Obsesión y escritura
Obsesión con un tema en
particular, con un proyecto concreto, o con la creación como tal, dependiendo
del caso.
La obsesión, estaremos
de acuerdo, empuja la creatividad, aunque a veces también pueda suponer un
freno.
No quiero, con todo,
hablar de la obsesión del creador, así en general, sino de algunos libros que
nacen de la obsesión no solo literaria sino vital, de su autor con un tema
concreto.
Libros que consiguen,
muchas veces, atraparme. Y que me encanta que me atrapen. Porque a veces
consiguen llevarme hacia esas obsesiones, y muchas otras veces no, pero veo
como lector cómo trascienden la obsesión particular de quien escribe y se
convierten en algo general.
La literatura que nos
llega es siempre algo así. El mundo de un individuo que logra apelar al mundo
de todos. O de muchos.
Podría empezar diciendo
que Moby Dick, quizá mi novela
preferida, y una obra maestra de las que no se discuten (miento a sabiendas, se
discute mucho más que otros clásicos, del XIX y otros siglos, que son mucho más
discutibles), es la historia de una obsesión. La de Ahab con Moby Dick.
¿No es Los miserables la historia de dos
obsesiones? ¿Y Los demonios de
Dostoievski? ¿Acaso todos nuestros autores preferidos no están obsesionados con
ciertos temas y dinámicas? Pienso, al preguntar esto, en Kafka, en Bolaño, en
Foster Wallace, en Cartarescu o en DeLillo, y en todos veo sus obsesiones.
Pero no quiero irme tan
lejos. Ni tampoco a la ficción.
Quiero hablar de
algunos libros que he leído últimamente y que hablan de la obsesión de algunas
personas con temas que me resultan ajenos. Y que siguen resultándome ajenos
después de la lectura, pero que me resultaron apasionantes, o los viví como
tales, durante algunos cientos de páginas.
Los últimos balleneros, de Doug Bock Clark (Libros del Asteroide) narra los tres años que este periodista y escritor pasó infiltrado (quizá no tanto, pero a su lado) con la última tribu de balleneros del mundo, los lamarelanos. Para ello aprendió su lengua y vivió según sus costumbres y códigos, acompañándolos en sus expediciones, como los marineros que salían desde Nantuckett o Candás en el siglo XIX. Este pequeño pueblo indonesio es el último cuya economía se sustenta básicamente en la caza de este mamífero gigante. El libro está escrito con técnicas narrativas, y podríamos llamarlo novela de no – ficción. Resulta emocionante, y da mucho que pensar, sobre mundos que se extinguen y formas de resistencia, un choque entre la contemporaneidad y un mundo arcaico. Y mucho más accesible que el libro de antropología que podía haber salido con este material primario.
Años
salvajes, de William Finnegan (Libros del Asteroide) habla de la obsesión (casi locura) del
escritor William Finnegan (autor del New
Yorker) por cabalgar las olas a lomos de su tabla de surf. Finnegan era un
adolescente californiano al que el surf ya le gustaba bastante que se trasladó
con su familia a Hawai a mediados de los años sesenta. Allí, donde el surf es
religión, su pasión creció hasta los niveles en los que se ha movido durante
toda la vida. Siempre ha sentido admiración por quien fuera capaz de cabalgar
olas gigantes y quien supiera hacerlo con elegancia. Y nunca ha tenido dudas al
respecto de si merecía la pena viajar a un lugar en el que se pudieran
encontrar buenas olas e intentar dominarlas él mismo. Es un libro en el que la biografía
y la memoria se van mezclando con el surf, y comprendemos que cualquier
afición, cualquier obsesión, puede ser una escapatoria cuando las cosas no van
bien, y que ese punto de agarre es vital para que las vidas no derrapen del
todo. Me encantan las vidas marcadas y casi condicionadas por una pasión,
aunque esta no le impidió ser uno de los mejores periodistas de investigación
de América. Pero fue, en uno de esos gestos de lo que se llama justicia
poética, este libro, su libro sobre el surf en su vida, el que le hizo ganar el
Pullitzer.
Me han venido a la
cabeza, leyendo estos, libros sobre obsesiones personales, como Del boxeo, de Joyce Carol Oates
(DeBolsillo), o El giro de Italia o Los indómitos de la montaña, de Dino
Buzzati. Del boxeo me pueden interesar algunas imágenes, y el ciclismo me gusta
(pero ni mucho menos tanto como me gusta el ciclismo que describe el libro de
Buzzati), pero desde luego la escalada no puede quedar más lejos de lo que me
interesa en la vida, y ahí, a su lado, me tuvo durante todo el libro el
escritor italiano.
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/06/el-giro-de-italia-de-dino-buzzati.html
También he pensado en esos
cómics de Harvey Pekar en los que describe el mundo enfermizo pero tan
necesario para la salvación de sus protagonistas de los coleccionistas de
discos de jazz.
He recordado, incluso,
un texto bastante diferente. No es el objeto de un libro como Misterio y maneras, de Flannery
O´Connor, hablar de obsesiones, pero el primer texto, sobre su afición a la
cría de pavos reales, y lo importante y satisfactorio que eso fue durante toda
su infancia (con algunos triunfos destacados), se puede leer, sin problema como
uno de esos textos obsesivos.
Partiendo de la
obsesión me ha dado por pensar en la adicción como el siguiente paso. Los
libros sobre ese mal son otros de esos intereses temáticos que tengo como
lector. Y quizá vuelva en unos días para hablar sobre eso.
Mientras tanto, seguiremos
leyendo.
Felices lecturas.
Sr. E
Yo creo que los mejores libros son aquellos que han sido escritos desde la locura y en tiempos oscuros. ¿Existe talento en las letras de alguien que no haya muerto hace cien años?
ResponderEliminarBienvenido.
ResponderEliminarHay una relación, innegable, entre escribir desde tiempos oscuros (personales o colectivos) y hacer algo que deje huella.
No querría dejarme llevar por el pesimismo, y creo que sí hay talentos vivos. No perdamos de vista que de cada época solo sobreviven unos pocos. La mayoría de lo que leemos contemporáneo será ruido. Pero como la mayoría de lo de hace 150 años lo fue.