miércoles, 31 de julio de 2019

Algunos libros para el verano


Algunos libros para el verano

El blog se coge un mes de vacaciones, como cada verano, y me gusta decir Hasta la vista con una entrada con recomendaciones e ideas de lecturas para el mes de agosto, pensando en ese mes en el que muchos tomamos las vacaciones, aguantamos como buenamente podemos el calor y nos movemos un poco más de nuestro lugar habitual de residencia. Mezclo en esta lista, que vale lo mismo de apuntes propios que de sugerencias para los visitantes, algunas lecturas que he hecho en los últimos meses pero que no he reflejado en el blog, con otros libros que son más bien mis proyectos para leer este próximo mes, y algunos recuerdos de buenas lecturas veraniegas de otros años. De la idoneidad de algunos de estos libros para el verano puedo por lo tanto responder, de otros confío en que verdaderamente valgan la pena.

Empiezo por los cuentos, y comienzo con la que debería ser (pero no lo es, claro, que nadie se alarme) la noticia del verano en el mundo editorial. Después de años postergándolo, editan en España los Cuentos completos, de Mario Levrero (Mondadori). Desde que me caí (como Obélix en la marmita del druida cuando era pequeño) en La novela luminosa en 2013, cambié como lector, como escritor y supongo que hasta como persona. Desde entonces fui completando mis lecturas levrerianas, echando siempre en falta poder devorar sus cuentos. Hasta ahora solo he podido leer el libro La máquina de pensar en Gladys, que compré de importación. Es una colección maravillosa, pero muy corta, en la que se ve que la manera de afrontar los cuentos de Levrero está (como lo estaban sus primeras novelas) cerca de Kafka. Ahora estoy deseando tener este libro entre mis manos para conocer todos los cuentos que me faltan, hasta más de sesenta dice la editorial, en los que me imagino que Montevideo se llenará de situaciones absurdas y filosóficamente fantásticas.

Mientras llega el día de tener el libro de Levrero conmigo, estoy leyendo algunos relatos de los Cuentos completos de Roald Dahl (DeBolsillo), quien siempre es un autor muy divertido, con un punto cruel bastante evidente y un muy buen uso de la estructura clásica del cuento. Y aprovecho para recomendar otra vez a otro autor de tono kafkiano, como puede serlo Levrero, aunque lo combina con historias que parecen venir de la tradición oral judía, Isaac Bashevis Singer, un muy buen novelista, pero si se me permite decirlo así, todavía mejor cuentista. Es uno de esos ganadores del Premio Nobel (en 1978 en su caso) sobre cuyo merecimiento no nos queda ninguna duda después de leerlo. Siempre encuentro una sorpresa entre sus relatos, que tengo en la edición de Lumen (Cuentos, de Isaac Bashevis Singer).

Puestos a ponernos kafkianos, tal vez la mejor idea sea leer los Cuentos completos del propio Franz Kafka. Tengo la edición de Valdemar y es estupenda, y si Kafka es el novelista que dibujó el siglo XX, y lo fue, es sin duda un cuentista al menos igual de bueno. Releo sus cuentos con mucha más frecuencia que sus novelas, a las que apenas he vuelto desde mi primera (e impactante) lectura, con la sensación de que siguen suficientemente frescas en mi memoria. Pero no descarto darme un paseo este verano por América, que desde que compré y leí hace tantos años ha pasado a llamarse habitualmente El desaparecido. También quiero leer algunos cuentos de Guy de Maupassant, otro de los padres del género (Cuentos esenciales, DeBolsillo). 

Después de leer los cuentos de Mariana Enríquez, cuyo libro Los peligros de fumar en la cama vuelvo a recomendar, le daré una segunda oportunidad a Las cosas que perdimos en el fuego. Y la lectura del libro de Enríquez me hizo acordarme de Anna Starobinets. Recuerdo que Una edad difícil (Nevsky) me pareció un libro maravilloso (a ratos desagradable, pero maravilloso), y nunca he leído La glándula de Ícaro: el libro de las metamorfosis, y podría estar bien buscarlo por las bibliotecas y echarle un ojo. También tiene publicadas en España un par de novelas, pero como me gustaron mucho los primeros cuentos, seguiré en ese género.

Si alguien identifica las lecturas veraniegas con tumbonas, playas, desgana, el rumor del mar, las largas noches y las mañanas pesadas, tengo una recomendación. Leí hace un par de meses Agua salada, de Charles Simmons, una de esas historias de familias acomodadas que se están resquebrajando por dentro, con un padre que posee todos los privilegios del clan y una madre que los sobrelleva como puede. Hay una bonita historia de amor adolescente y un ahogamiento en el mar, está todo lo que uno puede esperar en esta clase de libros. La prosa es impecable, muy americana y pulida, y aunque las referencias insistían en emparentarlo con El guardián entre el centeno, creo que Holden Caulfield rechaza el modo de vida acomodado de sus padres, mientras que aquí el adolescente lo disfruta y apura. Pensé de modo mucho más directo en Buenos días, tristeza, de Francçoise Sagan, quizá la novela de verano y desgana más importante de la historia. La leí hace casi 20 años pero sigo recordando pasajes, momentos, y sobre todo sensaciones, porque creo que es un libro de sensaciones, fragilidad, tal vez sus palabras concretas puedan haberse quedado un poco desfasadas desde los años 50 pero recuerdo que traía cantos de poesía para esas mañanas en las que no se tiene la cabeza demasiado lúcida.

Somos muchos, creo, los que nos planteamos el verano como un tiempo para afrontar novelones: largos, decimonónicos, absorbentes, envolventes. Entre mis candidatos a tal tipo de lectura tengo en mente (luego no se hará todo, claro, pero qué ilusión hace planificar) darle una relectura veraniega a Moby Dick, de Herman Melville, volver a leer mucho tiempo después La saga / fuga de J. B. de Gonzalo Torrente Ballester o leer al fin completa Casa desolada, de Charles Dickens. También quiero volver a leer algo de Wilkie Collins, de quien leí hace mucho La dama de blanco y La piedra lunar, estupendos. Todos estos son libros exigentes, largos, literarios, completos, pero que recuerdo (o conozco parcialmente en el caso del de Dickens) además muy amenos. Quizá más complicados, aunque no creo que haya que huir de los libros complicados, y aunque se lean solo unos cientos de páginas se puede aprender mucho de algunos libros, rondan también por mi cabeza El hombre sin atributos, de Robert Musil y La trilogía de los sonámbulos, de Hermann Broch. Hablando de libros complicados y largos, se me ocurría, mientras escribía este párrafo, que en Casa desolada hay probablemente un antecedente de Su pasatiempo favorito, de William Gaddis. Gaddis, tan brillante como por momentos duro, puede ser también una muy buena apuesta de lectura (y puesto a empezar con él, recomendaría entrar por la puerta grande de Los reconocimientos (Sexto Piso)).

Una buena lectora con la que a veces cruzo recomendaciones me pedía que le recomendara una lectura de Bolaño que no fuera ni Los detectives salvajes ni 2666. Le recomendé que se pusiera con La literatura nazi en América, un librito borgiano, una divertida enciclopedia falsa de nombres, filiaciones y obras, y el primer libro con el que Bolaño tuvo algún reconocimiento. Tal vez también lo relea estas próximas semanas, es un libro que siempre me ha encantado. Y aunque no está entre mis preferidos de Bolaño, quizá también haga una relectura de Una novelita lumpen. Por recomendación de otro amigo estoy embarcado en la lectura nocturna y alevosa de El mito de Sísifo y El hombre rebelde, de Albert Camus, dos libros que (lo confieso) he leído con anterioridad y poco provecho y a los que creo que ahora estoy sacando mucho más jugo.

Estoy leyendo, aunque en inglés, con lo que avanzo más lento, Espía y traidor, de Ben Macintyre. Está muy bien escrita y la historia de mentiras, falsas apariencias, engaños y confianzas traicionadas que narra va mucho más allá de la típica novela de espías. Trasciende lo concreto de la trama (que es bastante impactante, todo quede dicho) y habla de temas fundamentales. Por construcción, es más bien una novela de no - ficción, de hecho. También tengo entre mis lecturas actuales Mientras agonizo, de William Faulkner. Me gustó mucho a finales del año pasado Las palmeras salvajes, y este me está pareciendo también brutal (desolador y brutal). Después de años intentando leer algo de Faulkner y sin conseguirlo, parece que estoy entrando en su mundo. No sé si el verano dará para más, pero siempre he oído hablar de la relación entre Cormac McCarthy y Faulkner. Leí (y me gustó, pero de un modo lejano, como algo que lees y te gusta pero desde luego no te marca) Meridiano de sangre hace mucho tiempo, y me apetece probar algo más.

En cuanto a ensayos, llevo entre manos La invención de la naturaleza: El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt, de Andrea Wulf (Taurus), cuyo título ya cuenta de qué va, y que me está pareciendo que es muy interesante y que está muy bien contado. Y leí no hace mucho la biografía de J. D. Salinger de Kenneth Slawenski (Galaxia Gutenberg), y de ahí me puse a releer sus Nueve cuentos (Alianza) después de muchos años sin abrirlos. Combiné ese libro con La noche de la pistola, de David Carr (Libros del KO), un libro perturbador, a medio camino entre las memorias y la reflexión social sobre la adicción a las drogas, que creo que puede perturbar e interesar mucho a mucha gente, a todos los que nos planteamos, como estuve haciendo yo durante aquellas páginas, que todos somos, aunque estemos fuera de las drogas ilegales, adictos y dependientes en mayor o menor grado (pensemos desde los medicamentos y drogas legales que tomamos al uso que hacemos de las redes sociales, quizá también en nuestra propia relación con la lectura y la escritura, en los atracones de series de televisión, …). También me interesa el libro El ojo del observador, de Laura J. Snyder (Acantilado), un ensayo que nos lleva a la Holanda del siglo XVII y nos muestra la aparición de las ideas y técnicas de Vermeer, Van Leeuwenhoek, Huygens y Spinoza, los cuatro relacionados con la idea de la luz y el cambio en la mirada, en su concepto y su forma, desde el trabajo común de las artes, las humanidades y las ciencias.

Algunas de mis mejores lecturas de los últimos años las hice durante este mes de agosto, de vacaciones, a veces en casa y a veces de viaje. No me olvido de recomendar, de esa memoria de apuntes de otras temporadas: Canadá, de Richard Ford (Anagrama), un autor que a veces me interesa moderadamente, otras incluso menos y en este libro y algunos más me seduce totalmente. Esta me parece su mejor novela de lejos. Otro libro que me flipó (literalmente) durante toda una semana de vacaciones en Santander, de este recuerdo ese detalle perfectamente, fue El mago, de John Fowles (Anagrama). Estupendo, culto, divertido, muy bien escrito, que mezcla la mitología con la locura, el ansia por mandar y la creación artística, el deseo y la desorientación, y resulta muy difícil de soltar de las manos. También fue en verano cuando leí por primera vez a James Ellroy, y después de haber releído no hace mucho Jazz blanco, quizá haga ahora lo mismo con La dalia negra (Mondadori), la que creo que sigue siendo su mejor novela (de las de pura ficción, sigo viendo por encima Mis rincones oscuros y A la caza de la mujer). Y hace aún más años leí los dos libros de memorias de Anthony Burgess, un autor conocido casi exclusivamente por La naranja mecánica pero que creo que tenía mucho más. En estas memorias muestra mucho sentido del humor, sarcasmo, mala leche, y muchas páginas de muy buena escritura y una visión muy personal de la vida. Se llaman El pequeño Wilson y el gran Dios (el primer volumen) y Ya viviste lo tuyo (el segundo). La pena es que solo están en bibliotecas que se han olvidado de que los tienen y en librerías de viejo. Alguna editorial de las que quieren vestirse de realmente literarias debería contratar los derechos y reeditarlos, porque son una maravilla. Quizá vaya esta misma tarde a por ellos a mi biblioteca habitual y comience así el mes de agosto lector.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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