viernes, 27 de marzo de 2020

Cuentos para la cuarentena (II): Libros encerrados


Cuentos para una cuarentena (II): Libros encerrados

¿Hay libros mejores que otros para leer cuando estás encerrado? No lo tengo nada claro. Creo, eso sí, que hay libros que son absolutamente inadecuados para leerlos en confinamiento. Creo que a los que nos mantenemos como lectores en base a los catálogos de las bibliotecas públicas, estos días nos pillan con las defensas bajas. Aunque siempre hay libros en casa, muchos por leer, porque los fuiste comprando para cuando juntaras varios meses en casa (circunstancia que improvisada y lamentablemente coincide con esta), clásicos que has acumulado para ponerte al día, libros que tienes para releer, e incluso algunos que te preguntas quién trajo (te parece imposible que fueras tú), cuándo y por qué.

Me ha costado mucho concentrarme en la lectura durante estas dos primeras semanas de encierro. Tardé en descubrir que estaba cerrando un libro que me había llevado muy lejos de las circunstancias, la preocupación, el miedo y las miradas casi constantes al móvil durante una hora. Después de ese primer momento de lectura plena, momentos parecidos se han ido sucediendo con mayor frecuencia, así que supongo que mis primeras recomendaciones deben ser para los libros que me está dando un rato de paz y descanso (que con todo lo que estamos teniendo que improvisar y aprender para seguir improvisando los profesores, más dos niños activos en casa, no están siendo demasiados).

Empezando por los clásicos, estoy leyendo, cogido de esa estantería de clásicos que algún día debería leer para tener una verdadera cultura libresca pero aún no lo había hecho, Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac. Ya he leído la primera parte (son tres novelas cortas relacionadas por la figura de su protagonista), Los dos poetas, en la que se reconocen los recelos, ilusiones, subidas y caídas de la vida literaria (aunque sea provinciana y casi íntima). De Balzac hasta ahora solo había leído La piel de zapa, que es un libro del que guardo muy buen recuerdo, que también podría ser una gran lectura en estos días, pero que creo que es poco representativo de su obra (realismo por encima de todo, dibujo de la vida, La comedia humana), pues es una novela con un fuerte elemento fantástico.

El siguiente clásico que descolgaré de esa estantería es Mujercitas, de Louisa May Alcott, una historia que de tan vista y oída damos por sabida, pero que tengo la esperanza de que pueda sorprenderme.

Otro libro que llevo entre manos es también un clásico, aunque nadie lo sabía en España hace dos años. Aquí no son tres novelas cortas enlazadas, como en el caso de Balzac, sino tres libros independientes que los editores españoles han agrupado bajo el título conjunto de Casos de pruebas circunstanciales. Son tres historias que desarrollan el medio de la novela de no – ficción cuando aún no se hablaba de ella y que transitan entre la investigación histórica y lo inverosímil. Todas son historias de impostores. Ya he leído el primer libro, La mujer de Martin Guerre, una extraña historia de la Francia medieval en la que unos adolescentes son casados por sus padres, se acostumbran a vivir juntos (como buenamente pueden), conviven con la familia de él (el tal Martin Guerre), trabajan, tienen un hijo, él desaparece y vuelve años después, todos lo reconocen, salvo ella, que cada vez está más convencida de que se trata de un impostor. Y considerada loca por el entorno familiar, intenta encontrar la verdad. La autora es Janet Lewis.

En la sección de mis autores clásicos, el libro que me está acompañando por las noches es El visitante, de Stephen King. No es una de sus mejores obras, y quizá no es un libro para perder la cabeza si se dispone de todos los libros del mundo para elegir, pero en condiciones de encierro y con solo unos cuantos libros para elegir, está siendo una lectura reconfortante. Empieza lento, eso sí lo advierto, la parte del primer crimen (monstruoso), va acompañada de una descripción costumbrista bien narrada (me inquieta pensar que si al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el compañero más aburrido del trabajo), pero que nos apetece que acelere para llegar al conflicto, a la verdad que se va revelando y que es el enfrentamiento con un ser sobrenatural, el visitante, a quien rastrean en viejas leyendas mexicanas, un ser capaz de mutar y aparecer con distintas formas humanas, que se alimenta del miedo y sufrimiento ajenos.

Propuestas de Lecturas encerradas: Las primeras lecturas para encierros que me vienen a la cabeza están unidas por el hecho de ser, en forma y fondo, historias de terror. Así que hay cierto sesgo en esta selección.

El Resplandor, de Stephen King: Empiezo aquí con el mismo Stephen King con el que terminaba la sección anterior. Su gran novela, El resplandor, es la historia de un escritor que decide aceptar la oportunidad de aislarse durante todo un invierno en un hotel de montaña. Allí, con las carreteras cortadas por la nieve, solo tendrá que escribir y ocuparse de la manutención del hotel. Como saben todos los que ya han leído la novela, o han visto la película (en El visitante, King hace una referencia poco amable a la película de Kubrick, una adaptación que siempre ha dicho que le disgustó), la cosa no es precisamente plácida, y King consigue algo muy difícil, mezclar estupendamente dos géneros: el de la casa encantada (hotel poseído, en este caso) con el del escritor fracasado que busca a quién echarle las culpas (a su familia, que no le deja la paz suficiente para escribir.

Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson: Por motivos que no deben revelarse antes de comenzar la lectura, las hermanas Merricat y Constance Blackwood viven junto a su anciano tío Julian en la vieja casa familiar, aisladas del pueblo, al que solo acuden cuando no hay más remedio a comprar provisiones (¿nos va sonando la situación?). Los motivos que es mejor no revelar en principio, explican el aislamiento de las hermanas, y el desprecio y burla (sin olvidar un elemento de miedo) de las que son víctimas. El libro se va componiendo con un intimismo que a ratos resulta casi lírico, y va formando un terror doméstico muy bien construido, que nos atrapa página tras página y nos llevará a su final con un sobrecogimiento creciente.
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/10/siempre-hemos-vivido-en-el-castillo-de.html

Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, de Richard Matheson (Valdemar): Me imagino que alguien ha hablado ya en estas últimas semanas de la novela Soy leyenda, de Matheson (de ella o de sus películas, de la entrañablemente antigua de Vincent Price a la insoportable de Will Smith). Es una buena novela, desde luego, pero no es la mejor obra de Matheson. Su obra cumbre, diría, está en su narrativa breve. Quien lea estos cuentos sentirá ese abrazo escalofriante de las mejores historias de terror, y descubrirá, en los modos y mundos, y en las versiones reconocidas y bastardas que de estas historias se han hecho, la gran influencia que Matheson ha tenido en una gran parte de la narrativa de terror posterior.

Drácula, de Bram Stoker: Hace cosa de un mes, vi la nueva serie de Netflix sobre Drácula. Me gustó mucho, la he recomendado y la recomiendo. Es ágil, divertida, juega contra el mito, se ve muy bien y no se convierte en un largo culebrón, que es uno de los principales problemas que tengo con las series de televisión. No soy un aburrido purista de las Dicho todo eso, me pareció que estaría genial volver a leer la novela. Que se convirtiera en un libro popular. Uno que todo el mundo leyera. Es un libro que he leído unas diez o doce veces en mi vida, quizá mi primer gran amor bibliófilo adulto (yo no era demasiado adulto, pero digamos que fue la primera lectura adulta que me marcó). Y puesto que la primera parte transcurre con el pobre Jonathan Harker encerrado en el castillo del conde, puede ser una lectura muy adecuada.

Agujero negro, de Charles Burns: Nunca diría que este cómic es bueno. No es especialmente atractivo en su diseño y dibujo, el guión no es una maravilla. Tiene más defectos de los que me habían prometido al llegar a su lectura, lo aviso. Como también aviso de que lo cogí una noche en la que no tenía otro libro al que echarle mano (o ganas de echarle mano a otro libro), estaba en casa porque lo había estado leyendo mi mujer, y me lo leí en esa misma noche. Era un cliché que no buscaba elevarse por encima de todos los lugares comunes de la plaga terrorífica que la paga con los adolescentes. Y no podía soltarlo. Algo tiene.

Vivir abajo, de Gustavo Faverón: Por circunstancias de salud y familiares, el encierro en mi casa comenzó un mes antes que en el mundo. Yo era la persona destinada a salir a trabajar unas cuantas horas fuera, pero era mi única distracción de eso que los políticos llaman tareas de cuidados. Y los ratos que podía leer en el metro de camino al trabajo y por la noche, antes de caer dormido, eran mis treguas. Me había comprado justo antes de empezar esa época (que hemos enlazado con el estado de alarma) Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y este. Tenía grandes esperanzas en el de Enríquez después de que le dieran el Herralde y en base a lo mucho que me gustaron el verano pasado los cuentos (oscuros, viscosos, también relatos perfectos para un tiempo encerrado) de Los peligros de fumar en la cama. Después de 200 páginas que no me engancharon lo más mínimo, creo que puedo decir que no es un gran libro, es un producto que usa los moldes de la literatura comercial pero no promueve ninguna subversión de los mismos. Es Ojos de fuego, de Stephen King, por la historia que presenta, pero con la autoconciencia de una autora que cree estar escribiendo algo más valioso, y sin los momentos emotivos atrapalectores de aquella novela. Decepcionado con Nuestra parte de la noche, caer en las páginas de Vivir abajo fue una experiencia maravillosa. No sé si leeré en todo 2020 una novela mejor. Y se trata de una novela que transcurre, en la trama escrita y en lo que nos deja imaginar a los lectores, por túneles y sótanos en los que se encierran desde secretos íntimos hasta seres humanos a los que se piensa torturar. Vivir abajo está escrita con el ritmazo de Los detectives salvajes, y es una novela que no esconde su relación con aquella, pues aparte de escenas que son homenajes directos a la obra bolañesca (no había leído nada de Faverón, pero sabía que era el editor del volumen Bolaño salvaje, de Candaya), hay un aire general de presentación épica de la vida poética y literaria, viajes por toda Latinoamérica (y los Estados Unidos), búsqueda de extraños e inquietantes personajes que desaparecieron dejando tras de sí vacío y silencio, y a los que alguien siente que debe buscar como dedicación central de la vida (una búsqueda que tiene algo de vocacional, como la escritura y la poesía).

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati: No sé cuántas veces, ni con cuántas excusas, habré recomendado aquí El desierto de los tártaros. Fue uno de los primeros libros que reseñé en este blog http://cuentospendientessre.blogspot.com/2015/08/el-desierto-de-los-tartaros-de-dino.html
Lo he leído cuatro veces completo, y lo he leído parcialmente, a trozos, buscando algo concreto o simplemente dejándome perder, otras tantas. Es uno de mis libros preferidos, y es una de las grandes novelas del siglo XX (esto no lo digo yo, esto lo decía por ejemplo Borges). Se trata de un libro tan bien escrito, tan emocionante, y tan centrado en las ideas del vacío, de la espera, de la soledad, de aprender a tener paciencia y a obtener nada a cambio, que no sé cómo no voy a volver a usarlo para estos días, para recomendarlo y quizá para hacer otra relectura.

Lo dejamos aquí. Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

2 comentarios:

  1. "me inquieta pensar que si al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el compañero más aburrido del trabajo" ...esto me ha partido de la risa.

    Por otra parte, no sé qué tan bien nos sea leer a Balzac en el encierro, pero bueno. Con lo que si creo que me animaré será con "El desierto del tártaros".
    Gracias por las muy buenas recomendaciones.
    Nos seguimos leyendo.

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  2. Bienvenido Miguel,
    si eliges esa lectura, no te defraudará, eso seguro.
    Ya nos comentarás qué te parece.
    Saludos cuentistas

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