Algunos cambios: Ya
no hubo una entrada de Cuentos pendientes
de abril. Creo que necesito acercarme al blog con naturalidad y sin
compromisos, así que la periodicidad no será semanal ni mensual. No habrá
periodicidad, de hecho. De entre mis lecturas, continuas e incansables, iré
comentando aquellas de las que crea que hay aspectos destacables y que merezcan
ser compartidas.
El sistema, de
Ricardo Menéndez Salmón. Ed. Seix Barral
El sistema, de
Ricardo Menéndez Salmón, ha sido la novela ganadora del Premio Biblioteca Breve
de este año. No vamos a discutir demasiado sobre la imagen de limpieza que
transmiten los premios otorgados por editoriales que premian a autores que ya
eran de la casa, como es el caso de Menéndez Salmón y Seix Barral, donde
publica desde La ofensa, en 2.007, y donde está disponible la práctica
totalidad de su obra narrativa. Al margen del premio, que creo que es lo menos
importante, voy a hablar de El sistema. Empiezo diciendo que no me ha
gustado. Y sigo diciendo que para mí Menéndez Salmón es uno de los mejores
novelistas españoles actuales. Me interesa su mundo y su escritura, siempre
estética, siempre medida, siempre llena de ideas. Quiero decir con esto que El
sistema me ha decepcionado, porque he leído por la red algunas críticas que
empiezan diciendo poco menos que Menéndez Salmón es un incapaz con una fama
inmerecida y de ahí en adelante. Yo lo considero un autor importante, de los
mejores entre los que escriben y publican hoy en día en España, y al que sigo.
Reseñé hace unos meses Niños en el tiempo, que me gustó mucho. He leído
varias veces Derrumbe. Me gustó La luz es más antigua que el amor. Tengo
planeado que Medusa sea una de mis futuras relecturas. Pero El sistema no me ha
gustado. Como desde el título se nos advierte, Menéndez Salmón ataca, o al
menos cuestiona, al sistema. El sistema entendido como stablishment, que atonta
a los ciudadanos, a los que necesita pasivos, ignorantes, mejor si directamente
son tontos. Algunos de los titulares que anunciaron el fallo del Biblioteca
Breve de este año hablaban de una distopía que anuncia la caída del sistema.
Creo que a la novela no le ajusta bien la etiqueta de distopía. El sistema está
siendo cuestionado desde muchos ángulos desde hace unos años, después de
algunas décadas en las que parecía que era la única posibilidad en el discurso
público. Leo El sistema y me da la sensación de que su autor llega tarde, que
de alguna manera quería subirse a un carro y el carro ya estaba en marcha
cuando él llegó. Y se ha quedado en tierra, viéndolo alejarse. El sistema
hubiera tenido ese valor de distopía si se hubiera publicado hace cinco o seis
años. Ahora se suma a una tendencia bastante mayoritaria, y no creo que aporte
nada que la defina particularmente. El sistema es una novela que a modo
de contenedor trata de reflexionar sobre el arte, la literatura, la política,
la comunicación, las relaciones humanas en la era tecnológica y mil temas más.
Y creo que ahí es donde empieza a perderse, al no centrarse en un único
objetivo. No es cuestión de medir las cosas por páginas, pero los libros que
Menéndez Salmón ha estado publicando hasta ahora pasaban por poco las cien
páginas, y siempre con letras y márgenes grandes. Aquí salta la frontera de las
trescientas páginas. Y su fuerza se disuelve. Lo que en Derrumbe,
centrado en una idea, adquiere fuerza por concentración, en El sistema
se desdibuja. Menéndez Salmón sabe ser alegórico, y aquí, igual que me pareció
en su momento que le pasaba con El corrector, al tratar de resultar más
explícito, acaba pareciendo un narrador simple, que pasa al papel las ideas de
su cabeza sin un esfuerzo estético destacable. Y es una pena cuando se trata de
un autor que ha demostrado una gran capacidad para tratar ideas difíciles,
puros retos, con una muy cuidada prosa, flexible, precisa y llena de buenas
imágenes. Seguiré leyéndolo con interés, por supuesto, pues pese a este libro
flojo, tedioso a ratos, sigo pensando que es uno de los buenos escritores
españoles.
El pentateuco de Isaac,
de Ángel Wagenstein. Ed Libros del Asteroide
Angel Wagenstein es un escritor búlgaro de familia judía, concretamente sefardí. El Isaac de esta novela es Isaac Jacob
Blumenstein, un personaje en el que es fácil rastrear rasgos del propio autor.
Ambos vienen de familias judías y se han criado en países que pasaron por el nazismo,
por el comunismo y por la desorientación. El Isaac de la novela ha sido, sin
haber cambiado su lugar de nacimiento (lógicamente), ciudadano de cinco
naciones distintas.
Isaac Jacob Blumenstein nació casi con el siglo XX en una
zona en permanente conflicto, lo que hoy es Polonia. Vivió el asesinato del
archiduque Francisco Fernando que hizo estallar definitivamente la Primera
Guerra Mundial, en la que estuvo como soldado del ejército austrohúngaro. Vivió
el terror nazi, e incluso estuvo como gran parte de su familia y vecinos en un
campo de concentración. A la vuelta de los campos de concentración, después de
haber conocido el horror, ve que su pueblo se ha convertido en un satélite
soviético, y pasa a ser un ciudadano soviético, un elemento más de la
revolución mundial.
Isaac Jacob Blumenstein pasa por todos los tipos de regímenes
políticos y sociales que han marcado el siglo XX, y en todos es, de una manera
u otra, un paria. En todos nos enseña algo. Y nos enseña, sobre todo, a no
perder nunca el humor. Blumenstein no acaba de entender muchos de los cambios
de aires que lo arrastran de un lado a otro, se deja llevar por la vida y no
pierde el momento de hacer un chiste con ella. En cierto modo es un sabio, y en
cierto modo es un idiota. La novela está escrita con un lenguaje ágil y
cercano, que interpela directamente al autor, pues explica algunos sucesos
recurriendo directamente a la segunda persona, ya que Blumenstein está
dirigiendo estas memorias de una vida y cinco naciones a un rabino, supuesto
receptor de las mismas. Wagenstein entronca con una tradición judía, la de no tomarse lo tremendo demasiado
en serio, que conocemos a través de Woody Allen o Saul Bellow. Y también he
visto su novela emparentada con otro libro que he terminado de leer
recientemente, y del que hablaré próximamente, que también hace una fuerte
crítica del militarismo desde la ironía y utilizando el recurso del
extrañamiento, colocando en el centro del campo de batalla a alguien totalmente
ajeno, que juzga con sus hechos lo que le resulta ajeno y a base de no
comprender lo ridiculiza, como es Las
aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek.
Buenas lecturas
Seguiremos comentándolas
Sr. E
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