Cuentos para una
cuarentena (II): Libros encerrados
¿Hay libros mejores
que otros para leer cuando estás encerrado? No lo tengo nada claro.
Creo, eso sí, que hay libros que son absolutamente inadecuados para
leerlos en confinamiento. Creo que a los que nos mantenemos como
lectores en base a los catálogos de las bibliotecas públicas, estos
días nos pillan con las defensas bajas. Aunque siempre hay libros en
casa, muchos por leer, porque los fuiste comprando para cuando
juntaras varios meses en casa (circunstancia que improvisada y
lamentablemente coincide con esta), clásicos que has acumulado para
ponerte al día, libros que tienes para releer, e incluso algunos que
te preguntas quién trajo (te parece imposible que fueras tú),
cuándo y por qué.
Me ha costado mucho
concentrarme en la lectura durante estas dos primeras semanas de
encierro. Tardé en descubrir que estaba cerrando un libro que me
había llevado muy lejos de las circunstancias, la preocupación, el
miedo y las miradas casi constantes al móvil durante una hora. Después de
ese primer momento de lectura plena, momentos parecidos se han ido sucediendo con mayor
frecuencia, así que supongo que mis primeras recomendaciones deben
ser para los libros que me está dando un rato de paz y descanso (que
con todo lo que estamos teniendo que improvisar y aprender para
seguir improvisando los profesores, más dos niños activos en casa,
no están siendo demasiados).
Empezando por los
clásicos, estoy leyendo, cogido de esa estantería de clásicos
que algún día debería leer para tener una verdadera cultura
libresca pero aún no lo había hecho, Las ilusiones perdidas,
de Honoré de Balzac. Ya he leído la primera parte (son tres novelas
cortas relacionadas por la figura de su protagonista), Los dos
poetas, en la que se reconocen los recelos, ilusiones, subidas y
caídas de la vida literaria (aunque sea provinciana y casi íntima).
De Balzac hasta ahora solo había leído La piel de zapa, que
es un libro del que guardo muy buen recuerdo, que también podría
ser una gran lectura en estos días, pero que creo que es poco
representativo de su obra (realismo por encima de todo, dibujo de la
vida, La comedia humana), pues es una novela con un fuerte
elemento fantástico.
El siguiente clásico
que descolgaré de esa estantería es Mujercitas, de Louisa
May Alcott, una historia que de tan vista y oída damos por sabida,
pero que tengo la esperanza de que pueda sorprenderme.
Otro libro que llevo
entre manos es también un clásico, aunque nadie lo sabía en España
hace dos años. Aquí no son tres novelas cortas enlazadas, como en
el caso de Balzac, sino tres libros independientes que los editores
españoles han agrupado bajo el título conjunto de Casos de
pruebas circunstanciales. Son tres historias que desarrollan el
medio de la novela de no – ficción cuando aún no se hablaba de
ella y que transitan entre la investigación histórica y lo
inverosímil. Todas son historias de impostores. Ya he leído el
primer libro, La mujer de Martin Guerre, una extraña historia
de la Francia medieval en la que unos adolescentes son casados por
sus padres, se acostumbran a vivir juntos (como buenamente pueden),
conviven con la familia de él (el tal Martin Guerre), trabajan,
tienen un hijo, él desaparece y vuelve años después, todos lo
reconocen, salvo ella, que cada vez está más convencida de que se
trata de un impostor. Y considerada loca por el entorno familiar,
intenta encontrar la verdad. La autora es Janet Lewis.
En la sección de
mis autores clásicos, el libro que me está acompañando por las
noches es El visitante, de Stephen King. No es una de sus
mejores obras, y quizá no es un libro para perder la cabeza si se
dispone de todos los libros del mundo para elegir, pero en
condiciones de encierro y con solo unos cuantos libros para elegir,
está siendo una lectura reconfortante. Empieza lento, eso sí lo
advierto, la parte del primer crimen (monstruoso), va acompañada de
una descripción costumbrista bien narrada (me inquieta pensar que si
al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a
marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que
interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas
horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan
Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan
costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el
compañero más aburrido del trabajo), pero que nos apetece que
acelere para llegar al conflicto, a la verdad que se va revelando y
que es el enfrentamiento con un ser sobrenatural, el visitante, a
quien rastrean en viejas leyendas mexicanas, un ser capaz de mutar y
aparecer con distintas formas humanas, que se alimenta del miedo y
sufrimiento ajenos.
Propuestas de
Lecturas encerradas: Las primeras lecturas para encierros que me
vienen a la cabeza están unidas por el hecho de ser, en forma y
fondo, historias de terror. Así que hay cierto sesgo en esta
selección.
El Resplandor,
de Stephen King: Empiezo aquí con el mismo Stephen King con el
que terminaba la sección anterior. Su gran novela, El resplandor,
es la historia de un escritor que decide aceptar la oportunidad de
aislarse durante todo un invierno en un hotel de montaña. Allí, con
las carreteras cortadas por la nieve, solo tendrá que escribir y
ocuparse de la manutención del hotel. Como saben todos los que ya
han leído la novela, o han visto la película (en El visitante,
King hace una referencia poco amable a la película de Kubrick, una
adaptación que siempre ha dicho que le disgustó), la cosa no es
precisamente plácida, y King consigue algo muy difícil, mezclar
estupendamente dos géneros: el de la casa encantada (hotel poseído,
en este caso) con el del escritor fracasado que busca a quién
echarle las culpas (a su familia, que no le deja la paz suficiente
para escribir.
Siempre hemos
vivido en el castillo, de Shirley Jackson: Por motivos
que no deben revelarse antes de comenzar la lectura, las hermanas
Merricat y Constance Blackwood viven junto a su anciano tío Julian
en la vieja casa familiar, aisladas del pueblo, al que solo acuden
cuando no hay más remedio a comprar provisiones (¿nos va sonando la
situación?). Los motivos que es mejor no revelar en principio,
explican el aislamiento de las hermanas, y el desprecio y burla (sin
olvidar un elemento de miedo) de las que son víctimas. El libro se
va componiendo con un intimismo que a ratos resulta casi lírico, y
va formando un terror doméstico muy bien construido, que nos atrapa
página tras página y nos llevará a su final con un sobrecogimiento
creciente.
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/10/siempre-hemos-vivido-en-el-castillo-de.html
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/10/siempre-hemos-vivido-en-el-castillo-de.html
Pesadilla a
veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, de Richard
Matheson (Valdemar): Me imagino que alguien ha hablado ya en
estas últimas semanas de la novela Soy leyenda, de Matheson
(de ella o de sus películas, de la entrañablemente antigua de
Vincent Price a la insoportable de Will Smith). Es una buena novela,
desde luego, pero no es la mejor obra de Matheson. Su obra cumbre,
diría, está en su narrativa breve. Quien lea estos cuentos sentirá
ese abrazo escalofriante de las mejores historias de terror, y
descubrirá, en los modos y mundos, y en las versiones reconocidas y
bastardas que de estas historias se han hecho, la gran influencia que
Matheson ha tenido en una gran parte de la narrativa de terror
posterior.
Drácula,
de Bram Stoker: Hace cosa de un mes, vi la nueva serie de Netflix
sobre Drácula. Me gustó mucho, la he recomendado y la
recomiendo. Es ágil, divertida, juega contra el mito, se ve muy bien
y no se convierte en un largo culebrón, que es uno de los
principales problemas que tengo con las series de televisión. No soy
un aburrido purista de las Dicho todo eso, me pareció que estaría
genial volver a leer la novela. Que se convirtiera en un libro
popular. Uno que todo el mundo leyera. Es un libro que he leído unas
diez o doce veces en mi vida, quizá mi primer gran amor bibliófilo
adulto (yo no era demasiado adulto, pero digamos que fue la primera
lectura adulta que me marcó). Y puesto que la primera parte
transcurre con el pobre Jonathan Harker encerrado en el castillo del
conde, puede ser una lectura muy adecuada.
Agujero negro,
de Charles Burns: Nunca diría que este cómic es bueno. No es
especialmente atractivo en su diseño y dibujo, el guión no es una
maravilla. Tiene más defectos de los que me habían prometido al
llegar a su lectura, lo aviso. Como también aviso de que lo cogí
una noche en la que no tenía otro libro al que echarle mano (o ganas
de echarle mano a otro libro), estaba en casa porque lo había estado
leyendo mi mujer, y me lo leí en esa misma noche. Era un cliché que
no buscaba elevarse por encima de todos los lugares comunes de la
plaga terrorífica que la paga con los adolescentes. Y no podía
soltarlo. Algo tiene.
Vivir abajo,
de Gustavo Faverón: Por circunstancias de salud y familiares, el
encierro en mi casa comenzó un mes antes que en el mundo. Yo era la
persona destinada a salir a trabajar unas cuantas horas fuera, pero
era mi única distracción de eso que los políticos llaman tareas de
cuidados. Y los ratos que podía leer en el metro de camino al
trabajo y por la noche, antes de caer dormido, eran mis treguas. Me había comprado
justo antes de empezar esa época (que hemos enlazado con el estado
de alarma) Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y
este. Tenía grandes esperanzas en el de Enríquez después de que le
dieran el Herralde y en base a lo mucho que me gustaron el verano
pasado los cuentos (oscuros, viscosos, también relatos perfectos
para un tiempo encerrado) de Los peligros de fumar en la cama.
Después de 200 páginas que no me engancharon lo más mínimo, creo
que puedo decir que no es un gran libro, es un producto que usa los
moldes de la literatura comercial pero no promueve ninguna subversión
de los mismos. Es Ojos de fuego, de Stephen King, por la
historia que presenta, pero con la autoconciencia de una autora que
cree estar escribiendo algo más valioso, y sin los momentos emotivos
atrapalectores de aquella novela. Decepcionado con Nuestra parte
de la noche, caer en las páginas de Vivir abajo fue una
experiencia maravillosa. No sé si leeré en todo 2020 una novela
mejor. Y se trata de una novela que transcurre, en la trama escrita y
en lo que nos deja imaginar a los lectores, por túneles y sótanos
en los que se encierran desde secretos íntimos hasta seres humanos a
los que se piensa torturar. Vivir abajo está escrita con el
ritmazo de Los detectives salvajes, y es una novela que no
esconde su relación con aquella, pues aparte de escenas que son
homenajes directos a la obra bolañesca (no había leído nada de
Faverón, pero sabía que era el editor del volumen Bolaño
salvaje, de Candaya), hay un aire general de presentación épica
de la vida poética y literaria, viajes por toda Latinoamérica (y
los Estados Unidos), búsqueda de extraños e inquietantes personajes
que desaparecieron dejando tras de sí vacío y silencio, y a los que
alguien siente que debe buscar como dedicación central de la vida
(una búsqueda que tiene algo de vocacional, como la escritura y la
poesía).
El desierto de
los tártaros, de Dino Buzzati: No sé cuántas veces,
ni con cuántas excusas, habré recomendado aquí El desierto de
los tártaros. Fue uno de los primeros libros que reseñé en
este blog
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2015/08/el-desierto-de-los-tartaros-de-dino.html
Lo he leído cuatro
veces completo, y lo he leído parcialmente, a trozos, buscando algo
concreto o simplemente dejándome perder, otras tantas. Es uno de mis
libros preferidos, y es una de las grandes novelas del siglo XX (esto
no lo digo yo, esto lo decía por ejemplo Borges). Se trata de un
libro tan bien escrito, tan emocionante, y tan centrado en las ideas
del vacío, de la espera, de la soledad, de aprender a tener
paciencia y a obtener nada a cambio, que no sé cómo no voy a volver
a usarlo para estos días, para recomendarlo y quizá para hacer otra
relectura.
Lo dejamos aquí.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
"me inquieta pensar que si al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el compañero más aburrido del trabajo" ...esto me ha partido de la risa.
ResponderEliminarPor otra parte, no sé qué tan bien nos sea leer a Balzac en el encierro, pero bueno. Con lo que si creo que me animaré será con "El desierto del tártaros".
Gracias por las muy buenas recomendaciones.
Nos seguimos leyendo.
Bienvenido Miguel,
ResponderEliminarsi eliges esa lectura, no te defraudará, eso seguro.
Ya nos comentarás qué te parece.
Saludos cuentistas