti. Ismail
Kadaré dibuja una Europa de raíces épicas y futuro violento a la que me gusta
mucho acercarme. Houellebecq, con todas sus particularidades, tiene una fuerza
arrolladora. Pero en algún sitio tenía que cortar. Dejémonos de introducciones
y pasemos a la lista. Sin ninguna clase de orden, porque ya me hubiera parecido
excesivo.
Philip Roth:
Los estadounidenses llevan doscientos años buscando a quien escriba La Gran Novela Americana. Tanto que al
final el propio Roth tituló así una novela de 1973 sobre el baseball. No es
esa, sin embargo, su gran novela. No sabría decir cuál es la gran novela de
Philip Roth, que creo que es, en general, su obra. Sus novelas van formando un
gran mural de los Estados Unidos en los últimos cincuenta años, y por extensión
de Occidente. Desde su primera novela, que ya era muy buena, Deudas y
dolores, aunque quizá no esté exactamente en su línea posterior. El lamento de Portnoy escandalizó al
mundo. La saga de Zuckerman es un ejemplo magnífico y extremo de autoficción. Operación Shylock es un juego
metanarrativo que limita con la novela kafkiana. Quizá, si tuviera que elegir
una de sus novelas, diría Pastoral
americana: dura, profunda, triste, la destrucción de la familia, la vida.
Junto con Me casé con un comunista, La
mancha humana y El teatro de Sabbath
demuestran que Roth tuvo unos años noventa (su sesentena) de primera división,
escribiendo grandes novelas a un ritmo de una cada dos años. La conjura contra América, de 2004, es
para mí su última gran novela, un juego antihistórico que ya hablaba de la
América de Donald Trump.
Don DeLillo:
Harold Bloom, el crítico más importante (no entro en si el mejor o no) del mundo, habla
de cuatro grandes nombres de la narrativa americana contemporánea: Roth,
DeLillo, Cormac McCarthy y Thomas Pynchon. Roth y DeLillo están en mi top 10 y en
mi top 5. Si Roth es un escritor naturalista, que describe lo feo de lo
explícito, del mundo que se ve, DeLillo es el gran escritor de lo implícito y
lo subterráneo. Siendo uno de los considerados maestros del posmodernismo, creo
que es accesible para cualquiera que tenga un poco de interés en la literatura.
DeLillo es, quizá, el novelista más arrollador al que yo he leído. Por
discurso, por ritmo, por forma y por cómo con ellos dibuja el fondo. Ya hablé
en profundidad de mis lecturas de DeLillo.
Mario Vargas Llosa: No pensemos, por un momento, en sus diatribas políticas, ni en su relación con Isabel Preysler. Creo que Vargas Llosa tiene dos obras maestras indiscutibles, de esas que
durarán cien años, como diría Foster Wallace. Me refiero a Conversación en la catedral y
La ciudad y los perros. Quien entra en ellas, sabe que está entrando en
libros importantes, que dibujan su tiempo. También ha escrito La casa verde y La fiesta del Chivo, dos novelas que serían las mejores de
casi cualquier otro autor. Y La guerra
del fin del mundo. Y otras tres novelas que quizá no pelean por estar en un
canon del siglo XX pero que me encantan, llenas de encanto y fuerza: La tía Julia y el escribidor, Travesuras de
la niña mala y El paraíso en la otra
esquina. De los novelistas a los que he leído, Vargas Llosa es el más exacto a la hora de montar sus historias. El mejor novelista
estructurando al que me he acercado. Un gran arquitecto de mansiones
narrativas. Quizá, en ocasiones, demasiado bueno, pues algunos de sus libros
acaban dando en exceso la sensación de cierta frialdad que transmiten las obras demasiado
bien diseñadas y ejecutadas.
Charles Dickens:
Hablaba de mis deficientes lecturas de novelas clásicas. La novela como la
conocemos, y la gran novela, quizá, es la del siglo XIX. Dickens es quizá uno
de los novelistas más populares de la historia. Y es lógico, porque sus novelas
son muy entretenidas, y en ellas construye personajes peculiares e
inolvidables. La obra de Dickens es amplia, y no puedo calificarme de gran
lector de la misma, pero todas las novelas que he leído han conseguido eso que
se supone que una novela debe hacer, crear un mundo propio que se quede para
siempre con el lector. Eso me ha pasado con Historia
de dos ciudades, Grandes Esperanzas, Tiempos difíciles y Casa desolada (que actualmente se
traduce como La casa lúgubre).
Juan Marsé:
Mi novelista español preferido, analizada su obra en conjunto, es Juan Marsé.
Esto queda dicho sabiendo que Marsé ha escrito libros regulares y algunos casi
malos. Pero si de un buen novelista se espera que dibuje un mundo propio, Marsé
tiene uno, y muy potente. Pero no es solo el retratista de Barcelona, como a
veces queda reducido. Juan Marsé escribió Últimas
tardes con Teresa y La oscura
historia de la prima Montse en pleno auge del boom, en la misma ciudad y
las mismas compañías que García Márquez y Vargas Llosa, y no sale perdiendo en
la comparación. Marsé incomoda en sus temas, que se repiten, buscando en el pasado colectivo
más oscuro, el que calló y calló ante los abusos. Marsé es memoria y hace con
ella, como si fuera plastilina, figuras de colores. Marsé demostró que podía
escribir como un vanguardista más en Si
te dicen que caí, y tiene otras tres novelas muy destacables: Rabos de lagartija, El embrujo de Shanghai y Un día volveré. Estas dos últimas, por
cierto, deberían estar en las lecturas de los alumnos de la ESO y Bachillerato,
porque son complejas a la vez que muy accesibles. Nadie cruza de la infancia a
la adultez manteniendo la mirada del pasado como Marsé, y uno de los puntos
clave de un buen novelista está en la mirada. Marsé tiene además una gran
ventaja cuando uno quiere escribir, y es que en sus entrevistas, reflexiones, artículos, se puede aprender
mucho sobre el oficio de escribir, no esconde nada, comparte herramientas,
temores y planteamientos.
J. M. Coetzee:
No conozco un novelista más preciso en su escritura que Coetzee. La palabra que
define a Coetzee es precisión. Porque no se limita a un laconismo sin demasiado
estilo, neutro, no; es otra cosa. La prosa de Coetzee es afilada como un
bisturí, y como un bisturí disecciona, abre, limpia heridas y a veces ayuda a
que cierren. Otras veces no. Coetzee es un novelista de la estirpe de Kafka y
Beckett, un escritor que considera, en el fondo, que la vida es absurda. Ha
escrito novelas abiertamente kafkianas en sus inicios (Vida y época de Michael K., basta observar el nombre del
protagonista, Esperando a los bárbaros),
duros retratos de la realidad racial surafricana (La edad de hierro, en cierto modo también Desgracia, aunque Desgracia es
una novela mucho más completa, quizá su mejor libro), una trilogía memorística
despiadada consigo mismo (especialmente en su original tercera parte), homenajes
abiertos a Dostoievski (El hombre de
Petersburgo) y a Daniel Defoe y su Robinson (Foe), un magnífico libro que se vuelve novela por uno de los
procedimientos más antiguos, la acumulación de relatos del mismo personaje: Elizabeth Costello, y dos novelas
finales en su trayectoria, que creo que han descolocado a los lectores de todo
el mundo: La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela, pero
que creo que cuando hayamos salido de la incomprensión inicial, quedará
señalada como otra obra cumbre en su narrativa.
Fiodor M. Dostoievski: Probablemente
Dostoievseki sea EL NOVELISTA. Con
él, en sus grandes novelas, se dibuja la idea de novela como obra de arte.
Dostoievski desciende a los infiernos del hombre y traza retratos psicológicos
de extrema dureza. Siendo un cristiano convencido, transformado profundamente
por su condena a muerte y su posterior pena en Siberia, no encuentra
esperanza para el ser humano. Con Dostoievski me pasa como con Dickens, que aún
no he abordado no ya el total de su obra, sino que no he llegado a dos de sus
novelas más significativas: Los demonios,
de la que solo he leído fragmentos, por ejemplo su final, La confesión de Stavrogin, un solo capítulo del que ha salido un
importante volumen de la narrativa del siglo XX (y de la buena). Tampoco he
leído Los hermanos Karamazov. El idiota es un retrato perfecto de la
hipocresía, los intereses cruzados, y las ansias del ser humano por medrar,
engañando al prójimo cuando sea preciso. El
jugador me parece una novela de perfecto funcionamiento, dura, sin
concesiones, toda fibra, un retrato de la vida del adicto. Memorias de la casa muerta es una obra maestra, aunque quizá no sea
tan perfecta como novela sino en lo que revela como libro sobre los
padecimientos del pecador que Dostoievski consideraba que era. Crimen y castigo es, sin demasiada discusión
una de las mayores novelas de la historia, aunque de eso hablaremos más
adelante.
Martins Amis:
Hasta aquí todo son nombres indiscutibles. Habrá a quien le gusten más y a
quien le gusten menos pero todos estarán en un top 20 de novelistas de cualquier
lector experimentado y exigente. ¿Y Martin Amis? ¿Martin Amis sí y Saul Bellow
no, por ejemplo? Ya. Lo sé. Además, está bastante de moda darle palos a Martin
Amis. Yo también lo hago. Y dije que entre mis reglas absurdas estaría
considerar que me gustaran más o menos todos sus libros. Amis no la cumple.
Está desorientado, y ha perdido la magia, como un futbolista que cambió de
equipo y perdió el toque. Algo le ha pasado, sin duda. No sabemos qué es. Pero
creo que Dinero, Campos de Londres y La
información son tres novelas que retrataron el vacío del fin del siglo XX
como ninguna otra trilogía, adelantándose en algunos enfoques a Houellebecq. Niños muertos es una provocación
deliciosa. Perro callejero y La flecha del tiempo son dos novelas
que sobreviven perfectamente al paso de los años. Y aunque no sea estrictamente
una novela, Experiencia, dibuja
también un momento de la literatura en un fin de siglo en Gran Bretaña. Amis es
uno de los escritores (junto con Bellow, quizá, por eso lo comparaba al principio) que mejor
equilibra, en sus buenos libros, la relación entre calidad de prosa y avance de
la narración. Lleva casi 15 años desaparecido de los buenos libros, pero si
miro sus grandes libros, me parecen realmente grandes. Y no iba a ser todo una
lista de consenso, ¿no?
Seguiremos
leyendo y discutiendo
Felices
lecturas
Sr.
E
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