lunes, 12 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (I)

El planeta DeLillo, mi aproximación (I)

Gente que se ama, Bill; es la misma historia estúpida de siempre, y ya la hemos oído mil veces”. pg. 105 de Mao II.

El Estado debería intentar eliminar a todos los escritores. Cada gobierno, cada grupo de poder o aspirante al poder debería sentirse tan amenazado por los escritores como para verse obligado a perseguirlos allá donde se encontraran”. pg. 136 de Mao II.

¿Te acuerdas de la literatura, Charlie? Tenía que ver con emborracharse y follar”. pg. 166 de Mao II.


Ahora que le han dado el Premio Nobel a una periodista bielorrusa, creo que es el momento de hablar un poco de Don DeLillo. De sus libros y de mi relación con ellos. Los que me conocen y aún me prestan algo de atención cuando me pongo a hablar de libros conocen mi fascinación por este autor norteamericano. En los últimos tres años, sin abandonar a mis referencias literarias anteriores, claro, he llegado hasta tres de los autores que más han influido en mi manera de ver el mundo y la escritura: Mario Levrero, que me descolocó y me sigue descolocando con La novela luminosa (de la que ya hablé en el blog) y El discurso vacío, y luego volvió a abrirme nuevas puertas con sus relatos (que siguen sin tener un editor en España, yo tengo un libro argentino con 10 cuentos que me costó un potosí por aquello de la importación). Al encontrarme con Levrero comprendí que también se podía escribir así. ¿Cómo así? Como se quiera. Dejando que las ideas fluyan. Sin estar tan pendiente de si lo que se está construyendo es una novela en sentido estricto o no, reflexionando sobre la propia labor mientras se lleva a cabo, jugando con lo fantástico en mitad de la realidad más aburrida, deformando eso que llamamos realidad según su famosa metáfora de los zapatos desgastados y los zapatos del escaparate (Levrero venía a decir que para él son igual de reales unos que otros, pero que en Literatura se suele entender que el realismo es la corriente que habla de los zapatos sin estrenar, perfectos, y que él hablaba de zapatos deformados por el uso, y que esos son igual de reales, pero mucho más llenos de matices). Levrero me enseñó a escribir sin freno y a después, con lo escrito, separar el grano de la paja y construir cualquiera de las historias posibles que se han dibujado ahí. Los otros dos escritores son J. G. Ballard y Don DeLillo. De Ballard, en el que profundizaré en futuras entradas del blog, creo que he encontrado la confirmación de que los peores miedos que la literatura de anticipación puede proponernos están en el interior de nuestra mente, y que el futuro no es mejor sólo por estar más adelante, sino que el verdadero progreso hay que conseguirlo. Y como autor he aprendido, sobre todo, a buscar poesía en momentos sórdidos y a encontrar sordidez en escenas poéticas. La estrecha relación que todo jardinero conoce entre la mierda y las rosas. Y de DeLillo, a ser poético a partir de la realidad banal, entendiendo siempre además que detrás de toda verdad obvia hay varias mentiras. Y sobre todo a no tenerle miedo a la desmesura estructural de un relato. DeLillo no mide lo que está escribiendo en función de si desequilibra su relato hacia uno u otro lado. Le da la anchura que en cada momento necesita, y eso lo hace más vivo. Y creo que es una decisión que un escritor debe tomar en algún momento en cada relato, ajustar la historia a una estructura prefijada o dejar que sea la historia la que la vaya marcando (obviamente, DeLillo, como cualquier escritor, le pone límites a lo que está contando, y acaba dándole una arquitectura que facilite su legibilidad, pero no es un enfermo de la perfección, lo que algunos autores practican y puede acabar resultando demasiado artificial y hasta irritante).


Suelo registrar los libros que voy leyendo por meses, con una breve anotación sobre lo que me han parecido, y a final de año me gusta hacer un top 10 de mis lecturas de ese año (este año que tengo el blog en marcha lo haré público, supongo). Desde 2.012, cuando empecé a ser más regular en ese registro de lecturas, hay dos autores de los que siempre he seleccionado un libro entre lo mejor que he leído durante ese año (y este año también tendrán su parte): J. G. Ballard y Don DeLillo. Hablaba la semana pasada de Foster Wallace y Houellebecq como los profetas de la narrativa de los últimos veinte años. Me parece que Ballard y DeLillo son los dos escritores (su labor va más a los últimos cuarenta años que a los últimos veinte) que mejor han entendido el espíritu de los tiempos. Se les ha calificado a ambos, en estas décadas, reiteradamente, de visionarios. DeLillo ya había escrito sobre la psicosis terrorista post 11 – S muchos años antes del 2.001. Ya había jugado con las infinitas posibilidades de manipulación que el miedo le da al sistema. En 2.003 ya nos había contado la historia de un joven ejecutivo que huía de la realidad del derrumbe del sistema económico en un coche de lujo. Cinco años antes de Lehman Brothers. Ballard nos ha enseñado la violencia sin contenido a la que una existencia acomodada y tediosa puede llevarnos. Nos ha advertido de la alienación a la que se está conduciendo a la clase media. Una alienación que desembocará en estallidos violentos. Ambos son escritores violentos. Tanto en las formas como en el fondo. No creo que sea casual que el único director que se ha atrevido a adaptar sus novelas (aparte de El imperio del sol de Spielberg, pero ese es otro Ballard) haya sido David Cronenberg (con dos películas discutibles pero con mucha fuerza como son Crash y Cosmópolis). Ambos autores miran la realidad y tratan de ver lo que iba a venir después. Siempre han estado contando el mañana. Técnicamente son dos escritores muy distintos, y en sus historias hay una clara presencia de las sociedades en las que vivían en cada momento, DeLillo en los Estados Unidos y Ballard en Gran Bretaña, lo que los separa. No digo que sean escritores demasiado parecidos. Pero creo que se complementan muy bien como lecturas y acaban formando un paisaje desolador de lo que nos espera. Sin querer sonar pedante y sabiendo que es una terminología desprestigiada, creo que ambos hacen un análisis marxista de la realidad y en unas últimas décadas, sobre todo tras la caída del Muro, en la que se nos trataba de vender el fin de la historia, sus obras siguen señalando las luchas latentes y que esa luchas nunca dejarían de estar presentes ni de impulsar los conflictos. Y donde hay conflicto hay una posibilidad de narración, debería decir cualquier primera clase de un curso de escritura creativa.


A Ballard me dedicaré con más detalle en unas semanas, cuando acabe de sacarle todo el jugo (aunque creo que es un libro al que volveré y volveré durante años y nunca se agotará) a sus Cuentos completos. Hoy toca DeLillo. De Don DeLillo dijo Harold Bloom que era uno de los cuatro autores fundamentales de la novela americana contemporánea. DeLillo está a punto de cumplir los ochenta años y sigue escribiendo con la fuerza de ningún otro. Está metido (aunque con DeLillo nunca se sabe, porque al igual que sucede en sus novelas es un intoxicador de primera y es muy difícil determinar si la información que circula sobre él es de fiar) en la escritura de una nueva novela larga. Dicen que a DeLillo no le gusta aparecer en público pero que no llega a los extremos de un Salinger. DeLillo es bastante experimental en sus narraciones pero no llega a la ilegibilidad de un Pynchon. Y creo que es sobre todo porque DeLillo no deja de entender la escritura como un acto de comunicación. Pynchon me parece un autor que se dedica a los frívolos juegos técnicos. Alguien que dice constantemente: “mira lo que soy capaz de hacer”. DeLillo es capaz de hacerlo igualmente pero no está continuamente reclamando nuestra atención sobre ese detalle técnico. No quiere distraernos de la lectura.


DeLillo es discípulo de Joyce en la construcción de la voz. Y no lo esconde. Las voces de los narradores de DeLillo son extrañamente poéticas. Resultan inevitablemente hipnóticas. Los diálogos de las novelas de DeLillo son habitualmente artificiosos. Al principio te hacen levantar la ceja y pensar que los personajes parecen estar hablando con un lenguaje prestado, inflacionado y ampuloso. Pero es el efecto buscado. Los personajes de DeLillo hablan como hablan los que están sobresaturados de información externa, tanta que les impide asimilarla toda y parte de ella simplemente sale rebotada, tal cual ha sido escuchada fuera, sin llegar nunca a sonar como propia. Suenan falsos pero porque pretenden recordarnos que un alto porcentaje de la gente suena así, utilizando el lenguaje prestado de los políticos y los publicistas. DeLillo fue publicista y sabe de lo que va la cosa, y retuerce el lenguaje en sus novelas y nos recuerda constantemente que las palabras dotan de significado a la realidad y quien manipula el discurso puede acabar manipulando la realidad.


La primera novela de DeLillo que leí fue El hombre del salto. Es una novela sobre el shock de una ciudad, Nueva York, tras el 11 – S. No es una de las grandes novelas de DeLillo pero no es una mala novela. Fue una novela que no me entusiasmó pero que me hizo interesarme por su autor. Noté que ahí había una voz poderosa con unas poderosas ideas. Presenta estampas de lo que queda de la vida después de una catástrofe como ésa. Personas que se quedan reducidas a fragmentos, conversaciones silenciadas, terapias que no funcionan, recuerdos. Es una novela de varias voces, que se mueve por NY en la piel de varios personajes sobre los que cayó la desgracia y tratan de seguir adelante. Con la pregunta siempre presente de: ¿es posible seguir adelante?


Leí El hombre del salto en 2.012 y también en 2.012 leí Ruido de fondo. Si alguien de los que todavía me escuchan cuando me pongo a hablar de libros y llego a DeLillo me ha preguntado por un libro con el que acercarse a su obra, le he recomendado este. Es una de sus obras maestras. Está escrita con conciencia de obra maestra (la autoconciencia en la escritura de DeLillo es muy importante y se nota cuáles de sus libros están escritos con la absoluta seguridad de estar escribiendo una obra maestra) y lo es de principio a fin. Ruido de fondo está escrita en 1.985 (tenemos casi la misma edad) y habla de un escape nuclear en una pequeña ciudad americana. La clásica ciudad coqueta con una pequeña universidad. Una universidad en la que enseña el padre de la familia sobre la que se centra la narración. Es la historia de una familia disfuncional que tiene que escapar de un accidente nuclear. Una familia disfuncional con dos hijos adolescentes, repelentes, sobreinformados, que cuestionan continuamente cualquier información que llega desde la supuesta autoridad, sean sus padres o sean las autoridades públicas. Una mujer desencantada con su vida que ve en el accidente nuclear una posibilidad de empezar de nuevo. Y un padre profesor universitario en una de esas crisis de la mediana edad. La novela trata sobre la manipulación de los sentimientos y presenta la infomación como una de las materias primas con las que jugar a dominar el mundo. El título, ese ruido de fondo (white noise en el título original) describe perfectamente cómo al final, saturados de informes por uno y otro lado, dejamos de escuchar y la supuesta riqueza de poder acercarnos a tantas fuentes de información acaba reduciéndonos a la pobreza de fuentes, sobre todo cuando nunca tenemos claro quién lanza los mensajes ni con qué fines. Uno de los epígrafes de mi libro Beber durante el embarazo viene de esta novela y va en esa línea:
Parecen tenerlo todo bajo control – dije.
¿Quiénes?
Los que estén a cargo de esto.
¿Quiénes son?
Da lo mismo. (pg. 197)
Creo que Ruido de fondo ya recoge todo lo que DeLillo es como escritor, técnicamente y en cuanto a ideas. Están sus miedos y sus obsesiones al completo. Es un punto central desde el que se irá expandiendo en el tiempo su obra narrativa. Enriqueciendo las nuevas lecturas de sus novelas pasadas y preparando las futuras.

Seguiremos el próximo lunes
Sr. E

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