El
planeta DeLillo, mi aproximación (I)
“Gente que se ama,
Bill; es la misma historia estúpida de siempre, y ya la hemos oído
mil veces”. pg. 105 de
Mao II.
“El Estado debería
intentar eliminar a todos los escritores. Cada gobierno, cada grupo
de poder o aspirante al poder debería sentirse tan amenazado por los
escritores como para verse obligado a perseguirlos allá donde se
encontraran”. pg. 136 de Mao
II.
“¿Te acuerdas de la
literatura, Charlie? Tenía que ver con emborracharse y follar”.
pg. 166 de Mao II.
Ahora
que le han dado el Premio Nobel a una periodista bielorrusa, creo que
es el momento de hablar un poco de Don DeLillo. De sus libros y de mi
relación con ellos. Los que me conocen y aún me prestan algo de
atención cuando me pongo a hablar de libros conocen mi fascinación
por este autor norteamericano. En los últimos tres años, sin
abandonar a mis referencias literarias anteriores, claro, he llegado
hasta tres de los autores que más han influido en mi manera de ver
el mundo y la escritura: Mario Levrero, que me descolocó y me sigue
descolocando con La novela luminosa (de la que ya hablé en el
blog) y El discurso vacío, y luego volvió a abrirme nuevas
puertas con sus relatos (que siguen sin tener un editor en España,
yo tengo un libro argentino con 10 cuentos que me costó un potosí
por aquello de la importación). Al encontrarme con Levrero comprendí
que también se podía escribir así. ¿Cómo así? Como se quiera.
Dejando que las ideas fluyan. Sin estar tan pendiente de si lo que se
está construyendo es una novela en sentido estricto o no,
reflexionando sobre la propia labor mientras se lleva a cabo, jugando
con lo fantástico en mitad de la realidad más aburrida, deformando
eso que llamamos realidad según su famosa metáfora de los zapatos
desgastados y los zapatos del escaparate (Levrero venía a decir que
para él son igual de reales unos que otros, pero que en Literatura
se suele entender que el realismo es la corriente que habla de los
zapatos sin estrenar, perfectos, y que él hablaba de zapatos
deformados por el uso, y que esos son igual de reales, pero mucho más
llenos de matices). Levrero me enseñó a escribir sin freno y a
después, con lo escrito, separar el grano de la paja y construir
cualquiera de las historias posibles que se han dibujado ahí. Los
otros dos escritores son J. G. Ballard y Don DeLillo. De Ballard, en
el que profundizaré en futuras entradas del blog, creo que he
encontrado la confirmación de que los peores miedos que la
literatura de anticipación puede proponernos están en el interior
de nuestra mente, y que el futuro no es mejor sólo por estar más
adelante, sino que el verdadero progreso hay que conseguirlo. Y como
autor he aprendido, sobre todo, a buscar poesía en momentos sórdidos
y a encontrar sordidez en escenas poéticas. La estrecha relación
que todo jardinero conoce entre la mierda y las rosas. Y de DeLillo,
a ser poético a partir de la realidad banal, entendiendo siempre
además que detrás de toda verdad obvia hay varias mentiras. Y sobre
todo a no tenerle miedo a la desmesura estructural de un relato.
DeLillo no mide lo que está escribiendo en función de si
desequilibra su relato hacia uno u otro lado. Le da la anchura que en
cada momento necesita, y eso lo hace más vivo. Y creo que es una
decisión que un escritor debe tomar en algún momento en cada
relato, ajustar la historia a una estructura prefijada o dejar que
sea la historia la que la vaya marcando (obviamente, DeLillo, como
cualquier escritor, le pone límites a lo que está contando, y acaba
dándole una arquitectura que facilite su legibilidad, pero no es un
enfermo de la perfección, lo que algunos autores practican y puede
acabar resultando demasiado artificial y hasta irritante).
Suelo
registrar los libros que voy leyendo por meses, con una breve
anotación sobre lo que me han parecido, y a final de año me gusta
hacer un top 10 de mis lecturas de ese año (este año que
tengo el blog en marcha lo haré público, supongo). Desde 2.012,
cuando empecé a ser más regular en ese registro de lecturas, hay
dos autores de los que siempre he seleccionado un libro entre lo
mejor que he leído durante ese año (y este año también tendrán
su parte): J. G. Ballard y Don DeLillo. Hablaba la semana pasada de
Foster Wallace y Houellebecq como los profetas de la narrativa de los
últimos veinte años. Me parece que Ballard y DeLillo son los dos
escritores (su labor va más a los últimos cuarenta años que a los
últimos veinte) que mejor han entendido el espíritu de los tiempos.
Se les ha calificado a ambos, en estas décadas, reiteradamente, de
visionarios. DeLillo ya había escrito sobre la psicosis terrorista
post 11 – S muchos años antes del 2.001. Ya había jugado con las
infinitas posibilidades de manipulación que el miedo le da al
sistema. En 2.003 ya nos había contado la historia de un joven
ejecutivo que huía de la realidad del derrumbe del sistema económico
en un coche de lujo. Cinco años antes de Lehman Brothers. Ballard
nos ha enseñado la violencia sin contenido a la que una existencia
acomodada y tediosa puede llevarnos. Nos ha advertido de la
alienación a la que se está conduciendo a la clase media. Una
alienación que desembocará en estallidos violentos. Ambos son
escritores violentos. Tanto en las formas como en el fondo. No creo
que sea casual que el único director que se ha atrevido a adaptar
sus novelas (aparte de El imperio del sol de Spielberg, pero
ese es otro Ballard) haya sido David Cronenberg (con dos películas
discutibles pero con mucha fuerza como son Crash y
Cosmópolis). Ambos autores miran la realidad y tratan de ver
lo que iba a venir después. Siempre han estado contando el mañana.
Técnicamente son dos escritores muy distintos, y en sus historias
hay una clara presencia de las sociedades en las que vivían en cada
momento, DeLillo en los Estados Unidos y Ballard en Gran Bretaña, lo
que los separa. No digo que sean escritores demasiado parecidos. Pero
creo que se complementan muy bien como lecturas y acaban formando un
paisaje desolador de lo que nos espera. Sin querer sonar pedante y
sabiendo que es una terminología desprestigiada, creo que ambos
hacen un análisis marxista de la realidad y en unas últimas
décadas, sobre todo tras la caída del Muro, en la que se nos
trataba de vender el fin de la historia, sus obras siguen señalando
las luchas latentes y que esa luchas nunca dejarían de estar
presentes ni de impulsar los conflictos. Y donde hay conflicto hay
una posibilidad de narración, debería decir cualquier primera clase
de un curso de escritura creativa.
A
Ballard me dedicaré con más detalle en unas semanas, cuando acabe
de sacarle todo el jugo (aunque creo que es un libro al que volveré
y volveré durante años y nunca se agotará) a sus Cuentos
completos. Hoy toca DeLillo. De Don DeLillo dijo Harold Bloom que
era uno de los cuatro autores fundamentales de la novela americana
contemporánea. DeLillo está a punto de cumplir los ochenta años y
sigue escribiendo con la fuerza de ningún otro. Está metido (aunque
con DeLillo nunca se sabe, porque al igual que sucede en sus novelas
es un intoxicador de primera y es muy difícil determinar si la información que
circula sobre él es de fiar) en la escritura de una nueva novela
larga. Dicen que a DeLillo no le gusta aparecer en público pero que
no llega a los extremos de un Salinger. DeLillo es bastante
experimental en sus narraciones pero no llega a la ilegibilidad de un
Pynchon. Y creo que es sobre todo porque DeLillo no deja de entender
la escritura como un acto de comunicación. Pynchon me parece un
autor que se dedica a los frívolos juegos técnicos. Alguien que
dice constantemente: “mira lo que soy capaz de hacer”. DeLillo es
capaz de hacerlo igualmente pero no está continuamente reclamando
nuestra atención sobre ese detalle técnico. No quiere distraernos
de la lectura.
DeLillo
es discípulo de Joyce en la construcción de la voz. Y no lo
esconde. Las voces de los narradores de DeLillo son extrañamente
poéticas. Resultan inevitablemente hipnóticas. Los diálogos de las
novelas de DeLillo son habitualmente artificiosos. Al principio te
hacen levantar la ceja y pensar que los personajes parecen estar
hablando con un lenguaje prestado, inflacionado y ampuloso. Pero es
el efecto buscado. Los personajes de DeLillo hablan como hablan los
que están sobresaturados de información externa, tanta que les
impide asimilarla toda y parte de ella simplemente sale rebotada, tal
cual ha sido escuchada fuera, sin llegar nunca a sonar como propia.
Suenan falsos pero porque pretenden recordarnos que un alto
porcentaje de la gente suena así, utilizando el lenguaje prestado de
los políticos y los publicistas. DeLillo fue publicista y sabe de lo
que va la cosa, y retuerce el lenguaje en sus novelas y nos recuerda
constantemente que las palabras dotan de significado a la realidad y
quien manipula el discurso puede acabar manipulando la realidad.
La
primera novela de DeLillo que leí fue El hombre del salto. Es
una novela sobre el shock de una ciudad, Nueva York, tras el 11 –
S. No es una de las grandes novelas de DeLillo pero no es una mala
novela. Fue una novela que no me entusiasmó pero que me hizo
interesarme por su autor. Noté que ahí había una voz poderosa con
unas poderosas ideas. Presenta estampas de lo que queda de la vida
después de una catástrofe como ésa. Personas que se quedan
reducidas a fragmentos, conversaciones silenciadas, terapias que no
funcionan, recuerdos. Es una novela de varias voces, que se mueve por
NY en la piel de varios personajes sobre los que cayó la desgracia y
tratan de seguir adelante. Con la pregunta siempre presente de: ¿es
posible seguir adelante?
Leí
El hombre del salto en 2.012 y también en 2.012 leí Ruido
de fondo. Si alguien de los que todavía me escuchan cuando me
pongo a hablar de libros y llego a DeLillo me ha preguntado por un
libro con el que acercarse a su obra, le he recomendado este. Es una
de sus obras maestras. Está escrita con conciencia de obra maestra
(la autoconciencia en la escritura de DeLillo es muy importante y se
nota cuáles de sus libros están escritos con la absoluta seguridad
de estar escribiendo una obra maestra) y lo es de principio a fin.
Ruido de fondo está escrita en 1.985 (tenemos casi la misma
edad) y habla de un escape nuclear en una pequeña ciudad americana.
La clásica ciudad coqueta con una pequeña universidad. Una
universidad en la que enseña el padre de la familia sobre la que se
centra la narración. Es la historia de una familia disfuncional que
tiene que escapar de un accidente nuclear. Una familia disfuncional
con dos hijos adolescentes, repelentes, sobreinformados, que
cuestionan continuamente cualquier información que llega desde la
supuesta autoridad, sean sus padres o sean las autoridades públicas.
Una mujer desencantada con su vida que ve en el accidente nuclear una
posibilidad de empezar de nuevo. Y un padre profesor universitario en
una de esas crisis de la mediana edad. La novela trata sobre la
manipulación de los sentimientos y presenta la infomación como una
de las materias primas con las que jugar a dominar el mundo. El
título, ese ruido de fondo (white noise en el título
original) describe perfectamente cómo al final, saturados de
informes por uno y otro lado, dejamos de escuchar y la supuesta
riqueza de poder acercarnos a tantas fuentes de información acaba
reduciéndonos a la pobreza de fuentes, sobre todo cuando nunca
tenemos claro quién lanza los mensajes ni con qué fines. Uno de los
epígrafes de mi libro Beber durante el embarazo viene de esta
novela y va en esa línea:
Parecen
tenerlo todo bajo control – dije.
¿Quiénes?
Los
que estén a cargo de esto.
¿Quiénes
son?
Da
lo mismo. (pg. 197)
Creo
que Ruido de fondo ya recoge todo lo que DeLillo es como
escritor, técnicamente y en cuanto a ideas. Están sus miedos y sus
obsesiones al completo. Es un punto central desde el que se irá
expandiendo en el tiempo su obra narrativa. Enriqueciendo las nuevas
lecturas de sus novelas pasadas y preparando las futuras.
Seguiremos
el próximo lunes
Sr. E
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