Las partículas
elementales,
de Michel Houellebecq
Ed. Anagrama (1.999)
Michel Houellebecq es conocido
principalmente como provocador, por lo que trasciende del personaje Michel
Houellebecq. Ese personaje Houellebecq, desagradable, ofensivo, sociopático,
bebedor, sospechoso de misógino y de islamófobo, radical, que parece moverse en
la búsqueda del siguiente conflicto, impide ver a veces al Houellebecq
escritor. Ese bufón que señala los males de Occidente se come a uno de los
mejores novelistas contemporáneos, y acaba llamando a la muchas veces
inevitable confusión entre autor y obra, llevando a gente que normalmente no se
preocupa por la literatura a conocerlo y tener una opinión formada sobre él y
haciendo que otros lectores no se adentren en sus páginas.
“Arrastrados por la
evolución histórica de su época y, a la vez, habiendo decidido formar parte de
ella, los individuos sintomáticos lleva, por lo general, una vida simple y
feliz; el relato clásico de sus vidas puede ocupar una o dos páginas”. pg.
27
Creo que los dos grandes profetas
de la narrativa de los últimos 20 años han sido David Foster Wallace y Michel
Houellebecq. Lo digo al margen de quiénes me parecen los mejores escritores de
este período, o quiénes pienso que han comprendido mejor el espíritu de los
tiempos, que son ideas a las que volveré en las próximas semanas y meses.
Adelanto, sin embargo, que ni uno ni otro me parecen los merecedores de ninguno
de esos dos títulos, pero sí creo que han sido elegidos por la masa crítica de
lectores literarios, y de aspirantes a escritores, como los dos principales
representantes de su tiempo. Y como representantes de su tiempo, creo que han
movido a muchos nuevos escritores a imitarlos (en el caso de Foster Wallace)
hasta que el modelo acaba desgastado de tanto uso, como pasó con García Márquez
y sus mil aprendices de realismo mágico, o por el contrario, a actuar (en el
caso de Houellebecq) como si no estuviera ahí. Nadie pretende escribir como
Michel Houellebecq. Nadie está en su línea. Su línea empieza y acaba en él.
Pero sería estúpido tratar de ignorar su peso y su impacto en los últimos
veinte años, desde la publicación de Ampliación
del campo de batalla en 1.995. Aunque le den los Premios Nobel a Le Clezio
y a Modiano, y aunque ahora parezca que el título de escritor nacional francés
lo ostenta Emmanuel Carrère, sospecho que dentro de cien años, si de alguno de
los cuatro se habla, será de Houellebecq. Quizá se hable de él como un hereje
de la corrección política, alguien que nunca aspiró a ser escritor nacional
francés ni Premio Nobel (y que por aquellas vueltas de estos galardones igual
acaba siéndolo), pero se hablará. Houellebecq viene de Camus y de Dostoievski,
ve el mundo igual de negro que ellos dos, pero no ofrece ninguna luz ni
consuelo. El mundo es oscuro y así seguirá siendo en la cosmovisión de
Houellebecq, que se limita a señalarlo. Hablaba de Foster Wallace y de él como
profetas, y tengo claro que el francés es el profeta catastrofista del Antiguo
Testamento, aquel que espera que su dios castigue a los pecadores. Foster
Wallace es un profeta del Nuevo Testamento, alguien que señala los males pero
ofrece redención. A su pesar, fue el Jesucristo de la narrativa posmoderna.
Houellebecq ni siquiera ofrece un consolador arrepentíos, el fin está cerca. Se limita a gritarnos que el fin
está cerca. En esta novela, escrita desde un futuro cercano, el tono profético
es el dominante, la voz de quien ya nos lo estaba diciendo en 1.999.
“Más tarde, la
globalización económica dio paso a una competencia mucho más dura, que hizo
añicos los sueños de integrar al conjunto de la población en una clase media
generalizada con capacidad adquisitiva en constante aumento; capas sociales
cada vez más amplias se hundieron en la precariedad y el desempleo. Sin embargo,
la aspereza de la competencia sexual no disminuyó; todo lo contrario”.
pg. 66
Las partículas
elementales
es una novela de 1.999. Es la obra que sigue en la producción de Houellebecq a Ampliación del campo de batalla.
Respecto a esta, repite motivos y preocupaciones, profundizando más en todos
ellos. Creo que es una novela más redonda, que en el caso de este autor se
corresponde bastante con ser una novela aún más amarga y sin posibilidad de
redención. La trama se articula alrededor de dos hermanastros llegados a los
cuarenta años. Un científico que ha renunciado a la que parecía una cómoda
carrera, con razonable éxito, y un profesor de Literatura atormentado, que va
escribiendo casi en secreto, unos textos que con los años se van volviendo más
misántropos y que no es posible leer sin pensar en el propio Houellebecq, corroído
por un deseo insatisfecho desde la adolescencia (porque una de las ideas clave
de Houellebecq es que en la sociedad del hiperconsumo es imposible satisfacer
nunca el deseo porque el deseo se reproduce y cambia de forma más rápido que
nunca). La novela habla desde un futuro cercano (cada vez más cercano, porque
el libro ha cumplido 16 años), en el que el trabajo que hizo en soledad el
hermano biólogo, como un monje, después de dejar la institución científica en
la que trabajaba, se ha revelado como una de las mayores aportaciones de la
historia de la ciencia y abrió las puertas a duplicaciones del código genético
que desembocaron en una nueva raza humana, creada a imagen y semejanza del
hombre y que está acabando con los antiguos humanos. Básicamente el libro va
presentando momentos de las vidas de ambos en los que estuvieron más cerca para
volver a separarse, y desde dos vidas tan distintas, retrata lo más enfermizo
de la sociedad occidental contemporánea.
“Le habló de su
infancia, de la muerte de su abuela y de las humillaciones en el internado
masculino. Le habló de su adolescencia, de las masturbaciones en el tren, a
unos metros de las chicas, le habló de los veranos en casa de su padre.
Christiane escuchaba acariciándole el pelo”.
pg. 148.
No hay lugar para la esperanza,
ese parece el lema principal de Houellebecq. No es recomendable afrontar su
lectura si no se tiene una razonable fe en el ser humano, al menos en algunos
seres humanos. Para Houellebecq estamos solos en el mundo, hemos venido a
sufrir, y lo que parece transmitirnos es que muchos de esos sufrimientos son
culpa de la sociedad que hemos creado. Houellebecq entiende que todo se ha
convertido en una lucha, y que ese darwinismo social en el que sólo importa ser
el más fuerte y así sobrevivir ha invadido las relaciones de pareja, las
relaciones familiares, el mundo laboral, la escritura, absolutamente todo. Disponemos
de sexo vacío, adicciones, insomnio, terapias que no funcionan y relaciones
enfermas para ir pasando la vida. No hay lazos verdaderos. Nos estamos muriendo
un poco a cada segundo, y la salida a todo aspecto esperanzador en la novela de
Houellebecq es otra desgracia y más enfermedad.
“Es bueno que sea usted
reaccionario. Todos los grandes escritores son reaccionarios: Balzac, Flaubert,
Baudelaire, Dostoievski, todos reaccionarios. Pero también hay que follar,
¿eh?”. pg. 185
El estilo es limpio y a pesar de
su crudeza se encuentran en él destellos de poesía. Es muy eficaz
convirtiendo ideas muy densas en frases que podrían funcionar como lemas. Houellebecq
odia a sus personajes porque odia al mundo en el que vive y seguramente se odia
a sí mismo. Cada párrafo parece estar muy depurado, y no sobra ni una palabra.
Houellebecq no es un estilista pero no es lo que busca. Es un autor de línea
limpia (se nota que sus orígenes son poéticos), que encuentra la palabra que
busca en cada momento y ha decidido no adornarla. La novela está magníficamente
construida. Creo que el personaje Houellebecq no deja ver a veces al brillante
escritor Houellebecq. Dicho sea sin olvidar que él es el primero que ha
decidido llamar a la confusión y sacar beneficio de ella. He leído Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales, que forman
un díptico inicial en el que Houellebecq presenta sus ideas, sus obsesiones y
su estilo. También leí El mapa y el
territorio, que me pareció una novela que funcionaba perfectamente, pero
más aséptica. Seguramente una de las mejores novelas que se publicaron ese año,
pero que no parecía escrita por Houellebecq. Otra vez la confusión entre autor
y obra. Me da por imaginar que fue él mismo quien hizo rodar aquella polémica
sobre los fragmentos de wikipedia que aparecían en la novela, para despertar
alguna y sentirse cómodo. Tengo en casa La
posibilidad de una isla, que cogeré en los próximos meses.
“La tradicional lucidez
de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las
preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación
en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible
imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta
inconcebible”. pg. 227
Houellebecq puede gustarnos a
ratos y hacernos sentir mal a otros. Nos incomoda. Ya dije que la opción que
muchos han tomado es mirar hacia otro lado y hacer como si no siguiera
escribiendo, como si nunca hubiera escrito. Nos enseña lo peor de nuestro
mundo. Lo señala y nos obliga a mirarlo. Discute verdades que han sido
aceptadas a veces sin cuestionamiento previo. Como a todo loco que grita en el
desierto, lo más cómodo es mirarlo quedándose solo y reírse de él. Es muy
caricaturizable Michel Houellebecq, ciertamente. Pero no olvidemos que también
es uno de los pocos escritores que realmente está dibujando una época, la
nuestra, con todos sus rincones oscuros.
“El humor no nos salva;
no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos
de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos
puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre
nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo
largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja
de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A
fin de cuentas, sólo queda la muerte”. pg.
296
Más reseñas el próximo lunes
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario