jueves, 27 de septiembre de 2018

Guerrilleros, de V. S. Naipaul


Guerrilleros, de V. S. Naipaul (DeBolsillo)

V. S. Naipaul ganó el Premio Nobel en 2001. Un año después lo ganó J. M. Coetzee. La sensación que siempre he tenido, leyéndolos a los dos, es que no se ha vuelto a repetir un encadenamiento (y entre los motivos siempre poco claros de quienes dan este premio entre los premios sé que debía haber algo así como reconocer la literatura poscolonial) de escritores de esa talla, y que no habrán sido tantos los que se hayan dado en las últimas décadas. Y esto lo digo sintiendo a Coetzee como uno de mis escritores predilectos y a Naipaul como un autor al que generalmente no he logrado entrar, con cuyas obras no he sabido conectar con facilidad, o me ha costado mucho. Tras el Nobel su obras fue más o menos traducida al español, estuvo accesible en librerías y bibliotecas, a finales de la década de los 2000 hubo un par de biografías que lo mostraban como un ser humano deplorable y cercano a un monstruo (ante lo que nuestras sociedades fácilmente escandalizables gritaron un: “¡Oh! Un escritor casi genial que es un verdadero hijo de puta en su casa. ¡No nos lo esperábamos! ¡Qué horror!”). Aquello fue en 2008 o 2009, y recuerdo un titular de prensa que decía: Un prodigio de escritura y mezquindad. Una década después, supongo que se hubiera pedido (y tal vez logrado) que sus libros fueran purgados de las bibliotecas y librerías, de los centros escolares que pudieran tenerlos. Lo más sorprendente del caso, o así me lo sigue pareciendo, es que uno de aquellos libros era su biografía autorizada, de un autor con el que había colaborado para su redacción.

Dejando el personaje de Naipaul al margen, el tema es que este verano me vi en Asturias pasando unos días sin ningún buen libro en la maleta (porque por algún estúpido motivo parecía que había decidido echar dos libros malos). Aproveché una visita a Oviedo para ir a la famosa (y estupenda) librería Cervantes y compré unos cuantos libros de bolsillo. Uno fue Guerrilleros, de Naipaul. Ya decía que mi experiencia previa con Naipaul no había sido del todo satisfactoria. Siempre que había leído alguno de sus libros (y lo había intentado muchas veces), había visto a un muy buen escritor con una gran capacidad para la observación y la extracción de conclusiones y de ligar ideas aparentemente dispersas de un modo original. Sus libros de viajes (India y Entre los creyentes) me habían interesado mucho, así como Leer y escribir. Como autor de ficción, ni Un recodo en el río ni Una casa para Mr. Biswas, quizá sus dos novelas más conocidas y celebradas, me habían dicho nada especial. Veía que estaban trabajadas por un buen escritor (un muy buen escritor, quizá), pero era como si no me afectaran.

Pese a ello, compré Guerrilleros. No sé por qué pensé que me gustaría. Y me metí pronto en sus páginas, dibujos y trama. Guerrilleros es una novela plenamente de su época (está escrita a mediados de los setenta, cuando los guerrilleros, de Fidel Castro y el Che Guevara a los sandinistas aún despertaban una admiración más o menos transversal; creo que los últimos guerrilleros con los que se tuvo esa consideración fueron los zapatistas a mediados de los noventa en Chiapas, puede que el Subcomandante Marcos fuera el último de esa estirpe que se hizo popular y simpático en el primer mundo). La novela nos lleva a un país africano donde hay una guerrilla más o menos revolucionaria, alabada desde la metrópoli (Londres en este caso, como capital del Reino Unido y prácticamente del mundo), incomprendida desde la realidad cercana, mitificados y criticados a partes iguales. Una periodista británica viaja a entrevistarse con su líder, el carismático Jimmy Ahmed. Ahmed habla como un místico, y vive rodeado de aduladores. Jimmy Ahmed también despierta la fascinación de sus visitantes (más que sus huéspedes), Jane y Roche. Ella está embrujada por su figura, y él desconfía. Él, precisamente ha vuelto a un país del que había salido hacía años para ser el relaciones públicas (y esa figura creo que es una de las claves del tono de la novela, la sensación, ya en 1975, de que lo importante era vender el discurso, fuera comercial o político) de una empresa con un sucio pasado esclavista. Algunos de los que están entre los seguidores de Jimmy parecen estar conspirando para heredar su sitio. Los poderes establecidos, esos poderes que se ponen caretas de década en década y país en país, ceban el poder local de Ahmed porque saben, en el fondo, que no es preocupante.

A Naipaul, que nació en una lejana colonia británica del Índico, siempre le han interesado los temas de la identidad y la ocupación (y las posibilidades de tener una identidad propia entre imposiciones, y las de liberarse de esa ocupación). A Naipaul se le ha acusado de rencoroso y de racista, de colonialista y de anticolonialista. Aunque creo que realmente Naipaul no escribió esta clase de libros con una ideología clara detrás, no escribía para exponer unas ideas e incluso tratar de convencer a los lectores de algo. La sensación que da Naipaul es que no acababa de entender el mundo que se estaba formando en las antiguas colonias británicas y entre fascinado y descolocado, trataba de describir el choque entre palabra y hechos, entre antigüedad y modernidad.

Jimmy Ahmed, la figura que está en el centro de Guerrilleros, se mueve como un pez en el agua en la tensión entre la palabra revolucionaria y el hecho milenario de la tierra y sus realidades. No es casual que muchas revoluciones, como esta, hablaran de la reinversión de la tierra. Guerrilleros, y quizá por eso me ha gustado más que otras novelas de Naipaul que había leído, está llena de diálogos, hay menos narrador y menos reflexión. Los diálogos hacen ruido en este libro, son palabras huecas que suenan a profundas, son una representación perfecta de lo rimbombantes que llegan a ponerse los políticos cuando se sienten ungidos, elegidos para llevar a cabo una misión trascendental. Ante todo ese ruido, es normal que Jane y Roche acaben sintiéndose confundidos. Y una de las ideas claves de la novela es, más que el ruido, cómo este puede acabar abotargando el sentido crítico de quienes se ven envueltos en él. Uno termina de leer Guerrilleros con la sensación de haber abierto un documento histórico que posee algunas claves, y por otro lado de haber mirado por una ventana que sigue abierta al mundo.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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