martes, 27 de noviembre de 2018

GB84, de David Peace


GB84, de David Peace (Hoja de Lata)

Quienes leen este blog, y quienes me preguntan por libros, y especialmente quienes me dicen: me gusta la novela negra, me han escuchado (o leído) hablar del maravilloso Cuarteto de Red Riding de David Peace. Tengo para mí que si James Ellroy es un heredero (uno de esos herederos que coge lo recibido y hace con ello algo totalmente inesperado, pero tras el que se reconoce la herencia inicial, en este caso la búsqueda de la brillantez estilística por encima de la trama detectivesca) de Raymond Chandler, David Peace es el más aventajado entre quienes aprendieron a escribir novela negra leyendo a James Ellroy. Si hay algo que hoy en día llama la atención en la escritura de Ellroy es su crudeza. En una media de novelas negras donde parece que los autores consideran básico estar recordándonos que lo monstruoso es monstruoso, y que ellos, a través de sus narradores, lo condenan, Ellroy se dedica a recordarnos que el mundo es un lugar hostil en el que existen monstruos. Y lo hace con un lenguaje literario poderoso y propio pero que no esconde la realidad. En esa misma línea David Peace fue un paso más allá (en mi opinión) en el Cuarteto de Red Riding (que en España editó Alba). En aquellos libros Peace se mostraba como un maestro de la escritura, un absoluto dominador del flujo de conciencia, que iba de una voz a otra durante más de 2.000 páginas sin dar tregua al lector. David Peace se metía en una piel intermedia entre Ellroy y Joyce (y ya sé que puede sonar exagerado, pero creo que hay que leerlo para ver que no es tan exagerado) para narrar una historia que como quien dice había pasado en su pueblo. Peace, nacido en Yorkshire, desgranaba en aquella tetralogía la historia de los crímenes del llamado Destripador de Yorkshire, quien mató a 13 mujeres entre 1975 y 1980 (cuando David Peace tenía menos de 15 años, cuando me imagino que en su región se vivió una verdadera paranoia ante algo así). Lo más importante del Cuarteto de Red Riding es que no se trataba de una historia que siguiera la trayectoria de aquel asesino ni desde el punto de vista policial ni del propio asesino ni de una de sus víctimas, sino desde un punto de vista casi colectivo, social, con policías perversos, asesinos defendidos por el sistema, periodistas sin escrúpulos, trepas, concejales que solo quieren que dejen de pasar desgracias en su territorio.

Aquel sujeto colectivo del cuarteto de Red Riding, que venía a denunciar el derrumbe de un modo de vida, más o menos seguro en muchos aspectos (el industrial, el familiar, el del orden y la ley, el de las instituciones y la prensa), es el personaje central de GB84. Esta novela, que tradujo y editó Hoja de Lata (en un magnífico trabajo), es una novela social contada con ritmo y maneras de thriller. Es una novela política, que no se esconde, y que pese a ello no renuncia (ni por un momento) a tomar las formas de la mejor literatura para defender una tesis. David Peace piensa que en aquellos primeros años 80 se produjo un crimen, el asesinato de (lo que quedaba de) la clase obrera. Margaret Thatcher es la principal sospechosa del crimen, en términos de una novela negra, la mujer que trajo desde finales de los setenta un discurso que culpabilizaba a los pobres de su pobreza, y una vez estos eran los culpables ante la opinión pública podían quitárseles sus derechos de pobres (sus privilegios, en términos de guerra neoliberal, el privilegio de cobrar un subsidio de desempleo, el privilegio de acceder a viviendas sociales, esa clase de privilegios). Tuve hace años un profesor de inglés, criado en los años setenta en la educación pública británica, que contaba que en su infancia hablaban de Margaret Thatcher, the milk snatcher, porque una de sus primeras medidas (creo recordar que antes de ser primera ministra, cuando entró como ministra de educación en el gobierno de Edward Heath) fue quitar las meriendas con leche que les daban a los niños en el colegio. Una acción harto representativa de un modo de entender la política. ¿Cuánto se puede ahorrar realmente con algo así (en comparación con lo que son los presupuestos de un gobierno)? ¿Hay un símbolo más miserable y cutre que quitarle la leche a los niños?

La huelga minera de 1984 fue la última gran huelga de la Europa Occidental. Puede sonar grandilocuente, pero el día en que aquella protesta terminó (5 años antes de la caída del Muro de Berlín), terminó con ella la capacidad de influencia (en el sentido de preocupar al poder político y económico) que los sindicatos aún mantenían. En esos términos, la novela de Peace es ante todo una novela bélica. Y la narra desde la trinchera, pero también desde los despachos donde unos y otros (y aún otros unos y otros otros, porque las historias se cruzan, y los que creen que pueden sacar algún beneficio parecen estar haciendo cola para recoger su turno) deciden que la guerra debe seguir adelante. Los mineros mantuvieron el pulso, pero perdieron. El gobierno (con sus cloacas) consiguió que la gente los fuera viendo, poco a poco, como unos pesados gritones, un grupo de vagos violentos, antisociales, reaccionarios a su modo. Porque se jugaban distintas partidas entre la revolución y la contrarrevolución y aquella revolución

Thatcher sobrevuela toda la novela casi como un espíritu inspirador de todos los personajes, los que la siguen y quienes se sitúan en su contra. Thatcher está al fondo, se pasea por la sombra, pero no es uno de los personajes, y ella y la Reina de Inglaterra son prácticamente los únicos que faltan. A lo largo de las más de 600 páginas de la novela (cada página del libro es densa, pesa, hay que leerla con gran atención para no perderse detalles, conexiones, pasados y futuros) se cruzan huelguistas, sindicalistas, sindicalistas dispuestos a rendirse, esquiroles, periodistas, policías locales, jefes de la policía, ministros, diputados, hombres oscuros que trabajan para el mejor postor, y las mujeres de muchos de ellos, las que los comprenden y las que se cansan de comprender y esperar.

Que nadie entienda, por favor, que GB84 es un libro únicamente político, una de esas aburridas novelas de tesis que obvian su obligación como novela para tratar de imponer su tesis. Porque nada más lejos de lo que se encontrará. GB84 no propone una tesis, sino que funciona a modo de registro de un tiempo y sus conflictos, muestra en vez de contar, como se suele recomendar a los escritores que empiezan. David Peace se cuela con una cámara oculta y una grabadora en los cuartos más oscuros, esos en los que en determinados momentos se mueve todo. Y lo reconstruye, tal y como pudo suceder, en formato de novela. La novela, como tal, es ambiciosa. Los capítulos se van sucediendo, se interrumpen (literalmente, una de las dos narraciones corta las frases a medias, como si hubiéramos escuchado algo en el autobús y quien lo estaba contando se hubiera bajado en una parada anterior a la nuestra), se recuperan, a veces no, a veces se quedan como cables sin conectar. Hay ideas, y casi frases, que se repiten, hay argot, ruiditos (porque los micrófonos conectados al teléfono por espías hacen ruido), personajes que hablan mal, gritos, susurros. Si la comunicación es mensaje + ruido, aquí hay ruido y hay mensaje, y muchas veces se entremezclan. Es un libro incómodo de leer. Y sin embargo una gozada.

Quizá en la era de la prosa masticada, la prosa sin cocinar nos cueste un poco al principio, pero vale la pena morderla. Quizá nos perdamos en muchos momentos con quién es exactamente el que está hablando, y con quién, y de quién están hablando (y ya no digamos por qué). Cuando yo estaba en el instituto tenía compañeras (sobre todo eran compañeras aquellas lectoras) que leían entusiasmadas Cien años de soledad y que iban elaborando un pequeño dossier con quién era cada Amarante, cada Aureliano, hacían mapas, árboles genealógicos. Yo leía el libro perdiéndome en aquellas ramas familiares entrecruzadas y creía estar entendiendo al final lo mismo. Con GB84 recomiendo dejarse perder. Embriaga la sensación de que el libro nos está ganando, es más listo que nosotros, como en las novelas negras tramposas el autor ya sabe quién es el criminal y esparce pistas falsas. Y al final uno termina agotado (pero con ese agotamiento satisfactorio que nos llega al final de un día ajetreado pero festivo, o tras una carrera que hemos ganado) pero orgulloso.

Tras cerrarlo todo encaja, pero encaja al nivel al que encaja la sociedad, al que encaja la vida. No del todo. No igual para todos. Al final uno acaba con la sensación de que en este libro hay pocos vencedores y muchos perdedores. Y piensa que aquellos perdedores no tienen casi quien los recuerde. Como si no importaran. Como si nunca hubieran importado de verdad.

Seguiremos leyendo y comentándolo de vez en cuando.

Felices lecturas

Sr. E

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