Guerrilleros,
de V. S. Naipaul (DeBolsillo)
V. S.
Naipaul ganó el Premio Nobel en 2001. Un año después lo ganó J.
M. Coetzee. La sensación que siempre he tenido, leyéndolos a los
dos, es que no se ha vuelto a repetir un encadenamiento (y entre los
motivos siempre poco claros de quienes dan este premio entre los
premios sé que debía haber algo así como reconocer la literatura
poscolonial) de escritores de esa talla, y que no habrán sido tantos
los que se hayan dado en las últimas décadas. Y esto lo digo
sintiendo a Coetzee como uno de mis escritores predilectos y a
Naipaul como un autor al que generalmente no he logrado entrar, con
cuyas obras no he sabido conectar con facilidad, o me ha costado
mucho. Tras el Nobel su obras fue más o menos traducida al español,
estuvo accesible en librerías y bibliotecas, a finales de la década
de los 2000 hubo un par de biografías que lo mostraban como un ser
humano deplorable y cercano a un monstruo (ante lo que nuestras
sociedades fácilmente escandalizables gritaron un: “¡Oh! Un
escritor casi genial que es un verdadero hijo de puta en su casa. ¡No
nos lo esperábamos! ¡Qué horror!”). Aquello fue en 2008 o 2009,
y recuerdo un titular de prensa que decía: Un prodigio de
escritura y mezquindad. Una década después, supongo que se
hubiera pedido (y tal vez logrado) que sus libros fueran purgados de
las bibliotecas y librerías, de los centros escolares que pudieran
tenerlos. Lo más sorprendente del caso, o así me lo sigue
pareciendo, es que uno de aquellos libros era su biografía
autorizada, de un autor con el que había colaborado para su
redacción.
Dejando
el personaje de Naipaul al margen, el tema es que este verano me vi
en Asturias pasando unos días sin ningún buen libro en la maleta
(porque por algún estúpido motivo parecía que había decidido
echar dos libros malos). Aproveché una visita a Oviedo para ir a la
famosa (y estupenda) librería Cervantes y compré unos
cuantos libros de bolsillo. Uno fue Guerrilleros, de Naipaul.
Ya decía que mi experiencia previa con Naipaul no había sido del
todo satisfactoria. Siempre que había leído alguno de sus libros (y
lo había intentado muchas veces), había visto a un muy buen
escritor con una gran capacidad para la observación y la extracción
de conclusiones y de ligar ideas aparentemente dispersas de un modo
original. Sus libros de viajes (India y Entre los
creyentes) me habían interesado mucho, así como Leer y
escribir. Como autor de ficción, ni Un recodo en el río
ni Una casa para Mr. Biswas, quizá sus dos novelas más
conocidas y celebradas, me habían dicho nada especial. Veía que
estaban trabajadas por un buen escritor (un muy buen escritor,
quizá), pero era como si no me afectaran.
Pese a
ello, compré Guerrilleros. No sé por qué pensé que me
gustaría. Y me metí pronto en sus páginas, dibujos y trama.
Guerrilleros es una novela plenamente de su época (está
escrita a mediados de los setenta, cuando los guerrilleros, de Fidel
Castro y el Che Guevara a los sandinistas aún despertaban una
admiración más o menos transversal; creo que los últimos
guerrilleros con los que se tuvo esa consideración fueron los
zapatistas a mediados de los noventa en Chiapas, puede que el
Subcomandante Marcos fuera el último de esa estirpe que se hizo
popular y simpático en el primer mundo). La novela nos lleva a un
país africano donde hay una guerrilla más o menos revolucionaria,
alabada desde la metrópoli (Londres en este caso, como capital del
Reino Unido y prácticamente del mundo), incomprendida desde la
realidad cercana, mitificados y criticados a partes iguales. Una
periodista británica viaja a entrevistarse con su líder, el
carismático Jimmy Ahmed. Ahmed habla como un místico, y vive
rodeado de aduladores. Jimmy Ahmed también despierta la fascinación
de sus visitantes (más que sus huéspedes), Jane y Roche. Ella está
embrujada por su figura, y él desconfía. Él, precisamente ha
vuelto a un país del que había salido hacía años para ser el
relaciones públicas (y esa figura creo que es una de las claves del
tono de la novela, la sensación, ya en 1975, de que lo importante
era vender el discurso, fuera comercial o político) de una empresa
con un sucio pasado esclavista. Algunos de los que están entre los
seguidores de Jimmy parecen estar conspirando para heredar su sitio.
Los poderes establecidos, esos poderes que se ponen caretas de década
en década y país en país, ceban el poder local de Ahmed porque
saben, en el fondo, que no es preocupante.
A
Naipaul, que nació en una lejana colonia británica del Índico,
siempre le han interesado los temas de la identidad y la ocupación
(y las posibilidades de tener una identidad propia entre
imposiciones, y las de liberarse de esa ocupación). A Naipaul se le
ha acusado de rencoroso y de racista, de colonialista y de
anticolonialista. Aunque creo que realmente Naipaul no escribió esta
clase de libros con una ideología clara detrás, no escribía para
exponer unas ideas e incluso tratar de convencer a los lectores de
algo. La sensación que da Naipaul es que no acababa de entender el
mundo que se estaba formando en las antiguas colonias británicas y
entre fascinado y descolocado, trataba de describir el choque entre
palabra y hechos, entre antigüedad y modernidad.
Jimmy
Ahmed, la figura que está en el centro de Guerrilleros, se
mueve como un pez en el agua en la tensión entre la palabra
revolucionaria y el hecho milenario de la tierra y sus realidades. No
es casual que muchas revoluciones, como esta, hablaran de la
reinversión de la tierra. Guerrilleros, y quizá por eso me
ha gustado más que otras novelas de Naipaul que había leído, está
llena de diálogos, hay menos narrador y menos reflexión. Los
diálogos hacen ruido en este libro, son palabras huecas que suenan a
profundas, son una representación perfecta de lo rimbombantes que
llegan a ponerse los políticos cuando se sienten ungidos, elegidos
para llevar a cabo una misión trascendental. Ante todo ese ruido, es
normal que Jane y Roche acaben sintiéndose confundidos. Y una de las
ideas claves de la novela es, más que el ruido, cómo este puede
acabar abotargando el sentido crítico de quienes se ven envueltos en
él. Uno termina de leer Guerrilleros con la sensación de
haber abierto un documento histórico que posee algunas claves, y por
otro lado de haber mirado por una ventana que sigue abierta al mundo.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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