jueves, 10 de noviembre de 2016

Hablemos de langostas, de David Foster Wallace

Hablemos de langostas, de David Foster Wallace (Editorial Mondadori)


Creo que sigo rodeando La broma infinita como modo de acercamiento antes de lanzarme hacia ella. De toda la obra de Foster Wallace me quedan por visitar La escoba del sistema, su primera novela, y La broma infinita, su obra magna, que duerme cerca de mí desde este pasado verano. Me quedaba uno de sus libros de no – ficción, Hablemos de langostas, y ha sido mi última lectura.

Tanto como narrador como en su labor de cronista, aparte de por su fascinante uso de la sintaxis, por la lógica perfectamente definida con la que encaja las frases en los párrafos y cómo va tejiendo la página de interrelaciones, creo que en lo que Foster Wallace más destaca es como observador agudo e ingenioso. Foster Wallace siempre encuentra un ángulo distinto de la realidad, un matiz que venía pasando inadvertido y sobre el que él pone el foco. Foster Wallace es también el maestro en conseguir que un tema que en principio no nos interesa o incluso nos despierta un bostezo se convierta en un texto que nos interesa hasta absorbernos. 

¿Qué interés tengo en conocer cómo funcionan los grandes cruceros del Caribe? Ninguno. Pero he leído varias veces Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. De momento el único tema aburrido en el que Foster Wallace no ha conseguido embarcarme ha sido en el de los impuestos y las desgravaciones fiscales, como pretendía en aquella epopeya de la hacienda pública y el aburrimiento que es El rey pálido (queda un importante comentario al margen, que es que como novela póstuma que fue, fue montada y recompuesta desde sus fragmentos por los editores, no por el autor, que me imagino, por su tipo de inteligencia y escritura, que debía dedicar mucho tiempo a montar y desmontar la estructura de los textos, y quizá en El rey pálido está todo pero no está bien barajado, o le quedaban descartes por hacer).

Si te interesan los premios de la industria del cine porno, la decadencia de los grandes novelistas americanos, entender a Kafka como humorista, las autobiografías de tenistas retiradas, los festivales de la langosta, los tejemanejes que se traen entre manos los gramáticos y académicos para escribir los diccionarios y dictar las normas de uso del inglés, este puede ser tu libro.

Si no te interesa, a priori, cualquiera de esos temas, también. Leyendo a David Foster Wallace uno aprende, por ejemplo uno aprende que la langosta era una comida de pobres y que en los reglamentos carcelarios del siglo XIX estaba prohibido darles a los presos más de un día a la semana langosta, porque se consideraba cruel, o uno aprende que un festival de la langosta permite cenar por más o menos lo que cuesta un menú de McDonald´s, pero a cambio de soportar colas dignas de Disneyworld, o uno aprende que la vida media profesional de una actriz porno es de dos años, y que hay un alto número de suicidios entre los componentes del gremio. Y uno se sorprende donde él se sorprende, que es lo que pretende que hagamos. Una de las claves de cualquier escritura es la mirada de quien narra, y Foster Wallace sabe poner de manera magistral la mirada en un modo que se sorprende e ironiza sobre cualquier aspecto de la existencia. Foster Wallace es curioso y trata de disfrutar en cualquiera de las circunstancias a la que la escritura de las crónicas le llevaba. Las crónicas de eventos le han sido encargadas por distintas revistas que consideraron, por algún motivo, que él sería el mejor para acercarse hasta allí y contarlo. En todos esos casos Foster Wallace cuestiona su idoneidad para el encargo y nos hace entrar a la realidad desde el extrañamiento. Para situar a quien no ha leído nunca a Foster Wallace, el modo de llegar a la entrega de premios de la industria del cine porno es empezar hablando de las aproximadamente dos docenas de hombres que en Estados Unidos, cada año, se amputan los genitales de modos caseros y horriblemente dolorosos, ya que no son capaces de seguir conviviendo con su concupiscencia desbocada.

Foster Wallace se declara en sus textos admirador de Kafka, al que califica de escritor de humor. Y Kafka es un escritor de humor en el mismo sentido en el que él pretende serlo. Porque mira el mundo, no lo comprende, le supera, y nos cuenta cómo le está superando. Pero Foster Wallace resulta mucho más divertido y ligero porque no se muestra sufriente y dolido por el mundo. Foster Wallace, en otro de sus textos, al hablar de Dostoievski, a quien parece haber leído mucho y en profundidad, se lamenta de no poder afrontar, como novelista americano posmoderno, los grandes temas y dilemas morales de la existencia. Porque sabe que Dostoievski lo hacía pero si alguien hoy en día lo hiciera, se reirían de él. Y tiene razón. Como él dice, y parece que en cierto modo lamenta, nos movemos en un mundo narrativo que igual que el mundo en general, está de vuelta de todo, y sólo acepta la ironía como modo profiláctico de acercarse a ciertas realidades e ideas. Y lo dice uno de los mayores representantes de esa ironía.

¿Uno de los mayores novelistas de finales del siglo XX leyendo insulsas autobiografías de deportistas? Sí. Por lo que cuenta, lo hacía frecuentemente, y especialmente cuando eran las de tenistas y ex – tenistas, un deporte que había practicado con bastante dedicación en su adolescencia. Pero hasta un fan de esos libros insulsos tiene un límite, y la autobiografía de Tracy Austin (al parecer una tenista famosa de finales de los 70) fue el suyo. Es demoledor cómo va recogiendo todos los clichés que la tenista va sembrando por las páginas, cómo se construye un discurso con tópicos y vacío. Y me parece genial cómo acaba por volcar eso hacia la pregunta definitiva, ¿son esas personas, esos deportistas profesionales, capaces de soportar toda la tensión que se acumula sobre ellos en determinados momentos, precisamente porque parecen a veces tener la cabeza vacía? ¿O el proceso es el contrario? En cierto modo, y desde la ironía, se adelanta una década a todas las ideas que están surgiendo hoy en día para explicar esos ciertos estados de éxtasis creativo y de concentración, lo que está dando en llamarse flujo o estar en la zona.

El texto más lúcido, leído 16 años después, y justo por los días en que lo he hecho, es Arriba, simba. David Foster Wallace fue contratado por la revista Rolling Stone para seguir a uno de los candidatos en las primarias presidenciales, en este caso John McCain. La idea de la revista era que periodistas y escritores jóvenes (o relativamente jóvenes, Foster Wallace tenía 38 años entonces) trataran de explicarse y explicar por qué los jóvenes votantes norteamericanos pasaban de la política. A cada uno de esos periodistas y escritores les asignaron un candidato. Y Foster Wallace siguió a McCain. McCain fue luego candidato presidencial. Era conocido por haber sido torturado durante cuatro años por el vietcong. Y se presentaba como un candidato auténtico. Foster Wallace detecta esa autenticidad y ese algo distinto en McCain. Hay jóvenes que le escuchan y le siguen. Y a veces dice auténticas burradas. Pero cuando es un idiota es un idiota que parece auténtico, y entre tanto cliché político muchos desinteresados lo agradecen. Uno de los fotógrafos con los que va le dice a Foster Wallace que McCain hace cosas como de humano, algo que ya le sitúa muy por encima de todos los demás. McCain toca ciertos aspectos que nadie más toca, dice que siempre va a decir la verdad, parece ir a la contra, promete que él no los engañará (en algún momento al principio Foster Wallace cuenta cómo dijo en un mítin que él no podía prometer extender la sanidad porque eso iba en contra de los intereses de las farmacéuticas y a él lo financiaban las farmacéuticas, pero que eso mismo le pasaba a todos los candidatos de todos los partidos, y los demás sí prometían mejoras sanitarias). Foster Wallace vuelve a aprovechar aquí para hablar del cliché y la ironía, y de cómo los jóvenes, tan acostumbrados a que intenten venderles cualquier cosa con técnicas de marketing, son refractarios a toda técnica de marketing que suene a conocida. Y ahí es donde le parece que McCain podría tener una oportunidad. Y McCain no la tuvo. Pero mucho de lo que Foster Wallace veía y contaba tiene mucho que ver con lo que ha pasado esta semana. ¿O no?

Me acerco al momento de abordar La broma infinita. Creo que será antes de que vuelva la primavera. Iremos hablando entre tanto de otros libros.

Felices lecturas

Sr.E

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