El
expreso de Tokio, de Seicho Matsumoto (Libros del Asteroide)
Llegué
a este libro de Seicho Matsumoto después de oír en un programa de
radio que hablaban de él como del Simenon japonés. Desconfío
de expresiones como esa, del García Márquez indio, del Philip Roth
esloveno, del García Lorca argentino, etc. Pero es frecuente que me
apetezca leer una novela de Simenon, que es una experiencia que
quienes hagan con frecuencia conocerán qué quiere decir, y quise
probar a otro Simenon. Busqué y vi que en la biblioteca había dos
libros de Matsumoto editados por Libros del Asteroide y elegí
este.
Hay un
cierto parentesco entre la escritura de Matsumoto y Simenon,
ciertamente, pero luego descubrí que aparte del cierto ambiente
común y una cercanía en la escritura, una sencillez aparente, un
retrato despiadado del hombre y la mujer grises, aparentemente
inofensivos pero capaces, como todos, de lo peor, se habla de él
como del Simenon japonés porque igual que el autor belga era muy
prolífico (aunque no tanto).
El
expreso de Tokio, por ir pasando al libro, no es una obra maestra
de la literatura, ni lo pretende. Está diseñado para ser una obra
popular y parece ser que a mediados de los años cincuenta consiguió
serlo de sobra en Japón. Pero nunca olvidemos que Hitchcock también
hacía cine con pretensiones populares, y eso no desmereció nunca su
calidad. El expreso de Tokio es un bestseller, cierto, pero es
un bestseller bien hecho.
Un
hombre y una mujer, aparentemente amantes, aunque nadie en sus
círculos más cercanos conocía dicha relación (podían sospechar
que tenían un amante, pero no sabían nada sobre quién era), se
suicidan, simultáneamente y se supone que de acuerdo, en una playa
al sur de Japón. Los habían visto partir, casualmente, unas
compañeras de trabajo de ella (que era camarera) y un cliente del
restaurante que casualmente conocía al hombre, contacto suyo en un
ministerio para el que es proveedor de maquinaria.
La
policía, tirando del hilo hacia atrás, llega a esos testigos, y
analizando el comportamiento un tanto errático de los dos suicidas
desde que salieron de Tokio hasta que sucedió el hecho, empiezan a
dudar de que realmente sea un suicidio. Hay una densa historia de
corrupción en los ministerios japoneses, enfermos, visitas, y muchos
viajes en tren. Ese testigo accidental de la salida de los dos
amantes de Tokio se convierte en la clave para un policía al que
todos los hilos sueltos que encuentra en la investigación están
mosqueando. Pero su coartada en cada momento clave es perfecta.
Siempre tiene testigos y siempre tiene pruebas de dónde estaba, que
casi siempre era viajando. Sus coartadas son tan perfectas que solo
hacen que el policía sospeche más. Son demasiado perfectas.
La
novela se convierte en la historia de un policía tratando de
resolver un puzzle, tirando del hilo de una madeja que quiere
desenredar, una labor en la que siempre tropieza con un tren que
salió puntualmente, con un revisor que vio al hombre, o con un viejo
conocido que se lo encontró en el momento del trasbordo. El libro
tiene algo más de doscientas páginas y es un policial perfecto (he
leído mucho a Simenon y solo este libro de Matsumoto, pero diría
desde ese desequilibrio que aquí pesa mucho más el elemento de
novela policial y resolución de un enigma que en las novelas de
Simenon, más dadas a recrearse en los ambientes y en los detalles,
más negras, aunque casi siempre son grises, más que policiales).
Termina con uno de esos dobles tirabuzones que cuestionan nuestra
capacidad de creer en lo inverosímil o en lo rebuscado, pero se le
perdona perfectamente. El juego estructural con los trenes, los
horarios, los viajes y las coartadas encaja muy bien y nos guía en
hora a cada nueva pista.
Se lee
en poco más de tres horas y nos dejará un buen sabor de boca. Se
puede disfrutar en una tarde larga en el sillón que más nos guste
para leer en casa o en un parque a la sombra. Lo recomiendo para una
lectura ligera, quizá, por qué no, como una compañía perfecta
para un viaje en tren.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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