El
adversario, de Emmanuel Carrère (Ed. Anagrama)
Había leído ya este libro, y me había gustado. Esta segunda
lectura me ha acercado más a comprender la fascinación de la que otros lectores
me habían hablado. Es sin duda un texto potente, plenamente perturbador.
El
adversario es, probablemente, la obra más famosa de Carrère. Carrère había
escrito unas cuantas novelas (en el sentido clásico de novela), algunos
guiones, y un libro sobre Philip K. Dick, cuando en 1.993, mientras terminaba
ese libro sobre Dick, se cruzó en su camino la historia de Jean – Claude
Romand. Del encuentro con esa historia acabó por salir este libro, y este libro
cambió radicalmente su carrera, pues pasó de ser un novelista que creo que no
gozaba de un amplio reconocimiento a estar entre los grandes autores franceses
contemporáneos. Un autor personal, que ha tomado un camino, el de la no –
ficción, que hace que sus obras (en las que he leído, y ahora mismo estoy con
otro libro suyo, De vidas ajenas), vayan de lo particular de su
vida a lo general de algunas ideas y sentimientos humanos.
Antes de ponerse a escribir El adversario, aún terminó
su última novela de ficción, Una semana en la nieve, que fue, según nos
cuenta, una de las claves que le permitió escribir El adversario. ¿Por
qué digo esto? Porque Carrère nos cuenta cómo quedó fascinado con la historia
de Romand, y cómo se desplazó hasta allí en los días posteriores a la matanza
como si fuera un reportero, y obtuvo algunos testimonios e intentó acceder al
propio Romand. Nos cuenta cómo después de haberse resignado prácticamente a no
escribir este libro, porque no había recibido el permiso de Romand para
reconstruir su historia, algo que consideraba imprescindible, una nueva carta
de Romand, que entre otras cosas le dice que lo toma en serio ahora que ha
leído Una semana en la nieve ya que se la han llevado a la cárcel.
El adversario al que
el título remite es el diablo. Carrère es un autor que ha ido y ha vuelto de y
a la fe, según se constata en sus obras y declaraciones (aún no he leído El reino), y para el que la presencia
del bien y el mal es un elemento imprescindible. Trata de enfrentarnos a un mal sin sentido, inexplicable, en uno de esos duelos dostoyevskianos con el abismo. Creo que Carrère escribe este libro, entre otros motivos, para sentir que él es humano, verdaderamente humano, y siente ante algo así. Romand le cuenta que él es un
hombre creyente, que no entiende la vida sin la trascendencia, y el Romand al
que Carrère deja en prisión al final del libro se ha arrepentido, se ha vuelto
más creyente, busca de alguna manera su redención. ¿Hay que creer el
arrepentimiento de alguien así?
El libro es a la vez una reconstrucción de la historia de
Jean – Claude Romand y una crónica de la construcción del propio libro. La
historia que nos cuenta El adversario
es sencilla, y resulta aún más brutal y violenta por su sencillez. Jean –
Claude Romand, un hombre aparentemente modélico, o quizá más que modélico tan
anodino que no se podía imaginar que fuera a hacer nada malo nunca (y me
acuerdo del final de Psicosis, cuando
Norman Bates, ya definitivamente convertido en su madre, se consuela diciendo
que estará tan quieto que la gente dirá: es incapaz de hacer daño a una mosca),
mata de repente un día, sin que nadie pueda pensar en un motivo para ello, a su
mujer, a sus hijos y a sus padres.
Romand intenta matarse también, y quema su casa. La primera
idea, mientras está en coma, es que su familia ha sido objeto de un ataque,
pero pronto la investigación empieza a apuntar al padre de familia modelo, Jean
– Claude Romand. No parece haber motivos para algo así, y aparentemente no los
hay, pero la investigación judicial y en paralelo la investigación personal que
va realizando Carrère van mostrándonos esos motivos.
Jean – Claude Romand, después de una vida completa de
mentiras, prácticamente desde que entró a la Universidad, se había visto
acorralado, y ante la perspectiva de ser descubierto y avergonzado por ello,
decidió tomar el camino de la muerte. ¿Quién pensaban todos que era Jean –
Claude Romand? Todos en su entorno pensaban que era un licenciado en medicina
que se había dedicado a la investigación médica, ocupando puestos de responsabilidad
creciente en la OMS en Ginebra. Todos en su entorno, un pueblo acomodado cerca
de la frontera entre Francia y Suiza, pensaban que era un hombre gris, con una
familia a la que mantenía gracias a su buena labor en el trabajo.
Romand es un tipo frío, y llama mucho la atención en la
narración del juicio esa frialdad, que parece muy difícil de romper, que de hecho
apenas se quiebra, y que alcanza un momento de gran patetismo cuando se pone a
llorar derrumbado al recordar no a sus padres ni a su mujer ni hijos, sino a su
perro. Romand no tenía amistades realmente íntimas, ni parecía un hombre de
pasiones. Había sido criado en un entorno en el que las emociones no se
exteriorizaban en gran medida. Romand era un tipo discreto, sobre todo anodino,
ni especialmente cariñoso ni especialmente excéntrico. Alguien con una vida
exterior tan gris que consiguió que en 20 años nadie se preguntara si ocultaba
algo. Y lo consiguió. Y sólo se dio cuenta de que lo pillarían, al final, a
causa del dinero. Porque Jean – Claude Romand le proporcionaba a su familia una
buena vida, acomodada, en una buena casa, con buenos coches que cambiaba cada
pocos años, la vida de un alto funcionario europeo que trabaja en Suiza. Pero,
¿cómo podía mantener eso sin un trabajo de verdad que lo respaldara? Estafando
a sus padres, a sus tíos, a sus suegros. Les prometía grandes ventajas fiscales
si le dejaban gestionar sus ahorros en Suiza y ellos se fiaban (cómo no
hacerlo) de él. Y él iba viviendo de ese dinero, que ellos no le reclamaron
nunca. Pero Romand se dejó llevar por una vez por la pasión, y se echó una
amante por la que perdió la cabeza y que le hizo gastar más (mucho más) de lo
que tenía en invitarla a cenar en París, en regalos, en viajes. Y necesitó más
dinero, y lo sacó de ella, pero ella sí sospechó que pasaba algo raro y le pidió
su dinero de vuelta. Y en ese momento Jean – Claude Romand se dio cuenta de que
lo iban a descubrir. Y optó por matarlos a todos.
Romand empezó mintiendo en la Universidad, donde se inventó
que sufría un tipo de linfoma para justificar extrañas ausencias. Y todos
pensaron que había terminado la carrera de Medicina cuando la verdad es que
había dejado de ir a clase y examinarse en segundo año de la carrera. Uno de
los momentos que más me han perturbado en el libro es cuando a Romand le
pregunta cómo consiguió engañarlos a todos y dice: no engañé a nadie, no
falsifiqué los tablones de notas, simplemente nadie se preocupó nunca por mirar
mis notas, ni nadie se extrañó por mis ausencias. Me parece una idea que da la
magnitud del vacío en el que este hombre vivía, y lo poco que importaba a los
demás.
Carrère se va sintiendo fascinado con el transcurrir de las
páginas por ese mundo falso que había ido tejiendo, y por cómo nadie lo había
cuestionado nunca, cómo nadie vio que ahí había algo extraño.
¿Qué hacía Jean – Claude Romand con su vida durante sus días?
Poco se sabe. Paseaba por bosques, conducía. Perdía el tiempo mientras los
demás pensaban que trabajaba en un puesto de responsabilidad en Ginebra. No
había (no la hubo hasta el final, con su amante) ninguna doble vida. Y eso es
algo que resulta perturbador. Carrére dice en algún momento que el falso Jean –
Claude Romand no escondía a un verdadero Jean – Claude Romand. Debajo de la
mentira no había nada.
Creo que el autor hace un esfuerzo por no empatizar demasiado
con el personaje, y en algunos momentos se nota que frena su comprensión del
mismo y de sus dinámicas. Me da la sensación de que El adversario es un texto que fascinará y perturbará a quien se
acerque a él por primera vez, inevitablemente. Es un libro que llama nuestra
atención, que nos impide abandonar su lectura. Es un libro muy destacable, de
lo mejor que se puede leer, pero aún así me quedo con la sensación de que le
falta un poco de desarrollo. Carrère no ha querido meterse del todo en el
fango, y eso, en cierto modo, lastra al libro, que pese a ello sigue siendo una
lectura sobresaliente, absolutamente recomendable.
Felices lecturas.
Sr. E
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