Dos
ensayos para aprender y divertirse: Cronometrados, de Simon
Garfield (Taurus) e Historia alternativa del siglo XX, de John
Higgs (Taurus)
Cuando
yo estudiaba la carrera de Físicas, había dos grandes escuelas de
libros, especialmente a partir de tercero de carrera (con asignaturas
cada vez más específicas, y en las que ya era muy raro encontrar
libros escritos por profesores españoles y más o menos adaptados a
las asignaturas tal y como se concretaban en la Complutense). Los
libros de universidades americanas y sus profesores, y los libros que
venían de la (extinta) escuela soviética. Los segundos eran secos,
duros, pero muy completos y con todas las demostraciones y relojería
matemática que sostenía y justificaba los temas. Los americanos,
por contra, tenían márgenes más amplios, más ejemplos prácticos
y fotografías, su lectura era menos tediosa, pero a veces resultaban
menos rigurosos y se saltaban demostraciones y pasos de cálculo (que
el estudiante debía entonces deducir por su cuenta). Hay un tipo de
ensayo, habitualmente anglosajón, que es como esos libros. Son
divertidos, están llenos de anécdotas concretas, se siguen como
narraciones bien construidas, cohesionadas, dan ganas de llevarlos en
el metro, en el bus, a la playa, a la piscina, leer un poco más
antes de dormir, y se aprende con ellos (al menos se tiene esa
sensación de estar aprendiendo).
He
leído recientemente dos de estos libros, uno detrás del que llevaba
un par de años (Cronometrados) y otro que apareció a mi paso
en la biblioteca y también decidí coger (Historia alternativa
del siglo XX). Crometrados, cuyo título completo es
Cronometrados: Cómo la humanidad se obsesionó con el tiempo,
es un libro que recorre, desde un punto de vista histórico –
filosófico, el proceso por el que el tiempo, su medida (incluyendo
sus instrumentos de medida), sus consideraciones, consecuencias,
relaciones con todos los aspectos de la vida, fueron ganando
importancia, realmente, visto como se ve en el libro, en un periodo
corto y muy reciente, en poco más de siglo y medio. Una de las cosas
que vemos en el libro es que fue necesaria la aparición de sistemas
nacionales de ferrocarriles en Reino Unido y Francia para que se
comprendiera que hacía falta que la hora fuera única y la misma
(imaginemos que la hora oficial fuese distinta en la ciudad de
partida y de llegada de un viaje, eso pasaba, ya que la hora oficial
en cada ciudad dependía del reloj de la iglesia primero y luego del
ayuntamiento).
El
libro está escrito al modo de una recopilación de artículos y
pequeños estudios, lo que hace que algunos sean más redondos que
otros, además de que a cada lector le interesen más unos aspectos u
otros. Garfield se mueve con soltura por los aspectos científicos
del tiempo, y enriquece sus capítulos con anécdotas que a veces son
muy divertidas. Lo más divertido, como siempre en estas cuestiones,
son los conspiradores que se oponen a lo inevitable, por ejemplo
aquellos que se oponen a los cambios de año y (todavía hoy en día)
intentan que no llegue el año siguiente, y cada 1 de enero intentan
boicotearlo. El tiempo es una clave en los biorritmos y en la música,
por ejemplo, y tienen sus respectivos capítulos. También son muy
valiosas las reflexiones que Garfield hace sobre el aprovechamiento
del tiempo, algo que en principio es un bien pero que si se mira
desde otras ópticas nos puede hacernos preguntarnos: ¿aprovechar
mejor el tiempo, para qué? Porque en general, quienes nos sugieren
que aprovechemos mejor el tiempo lo hacen para que podamos dedicar
aún más tiempo al trabajo y a la productividad. Garfield ha leído
y nos resume decenas de libros sobre aprovechamiento del tiempo (que
por definición son incoherentes), que aparte de consejos que pueden
ser útiles (las famosas listas, priorizar las tareas …) sugieren
por ejemplo reducir las amistades. Vemos el extremo del Soylent,
una comida en polvo, que se prepara en un vaso de agua y se toma en
un minuto y que en teoría (y puede que incluso sea cierto, aunque
como bien dice Garfield no se sabe nada de sus efectos a largo plazo)
contiene todos los nutrientes necesarios. Quienes lo idearon (y
quienes idearon otras marcas alternativas) defienden que se ahorran
unas dos horas diarias en cocinar, comer y limpiar después. ¿Nos
imaginamos un mundo en el que la gente quede con sus amigos para
tomarse un vaso de esos preparados? Es otra pregunta que nos lanza el
autor.
Historia
alternativa del siglo XX no es, como pueda sugerir su título
(como a mí me sugirió, menos mal que fui a echarle un ojo y vi que
era otra cosa), un libro de historia que trate de explicarnos el
siglo XX como alguna clase de conspiración de poderes oscuros que
intentan que no conozcamos la verdad (sea lo que sea la verdad, en
términos absolutos). Lo que hace Higgs, y lo que a mi parecer lo
convierte en un libro muy valioso, es coger el siglo XX, tal y como
lo conocemos, y analizarlo de otra manera. No cambia en su análisis
qué es el siglo XX sino cómo ver el siglo XX, lo que finalmente
conlleva, claro, que se modifique la visión de qué fue. Higgs pone
el foco en algunos temas e ideas que considera claves del siglo XX,
bien porque nacieron con él (ideas como la relatividad, la cuántica,
el arte contemporáneo, la posmodernidad, el caos, algunas corrientes
filosóficas) o bien porque se modificaron sustancialmente (el
dinero, el ocio, el sexo). Hablando de posmodernidad, el libro es
esencialmente posmoderno, pues va tocando distintas pistas, momentos
y lugares, formando así, poco a poco en nuestras mentes, un tapiz
completo, donde el significado se va completando, esos temas se van
relacionando y completando unos a otros.
Los
dos libros comienzan (o prácticamente comienzan) con una misma
anécdota, el atentado que se produjo el 15 de febrero de 1894 (ya se
sabe que el siglo XX es un estado de ánimo, y no tiene por qué
empezar exactamente en una fecha correcta) contra el observatorio de
Greenwich, a donde el anarquista francés (y como bien dice Higgs no
confundamos lo que significaba ser anarquista en el siglo XIX con lo
que pueda significar hoy) Martial Bourdin acudió con una bomba que
le explotó antes de llegar, causándole la muerte. Es un atentado
que nunca se entendió del todo (¿contra el tiempo? ¿contra la
uniformidad, al modo de un atentado que prefigurara los movimientos
anti – globalización de finales del siglo XX?) y que inspiró la
novela El agente secreto, de Joseph Conrad, que me dieron
muchas ganas de leer a partir de estos libros. No es la única
coincidencia entre ambos textos, ya que el tiempo, su concepción y
el valor que le damos (o que no le damos) ha cambiado mucho durante
el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Son
dos libros que entretienen, acompañan, nos enganchan y nos enseñan
algo. ¿Qué más le pedimos a una buena lectura veraniega?
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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