Hablemos
de langostas,
de David Foster Wallace (Editorial Mondadori)
Creo
que sigo rodeando La
broma infinita
como modo de acercamiento antes de lanzarme hacia ella. De toda la obra de Foster Wallace me
quedan por visitar La
escoba del sistema,
su primera novela, y La
broma infinita,
su obra magna, que duerme cerca de mí desde este pasado verano. Me
quedaba uno de sus libros de no – ficción, Hablemos
de langostas,
y ha sido mi última lectura.
Tanto
como narrador como en su labor de cronista, aparte de por su
fascinante uso de la sintaxis, por la lógica perfectamente definida
con la que encaja las frases en los párrafos y cómo va tejiendo la
página de interrelaciones, creo que en lo que Foster Wallace más destaca es
como observador agudo e ingenioso. Foster Wallace siempre encuentra
un ángulo distinto de la realidad, un matiz que venía pasando
inadvertido y sobre el que él pone el foco. Foster Wallace es
también el maestro en conseguir que un tema que en principio no nos
interesa o incluso nos despierta un bostezo se convierta en un texto
que nos interesa hasta absorbernos.
¿Qué interés tengo en conocer cómo funcionan los grandes cruceros del Caribe? Ninguno. Pero he leído varias veces Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. De momento el único tema aburrido en el que Foster Wallace no ha conseguido embarcarme ha sido en el de los impuestos y las desgravaciones fiscales, como pretendía en aquella epopeya de la hacienda pública y el aburrimiento que es El rey pálido (queda un importante comentario al margen, que es que como novela póstuma que fue, fue montada y recompuesta desde sus fragmentos por los editores, no por el autor, que me imagino, por su tipo de inteligencia y escritura, que debía dedicar mucho tiempo a montar y desmontar la estructura de los textos, y quizá en El rey pálido está todo pero no está bien barajado, o le quedaban descartes por hacer).
¿Qué interés tengo en conocer cómo funcionan los grandes cruceros del Caribe? Ninguno. Pero he leído varias veces Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. De momento el único tema aburrido en el que Foster Wallace no ha conseguido embarcarme ha sido en el de los impuestos y las desgravaciones fiscales, como pretendía en aquella epopeya de la hacienda pública y el aburrimiento que es El rey pálido (queda un importante comentario al margen, que es que como novela póstuma que fue, fue montada y recompuesta desde sus fragmentos por los editores, no por el autor, que me imagino, por su tipo de inteligencia y escritura, que debía dedicar mucho tiempo a montar y desmontar la estructura de los textos, y quizá en El rey pálido está todo pero no está bien barajado, o le quedaban descartes por hacer).
Si
te interesan los premios de la industria del cine porno, la
decadencia de los grandes novelistas americanos, entender a Kafka
como humorista, las autobiografías de tenistas retiradas, los
festivales de la langosta, los tejemanejes que se traen entre manos
los gramáticos y académicos para escribir los diccionarios y dictar
las normas de uso del inglés, este puede ser tu libro.
Si
no te interesa, a priori, cualquiera de esos temas, también. Leyendo
a David Foster Wallace uno aprende, por ejemplo uno aprende que la
langosta era una comida de pobres y que en los reglamentos
carcelarios del siglo XIX estaba prohibido darles a los presos más
de un día a la semana langosta, porque se consideraba cruel, o uno
aprende que un festival de la langosta permite cenar por más o menos
lo que cuesta un menú de McDonald´s, pero a cambio de soportar
colas dignas de Disneyworld, o uno aprende que la vida media
profesional de una actriz porno es de dos años, y que hay un alto
número de suicidios entre los componentes del gremio. Y uno se
sorprende donde él se sorprende, que es lo que pretende que hagamos.
Una de las claves de cualquier escritura es la mirada de quien narra,
y Foster Wallace sabe poner de manera magistral la mirada en un modo
que se sorprende e ironiza sobre cualquier aspecto de la existencia.
Foster Wallace es curioso y trata de disfrutar en cualquiera de las
circunstancias a la que la escritura de las crónicas le llevaba. Las
crónicas de eventos le han sido encargadas por distintas revistas
que consideraron, por algún motivo, que él sería el mejor para
acercarse hasta allí y contarlo. En todos esos casos Foster Wallace
cuestiona su idoneidad para el encargo y nos hace entrar a la
realidad desde el extrañamiento. Para situar a quien no ha leído
nunca a Foster Wallace, el modo de llegar a la entrega de premios de
la industria del cine porno es empezar hablando de las
aproximadamente dos docenas de hombres que en Estados Unidos, cada
año, se amputan los genitales de modos caseros y horriblemente
dolorosos, ya que no son capaces de seguir conviviendo con su
concupiscencia desbocada.
Foster
Wallace se declara en sus textos admirador de Kafka, al que califica
de escritor de humor. Y Kafka es un escritor de humor en el mismo
sentido en el que él pretende serlo. Porque mira el mundo, no lo
comprende, le supera, y nos cuenta cómo le está superando. Pero
Foster Wallace resulta mucho más divertido y ligero porque no se
muestra sufriente y dolido por el mundo. Foster Wallace, en otro de
sus textos, al hablar de Dostoievski, a quien parece haber leído
mucho y en profundidad, se lamenta de no poder afrontar, como
novelista americano posmoderno, los grandes temas y dilemas morales
de la existencia. Porque sabe que Dostoievski lo hacía pero si
alguien hoy en día lo hiciera, se reirían de él. Y tiene razón.
Como él dice, y parece que en cierto modo lamenta, nos movemos en un
mundo narrativo que igual que el mundo en general, está de vuelta de
todo, y sólo acepta la ironía como modo profiláctico de acercarse
a ciertas realidades e ideas. Y lo dice uno de los mayores
representantes de esa ironía.
¿Uno
de los mayores novelistas de finales del siglo XX leyendo insulsas
autobiografías de deportistas? Sí. Por lo que cuenta, lo hacía
frecuentemente, y especialmente cuando eran las de tenistas y ex –
tenistas, un deporte que había practicado con bastante dedicación
en su adolescencia. Pero hasta un fan de esos libros insulsos tiene
un límite, y la autobiografía de Tracy Austin (al parecer una
tenista famosa de finales de los 70) fue el suyo. Es demoledor cómo
va recogiendo todos los clichés que la tenista va sembrando por las
páginas, cómo se construye un discurso con tópicos y vacío. Y me
parece genial cómo acaba por volcar eso hacia la pregunta
definitiva, ¿son esas personas, esos deportistas profesionales,
capaces de soportar toda la tensión que se acumula sobre ellos en
determinados momentos, precisamente porque parecen a veces tener la
cabeza vacía? ¿O el proceso es el contrario? En cierto modo, y
desde la ironía, se adelanta una década a todas las ideas que están
surgiendo hoy en día para explicar esos ciertos estados de éxtasis
creativo y de concentración, lo que está dando en llamarse flujo o
estar en la zona.
El
texto más lúcido, leído 16 años después, y justo por los días
en que lo he hecho, es Arriba,
simba.
David Foster Wallace fue contratado por la revista Rolling Stone para
seguir a uno de los candidatos en las primarias presidenciales, en
este caso John McCain. La idea de la revista era que periodistas y
escritores jóvenes (o relativamente jóvenes, Foster Wallace tenía
38 años entonces) trataran de explicarse y explicar por qué los
jóvenes votantes norteamericanos pasaban de la política. A cada uno
de esos periodistas y escritores les asignaron un candidato. Y Foster
Wallace siguió a McCain. McCain fue luego candidato presidencial.
Era conocido por haber sido torturado durante cuatro años por el
vietcong. Y se presentaba como un candidato auténtico. Foster
Wallace detecta esa autenticidad y ese algo distinto en McCain. Hay
jóvenes que le escuchan y le siguen. Y a veces dice auténticas
burradas. Pero cuando es un idiota es un idiota que parece auténtico,
y entre tanto cliché político muchos desinteresados lo agradecen.
Uno de los fotógrafos con los que va le dice a Foster Wallace que
McCain hace cosas como de humano, algo que ya le sitúa muy por
encima de todos los demás. McCain toca ciertos aspectos que nadie
más toca, dice que siempre va a decir la verdad, parece ir a la
contra, promete que él no los engañará (en algún momento al
principio Foster Wallace cuenta cómo dijo en un mítin que él no
podía prometer extender la sanidad porque eso iba en contra de los
intereses de las farmacéuticas y a él lo financiaban las
farmacéuticas, pero que eso mismo le pasaba a todos los candidatos
de todos los partidos, y los demás sí prometían mejoras
sanitarias). Foster Wallace vuelve a aprovechar aquí para hablar del
cliché y la ironía, y de cómo los jóvenes, tan acostumbrados a
que intenten venderles cualquier cosa con técnicas de marketing, son
refractarios a toda técnica de marketing que suene a conocida. Y ahí
es donde le parece que McCain podría tener una oportunidad. Y McCain
no la tuvo. Pero mucho de lo que Foster Wallace veía y contaba tiene
mucho que ver con lo que ha pasado esta semana. ¿O no?
Me
acerco al momento de abordar La
broma infinita.
Creo que será antes de que vuelva la primavera. Iremos hablando
entre tanto de otros libros.
Felices
lecturas
Sr.E
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