Silencio
administrativo, de Sara Mesa (Anagrama)
Sara Mesa es una de
mis escritoras preferidas, entre las españolas y entre las no
españolas. Me fascina la levedad y ligereza solo aparente de su
prosa, su uso de una ironía que aparenta inocencia, de la melancolía
como palanca sobre la que apoyar el cambio en el presente Me conmueve
la belleza sencilla con la que escribe, y cómo nos recuerda, en
todos sus textos de ficción, que la crueldad existe, que el mundo es
un lugar cruel, duro y feo para muchos de sus habitantes, incluso en
la infancia, ese lugar mitificado por tantos autores y donde ella
sitúa siempre muchas de sus historias, también las más crueles.
Este
cuadernillo de Anagrama (de poco más de 100 páginas, con tamaño
pequeño y marginado generoso) sobrevuela la crueldad, pero no lo
hace desde los rincones habituales de la escritura de Sara Mesa,
porque: a) no se trata de una obra de ficción, sino de un pequeño
trabajo casi periodístico, que como utiliza algunos mecanismos
habituales de la ficción llamaremos obra de no – ficción, y b) la
crueldad que se retrata aquí no es la habitual en su obra, la de los
grupos organizados y cerrados frente al individuo que destaca y al
que se puede atacar por la diferencia (la niña pobre en Cuatro
por cuatro,
la niña gorda en Cara
de pan,
la que sencillamente no es como los demás en muchos de sus relatos
en Mala
letra).
Todos
sabemos que la pobreza existe, y seguramente todos (al menos una
mayoría muy amplia) sentimos que eso es malo, que no debería ser
así, que el mundo es un lugar injusto. Pero el libro nos demuestra,
en sus pocas páginas, que lo que creíamos saber es poco, muy poco,
y que ni nos imaginamos lo que de verdad es ser pobre y estar en la
calle. Y no nos lo imaginamos porque no lo vivimos, y tampoco nos lo
imaginamos porque no queremos pararnos a imaginarlo.
Escuchamos
noticias en radio, televisión, leemos la prensa o las redes
sociales, y nos creemos lo que nos cuentan cuando hablan de las
mejoras en las condiciones vitales de los que no tienen nada, o
tienen muy poco. Nos sentimos bien, nos consideramos civilizados,
nuestra conciencia queda tranquila, mantenemos nuestra fe en el
llamado estado del bienestar. Y lo que este libro viene a enseñarnos
es que parece que vivimos en el estado del malestar. Los números,
esa supuesta realidad objetiva, deberían rompernos el alma. Hay una
gran cantidad de personas pobres, o incluso muy pobres, que viven en
la calle, para los que no hay ayudas. Las ayudas están diseñadas
para quienes pueden acceder a una plataforma desde la que
solicitarla, para quienes tienen unos papeles que respalden su
pobreza, su situación de necesidad. Pero excluyen, desde su
definición, a quienes no tienen esa mínima estabilidad que se exige
para poder hacer los papeles.
Sara
Mesa nos va paseando por mostradores que se cierran, por teléfonos
que no contestan, por plazos que se agotan antes de que la propia
administración que exige los plazos emita los papeles que luego
quiere verificar. Nos mete en un laberinto burocrático terrible y
psicopático, y nos enseña lo que puede significar el silencio
administrativo. Porque quien solicita una ayuda (quien está en la
calle, muchas veces mendigando, y pide un salvavidas gritando
socorro) tiene que cumplir puntualmente con todos los requisitos que
le marca la misma administración que falla, no cumple, retrasa
fechas, plazos, pagos, sin que pase nada.
Pero
siendo eso terrible, lo que más debería inquietarnos del libro es
tomar conciencia de la sociedad que estamos construyendo, de la
culpabilización del pobre, de las noticias que oímos y no
contrastamos (aunque esto, como bien apunta el libro, debería ser
labor del periodismo), de las trampas de pensamiento cómodo en las
que nos metemos, de los automatismos sociales, y también, de la
frivolidad, la hipocresía y la confusión en las prioridades, porque
no nos falta, como sociedad, nada de eso. Hay un pasaje que me
parece, sin ser de los más graves, muy ejemplificador. El de muchos
colectivos izquierdistas y bienintencionados, comprometidos en contra
del maltrato animal, que solicitan año tras año que las ordenanzas
municipales impidan que quienes practican la mendicidad puedan
hacerlo acompañado de un perro. Porque los perros que viven con una
persona pobre no tienen, por supuesto, las mejores condiciones. Pero,
¿y esa persona? ¿No inquieta a nadie? ¿Nadie se preocupará por
ella? ¿De verdad le quieren quitar lo poco que tiene? Sara Mesa
habla del dedo que señala a la luna y de quienes no ven la luna sino
solo el dedo al hablar de ese tema, pero quizá podría usar palabras
más feas y directas para describirlo.
Siempre
me ha parecido que se regala con alegría el término libros
necesarios. No creo que los haya, sinceramente. Pero si los hubiera,
esté probablemente fuera uno. Para abrirnos los ojos y espabilarnos
un poco.
Seguiremos
leyendo
Felices
lecturas
Sr.
E
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