Cómo dejar de escribir, de
Esther García Llovet (Ed. Anagrama)
Leí hace algunos años Submáquina, de Esther García Llovet, y solo recuerdo algunos
detalles de la novela (lo protagonizaba una policía lectora, o una policía
escritora, y retrataba el mundo con una mirada irónica y crítica). Recuerdo que
me gustó y que desde entonces el nombre de Esther García Llovet estaba en mi
lista de autores a los que seguir, y he leído que la autora afirma que aquella
novela tuvo como 500 lectores, así que en cierto modo Esther García Llovet y yo
somos familia, y por ese parentesco literario me alegré mucho cuando vi su
nombre como finalista del último Premio Herralde de Novela. La novela no ha
sido la finalista institucional del premio sino una de las novelas que llegaron
a la última selección del jurado y que este recomendó que se publicara junto a
la ganadora y la finalista. No recuerdo qué novelas ganaron este año ni tengo
especial interés en leerlas ahora mismo, pero creo que conseguir ese
reconocimiento fuera de lo establecido por las bases tiene un mérito especial.
Algo habrá visto el jurado. Algo que no debe ser premiado. Hay que leerlo,
urgentemente.
De Submáquina
recuerdo que el ritmo era cinematográfico (dicho esto como sinónimo de que
muchas acciones quedaban más esbozadas que desarrolladas, como en un guión) y
que la manera de expresarse y moverse por el mundo de su protagonista me
recordaba la escritura de Roberto Bolaño, siempre entre lo policial y lo
metaliterario. Curioseando ahora sobre la autora veo que estudió cine y que en
un artículo en una revista cultural de hace unos años le echaba la culpa de
haberse puesto a escribir a Roberto Bolaño, en concreto a Nocturno de Chile. La sombra de Bolaño es alargada y sigue
sobrevolándonos a muchos de los que hemos llegado a la escritura en el siglo
XXI.
Cómo
dejar de escribir es una novela que sigue los pasos
del gran Ronaldo, el último tótem de la literatura latinoamericana, el autor
mítico, chileno para más detalle, que recuerda por su procedencia y por esa
mitomanía que parece despertar, a Roberto Bolaño. Aunque en realidad sigue los pasos de su hijo, un escritor que no escribe. Esa es una de las claves de la novela, la figura de los que no escriben y rodean al mundillo literario. Ese negativo de la fotografía. Todo el mundo que habla sobre
el gran Ronaldo parece que estuvo con él en algún momento clave. Todo el mundo
lo vio en cierto momento, lugar y circunstancia y quiere contarlo mientras se
toma una copa. Parece que lo de menos fue lo que escribió, porque él mismo,
convertido en personaje, fue su obra. Su gran obra. Casi como en la vida de
Bolaño, con la salvedad de que tras la figura y el mito un tanto disparatado
del chileno hay una obra de peso.
El narrador de la novela, apático y distante,
es el hijo del gran Ronaldo. Un personaje sin amigos, aparte de un ex –
convicto y un vagabundo, y al que parece que todo le da bastante igual. Va a
alguna fiesta en la que no paran de decirle que dónde se ha metido, que parece
que vive encerrado. Y es que vive casi encerrado en la vieja casa de su padre.
Investigando sobre el gran Ronaldo, sin descubrir nada demasiado sustancioso, y
buscando su novela inédita, la búsqueda sobre la que precariamente se sustenta
la trama. Y la trama se sustenta con precariedad sencillamente porque es lo de
menos, es un falso esqueleto que usar como percha para escribir.
La escritura del libro se eleva constantemente,
y va iluminando rincones de Madrid con ojos de turista, y va, sobre todo,
iluminando rincones del alma humana. Esos rincones del alma que los turistas no
suelen visitar. El gran mérito de Cómo
dejar de escribir es que parece escrita con ligereza, se lee con ligereza,
trata esencialmente de nada, pero cuando acabamos de leerla, sentimos que esa
aparente nada era la misma nada de la que está hecha la vida, así que era un
libro que trataba de la vida. De la del gran Ronaldo y de la de su hijo y de
sus extraños amigos y por supuesto, de la nuestra.
Y así, como pretendía seguramente desde una
intención inicial maquiavélica de su autora, Cómo dejar de escribir se convierte en el libro de autoayuda
envenenado perfecto, pues como pasa con los textos de Bolaño, tanto con sus
novelas como con sus relatos, es una narración perfectamente hilvanada que invita
a la relectura y lanzará a escribir a quien acabe el libro. Suerte a los
imprudentes en el empeño.
Seguiremos leyendo y escribiendo.
Felices lecturas
Sr. E
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