Dos
ensayos diferentes: Judas y otros ensayos sobre lo divino y
lo humano, de Thomas De Quincey y Teoría y práctica de La
Habana, de Rubén Gallo (ambos de Jus Ediciones)
Antes
de caerme dentro de estos dos libros, absorbido por su potencia y
radicalidad (porque son esa clase de libros que no te sueltan), conocía poco más que el nombre de Thomas De Quincey
como autor de dos de esos libros que se citan mucho y no sé cuántos
habrán leído realmente: Del asesinato como una de las bellas
artes y Confesiones de un inglés comedor de opio. De
Rubén Gallo no sabía absolutamente nada. Leídos en paralelo creo
que sus efectos se han multiplicado, reforzando la lectura de uno la
del otro.
Empiezo
por De Quincey, por aquello de ser un autor clásico, venerable,
admirado por Borges, como bien nos recuerda la edición de Jus.
Thomas De Quincey fue esencialmente un ensayista de la primera mitad
del siglo XIX, y llamarlo venerable debe ir acompañado de otras
experiencias vitales como fueron su alcoholismo y adicción al opio.
Su sentido del humor es fino, inteligente, y si se es lector de
Borges no es difícil entender por qué sentía predilección por él.
Los ensayos aquí recogidos, todos cercanos de una u otra manera a la
idea de religión, están escritos desde la experiencia y reflexión
exclusivamente personal. De Quincey lee a los clásicos, rastrea,
saca conclusiones y las expone con gracia y con un ánimo provocador
que en algunos momentos le cuesta disimular. Se agradece, no
obstante, ese afán provocador.
Judas
Iscariote, el primer ensayo del libro, retrata la figura del
famoso traidor no como la de un traidor sino la de un incomprendido.
Alguien al menos tan bueno como Jesucristo que solamente quiso
acelerar un poco el proceso que sentía que estaban poniendo en
marcha. Le parecía a Judas que Jesucristo tenía muy buenas
intenciones pero le faltaba decisión, y le ayuda a acelerar el
proceso. La idea, como se ve, es atractiva. Desde su ironía y
lucidez, De Quincey es un pesimista, o eso me ha parecido, y los dos
siguientes ensayos, Sobre la guerra y Sobre el suicidio,
van en esa línea oscura. Sobre la guerra viene a intentar
demostrar que da igual lo racionales y positivistas que los seres
humanos se vuelvan, las guerras nunca desaparecerán (y más de 150
años después así sigue siendo), y Sobre el suicidio toma
como partida un poema de John Donne para reflexionar sobre este
hecho, adelantándose en algunos aspectos al Mito de Sísifo
de Camus, compartiendo ambos, me parece, la idea de que no hay nada
más humano que la tentación de acabar con la vida propia. La
superstición moderna, el último ensayo, viene a oponerse a las
ideas de luz e ilustración que traía su época, y no por oposición
a las ideas, que De Quincey comparte en su mayoría, sino en cuanto a
su optimismo, a la propia idea de que el raciocinio podría imponerse
a la superstición. De Quincey incluye en una misma categoría a las
religiones organizadas y a las supersticiones, y aunque en ese
sentido se sitúa en el bando contrario, parece compartir el espíritu
de la frase de Chesterton que dice: “Cuando se deja de creer en
Dios enseguida se empieza a creer en cualquier cosa”. En este
último ensayo De Quincey se resigna a que nunca desaparecerán de
entre las costumbres humanas la tendencia a creer en lo sobrenatural,
a pedir su protección, a dejarse guiar por sus intérpretes. Y casi
considera que las religiones tradicionales vendrían a ser el mal
menor.
Rubén
Gallo es un profesor mexicano afincado en los Estados Unidos, donde
trabaja en la Universidad de Princeton. Mirando un poco en la entrada
que la wikipedia en inglés le dedica podemos ver que sus
especialidades son los intercambios culturales entre Europa y
Latinoamérica, ya que ha escrito libros sobre la influencia de
Sigmund Freud y Marcel Proust en Latinoamérica, sobre las
vanguardias mexicanas, escritores heterodoxos y la propia Ciudad de
México. Su enfoque general parece partir de la postura de un típico
liberal estadounidense (y cuidado con la palabra, que en España se
asocia a otras posturas mucho más derechistas) y la llamada a leerlo
en la faja de la editorial de Vargas Llosa (con quien compartió el
libro Conversación en Princeton) podría hacer pensar que se
trata de un observador mucho más ideologizado de lo que realmente
es. Y se agradece.
Rubén
Gallo llegó para pasar 6 meses a La Habana en 2015, y tratando de
mirar la ciudad con ojos desprejuiciados, construye un recorrido
divertido y desquiciado por los rincones ocultos de La Habana. Y
según su mirada cualquiera de sus rincones puede serlo. No conozco
La Habana y ni siquiera he leído demasiados libros sobre ella, pero
la entrada en este libro, la irrupción de un cabaret astroso y lleno
de seres marginados hasta no hace tanto en Cuba, no solo marginados
sino perseguidos, ahora convertidos como le dice su interlocutor en
los triunfadores, la nueva clase media, los gays, esa llegada a ese
espectáculo musical entre decadente e irresistible, me parece una
imagen insuperable de una ciudad y de una sociedad, y me ha llevado a
recordar una lectura que en su momento me encantó, La Habana para
un infante difunto, de Cabrera Infante.
2015
no pudo ser un año más señalado para llegar a La Habana, pues en ese
verano se firmó el primer acuerdo de (más o menos) desbloqueo de
las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Rubén Gallo retrata
en Teoría y práctica de La Habana a una sociedad caótica,
donde se sobrevive como modo natural de existencia, y dibuja sin
insistencia y alejado de dogmatismos a favor ni en contra los cambios
que se han producido desde la Revolución de 1959, jugando con el
título podemos decir que hay mucha más práctica habanera que
teoría cubana. Fidel está muerto y la portada, ese Che Guevara
maquillado en tonos rosas es perfecta, pues su imagen icónica, pura
publicidad desde hace décadas, sirve de base para retratar los
cambios. Y los cambios políticos, como suele suceder en las
dictaduras, empiezan por los cambios en las costumbres. La apertura,
por pequeña que sea, se nota. Y donde no está abierto los habaneros
tienden a hacer como que sí, e igual que en los relatos de Pedro
Juan Gutiérrez se goza y se palpita dando la espalda a la
oficialidad, a un Estado que es un Todo que en teoría asfixia pero
que prefiere no mirar hacia algunos lugares.
Gallo
no trata de decir en su libro que ha entendido qué es La Habana en 6
meses, porque sería absurdo, sino que nos enseña su viaje interior
y cuela testimonios, miradas, problemas que vio en ese tiempo. Va de
lo personal para enseñarnos la colectividad, sin dar lecciones,
recibiéndolas, más bien, lo que nos pone instintivamente de su lado
como lectores y nos hace pedir más. Pero, por desgracia, el libro se
acaba, la ventana se cierra, le tenemos que decir adiós a La Habana.
Y nos despedimos con la risa en la boca y las lágrimas en los ojos.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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