domingo, 13 de mayo de 2018

No, mamá, no, de Verity Bargate


No, mamá, no, de Verity Bargate (Alba)

Esta novela, primera de la autora, fue publicada en 1978. No había sido traducida hasta 2017, y creo que lo ha sido porque era el momento, en ese ambiente de debate social sobre los roles de la mujer, con ese debate tan encendido a veces sobre la maternidad, sus trampas y desengaños. Como digo, es un debate que se enciende cada pocas semanas y al que están acompañando muchos libros, pero intentaré dejarlo ahí lejos, al fondo de la reseña, como mero ruido ambiente. Alba va acompañando su bien conocido y ponderado catálogo de clásicos con narrativa contemporánea que encuentra en ellos su lugar natural. Aquí bajo el nombre de Rara avis para la colección.

Verity Bargate murió joven, a los 41 años, solo 3 después de publicar esta primera novela, y con solo otras dos obras de narrativa. Fue también directora y autora teatral, y esta fue de hecho su dedicación principal. Vamos al libro: No, mamá, no, es una novela corta, de poco más de 150 páginas, que se devora entre el asombro y el sobrecogimiento. Algunos adjetivos que están desgastados de tanto uso pero que encajarían perfectamente a la hora de describirla son: cruda, dolorosa, necesaria, auténtica.

Jodie, la protagonista, empieza a contarnos su historia en el hospital, después de dar a luz a su segundo hijo. Empieza el libro con uno de esos comienzos que quedan: “Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada”. No se trata, sin embargo, de un libro que juegue al efectismo con frases redondas para enmarcar, aunque tiene frases redondas y algunas deberían quedar enmarcadas. Con ese inicio parece que será la crónica de una depresión post – parto, y lo será, pero será algo muhco más profundo y complejo. Peor que detestar algo es no sentir nada. No hay nada menos humano que la ausencia total de empatía. De hecho, se llama psicopatía, y es lo que Jodie empieza a describirnos. Quiere que le quiten de encima al niño y la dejen leyendo, fumando, lejos. Acude a hablar con los médicos antes de salir del hospital y ya les advierte de que vive en un piso alto y no quiere para nada a ese niño feo y podría pasar lo peor. Pero más allá de sonrisas y comentarios condescendientes y una pastilla, la mandan de vuelta a casa con su hijo mayor, de 2 años, y su marido, a los que tampoco quiere. La relación matrimonial está rota. Y ese segundo intento de revivirla con un hijo no es más que otro fracaso.

¿Cuántas parejas han intentado resucitar algo que no funcionaba con un hijo? ¿Cuántas mujeres han buscado completarse mediante la maternidad? Esas son dos preguntas que quedan en el aire y que duelen en este libro. La madre de Jodie no la quiso, o no demasiado, o sencillamente estuvo totalmente ausente en su infancia, y ella quería hijas a las que querer de verdad. Pero no las tiene, tiene dos hijos, y un marido egoísta que sale, la mira con pena, cree que se ha vuelto loca y lo mejor que tiene para ofrecerle es la consulta de un psiquiatra amigo suyo. Jodie va y se siente mal, con sus secretos previamente revelados por su marido, casi casi violada. Y la violación es un tema que va más allá del sexo en este libro, aunque también va de sexo, del sexo marital impuesto, de los deberes conyugales, de una escena tremenda en la que ella se queda dormida mientras es penetrada.

Cansancio, hastío, falta de ilusión. Las miradas de los demás. Los juicios externos. El único refugio en algunos paseos, charlas puntuales con desconocidos amables, libros, especialmente uno, El fin del romance, de Graham Greene, por el que pasa una y otra vez con deleite. Y pasa el tiempo.

Aparece una pequeña esperanza. Una vieja amiga de la universidad, su mejor amiga, quizá la mujer a la que más unida ha estado nunca. La llama, da con ella después de una década, sienten que puede funcionar, que seguirán siendo tan íntimas. Organizan una visita a su ciudad en la costa. No era lo previsto inicialmente pero irá con los niños. Aunque antes de llegar los convertirá en niñas, poniéndoles las ropitas de niña que siempre tiene a su lado, y fingirá una vida que no tiene. Las dos encontrarán alivio en su amiga, hablando del pasado, aunque las dos sabrán también que hay algo que se ha roto, probablemente en el interior de cada una de ellas, y que no volverá a fluir la amistad como antes. El marido de ella, un actor con ínfulas, es un perfecto idiota. Ellas dos tratan de darle la espalda a los perfectos idiotas pero no es tan fácil.

Cada semana se llena de la esperanza de que llegue el próximo lunes. Y cada lunes, con sus pequeñas anécdotas, llena en el recuerdo los días que quedan por delante. De lunes a lunes. Hasta que en un tren de vuelta todo descarrila y lo simbólico se vuelve más real que nunca, la pesadilla se hace realidad quizá con un exceso de melodrama por parte de la autora, y Jodie acaba en una institución psiquiátrica, repudiada por su marido, con sus hijos lejos, loca. Porque eso es lo que todos habían pensado de ella desde el principio del libro, que estaba loca, que lo que le pasaba era antinatural, y parece que ellos han ganado. Sin remedio.

Un libro que leer y sobre el que pensar detenidamente.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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