lunes, 26 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (III)

El planeta DeLillo, mi aproximación (III)

“No me conoce ni Dios – dijo –, pero tengo dos nominaciones al Premio de Novela de Misterio y Crimen Laszlo Piatakoff. Mis obras de un solo acto se estrenan sin excepción en una universidad agrícola muy a la última de Arkansas. Estoy en la mediana edad pero voy más fuerte que nunca. He participado en antologías de tapa dura, de bolsillo y hasta de papel de vitela, joder.
Conozco el mercado de la literatura como pocos. El mercado es algo extraño, casi un organismo vivo. Cambia, palpita, crece y excreta. Absorbe cosas y luego las escupe. Es una rueda viva que gira y crepita. El mercado acepta y rechaza. Ama y mata”. pg. 37 de La calle Great Jones.

“Todo el mundo se sabe lo de la cantidad infinita de monos. Se pone a trabajar a una cantidad infinita de monos con una cantidad infinita de máquinas de escribir y al final uno de ellos reproduce una gran obra literaria. No sé en qué idioma. Pero ¿qué me dices de una cantidad infinita de escritores metidos en una cantidad infinita de jaulas? ¿Acaso emitirían un ruido de mono? ¿Un ruido auténtico de chimpancé? ¿Acaso terminarían colgados por los dedos de los pies de una cantidad infinita de trapecios? ¿Acaso cagarían mierda de mono? Es una cosa académica, dirás tú. Y puede que tengas razón. Yo no lo sé. Pero una cosa sí sé. Todo se basa en estar en el sitio correcto y en el momento adecuado”. pg. 39 de La calle Great Jones.

“Te diré cómo ha corrido ese rumor. Ese rumor lo he hecho correr yo. Hay que tener a la gente desorientada. Si dejas que la gente se oriente, te arriesgas a que pasen muchas cosas, y la más probable es que pierdas la ventaja”. pg. 196 de La calle Great Jones.
  
Fue en el verano de 2.014 cuando empecé a sumergirme en Submundo. No sé si es mi novela favorita de DeLillo (esa quizá es Ruido de fondo) pero sí creo que es el artefacto más fascinante que DeLillo ha creado. Todo en esta novela de casi 1.000 páginas es desmesurado. La leí durante un mes de julio sucio y caluroso en el que montaba sin parar en metro con ese tocho en la mochila. Estaba sin trabajo y fui a muchas entrevistas con ella colgada de la espalda. Quizá por eso no me contrataron, porque llegaba a esas entrevistas aún demasiado inmerso en sus páginas. Tuve que terminarla, asimilarla, esperar a septiembre y entonces sí me dieron un trabajo (en el que de momento sigo). Submundo recoge una de las tesis centrales de DeLillo, que los que mandan no nos lo cuentan todo, que de hecho no nos cuentan casi nada, y a partir de esa idea construye una catedral narrativa. Los vencedores han escrito la historia y han sido ellos los que han dotado de orden a la narración de los tiempos. Pero hay otra historia (siempre hay otra) subterránea, escrita por perdedores y secundarios, que también dibuja el desarrollo de una nación y una sociedad. Esa historia puede partir de un legendario partido de béisbol, como hace en Submundo, y aprovechándose de ese mundo legendario, narrar el devenir de un país siguiendo la trayectoria de una pelota decisiva. Como género Submundo pertenece sin duda al de la búsqueda de la Gran Novela Americana. DeLillo también ha sucumbido, como casi todos sus compatriotas, de esta y otras generaciones de novelistas, a intentar cazar a Moby Dick. Submundo es una de esas novelas desmesuradas, apabullantes, a ratos laberíntica, que intentan captar en sus páginas lo que realmente significa Estados Unidos. Y no sé si alcanza a ser la gran novela americana, pero es una gran novela, y sin duda es americana. En Submundo nos encontramos con voces que se entrecruzan de un punto a otro del país. Voces que van construyendo una poesía coral que nos envuelve y no nos deja pensar en nada más. Nos interesa el béisbol mientras leemos Submundo. Sentimos la épica de un juego que de normal nos parece ajeno. Vamos a la caza de los secretos de los cantantes y actores de moda, de los políticos que se daban abrazos con mafiosos. Vivimos en ese otro mundo, paralelo, a ratos irreal, a ratos aterradoramente real, durante todas las horas que nos lleve la lectura de la novela. Dicen algunos críticos que la estructura de Submundo no está del todo equilibrada. Creo que es cierto pero no creo que sea porque DeLillo buscara una novela perfectamente equilibrada y errara el tiro. Los que siempre dicen que a una novela le sobran páginas o que Moby Dick está sobrevalorada, esos mismos que en el terreno del sexo deben despreciar a las mujeres con redondeces, no estarán interesados en Submundo. Pero es que por la propia historia que cuenta, Submundo está obligada a padecer de gigantismo en algunos puntos, y hasta a aburrirnos durante algunas páginas con digresiones que estrictamente hablando no eran necesarias. Y debe hacerlo porque la vida es así, llena de intermedios de baja intensidad que se suceden con picos donde apenas podemos respirar.


Antes de que acabara 2.014 leí Los nombres, recién traducida del inglés (es de 1.982). En esta novela Don DeLillo convierte en trama otra de las ideas que siempre están debajo de sus historias: que las palabras cambian la realidad que nombran. Una especie de principio de indeterminación lingüístico sobre el que siempre ha reflexionado. Ambientada en Grecia, donde DeLillo vivió en los setenta, habla de un grupo de lingüistas obsesionados con unos nuevos códices encontrados en Asia Menor, y también de un grupo de terroristas (en las novelas de DeLillo siempre hay grupos que tratan de cambiar la percepción de la realidad de la gente: a veces son políticos, a veces son una secta religiosa, o agentes de inteligencia dobles o triples, a veces publicistas, a veces, como aquí, directamente son terroristas, otros son un poco de todo éso) obsesionados con el lenguaje. Los diálogos que giran sobre las palabras se convierten aquí en el principal motor de avance de la trama. Las reflexiones sobre las infinitas posibilidades de manipulación del lenguaje sustentan la novela. Los nombres precede a Ruido de fondo y al póker de obras clave de la producción de DeLillo, y sin alcanzar sus cotas de excelencia, prefigura temas que reaparecerán en Ruido de fondo con un enfoque ya muy parecido. No llega a la categoría de 10 de las siguientes novelas de DeLillo (quizá siendo generosos es un 9) pero creo que es su primera novela plenamente consciente y en la que eleva su ambición hasta los niveles a los que luego se acostumbraría, siendo un autor que normalmente ajusta muy bien el resultado a la ambición que se detecta detrás. En Los nombres están presentes los miedos organizados por el sistema, los terroristas, las digresiones, las conversaciones que suenan teatrales en una primera lectura pero que luego se convierten en uno de los elementos básicos del estilo de sus novelas, la manipulación del lenguaje como arma de dominación. Y todo en una novela cuya trama gira precisamente alrededor del lenguaje. DeLillo es un escritor obsesivo y que obsesiona a los lectores que entran en su mundo, y aquí ya está todo, aunque aún le faltara un poco para pulirlo.


Mi primer DeLillo de 2.015 fue La estrella de Ratner, recién traducido (es de 1.976). Es un libro que es la cara de la misma moneda de la que Los nombres es la cruz (o viceversa). Son dos novelas que creo que se refuerzan la una a la otra y que establecen diálogos entre ellas. Un equipo de científicos recibe una comunicación desde un sistema solar situado alrededor de esa estrella de Ratner del título. Y recurren a toda la artillería de que disponen para descifrar las comunicaciones y esa artillería incluye un centro secreto en el que los mejores científicos y matemáticos deberán probar todas las opciones. Y una de las principales esperanzas de ese centro es un niño prodigio, genio precoz de las Matemáticas. Un niño hijo de una familia con problemas de comunicación (las familias disfuncionales, y más allá, las familias en las que se ponen en cuestión las estructuras de poder habituales, son muy habituales en sus libros, son centrales en Ruido de fondo, en Mao II y también en esta novela). Es otro más de los niños adultos de las novelas de DeLillo, pequeños viejos atrapados en cuerpos pequeños, obsesionados por los males de la sociedad, dotados de dones para el análisis (en este caso matemático) superiores a los adultos, torpes y lentos a su alrededor. Son niños mutantes que dan miedo. Pero aunque DeLillo los caricaturiza, no olvidemos que vivimos rodeados de esos niños a los que se obliga a comportarse como adolescentes (sobre todo en su concepción de consumidores) desde los seis años y adolescentes a los que se les prolonga el estado larvario hasta pasados los treinta (para que sigan comprando despreocupadamente). Si el lenguaje general es un arma de manipulación, fácil de retorcer en algunas manos, el lenguaje científico y matemático ya es críptico de por sí y necesita unas claves de entrada para ser descifrado. Las vueltas del lenguaje y los secretos que se pueden esconder del ojo humano poco entrenado detrás de las palabras y la jerga son aquí, una vez más, la preocupación dominante. Y nuevamente DeLillo insiste en la idea de que los partidos clave de la sociedad no se juegan en la cancha, donde todos podríamos verlos, sino en despachos secretos y centros aislados. DeLillo tiene un don para recoger temas de la cultura más baja, como era en los setenta la comunicación con los extraterrestres, en una década llena de avistamientos y sensacionalismo alrededor de ese tema, y a partir de esas anécdotas centrales de serie B o menos construir literatura seria y ambiciosa.


En la primavera de 2.015 me he acercado al último de los cuatro libros principales que me faltaba de DeLillo, Libra. Libra es una novela sobre la conspiración para asesinar a John Fitzgerald Kennedy. Y también es una reconstrucción de la vida de Lee Harvey Oswald. Libra es esas dos cosas y es también una denuncia de los sistemas de seguridad que se mueven por debajo de los sistemas de derecho, ajenos a tal derecho, manejando a veces cuestiones tan capitales como quiénes deben dirigir países. Pero Libra es sobre todo el primer intento de DeLillo de cazar esa gran ballena blanca que es la gran novela americana. Para mí Submundo es superior a Libra porque no se centra tanto en un caso concreto y trata de abordar toda la sociedad en su conjunto, pero Libra también está retratando, a partir de esa investigación central, la sociedad americana, y desde ella, no nos engañemos, el mundo. Libra es sobre todo una de las grandes novelas contemporáneas sobre la mentira, sobre la construcción de relatos paralelos que encajan y permiten, por su coherencia, esconder la verdad tras una mentira. La eterna indicación de Aristóteles, el relato no debe ser verdadero sino verosímil, ha sido trasladada, nos dice DeLillo, de la creación de ficción (pura y en principio inocente pues sólo está orientada a satisfacer al lector) a la narrativa de la historia oficial. DeLillo se adelantó casi veinte años (Libra es de 1.988) a todos esos que empezaron a mediados de los 2.000 a analizar el storytelling subyacente a las construcciones políticas dominantes y empezaron a encontrar puntos comunes, nodos del engaño en todos ellos. Lee Harvey Oswald es un paria que se ha criado solo con una madre que no ha sido ni mucho menos ejemplar, que ha ido rebotando de escuela en escuela, y no se sabe muy bien si es un pequeño genio o un chaval de capacidades intelectuales tirando a muy escasas, al que los servicios de inteligencia infiltran para que genere el caos. Vemos cómo lo intoxican de ideología y cómo lo entrenan militarmente. Parece que nadie sabe para qué emplearlo pero parece claro que todos quieren emplearlo. Oswald acaba creyéndose un ángel de la historia y acaba dando el gran golpe. Un golpe del que los servicios de inteligencia en parte sabían algo y en parte no sabían nada. Porque el lenguaje vuelve a servir para cubrir de humo la realidad y no dejarnos ver nada, y en ese estado no hay blancos y negros tan definidos, y la conspiración de la que habla DeLillo no es una conspiración fácil, no es una conspiración de unos señores malos reunidos en una sala oscura decidiendo matar a Kennedy, el héroe. La pequeña y la gran mafia están por ahí. Los intoxicadores que nunca faltan en las historias de DeLillo. Cuba y Castro. Los anticastristas. Los que escriben la realidad y al hacerlo ya la están deformando. Los parias que creen que ha llegado su momento. La comisión Warren. Libra es una novela que suma más caos al caos. Es una novela de primera que tiene un argumento de novela de serie B para leer en un viaje en tren. Del trastorno mental y la distorsión de la realidad que están detrás de toda teoría conspiratoria DeLillo hace literatura de primera. De Libra, como artefacto literario, salen directamente la película JFK de Oliver Stone, David Foster Wallace y toda la última producción de James Ellroy. También han bebido en sus fuentes Martin Amis e incluso Stephen King en su novela sobre el magnicidio de Dallas. Y esos sólo son los que reconocen haberse sentido inspirados por ella. Hay que leer Libra como la novela de ficción enloquecida que es pero también hay que leerla con la intención de localizar todas las líneas intermedias que quedan en el aire, y por último hay que leerla como documento histórico, no tanto de lo que pasó en Dallas cuando mataron a Kennedy como del cambio social en aquella época y de la psicosis colectiva posterior al asesinato. Hay que leerla en todas sus variantes y no volver a confiar en lo que nos cuenten.


Ya vamos terminando. Se dice que DeLillo es frío. Y lo es, pero pretendidamente. Quienes hablan de su frialdad lo hacen comparándolo con otros grandes novelistas que retrataron su tiempo, queriendo decir que DeLillo ambiciona retratar su tiempo pero no lo hace con la pasión de un Tolstoi o un Dostoeivski. Pero los tiempos son otros y las palabras deben ser otras. La pasión con la que un Dostoievski se mete en las vidas de sus personajes resulta exagerada para el lector cínico de la sociedad postmoderna. Ese lector puede admirarlo pero el suyo no es el tono de nuestros tiempos (DeLillo de hecho admira a Dostoievski, como muestra de modo indirecto en el relato Medianoche en Dostoievski, pero sabe que sería ridículo intentar ser como él). DeLillo es un escritor profundamente humano, y quienes quieran comprender mejor las interioridades de la época que les ha tocado vivir deberían acercarse a su obra: rica, viva, llena de matices. Yo seguiré haciéndolo. Me alegra saber que aún no he leído Americana, su primera novela, situada en el mundo de la publicidad en el que se ganó (y parece que bien, que era un profesional cotizado) la vida durante años, ni Fascinación, en la que aparecen Hitler y su interés por el arte pornográfico como mcguffin de la trama, ni los ensayos de En las ruinas del futuro ni Contrapunto, todos ellos libros que irán acompañando mi 2.016. Me hace salivar pensar en su próxima novela. Y que no les engañen diciéndoles que DeLillo es un escritor difícil o críptico. Vayan a una biblioteca y juzguen por ustedes mismos. O aprovechen que la mayoría de su obra traducida ya está disponible en ediciones de bolsillo en Austral. Por menos de 10 euros pueden conocer un nuevo amor.

La semana que viene volveremos a las reseñas en formato tradicional

Sr. E

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