lunes, 19 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (II)



El planeta DeLillo, mi aproximación (II)

“La familia representa la cuna de la desinformación universal. Algo hay en la vida familia que desencadena la generación de errores factuales. La proximidad excesiva, el ruido y el calor de la existencia. Acaso algo aún más profundo, como la necesidad de supervivencia”. pg. 113 de Ruido de fondo


“Los datos escalofriantes se han convertido en una industria propia – me limité a decir –. Las diferentes firmas del sector compiten entre sí para ver cuál logra asustarnos más”. pg. 233 de Ruido de fondo.
  
En 2.013 empecé con un pequeño DeLillo: Punto Omega. Una novelita de poco más de 100 páginas. Posmoderna en su más pura acepción. Una perfecta reflexión sobre el mundo del arte contemporáneo. Relecturas de los clásicos (la novela empieza en una proyección de Psicosis de Hitchcock a muy baja velocidad, para que dure 24 horas), charlas sobre el destino del arte, gente que trabaja en lo más inmundo del sistema político y militar (porque para DeLillo toda forma de gobierno tiene siempre algo intimidatorio, y aunque sea democrática en la forma se le antojará autoritaria en el fondo), eso que llamaríamos las cloacas del estado. Y todo en mitad del desierto. Mujeres amables. Artistas que se resisten a salir a la luz pública (como el propio DeLillo) y al que un joven seguidor acude como quien peregrina a un santuario. Punto Omega está escrita con conciencia de obra menor, y seguramente lo es, pero es un librito hipnótico, que de tan depurado acaba siendo inevitablemente poético, con algunas ideas clave, con un cierto tono testamentario y crepuscular, no en vano es de momento la última novela de DeLillo, y es de 2.010, un libro que he releído al menos dos veces completo y a cuyos fragmentos me he acercado muchas más.


También en 2.013 leí una de las novelas más premiadas de DeLillo: Mao II. La novela es de 1.992. La leí con fascinación y con la incómoda sensación de estar ante una de esas manifestaciones artísticas que no llegas a comprender en todas sus posibles lecturas. No tanto por incapacidad lectora sino porque cada nueva lectura me permitiría acercarme desde nuevos puntos de vista. Es una novela muy densa, en la que vuelve a aparecer la fascinación por el poder de las palabras y la manipulación. Escritores, líderes religiosos y terroristas. También el submundo (palabra clave en su producción, no en vano el título de su novela más ambiciosa) de los poderes del Estado. Teniendo en cuenta la poca información que hay sobre DeLillo me llama la atención que en las solapas de sus editoriales se destaca muchas veces que se crió en el Bonx y que fue educado en colegios católicos. Como si fueran hechos tan destacables. Que quizá lo son, porque el mundo de un novelista muchas veces bebe de su infancia (aunque en el caso de DeLillo no lo parece demasiado, quizá sólo en Submundo aparecen fascinaciones propias de la infancia, como el béisbol, aunque quizá sí su infancia pueda haber sido importante en el sentido de que su manera de ver el mundo puede estar marcada por esa infancia en un barrio duro). Sabemos que el pequeño Donald era descendiente de italianos y que se crió en un barrio difícil. He leído por ahí alguna entrevista en la que habla de su admiración por los jesuitas por su combinación de tradición religiosa e intelectual. Mao II es, de sus novelas, en la que aparece más clara la idea de Dios. No parece que DeLillo sea un creyente ortodoxo pero sí parece que DeLillo es un hombre con una idea de la trascendencia. Es consciente de que un novelista que aborda la creación de un mundo como el de sus novelas está ocupando el lugar de un Dios. Su tono es a veces bíblico y algunas de sus historias interpelan a poderes superiores. Pero DeLillo desconfía de la religión organizada como posible origen de manipulaciones. En general creo que Don DeLillo no se siente cómodo en ningún punto desde el que sea posible un pensamiento colectivo. Le parece peligroso quitarle al hombre su individualidad, sea con el fin que sea. Mao II es una novela que contrapone lo colectivo a lo individual, y sigue profundizando en la idea de que la realidad es manipulable y que la palabra es un arma de gran alcance. Mao II se mete a fondo en el barro de la megalomanía y nos hace pensar que todos nos creemos especiales y dotados de talentos inigualables. Y DeLillo nunca pierde de vista su propia persona ni su gremio, y pocos más megalómanos que los escritores. Esta novela nos lleva desde la lucidez a la locura, de la religión al terrorismo, y reflexiona, a través de uno de los personajes principales, sobre cómo dedicarse a escribir sobre algo así.


Uno de los últimos libros que leí ese año volvió a ser de Don DeLillo. Una colección de cuentos: El ángel esmeralda. Sus cuentos completos (o al menos muy seleccionados, la editorial los presentaba como completos pero otra información en internet parecía contradecir ese hecho). Desconfío, en general, de los relatos de autores que son grandes novelistas, y además novelistas desmedidos y torrenciales como DeLillo. No porque vea incompatibilidad entre las grandes novelas y los buenos relatos. Pero digamos que una dedicación de 11 cuentos en más de 40 años de narrativa no me parecía una gran dedicación. No esperaba relatos que fueran obras maestras del género. Y las hay. Me esperaba una cierta decepción. Y al revés, me encontré con un muy buen libro de cuentos. Quizá otra buena puerta de acceso a DeLillo, porque en esas historias están muchos de sus motivos al modo de las miniaturas de algunos pintores, reducidas pero con una gran intensidad. Precisamente El ángel esmeralda fue uno de los relatos que menos me gustaron de esa recopilación. Quizá como cuento funciona bien, y es muy emotivo, y se acerca a ese universo católico del Bronx en el que pasó su infancia, pero al lector enfermo de DeLillo le resulta un objeto extraño, que no encaja demasiado bien en su obra. La mayoría sí están poblados de sus obsesiones, que parten de existencias anodinas para elevarse a categoría de sentimientos generales de la humanidad. Y siempre están presentes los miedos, y la posibilidad de que nos estén engañando. El libro es muy compacto, son apenas doscientas páginas, permite ver una cierta evolución del autor y tiene al menos tres o cuatro relatos excepcionales (destacan especialmente en mi memoria lectora Momentos humanos de la Tercera Guerra Mundial, la historia de un poético futuro post – catástrofe narrada desde el espacio exterior, Baader – Meinhof, que se interesa por las porosas fronteras entre arte y propaganda, entre terrorismo y política, Medianoche en Dostoievski, una historia de juventuda, amistad y literatura, La hoz y el martillo, una narración condensada y acelerada de la crisis económica griega, y La hambrienta, un relato sobre el amor por el cine, el acomodamiento de la pareja y la difícil convivencia entre la vida y los sueños), algo que como ya he dicho no esperaba al empezar a leerlo.


La calle Great Jones es una novela del 73 traducida por primera vez en 2.014. La calle Great Jones podría ser cualquier calle de Nueva York en la que habitan artistas y aspirantes a artistas. DeLillo articula la historia alrededor de una joven estrella del rock. Uno de esos que llegó a la cima (a la cima que su talento le permitía, una cima modesta, en realidad, vista al lado de otras cimas) antes de cumplir los 30 y que ante el paso del tiempo no sabe qué hacer. Una vez que no se ha suicidado ni muerto por sobredosis accidental a los 27 como Jimi Hendrix o Brian Jones, ¿tiene sentido que siga intentando ser una estrella del rock? ¿O sería mejor que viviera, sin más? Como en tantas historias de Don DeLillo hay gente que se esconde y gente que trata de violar su voluntad y encontrarlos (el juego es bastante parecido al de Punto Omega). El rockero desaparecido se queda en casa deprimido y reflexiona sobre la vida, sobre la fama, burla a los que lo persiguen, habla con un vecino novelista que está dispuesto a cualquier cosa por alcanzar la fama y no lo consigue. Es una novela que no alcanza cotas de excelencia (DeLillo es casi siempre un escritor de 10, a veces de 10++, y aquí se queda en un 8,5) pero que presenta algunas ideas muy interesantes sobre el papel de lo que los demás piensan tiene sobre la obra de uno. El DeLillo que escribió esta novela pasaba de largo de los treinta (estaba de hecho más cerca de los cuarenta que de los treinta) y no era conocido. Seguía trabajando en publicidad mientras escribía sus novelas. Él, al contrario que ese novelista dispuesto a cualquier cosa (y que hace propuestas que leídas suenan muy divertidas, del tipo escribir porno filosófico para niños, pero que no dejan de reflejar que hay autores capaces de hacer virar su barco ante los vaivenes del mercado para subirse a la próxima ola; DeLillo, pese a lo generalmente oscuro de sus ideas es un escritor no sólo entretenido como narrador sino hasta bastante divertido, desde luego muy ingenioso e irónico) se mostraba dispuesto a insistir con su literatura hasta que esta se hiciera un hueco debido a su propia calidad. Aún le faltaban diez años para empezar su sucesión de obras maestras (todos los críticos coinciden en que DeLillo tiene 4 novelas fundamentales, las que van de Ruido de fondo en 1985 a Submundo en 1997, escritas de manera consecutiva, una cima de la novelística contemporánea), pero todo iría llegando.

Seguiremos el próximo lunes
Sr. E

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