Dos pequeños libros: La lengua materna, de Fabio Morábito (Ed.
Sexto Piso) y Contrapunto, de Don
DeLillo (Ed. Seix Barral)
A
veces llegas a pequeños libros que te dicen mucho. He leído dos de ellos en la
última semana. Contrapunto era uno de
los pocos libros de DeLillo que me quedaban por abrir, y no conocía a Fabio
Morábito.
El
lenguaje materno,
de Fabio Morábito: El lenguaje materno recoge 84 textos
breves (de dos caras cada uno) que se acercan desde ópticas muy variadas a las
cuestiones del lenguaje (no sólo el materno), la lectura y la escritura, y los
saltos que se dan de usuario del lenguaje a lector consciente y a escritor,
cómo se construye una obra, una figura como autor, una coherencia lectora, un
canon personal.
Fabio
Morábito vive en México desde los 15 años, y aunque su familia es italiana, y
por lo tanto el italiano la primera lengua que manejó, su obra publicada está
escrita en español. Hasta este libro, el primero que decide publicar en la que
es su lengua materna. De ahí su título, obviamente. Morábito ha decidido usar
una lengua para la vida íntima y otra para la literatura. Ya hablamos de los
escritores que usan una lengua literaria distinta a su materna al reseñar el
libro El fantasma en el libro, de Javier Calvo. Ese en sí ya es sin duda un
tema interesante.
Morábito
habla sobre la formación del lenguaje en la infancia, sobre palabras cuyo
origen podemos (o no) rastrear, juega con ciertos significados y significantes.
Morábito también nos cuenta cómo fue hacerse escritor en una lengua que no era exactamente
la suya, aunque también. Y cómo algunas de sus personas más cercanas fueron
recibiendo y valorando sus obras.
Me
ha interesado han sido algunos fragmentos en los que Morábito descubre las
rutinas de escritura, las suyas en particular, pero muchas de ellas
trasladables a cualquier escritor, y las obsesiones de los mismos. Es muy
ilustrativa la anécdota (espero que apócrifa) del autor que debe preparar un
justificante para que su hijo lo lleve al colegio y casi consigue que su hijo
no llegue ese día al colegio porque empezó a corregirla y recorregirla y al
final tuvo que ser su mujer la que la escribiera rápida y certeramente.
Morábito
también me ha parecido muy ocurrente y por momentos brillante al hacer ciertas
relecturas de libros que más o menos todos conocemos, hemos leído, y de los que
además hemos oído muchas interpretaciones. Sus reinterpretaciones de Kafka o
algunos momentos de Dostoievski me han parecido muy valiosas, y la manera en la
que dibuja la evolución de milenios de labor más o menos emparentada desde
Homero hasta hoy en día es eficaz y muy destacable. También relee con agudeza
cuentos para niños clásicos como Pulgarcito,
y reivindica el papel del hermano mediano en los cuentos clásicos.
Contrapunto
es un librito de sesenta páginas con amplios márgenes y tipo de letra generoso
en el que DeLillo hace una de las cosas que mejor se le dan como autor,
reflexionar sobre la trascendencia sin ponerse trascendente. El libro viene de
la traducción de unos artículos publicados por DeLillo en una extinta revista
neoyorquina a principios de la década de los 2000, y es un ejercicio ejemplar
de economía y precisión en el lenguaje. Desde su título musical, a partir de
unos pocos fotogramas de unos documentales (que debo decir que son
inencontrables, al menos para mis capacidades y recursos de búsqueda) recrea,
sin tratar de ser exhaustivo, porque ese trabajo ya está hecho, sino con dos
pinceladas rápidas, la figura de dos pianistas fascinantes, que tuvieron vidas
peculiares y que eran ellos mismos personas peculiares, con tendencia a
desaparecer, y que de hecho desaparecieron del mundo musical y casi del mundo
durante algunas épocas de su vida.
Son
el pianista canadiense Glenn Gould, que ha pasado a la historia por sus
grabaciones de las Variaciones Goldberg de Bach, y el pianista de jazz
Thelonius Monk. Para DeLillo, aparte de sus excentricidades, comparten algo de
maestros de la arquitectura de la música, y la capacidad de mirar en lo más
profundo de sus seres mientras interpretaban. Para quien es lector habitual de
DeLillo, como lo soy, él mismo tiene algo de maestro de la arquitectura, sin
perder de vista que un maestro de la arquitectura puede ser desmesurado y
tendente al adorno y la digresión, como es la música de Monk en muchas
ocasiones. Y también tiene algo de escritor capaz de encontrar la expresión más
adecuada para lograr el máximo impacto en el lector, el impacto más visual, más
sugerente, con la mínima escritura. En eso se parece al perfeccionista Glenn
Gould.
En
este librito descubrimos a un tercer DeLillo, que quizá había asomado en toda
la mitología del béisbol en Submundo,
un DeLillo casi mitómano, que admira sin mesura en este caso a dos músicos en
los que sabe que siempre puede sumergirse y encontrar nuevos matices y
encontrar viejas sensaciones, algo parecido a lo que nos sucede a los lectores
al volver a su prosa.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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