Algunos libros
para el verano
El
blog se coge un mes de vacaciones, como cada verano, y me gusta decir
Hasta la vista con una entrada con recomendaciones e ideas de
lecturas para el mes de agosto, pensando en ese mes en el que muchos
tomamos las vacaciones, aguantamos como buenamente podemos el calor y
nos movemos un poco más de nuestro lugar habitual de residencia.
Mezclo en esta lista, que vale lo mismo de apuntes propios que de
sugerencias para los visitantes, algunas lecturas que he hecho en los
últimos meses pero que no he reflejado en el blog, con otros libros
que son más bien mis proyectos para leer este próximo mes, y
algunos recuerdos de buenas lecturas veraniegas de otros años. De la
idoneidad de algunos de estos libros para el verano puedo por lo
tanto responder, de otros confío en que verdaderamente valgan la
pena.
Empiezo
por los cuentos, y comienzo con la que debería ser (pero no lo es,
claro, que nadie se alarme) la noticia del verano en el mundo
editorial. Después de años postergándolo, editan en España los
Cuentos completos, de Mario Levrero (Mondadori). Desde
que me caí (como Obélix en la marmita del druida cuando era
pequeño) en La novela luminosa en 2013, cambié como lector,
como escritor y supongo que hasta como persona. Desde entonces fui
completando mis lecturas levrerianas, echando siempre en falta poder
devorar sus cuentos. Hasta ahora solo he podido leer el libro La
máquina de pensar en Gladys, que compré de importación. Es una
colección maravillosa, pero muy corta, en la que se ve que la manera
de afrontar los cuentos de Levrero está (como lo estaban sus
primeras novelas) cerca de Kafka. Ahora estoy deseando tener este
libro entre mis manos para conocer todos los cuentos que me faltan,
hasta más de sesenta dice la editorial, en los que me imagino que
Montevideo se llenará de situaciones absurdas y filosóficamente fantásticas.
Mientras
llega el día de tener el libro de Levrero conmigo, estoy leyendo
algunos relatos de los Cuentos completos de Roald Dahl
(DeBolsillo), quien siempre es un autor muy divertido, con un
punto cruel bastante evidente y un muy buen uso de la estructura
clásica del cuento. Y
aprovecho para recomendar otra vez a otro autor de tono kafkiano, como puede serlo Levrero, aunque lo combina con historias que parecen venir de la tradición
oral judía, Isaac Bashevis Singer, un muy buen novelista, pero si se
me permite decirlo así, todavía mejor cuentista. Es uno de esos
ganadores del Premio Nobel (en 1978 en su caso) sobre cuyo
merecimiento no nos queda ninguna duda después de leerlo. Siempre
encuentro una sorpresa entre sus relatos, que tengo en la edición de
Lumen (Cuentos, de Isaac Bashevis Singer).
Puestos
a ponernos kafkianos, tal vez la mejor idea sea leer los Cuentos
completos del propio Franz Kafka. Tengo la edición de Valdemar y
es estupenda, y si Kafka es el novelista que dibujó el siglo XX, y
lo fue, es sin duda un cuentista al menos igual de bueno. Releo sus
cuentos con mucha más frecuencia que sus novelas, a las que apenas
he vuelto desde mi primera (e impactante) lectura, con la sensación
de que siguen suficientemente frescas en mi memoria. Pero no descarto
darme un paseo este verano por América, que desde que compré
y leí hace tantos años ha pasado a llamarse habitualmente El
desaparecido. También quiero leer algunos cuentos de Guy de Maupassant, otro de los padres del género (Cuentos esenciales, DeBolsillo).
Después
de leer los cuentos de Mariana Enríquez, cuyo libro Los peligros
de fumar en la cama vuelvo a recomendar, le daré una segunda
oportunidad a Las cosas que perdimos en el fuego. Y la lectura
del libro de Enríquez me hizo acordarme de Anna Starobinets.
Recuerdo que Una edad difícil (Nevsky) me pareció un
libro maravilloso (a ratos desagradable, pero maravilloso), y nunca
he leído La glándula de Ícaro: el libro de las metamorfosis,
y podría estar bien buscarlo por las bibliotecas y echarle un ojo. También tiene publicadas en España un par de novelas, pero como me gustaron mucho los primeros cuentos, seguiré en ese género.
Si alguien identifica las lecturas veraniegas con tumbonas, playas, desgana, el rumor del mar, las largas noches y las mañanas pesadas, tengo una recomendación. Leí hace un par de meses Agua salada, de Charles Simmons, una de esas historias de familias acomodadas que se están resquebrajando por dentro, con un padre que posee todos los privilegios del clan y una madre que los sobrelleva como puede. Hay una bonita historia de amor adolescente y un ahogamiento en el mar, está todo lo que uno puede esperar en esta clase de libros. La prosa es impecable, muy americana y pulida, y aunque las referencias insistían en emparentarlo con El guardián entre el centeno, creo que Holden Caulfield rechaza el modo de vida acomodado de sus padres, mientras que aquí el adolescente lo disfruta y apura. Pensé de modo mucho más directo en Buenos días, tristeza, de Francçoise Sagan, quizá la novela de verano y desgana más importante de la historia. La leí hace casi 20 años pero sigo recordando pasajes, momentos, y sobre todo sensaciones, porque creo que es un libro de sensaciones, fragilidad, tal vez sus palabras concretas puedan haberse quedado un poco desfasadas desde los años 50 pero recuerdo que traía cantos de poesía para esas mañanas en las que no se tiene la cabeza demasiado lúcida.
Somos
muchos, creo, los que nos planteamos el verano como un tiempo para
afrontar novelones: largos, decimonónicos, absorbentes, envolventes.
Entre mis candidatos a tal tipo de lectura tengo en mente (luego no
se hará todo, claro, pero qué ilusión hace planificar) darle una relectura veraniega a Moby Dick, de Herman Melville, volver a
leer mucho tiempo después La saga / fuga de J. B. de Gonzalo
Torrente Ballester o leer al fin completa Casa desolada, de
Charles Dickens. También quiero volver a leer algo de Wilkie Collins, de quien leí hace mucho La dama de blanco y La piedra lunar, estupendos. Todos estos son libros exigentes, largos, literarios,
completos, pero que recuerdo (o conozco parcialmente en el caso del
de Dickens) además muy amenos. Quizá más complicados, aunque no
creo que haya que huir de los libros complicados, y aunque se lean
solo unos cientos de páginas se puede aprender mucho de algunos
libros, rondan también por mi cabeza El hombre sin atributos,
de Robert Musil y La trilogía de los sonámbulos, de Hermann
Broch. Hablando de libros complicados y largos, se me ocurría,
mientras escribía este párrafo, que en Casa desolada hay
probablemente un antecedente de Su pasatiempo favorito, de
William Gaddis. Gaddis, tan brillante como por momentos duro, puede
ser también una muy buena apuesta de lectura (y puesto a empezar con
él, recomendaría entrar por la puerta grande de Los
reconocimientos (Sexto Piso)).
Una
buena lectora con la que a veces cruzo recomendaciones me pedía que le recomendara una lectura de Bolaño que no fuera ni Los detectives salvajes
ni 2666. Le recomendé que se pusiera con La literatura
nazi en América, un librito borgiano, una divertida enciclopedia
falsa de nombres, filiaciones y obras, y el primer libro con el que Bolaño tuvo algún reconocimiento. Tal vez también lo relea
estas próximas semanas, es un libro que siempre me ha encantado. Y
aunque no está entre mis preferidos de Bolaño, quizá también haga
una relectura de Una novelita lumpen. Por recomendación de
otro amigo estoy embarcado en la lectura nocturna y alevosa de El
mito de Sísifo y El hombre rebelde, de Albert Camus, dos
libros que (lo confieso) he leído con anterioridad y poco provecho y
a los que creo que ahora estoy sacando mucho más jugo.
Estoy leyendo, aunque en inglés, con lo que avanzo más lento, Espía y traidor, de Ben Macintyre. Está muy bien escrita y la historia de mentiras, falsas apariencias, engaños y confianzas traicionadas que narra va mucho más allá de la típica novela de espías. Trasciende lo concreto de la trama (que es bastante impactante, todo quede dicho) y habla de temas fundamentales. Por construcción, es más bien una novela de no - ficción, de hecho. También
tengo entre mis lecturas actuales Mientras agonizo, de William
Faulkner. Me gustó mucho a finales del año pasado Las palmeras
salvajes, y este me está pareciendo también brutal (desolador y
brutal). Después de años intentando leer algo de Faulkner y sin
conseguirlo, parece que estoy entrando en su mundo. No sé si el
verano dará para más, pero siempre he oído hablar de la relación
entre Cormac McCarthy y Faulkner. Leí (y me gustó, pero de un modo
lejano, como algo que lees y te gusta pero desde luego no te marca)
Meridiano de sangre hace mucho tiempo, y me apetece probar
algo más.
En
cuanto a ensayos, llevo entre manos La invención de la
naturaleza: El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt, de Andrea
Wulf (Taurus), cuyo título ya cuenta de qué va, y que me
está pareciendo que es muy interesante y que está muy bien contado.
Y leí no hace mucho la biografía de J. D. Salinger de Kenneth
Slawenski (Galaxia Gutenberg), y de ahí me puse a releer sus
Nueve cuentos (Alianza) después de muchos años sin
abrirlos. Combiné ese libro con La noche de la pistola, de
David Carr (Libros del KO), un libro perturbador, a medio
camino entre las memorias y la reflexión social sobre la adicción a
las drogas, que creo que puede perturbar e interesar mucho a mucha
gente, a todos los que nos planteamos, como estuve haciendo yo
durante aquellas páginas, que todos somos, aunque estemos fuera de
las drogas ilegales, adictos y dependientes en mayor o menor grado
(pensemos desde los medicamentos y drogas legales que tomamos al uso
que hacemos de las redes sociales, quizá también en nuestra propia
relación con la lectura y la escritura, en los atracones de series
de televisión, …). También me interesa el libro El ojo del
observador, de Laura J. Snyder (Acantilado), un ensayo que
nos lleva a la Holanda del siglo XVII y nos muestra la aparición de
las ideas y técnicas de Vermeer, Van Leeuwenhoek, Huygens y Spinoza,
los cuatro relacionados con la idea de la luz y el cambio en la
mirada, en su concepto y su forma, desde el trabajo común de las
artes, las humanidades y las ciencias.
Algunas
de mis mejores lecturas de los últimos años las hice durante este mes de
agosto, de vacaciones, a veces en casa y a veces de viaje. No me
olvido de recomendar, de esa memoria de apuntes de otras temporadas:
Canadá, de Richard Ford (Anagrama), un autor que a
veces me interesa moderadamente, otras incluso menos y en este libro y
algunos más me seduce totalmente. Esta me parece su mejor novela de
lejos. Otro libro que me flipó (literalmente) durante toda una semana
de vacaciones en Santander, de este recuerdo ese detalle perfectamente, fue El
mago, de John Fowles (Anagrama). Estupendo, culto,
divertido, muy bien escrito, que mezcla la mitología con la locura, el ansia por mandar y la creación artística, el deseo y la desorientación, y resulta muy difícil de soltar de las manos.
También fue en verano cuando leí por primera vez a James Ellroy, y
después de haber releído no hace mucho Jazz blanco, quizá
haga ahora lo mismo con La dalia negra (Mondadori), la que creo que sigue siendo su mejor novela (de las
de pura ficción, sigo viendo por encima Mis rincones oscuros
y A la caza de la mujer). Y hace aún más años leí los dos
libros de memorias de Anthony Burgess, un autor conocido casi
exclusivamente por La naranja mecánica pero que creo que
tenía mucho más. En estas memorias muestra mucho sentido del humor,
sarcasmo, mala leche, y muchas páginas de muy buena escritura y una
visión muy personal de la vida. Se llaman El pequeño Wilson y el gran Dios (el primer volumen) y Ya viviste lo tuyo (el
segundo). La pena es que solo están en bibliotecas que se han
olvidado de que los tienen y en librerías de viejo. Alguna editorial
de las que quieren vestirse de realmente literarias debería
contratar los derechos y reeditarlos, porque son una maravilla. Quizá
vaya esta misma tarde a por ellos a mi biblioteca habitual y comience
así el mes de agosto lector.
Seguiremos
leyendo
Felices
lecturas
Sr. E
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