Manual
para mujeres de la limpieza,
de Lucia Berlin (Ed. Alfaguara)
Desconfío
de los nuevos Raymond Carver, los nuevos Bukowskis, los escritores a los que
nunca leyó nadie en vida pero a quienes descubren y redescubren después de su
muerte, los autores de relato americano que llegan a España con avisos de sus
editores informándonos de que son la última joya oculta de la narrativa americana.
Desconfío también de los libros del año de Babelia y de las solapas en las que
se destaca el número de hijos de la autora, si bebía demasiado o qué trabajos
alimenticios tuvo que ejercer. Desconfío de los libros con una frase en la
portada como: “En la profunda noche oscura del alma, las licorerías y los bares
están cerrados”, una frase que me recuerda a aquella famosa cita de Charles
Bukowski, aquella de: “Dios es un local vacío donde no hay filetes”. Me imagino
que no soy el único lector al que se la ha recordado.
Todo
esto para empezar la reseña diciendo que desconfiaba profundamente del libro,
de este Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Y la sigo
alegrándome por no haberme dejado vencer por mis prejuicios. Esta colección de
relatos, auténticos pedazos de vida, es un libro fantástico. Como tanto se ha
destacado, cada historia parece salida de las entrañas de su autora, Lucia
Berlin, pero no creo que haya que mirar si realmente salieron de su vida,
porque como bien deberíamos saber ya, lo más importante es que esas historias
suenen reales, se lean como un pedazo de historia personal, no que le hayan
pasado, o no, a su autora.
Manual
para mujeres de la limpieza se sitúa en esa línea de autores americanos que
descienden de Chéjov después de pasar por una licorería a por una botella de
whisky. Lucia Berlin recuerda a Carver y a Wolff. Sus protagonistas son
infelices que no saben qué han hecho mal para estar donde están y que se
esfuerzan por sobrevivir. Hay mucha clase obrera, gente que está siempre en la
precariedad o al borde de la misma. Hay estados fronterizos con México, y
parecen a veces casi estados del alma más que territorios. La prosa de Berlin,
siendo cortante y fibrosa, no lo es tanto como la de Carver. Y esto lo digo
como una virtud. Me parece que su escritura eleva a veces el vuelo y busca
imágenes potentes, algunas metáforas que queden en la cabeza de quien las lee.
No todo es laconismo, y eso, la emparenta, dentro de mis lecturas americanas,
con Lorrie Moore, que se mete en las vidas difíciles de sus compatriotas sin
olvidarse nunca de tratar de hacer poesía con ella. También veo esa mirada
melancólica de quien perdió los sueños al terminar la adolescencia, si no
incluso antes, que recuerdo de los relatos de Carson McCullers, aunque hace
años que los leí.
Los
relatos reunidos en Manual para mujeres de la limpieza son auténticos, es
cierto, pero no lo fían todo a eso tan difícil de concretar que es la
autenticidad, y que no siempre tiene por qué ser una virtud. Los relatos de
Manual para mujeres de la limpieza son también cuentos que demuestran un muy
buen dominio de la técnica, y un cierto estudio de las estructuras y las
construcciones antes de abordarlos. Y es que, no olvidemos que por mucho que la editorial haya
destacado tanto que Lucia Berlin se casó a los 17 años y fue madre de 4 niños y
trabajó limpiando casas (y no quiero meterme en el clasismo que desprende una
afirmación así por parte de los editores, pero creo que clama al cielo),
también fue profesora de Letras y de Escritura Creativa en algunas
universidades.
Uno
de los relatos que más me ha gustado es precisamente un juego metaliterario, un
ejercicio teórico – práctico de construcción de un relato, titulado Punto de vista. Hay muchos hospitales,
muchas desintoxicaciones y muchas enfermedades. Hay internos y hay personal
sanitario. Hay drogas y hay bebida. Hay relatos en los que todo eso aparece
como elemento central, como en Mi jockey,
Su primera desintoxicación o Apuntes de la sala de urgencias, 1977 o Paso.
Hay
viajes a México, y frontera. Hay hasta una estudiante universitaria chilena en
la universidad de Nuevo México, en el relato Querida Conchi, que como su
título sugiere, toma forma de relato epistolar. Hay mucha rebeldía
adolescente, en general explosiva y poco productiva, que Berlin retrata
magníficamente, en relatos como Doctor H. A. Moyniham, Buenos y malos o
Gamberro adolescente. La autora es muy hábil convirtiendo en material narrativo
interesante sus rutinas, algo que hace en Volver al hogar o en Lavandería
Ángel, el relato que abre la colección.
De
esa rutina también se alimentan dos relatos que hablan directamente de las
mujeres de la limpieza, utilizando a una como voz narrativa y como personaje
principal. Esos relatos son Luto y el que da título al libro, Manual de mujeres
para la limpieza, que toma una original estructura de consejos que una
descreída veterana le da a las que se incorporen al servicio doméstico. Tal vez
sean dos de mis relatos preferidos de todo el libro, junto con Triste idiota,
una melancólica celebración de un cumpleaños más, del paso de la vida.
Todos
los relatos del libro tienen un punto de lúcida melancolía y una prosa fluida,
bien trabajada. El ritmo es ágil y hay metáforas muy buenas. Hay historias que quieres releer y otras que piensas mejor antes de pasar a la siguiente. Deja un regusto
triste pero también abre los ojos de quien lo lee a vidas que a veces quedan
fuera de los focos narrativos. No obstante, creo que los editores y periodistas deberían
evitar recomendar el libro basándose en que su autora fuera mujer, en su clase
social o en los trabajos alimenticios que desarrolló, porque todos esos énfasis
suenan condescendientes, y este es un libro duro que sabe defenderse
perfectamente solo, gracias a que está lleno de literatura.
Seguiremos
leyendo y comentándolo
Felices
lecturas
Sr.
E
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