Leyendo
relatos clásicos: E. A. Poe y R. L. Stevenson
Tengo
un importante déficit de lectura de clásicos. He leído a algunos de los autores
clásicos canónicos, por supuesto, pero a algunos llegué quizá demasiado pronto
y a otros los leí en un nivel de lectura que quizá no era el adecuado. Dentro
del relato clásico del siglo XIX, había leído, en la adolescencia, o casi en la
preadolescencia, a Poe y a Stevenson. Dentro de aquellas largas listas de
lecturas que nos proponían para el verano, recuerdo que fueron dos autores,
junto con Conan Doyle o Stoker, que me entretuvieron mucho. Leí bastantes
cuentos de Poe, y tengo el recuerdo de haberlo pasado bastante mal con El gato
negro, aunque influye que en aquella época de mi vida a mí los gatos ya me
daban bastante mal rollo. De Stevenson, aparte de La isla del tesoro, de la que
algunos grandes novelistas se han declarado siempre fans, leí algunas novelas
cortas cercanas al terror, como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde y Olalla,
que ahora he reencontrado dentro de esta colección de sus cuentos.
Luego
me puse a escribir relato y Poe siempre aparece como el precursor de una de las
dos grandes corrientes de las que bebe el relato corto moderno, la que se
acerca más al fantástico y se contrapone a la más realista de Chéjov. Aunque a
mí siempre me gusta hablar de tres grandes corrientes y considerar que Kafka
traza una tercera vía que integra una mirada fantástica en una realidad
aparentemente prosaica, y merece su propio lugar. Quizá por esa presencia casi
constante de Poe en todos los manuales y referencias, nunca lo había releído de
adulto. Aunque hace un par de años me compré una edición con todos sus cuentos
pensando en hacerlo alguna vez. A veces vas acumulando los cuentos completos de
algunos autores para ir leyéndolos en el futuro y a conviene que el futuro llegue
a hacerse presente. Y en junio de este año empecé a abrir algunos de los cuentos
de Poe. No los he leído todos porque he ido leyendo títulos de manera salteada,
repasando los que recordaba primero (El
gato negro, La verdad sobre el caso del Señor Valdemar, La caída de la casa
Usher, La carta robada, El escarabajo de oro o Los crímenes de la calle Morgue) y leyendo luego algunos de los
más conocidos que no leía o no recordaba haber leído (como Berenice, El tonel de amontillado, El sistema del doctor Tarr y del
profesor Fether).
La
prosa de Poe que he encontrado y reencontrado es siempre evocadora. En el
primer párrafo te mete en la atmósfera de la historia concreta que va a
contarte y no es fácil salir de ella. Poe habló de la unidad narrativa del
relato y sus cuentos funcionan perfectamente como unidad y apetece leerlos
siempre de una sentada. Algunos son apenas 5 – 6 páginas y otros se alargan
bastante más, pero nunca cruzan la idea del cuento breve como un tema, una voz.
Leyendo estos cuentos, que se van acercando a los dos siglos de existencia, se
siente el peso de la historia. Y el peso de estar viviendo un acontecimiento
histórico, que es (con todos los matices necesarios) el del establecimiento del
cuento como género moderno (en inglés tendríamos el paso del tale a la short story y quizá se ve más fácil). Poe nos presenta algunos
cuentos de los que podemos rastrear su poso en cientos de historias literarias
y cinematográficas posteriores, viendo lo influyente que han sido relatos como El gato negro, Los crímenes de la Calle
Morgue, La verdad sobre el caso del señor Valdemar o El corazón delator.
Leyendo
a Poe también me he dado cuenta de cuantos imitadores sigue teniendo, y uso la
palabra imitadores y no deudores porque quiero darle un matiz negativo. Escribir
en una tradición que viene de Poe y lo asume es lícito y es necesario, y ahí
podemos marcar a autores más cercanos al fantástico de terror, como Stephen
King o Richard Matheson a autores más literarios, como Cortázar (que lo
tradujo) o Bioy Casares. Pero limitarse a escribir como él, buscar dar las
sorpresas que sorprendían hace más de cientocincuenta años no tiene sentido más
allá del ejercicio de estilo. Seguiré leyendo sus cuentos en los próximos
meses, pero de momento ya dejo marcados tres relatos que me han parecido
perfectamente válidos hoy en día, como son El
sistema del doctor Tarr y el Profesor Fether, El tonel de amontillado y Nunca apuestes tu cabeza al diablo, que
comienza con una reflexión metaliteraria que me tiene enamorado.
Para
mi último cumpleaños me regalaron la edición con los Cuentos completos de Robert Louis Stevenson de la editorial
Valdemar. Valdemar suele cuidar mucho sus selecciones y ediciones y aquí
también lo hace. Tampoco he leído aún todos los relatos del libro, pero he
disfrutado mucho de los que he leído en tardes reposadas. ¿Había leído Robert
Louis Stevenson a Edgar Allan Poe? Aunque Poe no fue especialmente popular en
el Reino Unido en esa primera época, es probable que sí. El prólogo de la
edición de Valdemar, a cargo de Vicente Molina Foix, señala a Robert Louis
Stevenson como el gran cuentista inglés, por extensión de su obra y por la calidad
de la misma.
Sus
temas van de la aventura al terror, y llamar cuentos a algunos de estos textos
es un poco llamativo según los parámetros habituales, pero se editan por
tradición juntos. El extraño caso del Dr.
Jekyll y Mr Hyde es prácticamente una novela corta, no sólo por su
extensión sino por su estructura y concepción, y tanto El club de los suicidas como
El dinamitero son realmente novelas, aunque es verdad que novelas formadas
a base de cuentos, una manera que hoy en día se sigue utilizando para
estructurar novelas (pensemos sin ir más lejos en Rayuela, La vida: instrucciones de uso o Los detectives salvajes).
Es
sabido que en los mares del sur, donde acabó sus días, a Stevenson, un
aventurero que escribía aventuras, lo llamaban Tusitala (el que cuenta historias), y es fácil imaginar algunas de
estas historias naciendo en una conversación en una taberna con un whisky por
medio, o como una de esas historias que se cuentan al abrigo de un buen fuego. Molina
Foix habla en el prólogo de que Stevenson es un maestro en utilizar las
palabras justas para expresar lo que pretende, y la verdad es que consigue una
gran expresividad con una admirable economía. Una novela corta de 70 y pocas páginas,
como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde sería una historia de 200 en manos de casi cualquier novelista, y
sería otra lectura.
Sin
saberlo, algunas de las historias que he ido leyendo me remitían a otras
lecturas contemporáneas a él o posteriores, lo que indica que su obra ha
trascendido y se mantiene. Olalla me
ha recordado la lectura de Otra vuelta de
tuerca de Henry James. El diablillo
de la botella es un cuento en el que parece que está inspirado directamente La pata de mono de W. W. Jacobs, de
donde Stephen King reconoce que nace Cementerio
de animales, una de sus mejores novelas. El sótano de la peste me ha recordado a mi reciente lectura de El tonel de amontillado de Poe, no sólo
por el ambiente de sótano, claro, sino también por la manera de ir presentando
el misterio. Historia de Tod Lapraik
es un perfecto ejercicio de concisión, de concentración extrema de una novela de
una vida en un cuento de ocho páginas, e Historia
de una mentira me ha parecido una maravilla de relato corto, de los largos,
de más de cincuenta páginas, sólido, que se va dibujando capa a capa, de los
que cualquiera debería leer y disfrutar más de una vez en la vida, y si escribe
o lo pretende, del que se puede aprender mucho.
Seguiré
leyendo los relatos de Stevenson y de Poe, y en algún momento sumaré la edición
que tengo de los Cuentos completos de
Maupassant. Y seguiré compartiendo mis impresiones.
Felices
lecturas
Sr.
E
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