jueves, 8 de septiembre de 2022

Vuelta al cole: Algunas lecturas del verano

 Algunas lecturas del verano

 

Tiene el verano algo de canto de sirenas. Nos promete mucho, y nos imaginamos las horas de lectura de las que dispondremos, si no como infinitas, al menos como una fila muy larga en la que las horas disponibles para leer se presentan para que les pasemos revista y la vista se nos pierde antes de ver el final.

Después, la realidad es otra y las horas de lectura, aunque sean muchas, siempre son menos. Pero es que la realidad siempre es otra y las promesas nunca acaban de cumplir todo lo que nos imaginamos que nos darían.

Llegué al verano, como llego a los veranos, pero especialmente a este, con una lista enorme de libros pendientes para ir leyendo. Había novedades del invierno a las que decidí dejar al menos medio año de margen, clásicos pendientes, libros especialmente gordos o especialmente exigentes y libros de los que esperaba tanto, pero tanto, que quise guardarlos para un momento especial.

Quizá la lección a aprender (y que difícilmente aprenderemos) es que el momento especial debe ser siempre el más cercano y que haga posible esa lectura. Carpe diem, que decían los clásicos, también para la lectura.

El caso es que no he leído durante el verano muchos de los libros que había señalado para estas fechas, pero no hemos venido aquí a llorar. Algunos los empecé pero los dejé pronto. A veces notas que no es el momento, y no me da ningún miedo dejar los libros sin terminar de leer, ni me hace sentir mal darme cuenta de que no es su momento. Apunto en estas obras que serán para otra verano (que es posible que también nos decepcione respecto a las expectativas creadas) El cuarteto de Alejandría, que lleva probablemente una década entre los clásicos que esperarán al verano.

A cambio de esos libros previstos y finalmente no leídos, han aparecido otros que no esperaba. Las circunstancias, o un regalo, o cualquier lectura que te lleva a otra, va torciéndote los planes. Y bien está que así sea. Es famosa la fórmula de Javier Marías según la cual hay escritores que se mueven siguiendo una brújula y otros siguiendo un mapa. Como lectores creo que somos algo parecidos, y en mi caso, aunque me empeño en dedicar horas a trazar mapas, acabo echando mano de la brújula con mucha más frecuencia.

Terminé junio con dos libros que creo que están entre los más particulares que he leído en lo que va de año, y ya estamos empezando septiembre.

Uno es Amor, de Maayan Eitan. Una novela corta, muy directa, que juega a subvertir la idea de amor y a convertirla, como tantas otras, en negocio. Y que lo hace a través de las vivencias de una deslenguada prostituta israelí que analiza su llegada a ese negocio y la trayectoria que va siguiendo en él.

El otro es Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Mosfegh. La autora sonó bastante hace un par de años con una novela que debía ser bastante diferente (Mi año de descanso y relajación). Esta es una colección de relatos, irregular, si se quiere (toda colección de relatos, con las conocidas y canonizadas excepciones, siempre nos lo va a aparecer) pero llena de viveza, mirada propia, narradoras con un voces muy bien caracterizadas, y variedad de tonos en relatos en los que siempre hay algo incómodo, que en ocasiones cruza hasta la sórdido. Hacía mucho que no leía un libro de cuentos que me descolocara tanto, y hacía más tiempo aún que un libro de relatos no me diera tanta envidia y me diera tantas ganas de sentarme a escribir cuentos para poder compararlos con lo que acababa de leer (y darme cuenta, pero esa es otra historia, de lo vergonzoso de la comparación).

He leído bastante relato este verano, y he aprovechado para hacer relecturas de Las armas secretas, de Cortázar, y una relectura casi completa (salvo por su último libro) de los cuentos editados en España de Etgar Keret. Aunque me da la sensación de que se está tendiendo en los últimos años a una cierta caricaturización de Cortázar, creo que cuando se leen sus cuentos sus páginas nos recuerdan lo que es un autor de primerísimo nivel. Keret es diferente, más directo y extraño, pero otro genio. Y uno con el que es fácil reír, para que después se te quede la sonrisa congelada y te des cuenta de cómo trabaja, con qué maestría, ideas como la de la soledad del ser humano.

No es lo mejor que he leído de Zadie Smith, pero sus relatos de Grand Union me parecen recomendables, y quizá una buena primera lectura de esta autora. Tal y como comentábamos sobre las colecciones, irregular, pero los que son buenos (en algunos se nota demasiado que fueron encargos de revistas y se le pidió ceñirse a ciertos temas, cierto número de palabras, o que debió pensar en la clase de lectores que iba a tener) son realmente buenos.

No he tenido tanta suerte con los cuentos de Francamente, Frank, de Richard Ford. Y el caso es que Ford, como cuentista, me ha gustado mucho otras veces (De mujeres con hombres es un libro al que vuelvo frecuentemente, recuerdo con gusto Pecados sin cuento). Pero su personaje Bascombe y yo no acabamos de entendernos. La lectura interrumpida de su novela El periodista deportivo suma más puntos a esa tesis.

He leído novelas de las que guardo una impresión positiva (Leña menuda, de Marta Barrio, La edad del alambre, de Bárbara Blasco) y otras que ya he olvidado. He leído novelitas de autores de los que en otras ocasiones (otros veranos, mismamente) había leído obras de más enjundia. Brighton Rock, de Graham Greene, quizá represente mejor que ninguna esa categoría. Como novela de misterio no deja de ser pasable (cualquier libro de Simenon funciona mejor en ese sentido), y no tiene mayores valores literarios, aunque intenta aparentarlo (que quizá es lo peor).


En los días de playa leí junto al mar, bajo la sombrilla, Hay más cuernos en un buenas noches, una selección de artículos de Manuel Jabois. Fue una lectura muy agradable. Ligera, divertida. Ni soy especialmente seguidor de Jabois ni suelo (quizá haya sido mi primera vez) leer selecciones de artículos. El caso es que disfruté con estas columnas.

Viajé hasta Irlanda y me compré un ejemplar de bolsillo (ediciones de clásicos, bien cuidados, con buena letra, a 3 euros, lo digo por si tenemos que replantearnos algo en España) de Dublineses. Lo había leído, traducido, hace quince (si no veinte) años. Y no recordaba que me hubiera dicho mucho. Esta segunda lectura me ha hecho pensar en que estaba ante una obra maestra. No habiendo sido capaz de leer completo el Ulises hasta ahora, esto al menos me acerca un poco más a la figura de Joyce (de quien sí había leído con gusto el Retrato de un artista adolescente). No creo que la diferencia esté en haberlo leído en inglés. Es posible que estas historias, tan contenidas, tan chejovianas, necesitaran un poco más de edad y bagaje lector por mi parte.

Releí, después del atentado que sufrió, Joseph Anton, de Salman Rushdie. Es un libro de memorias en el que habla de sus años perseguido y escondido. Y es un libro que creo que nos enseña por qué puede molestarle un autor como él a los fanáticos. Entre otras cosas porque no se toma nada (ni siquiera las amenazas de muerte recibidas) con especial solemnidad. Y los fanáticos se pierden ante la ironía y la inteligencia. Y esto no es algo que solo le pase a los fanáticos que utilizan cuchillos o pistolas, sino a todos.

Terminé el verano con un amigo de Rushdie, Hanif Kureishi. Hace unos años leí seguidos varios de sus libros, y me gustaron mucho. Subió mucho en la escala de mi consideración. Este verano he releído, desde esa nueva posición, El buda de los suburbios, la única de sus novelas que había leído antes de aquel atracón. Tiene mucho ritmo, retrata muy bien lo que es criarse en una familia desclasada y llena de contradicciones de origen y destino, y se ríe mucho tanto de los viejos ingleses como de los nuevos ingleses. Y todo sucede en unos confusos años setenta, con buen rock de fondo y muchos padres desorientados buscando nuevos rumbos amorosos y espirituales. Un muy buen libro.

Como también lo han sido las dos últimas novelas de las vacaciones. Mientras el mundo espera la publicación de la traducción de los diarios de Patricia Highsmith, yo decidí echar en la última maleta del verano dos de sus novelas. El cuchillo es una historia de suspense malsano muy propia de la autora. Con matrimonios envenenados, movimientos psicopáticos, y un punto de culpa dostoievskiana. Recuerda a algunos de los personajes de Extraños en un tren y me ha llevado a pensar en que Gillian Flynn la había leído cuando se puso a escribir Perdida (detecto una cierta familiaridad en el aire enrarecido de esas casas, sin más, igual que digo que Highsmith había leído Crimen y castigo). Y el segundo de estos libros fue El diario de Edith. Mucho menos de suspense y mucho más costumbrista. Perturbador y bastante enfermizo. He visto que es una novela escrita en 1977 y leída desde hoy tiene muchas lecturas posibles sobre el papel de la mujer en la sociedad, los cuidados y otros temas importantes para el feminismo. Un libro que te deja con muy mal cuerpo, eso seguro.

Voy a cruzar la frontera entre las vacaciones y la rutina del trabajo con Principiantes, de Raymond Carver. Hasta ahora me había resistido a leerlo. Para quien no lo sepa, son las versiones iniciales de los cuentos que acabarían formando parte del libro que conocemos como De qué hablamos cuando hablamos de amor. Releí esos cuentos, precisamente, hace un par de años, durante aquella época de confinamiento. Y volvieron a enamorarme de la prosa de Carver. Y al final me he decidido a leer esta versión. Para quienes no conozcan demasiado la historia, el editor Gordon Lish trabajó mucho en la labor de poda y recorte de los cuentos de Carver, dándole lo que los lectores hemos identificado durante años como el estilo de Carver, que quizá sea un estilo más de Lish que de Carver en algunos aspectos. Supongo que iré leyendo algunos cuentos con su hermano más breve en paralelo. De momento me estoy encontrando con buenos relatos, pero con relatos que no parecen de Carver en muchos momentos, quizá cuando son realmente más de Carver que otros muchos. Las contradicciones del sistema editorial y los caminos torcidos que llevan a la fama.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

No hay comentarios:

Publicar un comentario