GB84, de
David Peace (Hoja de Lata)
Quienes leen este
blog, y quienes me preguntan por libros, y especialmente quienes me
dicen: me gusta la novela negra, me han escuchado (o leído) hablar
del maravilloso Cuarteto de Red Riding de David Peace. Tengo
para mí que si James Ellroy es un heredero (uno de esos herederos
que coge lo recibido y hace con ello algo totalmente inesperado, pero
tras el que se reconoce la herencia inicial, en este caso la búsqueda
de la brillantez estilística por encima de la trama detectivesca) de
Raymond Chandler, David Peace es el más aventajado entre quienes
aprendieron a escribir novela negra leyendo a James Ellroy. Si hay
algo que hoy en día llama la atención en la escritura de Ellroy es
su crudeza. En una media de novelas negras donde parece que los
autores consideran básico estar recordándonos que lo monstruoso es
monstruoso, y que ellos, a través de sus narradores, lo condenan,
Ellroy se dedica a recordarnos que el mundo es un lugar hostil en el
que existen monstruos. Y lo hace con un lenguaje literario poderoso y
propio pero que no esconde la realidad. En esa misma línea David
Peace fue un paso más allá (en mi opinión) en el Cuarteto de
Red Riding (que en España editó Alba). En aquellos libros Peace
se mostraba como un maestro de la escritura, un absoluto dominador
del flujo de conciencia, que iba de una voz a otra durante más de
2.000 páginas sin dar tregua al lector. David Peace se metía en una
piel intermedia entre Ellroy y Joyce (y ya sé que puede sonar
exagerado, pero creo que hay que leerlo para ver que no es tan
exagerado) para narrar una historia que como quien dice había pasado
en su pueblo. Peace, nacido en Yorkshire, desgranaba en aquella
tetralogía la historia de los crímenes del llamado Destripador de
Yorkshire, quien mató a 13 mujeres entre 1975 y 1980 (cuando David
Peace tenía menos de 15 años, cuando me imagino que en su región
se vivió una verdadera paranoia ante algo así). Lo más importante
del Cuarteto de Red Riding es que no se trataba de una historia que
siguiera la trayectoria de aquel asesino ni desde el punto de vista
policial ni del propio asesino ni de una de sus víctimas, sino desde
un punto de vista casi colectivo, social, con policías perversos,
asesinos defendidos por el sistema, periodistas sin escrúpulos,
trepas, concejales que solo quieren que dejen de pasar desgracias en
su territorio.
Aquel sujeto
colectivo del cuarteto de Red Riding, que venía a denunciar el
derrumbe de un modo de vida, más o menos seguro en muchos aspectos
(el industrial, el familiar, el del orden y la ley, el de las
instituciones y la prensa), es el personaje central de GB84.
Esta novela, que tradujo y editó Hoja de Lata (en un magnífico
trabajo), es una novela social contada con ritmo y maneras de
thriller. Es una novela política, que no se esconde, y que pese a
ello no renuncia (ni por un momento) a tomar las formas de la mejor
literatura para defender una tesis. David Peace piensa que en
aquellos primeros años 80 se produjo un crimen, el asesinato de (lo
que quedaba de) la clase obrera. Margaret Thatcher es la principal
sospechosa del crimen, en términos de una novela negra, la mujer que
trajo desde finales de los setenta un discurso que culpabilizaba a
los pobres de su pobreza, y una vez estos eran los culpables ante la
opinión pública podían quitárseles sus derechos de pobres (sus
privilegios, en términos de guerra neoliberal, el privilegio de
cobrar un subsidio de desempleo, el privilegio de acceder a viviendas
sociales, esa clase de privilegios). Tuve hace años un profesor de
inglés, criado en los años setenta en la educación pública
británica, que contaba que en su infancia hablaban de Margaret
Thatcher, the milk snatcher, porque una de sus primeras medidas (creo
recordar que antes de ser primera ministra, cuando entró como
ministra de educación en el gobierno de Edward Heath) fue quitar las
meriendas con leche que les daban a los niños en el colegio. Una
acción harto representativa de un modo de entender la política.
¿Cuánto se puede ahorrar realmente con algo así (en comparación
con lo que son los presupuestos de un gobierno)? ¿Hay un símbolo
más miserable y cutre que quitarle la leche a los niños?
La huelga minera de
1984 fue la última gran huelga de la Europa Occidental. Puede sonar
grandilocuente, pero el día en que aquella protesta terminó (5 años
antes de la caída del Muro de Berlín), terminó con ella la
capacidad de influencia (en el sentido de preocupar al poder político
y económico) que los sindicatos aún mantenían. En esos términos,
la novela de Peace es ante todo una novela bélica. Y la narra desde
la trinchera, pero también desde los despachos donde unos y otros (y
aún otros unos y otros otros, porque las historias se cruzan, y los
que creen que pueden sacar algún beneficio parecen estar haciendo
cola para recoger su turno) deciden que la guerra debe seguir
adelante. Los mineros mantuvieron el pulso, pero perdieron. El
gobierno (con sus cloacas) consiguió que la gente los fuera viendo,
poco a poco, como unos pesados gritones, un grupo de vagos violentos,
antisociales, reaccionarios a su modo. Porque se jugaban distintas
partidas entre la revolución y la contrarrevolución y aquella
revolución
Thatcher sobrevuela
toda la novela casi como un espíritu inspirador de todos los
personajes, los que la siguen y quienes se sitúan en su contra.
Thatcher está al fondo, se pasea por la sombra, pero no es uno de
los personajes, y ella y la Reina de Inglaterra son prácticamente
los únicos que faltan. A lo largo de las más de 600 páginas de la
novela (cada página del libro es densa, pesa, hay que leerla con
gran atención para no perderse detalles, conexiones, pasados y
futuros) se cruzan huelguistas, sindicalistas, sindicalistas
dispuestos a rendirse, esquiroles, periodistas, policías locales,
jefes de la policía, ministros, diputados, hombres oscuros que
trabajan para el mejor postor, y las mujeres de muchos de ellos, las
que los comprenden y las que se cansan de comprender y esperar.
Que nadie entienda,
por favor, que GB84 es un libro únicamente político, una de esas
aburridas novelas de tesis que obvian su obligación como novela para
tratar de imponer su tesis. Porque nada más lejos de lo que se
encontrará. GB84 no propone una tesis, sino que funciona a modo de
registro de un tiempo y sus conflictos, muestra en vez de contar,
como se suele recomendar a los escritores que empiezan. David Peace
se cuela con una cámara oculta y una grabadora en los cuartos más
oscuros, esos en los que en determinados momentos se mueve todo. Y lo
reconstruye, tal y como pudo suceder, en formato de novela. La
novela, como tal, es ambiciosa. Los capítulos se van sucediendo, se
interrumpen (literalmente, una de las dos narraciones corta las
frases a medias, como si hubiéramos escuchado algo en el autobús y
quien lo estaba contando se hubiera bajado en una parada anterior a
la nuestra), se recuperan, a veces no, a veces se quedan como cables
sin conectar. Hay ideas, y casi frases, que se repiten, hay argot,
ruiditos (porque los micrófonos conectados al teléfono por espías
hacen ruido), personajes que hablan mal, gritos, susurros. Si la
comunicación es mensaje + ruido, aquí hay ruido y hay mensaje, y
muchas veces se entremezclan. Es un libro incómodo de leer. Y sin
embargo una gozada.
Quizá en la era de
la prosa masticada, la prosa sin cocinar nos cueste un poco al
principio, pero vale la pena morderla. Quizá nos perdamos en muchos
momentos con quién es exactamente el que está hablando, y con
quién, y de quién están hablando (y ya no digamos por qué).
Cuando yo estaba en el instituto tenía compañeras (sobre todo eran
compañeras aquellas lectoras) que leían entusiasmadas Cien años de
soledad y que iban elaborando un pequeño dossier con quién era cada
Amarante, cada Aureliano, hacían mapas, árboles genealógicos. Yo
leía el libro perdiéndome en aquellas ramas familiares
entrecruzadas y creía estar entendiendo al final lo mismo. Con GB84
recomiendo dejarse perder. Embriaga la sensación de que el libro nos
está ganando, es más listo que nosotros, como en las novelas negras
tramposas el autor ya sabe quién es el criminal y esparce pistas
falsas. Y al final uno termina agotado (pero con ese agotamiento
satisfactorio que nos llega al final de un día ajetreado pero
festivo, o tras una carrera que hemos ganado) pero orgulloso.
Tras cerrarlo todo
encaja, pero encaja al nivel al que encaja la sociedad, al que encaja
la vida. No del todo. No igual para todos. Al final uno acaba con la
sensación de que en este libro hay pocos vencedores y muchos
perdedores. Y piensa que aquellos perdedores no tienen casi quien los
recuerde. Como si no importaran. Como si nunca hubieran importado de
verdad.
Seguiremos leyendo y
comentándolo de vez en cuando.
Felices lecturas
Sr. E
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