Las aventuras
de Augie March, de Saul Bellow (DeBolsillo) o cómo mudarse al
interior de un libro
No soy
uno de esos lectores exagerados, de esos que pierden el contacto con
la realidad mientras leen, no me creo un personaje. No soy Madame
Bovary, para resumir, y por muy abstraído que esté en la
lectura de un libro, si llaman al timbre, me entero. Si suena el
teléfono me entero, y por eso lo silencio cuando lo que quiero es
leer sin que me interrumpan. Cuando llega la noche y tengo mucho
sueño y cojo un libro, el libro no llega a despabilarme hasta tal
punto que me quite el sueño. Nunca me ha pasado lo de: “cogí el
libro a las once de la noche y me dio el amanecer leyéndolo, ya
terminándolo”. Por eso me ha hecho pensar especialmente lo que me
ha pasado esta mañana, de camino al trabajo. El metro (o bus o
cercanías) es un buen lugar para leer, siempre, claro, que uno no se
tenga que meter uno en una de esas líneas a una de esas horas en las
que bien parecen los vagones latas de conservas y es imposible hasta
pasar la página. Por suerte yo entro a las ocho menos cuarto en una
línea de metro bastante vacía y puedo disponer de tiempo de lectura
sentado hasta que llego.
Esta
mañana me llevé para los viajes de ida y vuelta al trabajo Las
aventuras de Augie March, de Saul Bellow. Ya lo leí hace muchos
años y me apetecía darle una segunda vuelta. No es una de las
consideradas obras maestras de Bellow (que quizá suelen ser siempre
Herzog y El legado de Humboldt), aunque sí un libro
bastante reconocido (Bellow es en general siempre un buen novelista,
y pasa como con Philip Roth o Don DeLillo, no es tan fácil señalar
las cimas). Es, por resumirlo fácil, una novela de formación.
Pero
no quería hablar del libro en su conjunto, porque solo acabo de
volver a comenzarlo, sino de su inicio, de esas primeras páginas en
las que los libros de teoría y los cursos de escritura dicen que se
marca el tono y el punto de vista. Todos hemos sentido la diferencia
entre un libro que sabe atraerte hacia su interior y uno que no lo
hace tan bien. He leído recientemente Lecturas de mí mismo,
de Philip Roth, en uno de cuyos artículos se habla de las novelas de
Bellow y otros novelistas americanos contemporáneos a los inicios de
Roth. Y Roth se preguntaba de dónde venía tanta exuberancia en la
prosa, tanta potencia narrativa. Y es verdad que las páginas de
Bellow son densas y están llenas de materia, a veces un tanto
gratuita exhibición de músculo.
No sé
si el resto del libro me seguirá teniendo así de absorbido, pero el
caso es que esta mañana, de camino al trabajo, me he pasado de
parada, y creo que en más de diez años de uso diario o casi diario
del Metro de Madrid es la primera vez que me pasa algo así, tal
cual, darme cuenta dos paradas después de que se había pasado mi
parada. Menos mal que voy con margen suficiente.
Y el
libro empieza así, e invito a todo el mundo a unirse a él:
Soy
norteamericano, de Chicago, sombría ciudad, Chicago, y encaro las
dificultades como he aprendido a hacerlo, sin rodeos. Así será esta
crónica, pues: de estilo libre; quien antes llama, antes es
atendido, ya fuera inocente o no tan inocente su llamado. Dice
Heráclito que carácter es destino. A fin de cuentas, no hay cómo
disfrazar el jaez de tal llamado, ni almohadillando la puerta ni
enguantándose la mano.
Sabido
es que toda supresión es burda: suprimes una cosa y en el acto estás
suprimiendo la de al lado.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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