jueves, 19 de mayo de 2016

El adversario, de Emmanuel Carrère



El adversario, de Emmanuel Carrère (Ed. Anagrama)

Había leído ya este libro, y me había gustado. Esta segunda lectura me ha acercado más a comprender la fascinación de la que otros lectores me habían hablado. Es sin duda un texto potente, plenamente perturbador. 

El adversario es, probablemente, la obra más famosa de Carrère. Carrère había escrito unas cuantas novelas (en el sentido clásico de novela), algunos guiones, y un libro sobre Philip K. Dick, cuando en 1.993, mientras terminaba ese libro sobre Dick, se cruzó en su camino la historia de Jean – Claude Romand. Del encuentro con esa historia acabó por salir este libro, y este libro cambió radicalmente su carrera, pues pasó de ser un novelista que creo que no gozaba de un amplio reconocimiento a estar entre los grandes autores franceses contemporáneos. Un autor personal, que ha tomado un camino, el de la no – ficción, que hace que sus obras (en las que he leído, y ahora mismo estoy con otro libro suyo, De vidas ajenas), vayan de lo particular de su vida a lo general de algunas ideas y sentimientos humanos.

Antes de ponerse a escribir El adversario, aún terminó su última novela de ficción, Una semana en la nieve, que fue, según nos cuenta, una de las claves que le permitió escribir El adversario. ¿Por qué digo esto? Porque Carrère nos cuenta cómo quedó fascinado con la historia de Romand, y cómo se desplazó hasta allí en los días posteriores a la matanza como si fuera un reportero, y obtuvo algunos testimonios e intentó acceder al propio Romand. Nos cuenta cómo después de haberse resignado prácticamente a no escribir este libro, porque no había recibido el permiso de Romand para reconstruir su historia, algo que consideraba imprescindible, una nueva carta de Romand, que entre otras cosas le dice que lo toma en serio ahora que ha leído Una semana en la nieve ya que se la han llevado a la cárcel.

El adversario al que el título remite es el diablo. Carrère es un autor que ha ido y ha vuelto de y a la fe, según se constata en sus obras y declaraciones (aún no he leído El reino), y para el que la presencia del bien y el mal es un elemento imprescindible. Trata de enfrentarnos a un mal sin sentido, inexplicable, en uno de esos duelos dostoyevskianos con el abismo. Creo que Carrère escribe este libro, entre otros motivos, para sentir que él es humano, verdaderamente humano, y siente ante algo así. Romand le cuenta que él es un hombre creyente, que no entiende la vida sin la trascendencia, y el Romand al que Carrère deja en prisión al final del libro se ha arrepentido, se ha vuelto más creyente, busca de alguna manera su redención. ¿Hay que creer el arrepentimiento de alguien así?

El libro es a la vez una reconstrucción de la historia de Jean – Claude Romand y una crónica de la construcción del propio libro. La historia que nos cuenta El adversario es sencilla, y resulta aún más brutal y violenta por su sencillez. Jean – Claude Romand, un hombre aparentemente modélico, o quizá más que modélico tan anodino que no se podía imaginar que fuera a hacer nada malo nunca (y me acuerdo del final de Psicosis, cuando Norman Bates, ya definitivamente convertido en su madre, se consuela diciendo que estará tan quieto que la gente dirá: es incapaz de hacer daño a una mosca), mata de repente un día, sin que nadie pueda pensar en un motivo para ello, a su mujer, a sus hijos y a sus padres.

Romand intenta matarse también, y quema su casa. La primera idea, mientras está en coma, es que su familia ha sido objeto de un ataque, pero pronto la investigación empieza a apuntar al padre de familia modelo, Jean – Claude Romand. No parece haber motivos para algo así, y aparentemente no los hay, pero la investigación judicial y en paralelo la investigación personal que va realizando Carrère van mostrándonos esos motivos.
Jean – Claude Romand, después de una vida completa de mentiras, prácticamente desde que entró a la Universidad, se había visto acorralado, y ante la perspectiva de ser descubierto y avergonzado por ello, decidió tomar el camino de la muerte. ¿Quién pensaban todos que era Jean – Claude Romand? Todos en su entorno pensaban que era un licenciado en medicina que se había dedicado a la investigación médica, ocupando puestos de responsabilidad creciente en la OMS en Ginebra. Todos en su entorno, un pueblo acomodado cerca de la frontera entre Francia y Suiza, pensaban que era un hombre gris, con una familia a la que mantenía gracias a su buena labor en el trabajo. 

Romand es un tipo frío, y llama mucho la atención en la narración del juicio esa frialdad, que parece muy difícil de romper, que de hecho apenas se quiebra, y que alcanza un momento de gran patetismo cuando se pone a llorar derrumbado al recordar no a sus padres ni a su mujer ni hijos, sino a su perro. Romand no tenía amistades realmente íntimas, ni parecía un hombre de pasiones. Había sido criado en un entorno en el que las emociones no se exteriorizaban en gran medida. Romand era un tipo discreto, sobre todo anodino, ni especialmente cariñoso ni especialmente excéntrico. Alguien con una vida exterior tan gris que consiguió que en 20 años nadie se preguntara si ocultaba algo. Y lo consiguió. Y sólo se dio cuenta de que lo pillarían, al final, a causa del dinero. Porque Jean – Claude Romand le proporcionaba a su familia una buena vida, acomodada, en una buena casa, con buenos coches que cambiaba cada pocos años, la vida de un alto funcionario europeo que trabaja en Suiza. Pero, ¿cómo podía mantener eso sin un trabajo de verdad que lo respaldara? Estafando a sus padres, a sus tíos, a sus suegros. Les prometía grandes ventajas fiscales si le dejaban gestionar sus ahorros en Suiza y ellos se fiaban (cómo no hacerlo) de él. Y él iba viviendo de ese dinero, que ellos no le reclamaron nunca. Pero Romand se dejó llevar por una vez por la pasión, y se echó una amante por la que perdió la cabeza y que le hizo gastar más (mucho más) de lo que tenía en invitarla a cenar en París, en regalos, en viajes. Y necesitó más dinero, y lo sacó de ella, pero ella sí sospechó que pasaba algo raro y le pidió su dinero de vuelta. Y en ese momento Jean – Claude Romand se dio cuenta de que lo iban a descubrir. Y optó por matarlos a todos.

Romand empezó mintiendo en la Universidad, donde se inventó que sufría un tipo de linfoma para justificar extrañas ausencias. Y todos pensaron que había terminado la carrera de Medicina cuando la verdad es que había dejado de ir a clase y examinarse en segundo año de la carrera. Uno de los momentos que más me han perturbado en el libro es cuando a Romand le pregunta cómo consiguió engañarlos a todos y dice: no engañé a nadie, no falsifiqué los tablones de notas, simplemente nadie se preocupó nunca por mirar mis notas, ni nadie se extrañó por mis ausencias. Me parece una idea que da la magnitud del vacío en el que este hombre vivía, y lo poco que importaba a los demás. 

Carrère se va sintiendo fascinado con el transcurrir de las páginas por ese mundo falso que había ido tejiendo, y por cómo nadie lo había cuestionado nunca, cómo nadie vio que ahí había algo extraño.
¿Qué hacía Jean – Claude Romand con su vida durante sus días? Poco se sabe. Paseaba por bosques, conducía. Perdía el tiempo mientras los demás pensaban que trabajaba en un puesto de responsabilidad en Ginebra. No había (no la hubo hasta el final, con su amante) ninguna doble vida. Y eso es algo que resulta perturbador. Carrére dice en algún momento que el falso Jean – Claude Romand no escondía a un verdadero Jean – Claude Romand. Debajo de la mentira no había nada. 

Creo que el autor hace un esfuerzo por no empatizar demasiado con el personaje, y en algunos momentos se nota que frena su comprensión del mismo y de sus dinámicas. Me da la sensación de que El adversario es un texto que fascinará y perturbará a quien se acerque a él por primera vez, inevitablemente. Es un libro que llama nuestra atención, que nos impide abandonar su lectura. Es un libro muy destacable, de lo mejor que se puede leer, pero aún así me quedo con la sensación de que le falta un poco de desarrollo. Carrère no ha querido meterse del todo en el fango, y eso, en cierto modo, lastra al libro, que pese a ello sigue siendo una lectura sobresaliente, absolutamente recomendable.

Felices lecturas.

Sr. E

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