Gótico carpintero, de William
Gaddis (Sexto Piso) vs. La escoba del
sistema, de David Foster Wallace (Pálido Fuego)
He cruzado de 2016 a 2017 a lomos de estas dos
novelas, que comencé a leer en los últimos días del año pasado y he terminado
en los primeros del actual. Es la primera novela que leo de Gaddis y una de las
pocas obras de Foster Wallace que me restaban (ya sólo me queda La broma
infinita). Empecé con esta obra de Gaddis porque sus grandes novelas me
intimidaban un poco, por su tamaño y ambición.
William Gaddis publicó su tercera novela, Gótico carpintero, en 1985. Gaddis fue,
como quizá deberían serlo todos, un escritor sin prisa por publicar. Alguien
que no tuvo problema en dejar pasar 20 años entre su primera y su segunda
novela, y 10 más entre la segunda y la tercera.
Gótico
carpintero toma su título de un estilo arquitectónico
americano, nacido al amparo del neogótico, en el que lo importante era el
envoltorio. Los arquitectos diseñaban bonitas casas de madera que resultaban
atractivas desde fuera, y luego, en un ejercicio de habilidad, trataban de
encajar en su interior los pilares, tabiques y muebles. Ese es un dato que se
da cuando se ha pasado la mitad de la novela, como de pasada. El casero de la
pareja protagonista lo dice como si no importara. Esa pareja protagonista es,
claro, una pareja mal avenida: ella hija de una fortuna de la que la herencia
de su padre la ha dejado fuera, él un veterano de la guerra amargado porque no
tiene dinero, uno de esos tipos que siempre tiene un gran plan para forrarse al
que sólo el egoísmo y estrechez de miras de los demás impiden prosperar. Ese
marido busca que el Estado lo indemnice por las consecuencias de su paso por la
guerra, y la novela es una sucesión de visitas a médicos, facturas sin pagar y
vasos de whisky. Ella tiene un hermano gorrón y amigos que gustan más o menos a
su marido en función de las oportunidades que le presentan de sacarles dinero.
El casero es otro personaje a no olvidar, una
especie de genio desaparecido, alguien que iba a ser escritor y ahora es un no –
escritor, un lector perfecto que se gana la vida escribiendo textos para
manuales escolares de geología, porque también es geólogo, y parece que sobre
todo dedica su tiempo a fumar y a la divagación.
Todos hablan y hablan sin escucharse. Los
diálogos de la novela de Gaddis están mal puntuados y tratan de reproducir el
habla de personas que hace años que no escuchan y sólo hablan y hablan tratando
de atropellar el discurso de los demás. La novela de Gaddis se relaciona
directamente con la de Foster Wallace, su ópera prima, en ese punto, en el de
los diálogos inverosímiles, largos, recargados, artificiales pero adictivos,
que también son marca de la casa de Don DeLillo. Tengo apuntada una cita de la
novela Ruido de fondo, de DeLillo,
también de 1985, que dice que: “La familia es la principal fuente de
desinformación”, porque a veces todos hablan y hablan y nadie escucha al otro.
Algo estaba gestándose en 1985. Algo vieron en
el aire, algo notaron DeLillo, Foster Wallace y Gaddis, que los llevó a
escribir tres novelas en las que los personajes hablan y hablan. Creo que hay
una crítica muy importante a la nueva sociedad que se estaba construyendo, y
eso que los tiempos de whatsapp y twitter y demás redes sociales donde
expresar el más mínimo de los pensamientos, y a veces pensamiento ya es un
nombre excesivo, quedaba lejos. Creo que Gaddis, más que en el hecho de que uno
de sus personajes sea un escritor, entra en la metanarrativa a través de esa
reflexión, ese tono de cháchara sin sentido, quizá un ataque al ansia de
publicar de los autores. Publicar como forma de evitar el olvido. Hablar mucho
para tener más razón. Y también hace una apuesta metanarrativa en la elección
del gótico carpintero, ese envoltorio sin sentido, que representa, sin duda,
esa prosa experimental que no es más que forma. Y es muy significativo que
autores tan buenos en la forma como DeLillo, Gaddis y Foster Wallace siempre
hayan criticado la forma sin fondo.
Aunque La
escoba del sistema no se publicó hasta 1987, Foster Wallace la escribió en
1985 como proyecto final de carrera y obtuvo con ella la nota máxima y la
recomendación de muchos de sus profesores de que la enviara a algunos editores
que podrían estar interesados. La edición de Pálido Fuego comienza, de hecho,
con una carta de Foster Wallace a quien fue su primer editor, ofreciéndole uno
de los capítulos de la novela para su lectura. Esta edición de la editorial Pálido
Fuego ha sido la primera traducción de La
escoba del sistema, y en ese sentido tiene un gran mérito, pues completa
las obras de Foster Wallace, normalmente editadas en Mondadori. La edición
tiene quizá más erratas de las deseables, pero espero que eso se corrija en
reimpresiones.
David Foster Wallace es uno de esos escritores
obsesivos, como casi todos los que acaban construyendo una obra perdurable. Sus temas han sido siempre unos pocos, y uno de
ellos es la incomunicación y la presión social que los otros ejercen desde
fuera, cómo lo que los demás piensan de uno lo dibujan y cómo el observador
modifica a lo observado, sea una persona o sea toda la sociedad. La escoba del sistema vale como borrador
de la obra completa de Foster Wallace, y ya nos mete en un ambiente de jóvenes
desnortados llenos de palabrería vacía y hueca. La prosa de Foster Wallace ya
es rítmica y presume de sintaxis musculosa y elástica. Su acercamiento a la
juventud de la que forma parte y de la que se ríe sin dejar de verse reflejado
en ella ya está ahí. Los tiempos de Foster Wallace ya son líquidos y la única
herramienta de disección de la que dispone es la ironía feroz. El trabajo, el
amor, la amistad, la literatura, ya no son para siempre.
La trama se sustenta sobre una familia en la
que nadie se comunica, y para que quede claro, el patriarca es un altísimo
ejecutivo al que es casi imposible acceder por teléfono. Siempre está fuera,
siempre está reunido, nunca contesta, ni sus más estrechos colaboradores
parecen saber dónde está en cada momento. Están aislados de una manera hasta
física, como los habitantes de la ciudad universitaria en la que se produce el
escape nuclear en Ruido de fondo, de
DeLillo.
La palabra envenena y hasta mata y la gente se
empeña en hablar e incluso en escribir, y en la editorial en la que trabaja la
protagonista, lo saben de sobra. Algunos de los capítulos, en general
independientes, en general escenas que no sustentan una trama clásica, son
parafraseos que el editor hace de las historias que recibe. Por situar una
trama central en La escoba del sistema,
la abuela de la protagonista ha huido de su residencia de ancianos, a su vez
propiedad de la familia, de ese padre omnipotente y ausente, llevándose con
ella a unos veinte residentes y a varios trabajadores. Parece que los ha convencido
con su palabrería y parece que tratan de ocultarse los hechos.
En las historias de Foster Wallace, como en las
de DeLillo, hay muchas historias que se quieren tapar. Lo demás, la televisión,
las novelas que leemos, son un gran mcguffin.
Son las historias que suceden por debajo de la superficie las que dibujan
realmente el momento en el que vivimos. Un momento al que Foster Wallace,
Gaddis y DeLillo parecen buscarle su origen, con cierta capacidad profética, a
mediados de la década de los 80, cuando todos empezamos a no escucharnos y a
subir el volumen de nuestra inanidad.
Seguiremos leyendo
como forma de escucha.
Felices lecturas
Sr. E
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