martes, 25 de octubre de 2016

Punto de control, de David Albahari, y otras lecturas balcánicas

Punto de control, de David Albahari (Ed. Baile del Sol) y una cierta trilogía balcánica.


Esta reseña va a hablar de una novela, Punto de control, aunque no sólo de ella. A veces acumulamos lecturas y no es de manera casual. Al terminar la novela y pensar en reseñarla me di cuenta de que otros dos libros con los que andaba entre manos tenían una conexión evidente con ella. No siempre leo narrativa, aunque casi siempre lo haga. Y cuando no leo narrativa suelo dejarme caer por el ensayo. Aún así, a veces leo poesía u otros formatos, como cómic (o como ahora se dice, novela gráfica). Debería leer más poesía, porque me ayuda a luchar contra mi tendencia a la dispersión, ya que si el relato obliga a concentrar las ideas en la escritura, la poesía obliga mucho más a buscar la palabra que transmita todo, y sé que en los últimos años están apareciendo novelas gráficas que tratan temas muy interesantes y son quizá una muy buena aproximación a ellos, fácil y cómoda.

Basta ver la sobria y sugerente portada de Punto de control para comprender que será un libro duro e incómodo. Desde niño me ha fascinado lo que sucedió en los Balcanes en los años 90 (y digo fascinado como un término medio entre algo que me ha horrorizado y algo que no alcanzo a comprender del todo, sobre lo que hay muchas versiones y las verdades me parece que son siempre poco fiables). Nunca he entendido de dónde surgió tanto odio, y siempre he intuido que se trataba de odios ancestrales que no habían sido resueltos y que periódicamente se purgan. Esperemos al menos que la guerra de los 90 sea la última vez que llegan a tanto.

El año pasado leí Canción muda, una antología de relatos del autor serbio David Albahari, que me interesó mucho, y me descubrió a un autor brillante, dominador de técnicas narrativas muy variadas, cercanas a lo posmoderno sin olvidar lo importante, que al final es contar una historia que interese. Punto de control es una novela publicada originalmente en 2011 que nos lleva a acompañar a una serie de personajes que deben cruzar un punto de control en un conflicto bélico que aunque no se concreta temporalmente, es muy fácil identificar con la guerra de Yugoslavia en los años 90. Ha sido traducida hace poco por Baile del Sol dentro de su muy interesante colección Deleste. En Punto de control nos encontramos con las dudas de los soldados a los que han obligado a estar ahí y no acaban nunca de entender qué sucede, y se cuestionan qué es lo que ha empujado a sus dirigentes a utilizarlos como carne de cañón. Una guerra siempre es una suspensión de la vida normal, y ser enviado al frente, o ni siquiera, como en este caso, sino a un punto de control entre dos fronteras difusas, debe producir, entre otros muchos sentimientos, el de extrañeza. La gente que iba a la mili, cuando en este país había servicio militar obligatorio, parecía dejar su vida aparcada, a la espera de retomarla después de un período de año o año y medio. Imaginemos aparcarla durante un tiempo mayor y para ir a una Guerra, en mayúsculas, con la tensión permanente de no saber si te matarán allí, o casi peor, si al volver a casa no habrán matado a los tuyos.

Punto de control también nos acerca a refugiados que tratan de entrar a un país saliendo de otro, y eso, dada la situación de los últimos años, enriquece aún más su lectura, aunque fuera quizá un punto secundario en la escritura original. Punto de control es una novela que busca generar extrañeza en el lector, y lo consigue. En una entrevista (que debe ser la única que se le ha hecho) que la poeta Inma Luna le hizo para Revista de Letras, decía que sus principales influencias venían de Kafka y Beckett, y se nota que viene de ese mundo y a ese mundo nos acerca. La actitud de extrañeza ante la guerra, por absurda, es un clásico en la literatura, y Albahari se suma a esa tradición. Siendo un libro al que inicialmente cuesta un poco entrar, por esa extrañeza de la que hablaba, es un libro al que una vez pillado el ritmo y el tono, resulta muy difícil abandonar. Apetece leerlo de manera continua hasta que se acaba, y creo que se entiende mejor después de pensarlo durante unos días tras su lectura, o tras releer algunos pasajes. Albahari tiene un mundo narrativo propio y poderoso, es un novelista importante, que espero que sigan traduciendo al español y al que podamos seguir acercándonos.

Los escritores de la península balcánica parecen estar muy ligados al exilio. Albahari se fue en 1994 a Canadá, que acogió a muchos refugiados de aquel conflicto (como está haciendo ahora con Siria), donde vivió durante una década, hasta su regreso a Belgrado. Después de Punto de control leí dos libros también de autores de origen serbio ligados a Canadá y Estados Unidos. 


La autora de la novela gráfica Patria (Ed. Turner), Nina Bunjevac, también vivió en Canadá, aunque ella llegó antes de la guerra de la década de los 90. Patria nos acerca a una realidad previa a esa época, y que quizá nos ayuda a entenderla. Nina Bunjevac, con un estilo de dibujo sobrio, utilizando el blanco y negro y con muchas referencias a su vida personal, nos cuenta el pasado de su familia, que es la historia de su padre y es también, en gran medida, la de Yugoslavia. Bunjevac nació en Canadá y a los pocos años se mudó a Yugoslavia con su madre, que estaba preocupada por el radicalismo de su marido, implicado en atentados y complots con grupos terroristas serbios, anticomunistas, anti – Tito y quizá por encima de todo nacionalistas. Las ideas con las que el padre de Bunjevac simpatizaba son las ideas que acabaron llevando a la guerra. Una vez que se fueron a Yugoslavia (la madre con sus dos hijas, el padre no dejó salir a su hijo), conocen un mundo distinto. Y allí, esperando, algo pasa. El padre muere preparando explosivos para un atentado. La familia se reúne con el hijo y se quedan en Yugoslavia hasta que Bunjevac tiene edad de estudiar en la Universidad y elige volver a Canadá. Y en el silencio trata de comprender qué pasa en aquel país y qué pasó con su padre. Es un cómic que esencialmente trata sobre la incomunicación y las murallas que el silencio construye dentro de muchas familias.


El poeta Charles Simic nació en Belgrado y a los dieciséis años se marchó a los Estados Unidos y allí se quedó. La historia de Simic no es la de un exilio provocado por la guerra, sino la de un emigrante lejano. De hecho cuando se habla de Simic se habla de un importante poeta americano. 1938, una antología de sus mejores poemas editada por Valparaíso, también hace referencias, no obstante, a Yugoslavia. A lo que fue y a lo que se convirtió tras la guerra. Simic es un poeta sencillo, de ideas afiladas pero metáforas controladas. Sus poemas tienen fuerza y se apoyan en la memoria, la desmemoria, la vida del individuo, el insomnio y la indefensión ante el mundo y el sistema. Simic no confía en la memoria y la cuestiona, y eso hace su lectura necesaria y útil. La poesía de Simic se acerca muchas veces al relato poético, y maneja referencias de la cultura popular americana. Simic va buscando la belleza, o la trascendencia, si a veces no son lo mismo, en cada esquina de cada ciudad gris por la que camina. Parece un poeta que camina y mira de manera aguda y toma notas con las que construir la realidad.

Seguiremos leyendo y hablando de libros.

Felices lecturas


Sr. E

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