Las
palabras de un futuro Premio Nobel
No
acudo con demasiada frecuencia a acontecimientos literarios; ni
firmas, ni presentaciones, ni encuentros con autores. Pero este
último jueves fui a la librería Alberti de Madrid a un encuentro
con el escritor rumano Mircea Cartarescu. Me enteré de que su
editorial (Impedimenta) organizaba ese encuentro el miércoles por la
noche, y pese a que mi jueves iba a ser largo y exigente, pensé que
sería un buen plan para después del trabajo. El
título de la entrada pretende hacer referencia a algo que
últimamente he oído apuntar sobre el autor: que será Premio Nobel
en los próximos diez años. No sé si será verdad, ni me importa,
porque algunos de mis escritores preferidos nunca han estado cerca de
dicho Premio, y quienes han estado cerca (según los rumores) entre
mis lecturas habituales (Philip Roth, Don DeLillo) ni lo han ganado
ni van a ganarlo. El único Premio Nobel contemporáneo al que leo
con atención es a J. M. Coetzee, aparte de novelas concretas de
Vargas Llosa, y mi eternamente pendiente lectura de Naipaul.
Uno
esperaría que un futuro Premio Nobel fuese un señor distante y
soberbio, pero Cartarescu me pareció un escritor cercano, pese a lo difícil que era teniendo en cuenta que iban traduciendo sus palabras después de cada frase, que
trataba de explicar su oficio y sus artes. Y uso la palabra arte
porque insistió varias veces en que él se consideraba un artista,
un poeta y narrador que piensa que la primera y principal obligación
de un escritor es la obligación estética. Cartarescu nos contó que
esa idea chocaba con las dominantes en la Rumanía en la que él se
crió. Cartarescu habló mucho de esa Rumanía que ya sólo existe en
su memoria, y de cómo esa Bucarest que fue se ha ido filtrando en
sus escritos. Nos tuvo en vilo con dos pequeñas historias que
parecía estar inventando en ese momento para nosotros, la de la
compra de un pantalón vaquero en el mercado negro, y la de su
primera experiencia con el café soluble. Dos realidades anodinas que
para él, en algún momento de la vida, fueron novedades mágicas, y
que con la mirada adecuada convenientemente aplicada, se convierten,
como él hizo, sin descubrirnos el truco, como haría un buen mago,
en alta literatura.
Cartarescu
desarrolló algunas de sus obsesiones, como la memoria, las ruinas,
las ruinas de la memoria y cómo los discursos construyen la
realidad, y construyen distintas realidades dependiendo del tipo de
discurso que formen. Habló de los sueños, de la influencia que
tienen en una obra que todos los lectores califican de onírica, pero
no tanto porque los sueños sean imágenes potentes sobre las que
escribir, sino porque construye mundos en los que los sueños
funcionan como una realidad que se entrecruza con la que
habitualmente vemos, deformándola y cambiándola para siempre.
El
autor habló de la necesidad de soledad que tienen los escritores
para poder crear, y de cómo esa soledad es cada vez más difícil de
conseguir. Aparte de para crear literatura, también habló de que
esa soledad es necesaria para cualquier persona que quiera tener una
vida interior, y esa vida interior queda muy deteriorada por la
necesidad constante de estar en contacto con los demás y
compartiendo. Cartarescu fue honesto al reconocer sus modelos. Habló
de Kafka y de Borges, y también de otros autores, pero está bien
que un autor reconozca como influencias a quienes todos los críticos
han visto que son sus antepasados literarios. También nos explicó
de dónde habían surgido algunos textos de su nuevo libro, El ojo
castaño de nuestro amor.
Fui al
encuentro con Cartarescu movido por la curiosidad de ver y oír a un
autor sobre el que sólo he recibido recomendaciones, aunque apenas
haya entrado en su obra. Debo reconocer que sólo he leído hasta
ahora dos textos de Cartarescu. Un viejo libro que encontré hace
unos años en la biblioteca, titulado Por qué nos gustan las
mujeres, que Impedimenta no ha recuperado y de momento no sé si
piensa publicar, pues su editor anunció que de aquí a 2.020 tienen
previsto editar a Cartarescu y no se habló de ese libro (quizá los
derechos de dicha obra pertenecen aún a la editorial que lo editó
en esa primera ocasión), y el relato El ruletista. Creo que
El ruletista es el texto más famoso de Cartarescu, y es un
relato bastante largo, soberbio. Alguien se gana la vida en Bucarest
jugando a la ruleta rusa en oscuros locales. Sobrevive una y otra
vez, hasta que logra suspender toda sensación de realidad en el
lector. El libro que compré el jueves para que Cartarescu me firmara
es Nostalgia, una colección de relatos que incluye como
primer texto El ruletista, que releeré con gusto. Tengo curiosidad
por conocer otros libros de Cartarescu, ya iremos comentando algunas
impresiones.
Buenas lecturas
Sr. E
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