Memorias de la casa muerta,
de Fiódor Dostoievski (Alba Editorial)
¿Cuestionamos el canon? ¿Debemos
hacerlo? A veces resulta atractivo pensar que esos autores que están en los más
altos altares de la Literatura lo están únicamente merced a alguna conspiración
de filólogos, editores y catedráticos. Porque la verdad es que los filólogos,
editores y catedráticos parecen gente dispuesta a las conspiraciones más
oscuras por los temas más impensables. Pero la verdad es que por cuestionables
que sean los cánones y cómo se forman, y sobre todo quienes los deciden, y
aunque sea posible que algunos autores muy valiosos se hayan perdido por el
camino, la realidad, me imagino, es tozuda y los autores que han ido quedando
por ese proceso de filtración y decantación que dan los siglos, son los que
son, y en la mayoría de los casos, los que deben ser.
Dejando esta enrevesada introducción
aparte, creo que los que cuestionan los cánones o a algunos de sus autores, no
lo hacen con otros. No sé si alguien cuestionaría realmente la presencia de
Fiodor M. Dostoievski en cualquier canon de la literatura rusa, de la
literatura del siglo XIX y en general de la novela universal. No hay novelista
del siguiente siglo que haya escapado, ni lo haya pretendido, a su influencia.
Quizá sea el mayor novelista de todos los tiempos, porque sin querer entrar en
ninguna polémica innecesaria, no se me ocurre ahora mismo otro autor que pueda
presentar cuatro grandes novelas como son Crimen y castigo, Los
demonios, Los hermanos Karamazov o El idiota. A esas cuatro
obras magnas habría que añadir otros libros como Memorias del subsuelo, Las
noches blancas o el libro que he leído recientemente, Memorias de la
casa muerta.
Memorias
de la casa muerta es una obra muy cercana a la vida
de Fiodor Dostoievski, quien la escribió para relatar sus ocho años de exilio y
trabajos forzados en Siberia. Una de las cosas que creo que mejor funcionan
siempre de Dostoievski es que aun cuando escribe sobre él mismo, como es aquí
en gran medida, no se pone demasiado cerca de lo narrado. No se dedica
exclusivamente a contar su experiencia en Siberia, sino que trata de retratar
cómo era la vida en Siberia para los exiliados, y para ello elige a un exiliado
que se parece a él, al noble ruso Gorianchicov.
El recurso de recurrir a Gorianchicov,
cuyo manuscrito sobre Siberia es encontrado y presentado para los lectores en
este libro, tiene también, conocido el clima de censura y persecución de la
época, y que el propio Dostoievski venía del exilio y el castigo, la función de
alejar las posibles consecuencias de la publicación del libro de su autor,
quien ya no era directamente el narrador del libro, sino alguien que ha
inventado una obra de ficción y para ello ha creado a un narrador que es
Gorianchicov.
Las memorias de la casa muerta
comienzan en un extremo que es el de la extrañeza que esos lugares y esas
compañías le producen a un hombre culto, leído, que nunca consideró que su
destino pudiera estar entre los delincuentes, y a lo largo de los capítulos va
derivando hacia sentirse parte de ellos, de un colectivo del que
inevitablemente forma parte, aunque en algunos pasajes se ve una cierta
amargura, la del doble castigado, por la autoridad, que lo ha condenado a
Siberia, y por sus propios compañeros, que nunca acaban de verlo como un igual,
sino que siempre lo ven desde lejos, nunca es para ellos un igual, un camarada,
como si su origen, más acomodado, le impidiera comprender las penurias del
presidio, cuando es probablemente al revés, ese origen más acomodado marca una
caída más elevada y hace que sea más consciente de todas las privaciones a las
que están sometidos.
El libro está dividido en dos partes, y
en la primera Gorianchicov se muestra mucho más sorprendido por la galería de
personajes que le acompañan y comparten su pena. Aunque no sea totalmente
cierta esa separación, en la primera se centra un poco más en describir a las
personas a las que va encontrándose y conociendo y en la segunda narra más
sucesos y sensaciones.
Una de las características que a veces
me distraen en la lectura de Dostoeivski es su tendencia a los grandes
diálogos. Los personajes de sus novelas, como en el teatro, llegan a la escena
y sueltan un discurso. Esos discursos suenan, a nuestras mentes de lectores
posmodernos y seguramente más cínicos que los de Dostoievski, demasiado
trascendentales y grandilocuentes. Y siempre que me topo con ellos no puedo
evitar distraerme de la lectura y pensar que el tono no encaja. Y es porque no
encaja con nuestro mundo, pero estamos leyendo otro mundo. Memorias de la casa
muerta tiene para mí, como lector, la ventaja de no estar concebida como esa
clase de novela, con esos elementos estructurales apoyados en las
intervenciones discursivas de los personajes, sino ser literalmente la memoria
de alguien que va contando, capítulo a capítulo, escenas de su vida en la
prisión.
Las escenas que recuerda y narra
Dostoievski a través de su personaje son todas vívidas y te trasladan
automáticamente a la vida en aquellos campos y a las sensaciones que el ser
humano debe tener en situaciones así. Dostoievski es siempre compasivo con los
seres con los que comparte la existencia en Siberia y aún con los peores trata
de buscar algún punto de conexión que le permita comprenderlos, o al menos no
condenarlos. Y eso que algunos de ellos son malos bichos, y otros se encuentran
tan lejos de su comprensión que no le producen más que extrañeza, y los ve como
un entomólogo vería a los insectos a los que estudia.
Los mejores momentos como lector me los
han proporcionado aquellos en los que los internos se olvidan de que lo son, y
disfrutan de sus escasas libertades, y se creen ciudadanos, o se creen
artistas, o hasta se creen libres. También se ve en este libro la triste
conclusión de que el ser humano es explotador cuando puede, y que aún dentro de
la prisión y castigados en algunos casos a un exilio y a hacer trabajos
forzados hasta la muerte, quien puede intenta tener sus privilegios, trata de
tener sus criados, pisa a quien se deja pisar, maltrata al débil, se ríe del
diferente, y en definitiva, nunca ve cómo se despierta un sentimiento de
solidaridad y de vida común entre quienes están bajo unas mismas condiciones.
Después de terminar un libro como Memorias
de la casa muerta te queda el vacío de haberlo terminado y te surge la pregunta
de qué leer después que no palidezca por la comparación.
Intentaremos encontrar buenos libros
para las próximas semanas.
Felices lecturas
Sr. E
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