El planeta DeLillo, mi aproximación (III)
“No me conoce ni
Dios – dijo –, pero tengo dos nominaciones al Premio de Novela de Misterio y
Crimen Laszlo Piatakoff. Mis obras de un solo acto se estrenan sin excepción en
una universidad agrícola muy a la última de Arkansas. Estoy en la mediana edad
pero voy más fuerte que nunca. He participado en antologías de tapa dura, de
bolsillo y hasta de papel de vitela, joder.
Conozco el mercado
de la literatura como pocos. El mercado es algo extraño, casi un organismo
vivo. Cambia, palpita, crece y excreta. Absorbe cosas y luego las escupe. Es
una rueda viva que gira y crepita. El mercado acepta y rechaza. Ama y mata”. pg. 37 de La calle Great Jones.
“Todo el mundo se
sabe lo de la cantidad infinita de monos. Se pone a trabajar a una cantidad
infinita de monos con una cantidad infinita de máquinas de escribir y al final
uno de ellos reproduce una gran obra literaria. No sé en qué idioma. Pero ¿qué
me dices de una cantidad infinita de escritores metidos en una cantidad
infinita de jaulas? ¿Acaso emitirían un ruido de mono? ¿Un ruido auténtico de
chimpancé? ¿Acaso terminarían colgados por los dedos de los pies de una
cantidad infinita de trapecios? ¿Acaso cagarían mierda de mono? Es una cosa
académica, dirás tú. Y puede que tengas razón. Yo no lo sé. Pero una cosa sí
sé. Todo se basa en estar en el sitio correcto y en el momento adecuado”. pg. 39 de La calle Great Jones.
“Te diré cómo ha
corrido ese rumor. Ese rumor lo he hecho correr yo. Hay que tener a la gente
desorientada. Si dejas que la gente se oriente, te arriesgas a que pasen muchas
cosas, y la más probable es que pierdas la ventaja”. pg. 196 de La calle Great Jones.
Fue en el verano de 2.014 cuando empecé a
sumergirme en Submundo. No sé si es mi novela favorita de DeLillo (esa
quizá es Ruido de fondo) pero sí creo que es el artefacto más fascinante
que DeLillo ha creado. Todo en esta novela de casi 1.000 páginas es
desmesurado. La leí durante un mes de julio sucio y caluroso en el que montaba
sin parar en metro con ese tocho en la mochila. Estaba sin trabajo y fui a
muchas entrevistas con ella colgada de la espalda. Quizá por eso no me
contrataron, porque llegaba a esas entrevistas aún demasiado inmerso en sus
páginas. Tuve que terminarla, asimilarla, esperar a septiembre y entonces sí me
dieron un trabajo (en el que de momento sigo). Submundo recoge una de
las tesis centrales de DeLillo, que los que mandan no nos lo cuentan todo, que
de hecho no nos cuentan casi nada, y a partir de esa idea construye una
catedral narrativa. Los vencedores han escrito la historia y han sido ellos los
que han dotado de orden a la narración de los tiempos. Pero hay otra historia
(siempre hay otra) subterránea, escrita por perdedores y secundarios, que
también dibuja el desarrollo de una nación y una sociedad. Esa historia puede
partir de un legendario partido de béisbol, como hace en Submundo, y
aprovechándose de ese mundo legendario, narrar el devenir de un país siguiendo
la trayectoria de una pelota decisiva. Como género Submundo pertenece
sin duda al de la búsqueda de la Gran Novela Americana. DeLillo también ha
sucumbido, como casi todos sus compatriotas, de esta y otras generaciones de
novelistas, a intentar cazar a Moby Dick. Submundo es una de esas
novelas desmesuradas, apabullantes, a ratos laberíntica, que intentan captar en
sus páginas lo que realmente significa Estados Unidos. Y no sé si alcanza a ser
la gran novela americana, pero es una gran novela, y sin duda es americana. En Submundo
nos encontramos con voces que se entrecruzan de un punto a otro del país. Voces
que van construyendo una poesía coral que nos envuelve y no nos deja pensar en
nada más. Nos interesa el béisbol mientras leemos Submundo. Sentimos la
épica de un juego que de normal nos parece ajeno. Vamos a la caza de los
secretos de los cantantes y actores de moda, de los políticos que se daban
abrazos con mafiosos. Vivimos en ese otro mundo, paralelo, a ratos irreal, a
ratos aterradoramente real, durante todas las horas que nos lleve la lectura de
la novela. Dicen algunos críticos que la estructura de Submundo no está
del todo equilibrada. Creo que es cierto pero no creo que sea porque DeLillo
buscara una novela perfectamente equilibrada y errara el tiro. Los que siempre
dicen que a una novela le sobran páginas o que Moby Dick está
sobrevalorada, esos mismos que en el terreno del sexo deben despreciar a las
mujeres con redondeces, no estarán interesados en Submundo. Pero es que
por la propia historia que cuenta, Submundo está obligada a padecer de
gigantismo en algunos puntos, y hasta a aburrirnos durante algunas páginas con
digresiones que estrictamente hablando no eran necesarias. Y debe hacerlo
porque la vida es así, llena de intermedios de baja intensidad que se suceden
con picos donde apenas podemos respirar.
Antes de que acabara 2.014 leí Los nombres,
recién traducida del inglés (es de 1.982). En esta novela Don DeLillo convierte
en trama otra de las ideas que siempre están debajo de sus historias: que las
palabras cambian la realidad que nombran. Una especie de principio de
indeterminación lingüístico sobre el que siempre ha reflexionado. Ambientada en
Grecia, donde DeLillo vivió en los setenta, habla de un grupo de lingüistas
obsesionados con unos nuevos códices encontrados en Asia Menor, y también de un
grupo de terroristas (en las novelas de DeLillo siempre hay grupos que tratan
de cambiar la percepción de la realidad de la gente: a veces son políticos, a
veces son una secta religiosa, o agentes de inteligencia dobles o triples, a
veces publicistas, a veces, como aquí, directamente son terroristas, otros son
un poco de todo éso) obsesionados con el lenguaje. Los diálogos que giran sobre
las palabras se convierten aquí en el principal motor de avance de la trama.
Las reflexiones sobre las infinitas posibilidades de manipulación del lenguaje
sustentan la novela. Los nombres precede a Ruido de fondo y al
póker de obras clave de la producción de DeLillo, y sin alcanzar sus cotas de
excelencia, prefigura temas que reaparecerán en Ruido de fondo con un
enfoque ya muy parecido. No llega a la categoría de 10 de las siguientes
novelas de DeLillo (quizá siendo generosos es un 9) pero creo que es su primera
novela plenamente consciente y en la que eleva su ambición hasta los niveles a
los que luego se acostumbraría, siendo un autor que normalmente ajusta muy bien
el resultado a la ambición que se detecta detrás. En Los nombres están
presentes los miedos organizados por el sistema, los terroristas, las
digresiones, las conversaciones que suenan teatrales en una primera lectura
pero que luego se convierten en uno de los elementos básicos del estilo de sus
novelas, la manipulación del lenguaje como arma de dominación. Y todo en una
novela cuya trama gira precisamente alrededor del lenguaje. DeLillo es un
escritor obsesivo y que obsesiona a los lectores que entran en su mundo, y aquí
ya está todo, aunque aún le faltara un poco para pulirlo.
Mi primer DeLillo de 2.015 fue La estrella
de Ratner, recién traducido (es de 1.976). Es un libro que es la cara de la
misma moneda de la que Los nombres es la cruz (o viceversa). Son dos
novelas que creo que se refuerzan la una a la otra y que establecen diálogos
entre ellas. Un equipo de científicos recibe una comunicación desde un sistema
solar situado alrededor de esa estrella de Ratner del título. Y recurren a toda
la artillería de que disponen para descifrar las comunicaciones y esa artillería
incluye un centro secreto en el que los mejores científicos y matemáticos
deberán probar todas las opciones. Y una de las principales esperanzas de ese
centro es un niño prodigio, genio precoz de las Matemáticas. Un niño hijo de
una familia con problemas de comunicación (las familias disfuncionales, y más
allá, las familias en las que se ponen en cuestión las estructuras de poder
habituales, son muy habituales en sus libros, son centrales en Ruido de
fondo, en Mao II y también en esta novela). Es otro más de los niños
adultos de las novelas de DeLillo, pequeños viejos atrapados en cuerpos
pequeños, obsesionados por los males de la sociedad, dotados de dones para el
análisis (en este caso matemático) superiores a los adultos, torpes y lentos a
su alrededor. Son niños mutantes que dan miedo. Pero aunque DeLillo los
caricaturiza, no olvidemos que vivimos rodeados de esos niños a los que se
obliga a comportarse como adolescentes (sobre todo en su concepción de
consumidores) desde los seis años y adolescentes a los que se les prolonga el
estado larvario hasta pasados los treinta (para que sigan comprando
despreocupadamente). Si el lenguaje general es un arma de manipulación, fácil
de retorcer en algunas manos, el lenguaje científico y matemático ya es
críptico de por sí y necesita unas claves de entrada para ser descifrado. Las
vueltas del lenguaje y los secretos que se pueden esconder del ojo humano poco
entrenado detrás de las palabras y la jerga son aquí, una vez más, la preocupación
dominante. Y nuevamente DeLillo insiste en la idea de que los partidos clave de
la sociedad no se juegan en la cancha, donde todos podríamos verlos, sino en
despachos secretos y centros aislados. DeLillo tiene un don para recoger temas
de la cultura más baja, como era en los setenta la comunicación con los
extraterrestres, en una década llena de avistamientos y sensacionalismo
alrededor de ese tema, y a partir de esas anécdotas centrales de serie B o
menos construir literatura seria y ambiciosa.
En la primavera de 2.015 me he acercado al
último de los cuatro libros principales que me faltaba de DeLillo, Libra.
Libra es una novela sobre la conspiración para asesinar a John
Fitzgerald Kennedy. Y también es una reconstrucción de la vida de Lee Harvey
Oswald. Libra es esas dos cosas y es también una denuncia de los
sistemas de seguridad que se mueven por debajo de los sistemas de derecho,
ajenos a tal derecho, manejando a veces cuestiones tan capitales como quiénes
deben dirigir países. Pero Libra es sobre todo el primer intento de
DeLillo de cazar esa gran ballena blanca que es la gran novela americana. Para
mí Submundo es superior a Libra porque no se centra tanto en un
caso concreto y trata de abordar toda la sociedad en su conjunto, pero Libra
también está retratando, a partir de esa investigación central, la sociedad
americana, y desde ella, no nos engañemos, el mundo. Libra es sobre todo
una de las grandes novelas contemporáneas sobre la mentira, sobre la
construcción de relatos paralelos que encajan y permiten, por su coherencia,
esconder la verdad tras una mentira. La eterna indicación de Aristóteles, el
relato no debe ser verdadero sino verosímil, ha sido trasladada, nos dice
DeLillo, de la creación de ficción (pura y en principio inocente pues sólo está
orientada a satisfacer al lector) a la narrativa de la historia oficial.
DeLillo se adelantó casi veinte años (Libra es de 1.988) a todos esos
que empezaron a mediados de los 2.000 a analizar el storytelling
subyacente a las construcciones políticas dominantes y empezaron a encontrar
puntos comunes, nodos del engaño en todos ellos. Lee Harvey Oswald es un paria
que se ha criado solo con una madre que no ha sido ni mucho menos ejemplar, que
ha ido rebotando de escuela en escuela, y no se sabe muy bien si es un pequeño
genio o un chaval de capacidades intelectuales tirando a muy escasas, al que
los servicios de inteligencia infiltran para que genere el caos. Vemos cómo lo
intoxican de ideología y cómo lo entrenan militarmente. Parece que nadie sabe para
qué emplearlo pero parece claro que todos quieren emplearlo. Oswald acaba
creyéndose un ángel de la historia y acaba dando el gran golpe. Un golpe del
que los servicios de inteligencia en parte sabían algo y en parte no sabían
nada. Porque el lenguaje vuelve a servir para cubrir de humo la realidad y no
dejarnos ver nada, y en ese estado no hay blancos y negros tan definidos, y la
conspiración de la que habla DeLillo no es una conspiración fácil, no es una
conspiración de unos señores malos reunidos en una sala oscura decidiendo matar
a Kennedy, el héroe. La pequeña y la gran mafia están por ahí. Los
intoxicadores que nunca faltan en las historias de DeLillo. Cuba y Castro. Los
anticastristas. Los que escriben la realidad y al hacerlo ya la están deformando.
Los parias que creen que ha llegado su momento. La comisión Warren. Libra
es una novela que suma más caos al caos. Es una novela de primera que tiene un
argumento de novela de serie B para leer en un viaje en tren. Del trastorno
mental y la distorsión de la realidad que están detrás de toda teoría
conspiratoria DeLillo hace literatura de primera. De Libra, como
artefacto literario, salen directamente la película JFK de Oliver Stone,
David Foster Wallace y toda la última producción de James Ellroy. También han
bebido en sus fuentes Martin Amis e incluso Stephen King en su novela sobre el
magnicidio de Dallas. Y esos sólo son los que reconocen haberse sentido
inspirados por ella. Hay que leer Libra como la novela de ficción
enloquecida que es pero también hay que leerla con la intención de localizar
todas las líneas intermedias que quedan en el aire, y por último hay que leerla
como documento histórico, no tanto de lo que pasó en Dallas cuando mataron a
Kennedy como del cambio social en aquella época y de la psicosis colectiva
posterior al asesinato. Hay que leerla en todas sus variantes y no volver a
confiar en lo que nos cuenten.
Ya vamos terminando. Se dice que DeLillo es
frío. Y lo es, pero pretendidamente. Quienes hablan de su frialdad lo hacen
comparándolo con otros grandes novelistas que retrataron su tiempo, queriendo
decir que DeLillo ambiciona retratar su tiempo pero no lo hace con la pasión de
un Tolstoi o un Dostoeivski. Pero los tiempos son otros y las palabras deben
ser otras. La pasión con la que un Dostoievski se mete en las vidas de sus
personajes resulta exagerada para el lector cínico de la sociedad postmoderna.
Ese lector puede admirarlo pero el suyo no es el tono de nuestros tiempos
(DeLillo de hecho admira a Dostoievski, como muestra de modo indirecto en el
relato Medianoche en Dostoievski, pero sabe que sería ridículo intentar
ser como él). DeLillo es un escritor profundamente humano, y quienes quieran
comprender mejor las interioridades de la época que les ha tocado vivir
deberían acercarse a su obra: rica, viva, llena de matices. Yo seguiré
haciéndolo. Me alegra saber que aún no he leído Americana, su primera
novela, situada en el mundo de la publicidad en el que se ganó (y parece que
bien, que era un profesional cotizado) la vida durante años, ni Fascinación,
en la que aparecen Hitler y su interés por el arte pornográfico como
mcguffin de la trama, ni los ensayos de En las ruinas del futuro ni Contrapunto,
todos ellos libros que irán acompañando mi 2.016. Me hace salivar pensar en su
próxima novela. Y que no les engañen diciéndoles que DeLillo es un escritor
difícil o críptico. Vayan a una biblioteca y juzguen por ustedes mismos. O
aprovechen que la mayoría de su obra traducida ya está disponible en ediciones
de bolsillo en Austral. Por menos de 10 euros pueden conocer un nuevo amor.
La semana que viene volveremos a las reseñas en
formato tradicional
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario