lunes, 5 de octubre de 2015

Las partículas elementales, de Michel Houellebecq



Las partículas elementales, de Michel Houellebecq
Ed. Anagrama (1.999)


Michel Houellebecq es conocido principalmente como provocador, por lo que trasciende del personaje Michel Houellebecq. Ese personaje Houellebecq, desagradable, ofensivo, sociopático, bebedor, sospechoso de misógino y de islamófobo, radical, que parece moverse en la búsqueda del siguiente conflicto, impide ver a veces al Houellebecq escritor. Ese bufón que señala los males de Occidente se come a uno de los mejores novelistas contemporáneos, y acaba llamando a la muchas veces inevitable confusión entre autor y obra, llevando a gente que normalmente no se preocupa por la literatura a conocerlo y tener una opinión formada sobre él y haciendo que otros lectores no se adentren en sus páginas.

“Arrastrados por la evolución histórica de su época y, a la vez, habiendo decidido formar parte de ella, los individuos sintomáticos lleva, por lo general, una vida simple y feliz; el relato clásico de sus vidas puede ocupar una o dos páginas”. pg. 27

Creo que los dos grandes profetas de la narrativa de los últimos 20 años han sido David Foster Wallace y Michel Houellebecq. Lo digo al margen de quiénes me parecen los mejores escritores de este período, o quiénes pienso que han comprendido mejor el espíritu de los tiempos, que son ideas a las que volveré en las próximas semanas y meses. Adelanto, sin embargo, que ni uno ni otro me parecen los merecedores de ninguno de esos dos títulos, pero sí creo que han sido elegidos por la masa crítica de lectores literarios, y de aspirantes a escritores, como los dos principales representantes de su tiempo. Y como representantes de su tiempo, creo que han movido a muchos nuevos escritores a imitarlos (en el caso de Foster Wallace) hasta que el modelo acaba desgastado de tanto uso, como pasó con García Márquez y sus mil aprendices de realismo mágico, o por el contrario, a actuar (en el caso de Houellebecq) como si no estuviera ahí. Nadie pretende escribir como Michel Houellebecq. Nadie está en su línea. Su línea empieza y acaba en él. Pero sería estúpido tratar de ignorar su peso y su impacto en los últimos veinte años, desde la publicación de Ampliación del campo de batalla en 1.995. Aunque le den los Premios Nobel a Le Clezio y a Modiano, y aunque ahora parezca que el título de escritor nacional francés lo ostenta Emmanuel Carrère, sospecho que dentro de cien años, si de alguno de los cuatro se habla, será de Houellebecq. Quizá se hable de él como un hereje de la corrección política, alguien que nunca aspiró a ser escritor nacional francés ni Premio Nobel (y que por aquellas vueltas de estos galardones igual acaba siéndolo), pero se hablará. Houellebecq viene de Camus y de Dostoievski, ve el mundo igual de negro que ellos dos, pero no ofrece ninguna luz ni consuelo. El mundo es oscuro y así seguirá siendo en la cosmovisión de Houellebecq, que se limita a señalarlo. Hablaba de Foster Wallace y de él como profetas, y tengo claro que el francés es el profeta catastrofista del Antiguo Testamento, aquel que espera que su dios castigue a los pecadores. Foster Wallace es un profeta del Nuevo Testamento, alguien que señala los males pero ofrece redención. A su pesar, fue el Jesucristo de la narrativa posmoderna. Houellebecq ni siquiera ofrece un consolador arrepentíos, el fin está cerca. Se limita a gritarnos que el fin está cerca. En esta novela, escrita desde un futuro cercano, el tono profético es el dominante, la voz de quien ya nos lo estaba diciendo en 1.999.

“Más tarde, la globalización económica dio paso a una competencia mucho más dura, que hizo añicos los sueños de integrar al conjunto de la población en una clase media generalizada con capacidad adquisitiva en constante aumento; capas sociales cada vez más amplias se hundieron en la precariedad y el desempleo. Sin embargo, la aspereza de la competencia sexual no disminuyó; todo lo contrario”. pg. 66

Las partículas elementales es una novela de 1.999. Es la obra que sigue en la producción de Houellebecq a Ampliación del campo de batalla. Respecto a esta, repite motivos y preocupaciones, profundizando más en todos ellos. Creo que es una novela más redonda, que en el caso de este autor se corresponde bastante con ser una novela aún más amarga y sin posibilidad de redención. La trama se articula alrededor de dos hermanastros llegados a los cuarenta años. Un científico que ha renunciado a la que parecía una cómoda carrera, con razonable éxito, y un profesor de Literatura atormentado, que va escribiendo casi en secreto, unos textos que con los años se van volviendo más misántropos y que no es posible leer sin pensar en el propio Houellebecq, corroído por un deseo insatisfecho desde la adolescencia (porque una de las ideas clave de Houellebecq es que en la sociedad del hiperconsumo es imposible satisfacer nunca el deseo porque el deseo se reproduce y cambia de forma más rápido que nunca). La novela habla desde un futuro cercano (cada vez más cercano, porque el libro ha cumplido 16 años), en el que el trabajo que hizo en soledad el hermano biólogo, como un monje, después de dejar la institución científica en la que trabajaba, se ha revelado como una de las mayores aportaciones de la historia de la ciencia y abrió las puertas a duplicaciones del código genético que desembocaron en una nueva raza humana, creada a imagen y semejanza del hombre y que está acabando con los antiguos humanos. Básicamente el libro va presentando momentos de las vidas de ambos en los que estuvieron más cerca para volver a separarse, y desde dos vidas tan distintas, retrata lo más enfermizo de la sociedad occidental contemporánea.

“Le habló de su infancia, de la muerte de su abuela y de las humillaciones en el internado masculino. Le habló de su adolescencia, de las masturbaciones en el tren, a unos metros de las chicas, le habló de los veranos en casa de su padre. Christiane escuchaba acariciándole el pelo”. pg. 148.

No hay lugar para la esperanza, ese parece el lema principal de Houellebecq. No es recomendable afrontar su lectura si no se tiene una razonable fe en el ser humano, al menos en algunos seres humanos. Para Houellebecq estamos solos en el mundo, hemos venido a sufrir, y lo que parece transmitirnos es que muchos de esos sufrimientos son culpa de la sociedad que hemos creado. Houellebecq entiende que todo se ha convertido en una lucha, y que ese darwinismo social en el que sólo importa ser el más fuerte y así sobrevivir ha invadido las relaciones de pareja, las relaciones familiares, el mundo laboral, la escritura, absolutamente todo. Disponemos de sexo vacío, adicciones, insomnio, terapias que no funcionan y relaciones enfermas para ir pasando la vida. No hay lazos verdaderos. Nos estamos muriendo un poco a cada segundo, y la salida a todo aspecto esperanzador en la novela de Houellebecq es otra desgracia y más enfermedad.

“Es bueno que sea usted reaccionario. Todos los grandes escritores son reaccionarios: Balzac, Flaubert, Baudelaire, Dostoievski, todos reaccionarios. Pero también hay que follar, ¿eh?”. pg. 185

El estilo es limpio y a pesar de su crudeza se encuentran en él destellos de poesía. Es muy eficaz convirtiendo ideas muy densas en frases que podrían funcionar como lemas. Houellebecq odia a sus personajes porque odia al mundo en el que vive y seguramente se odia a sí mismo. Cada párrafo parece estar muy depurado, y no sobra ni una palabra. Houellebecq no es un estilista pero no es lo que busca. Es un autor de línea limpia (se nota que sus orígenes son poéticos), que encuentra la palabra que busca en cada momento y ha decidido no adornarla. La novela está magníficamente construida. Creo que el personaje Houellebecq no deja ver a veces al brillante escritor Houellebecq. Dicho sea sin olvidar que él es el primero que ha decidido llamar a la confusión y sacar beneficio de ella. He leído Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales, que forman un díptico inicial en el que Houellebecq presenta sus ideas, sus obsesiones y su estilo. También leí El mapa y el territorio, que me pareció una novela que funcionaba perfectamente, pero más aséptica. Seguramente una de las mejores novelas que se publicaron ese año, pero que no parecía escrita por Houellebecq. Otra vez la confusión entre autor y obra. Me da por imaginar que fue él mismo quien hizo rodar aquella polémica sobre los fragmentos de wikipedia que aparecían en la novela, para despertar alguna y sentirse cómodo. Tengo en casa La posibilidad de una isla, que cogeré en los próximos meses.

“La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible”. pg. 227

Houellebecq puede gustarnos a ratos y hacernos sentir mal a otros. Nos incomoda. Ya dije que la opción que muchos han tomado es mirar hacia otro lado y hacer como si no siguiera escribiendo, como si nunca hubiera escrito. Nos enseña lo peor de nuestro mundo. Lo señala y nos obliga a mirarlo. Discute verdades que han sido aceptadas a veces sin cuestionamiento previo. Como a todo loco que grita en el desierto, lo más cómodo es mirarlo quedándose solo y reírse de él. Es muy caricaturizable Michel Houellebecq, ciertamente. Pero no olvidemos que también es uno de los pocos escritores que realmente está dibujando una época, la nuestra, con todos sus rincones oscuros.

“El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte”. pg. 296

Más reseñas el próximo lunes
Sr. E

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