El
escritor y sus fantasmas,
de Ernesto Sábato
Ed.
Austral (1963)
Leí
El
túnel
de Ernesto Sábato durante algunas vacaciones escolares a los
dieciséis años o así. Recuerdo que era una historia bastante
truculenta, escrita con un estilo desnudo e impactante, un libro en
el que te quedabas pensando después de cerrarlo. Ese libro formaba
parte de una colección de libros que tenía mi padre, con una buena
encuadernación marrón y una letra tirando a diminuta que no sé
cómo era capaz de leer. En un par de años me leí (al menos los
empecé) todos aquellos libros. Recuerdo, además de El
túnel,
El
extranjero,
de Camus, La
familia de Pascual Duarte
de Cela, La
metamorfosis,
de Kafka, Por
quién doblan las campanas,
de Hemingway, ó La
balada
del café triste
de Carson McCullers.
No
creo que entonces entendiera en toda su profundidad libros como El
túnel
o El
extranjero,
pero sí recuerdo que vi que ahí había bastante más. Una
profundidad, una visión negativa de la existencia, una forma de
estar en el mundo. Creo que la mejor campaña de fomento de la
lectura es que los niños y los adolescentes tengan libros alrededor,
en casa y en unas bibliotecas accesibles y con buenos fondos. Y quizá
dejarnos de recetarles tantos libros y permitir que sean ellos los
que sin jerarquía elijan sus lecturas y las vayan desentrañando a
su ritmo. Hoy en día, con tanta información accesible en internet y
tanto dinero metido en la narrativa juvenil eso se hace más difícil,
lo sé, pero en la medida de lo posible creo que es lo deseable.
Algunos de aquellos escritores me interesaron y me siguen
interesando, sobre todo Kafka. A otros no he vuelto, o apenas, pero
siempre he querido hacerlo, como Sábato y Camus. A Hemingway y Cela
decidí no volver a acercarme, y de momento sigo en ello.
No
he vuelto a leer El
túnel,
y hace unos meses compré Sobre
héroes y tumbas
pero sigue esperando en la estantería. Haciendo una visita a la
librería Códex de Orihuela, rebuscando entre su fondo de armario,
me topé con este El
escritor y sus fantasmas,
libro cuya existencia desconocía, y decidí llevármelo. Este verano
estoy leyendo algo menos de ficción y un poco más de ensayo. En
principio esta clase de libros, que podríamos llamar de poéticas
personales, me resultan interesantes si el escritor me interesa. Hay
una cierta contradicción, siempre, en hablar de las ideas de uno
sobre la escritura y titularlo: El
escritor.
Sábato se eleva a abstracción del escritor y en ocasiones niega
cualquier otra relación con la lectura y la escritura. Su camino es
el
camino.
Por supuesto, para ahondar más en la contradicción, pese a ello,
critica los consejos y valores absolutos relacionados con la
escritura y la lectura. Se muestra dogmático para criticar a los
dogmáticos. Pese a ello, el libro resulta muy interesante.
“La
inmensa mayoría escribe porque busca fama y dinero, por distracción,
porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de
ver su nombre en letras de molde. Quedan entonces los pocos que
cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de
testimoniar su drama, su desdicha, su soledad”. pg. 98
“Si
nos llega dinero por nuestra obra, está bien. Pero escribir para
ganar dinero es una abominación. Esa abominación se paga con el
abominable producto que así se engendra”. pg.
99
El
libro no tiene un orden claro. Son reflexiones que vienen debajo de
un epígrafe que explica de lo que van a tratar. Algunas son casi
aforismos, otras son reflexiones más densas de varias páginas. Como
ideas que sobrevuelan toda la obra, Sábato desconfía de la
literatura como juego, considera que es una labor de gran
importancia. Cree en el escritor sufriente que expurga sus demonios a
través de la escritura. Considera que el mundo es un lugar lleno de
mal y que la literatura es una de las pocas cosas que pueden
resarcirnos. Sábato es un escritor cercano al existencialismo, como
muestra en su ficción. Algunos de los escritores por los que siente
una mayor admiración y en cuya tradición se sitúa a sí mismo son
Dostoyevski, Kafka o Camus. Hace lecturas interesantes de la
narrativa rusa del XIX y de los cambios en la manera de escribir que
trajeron consigo las primeras décadas del siglo XX. Abomina de los
juegos técnicos sin otro fin que mostrarse como tales muestras de
dominio de la técnica. Él mismo fue un escritor bastante
experimental en Sobre héroes y tumbas y Abbadón el
exterminador, pero porque consideraba que era la forma que el
fondo de esas obras necesitaba, no por mero exhibicionismo, al que
considera un problema de la narrativa experimental.
“No
hay temas grandes y temas insignificantes: hay escritores grandes y
escritores insignificantes. La historia de un estudiante pobre que
mata a una usurera, en manos de un cronista de diario, o en manos de
uno de esos escritores que creen en el objetivismo del arte
periodístico, no será más que una historia corriente de la gran
ciudad. Hay miles de historias como ésas. En manos de Dostoyevski ya
sabemos lo que es. Lo mismo con respecto a los personajes”. pg.
119
Sábato
se coloca dentro de una tradición más europea que americana.
Afirma, de hecho, que la lectura definitiva de esa tradición europea
sólo podrá realizarse con la distancia geográfica suficiente que
le da leerlos desde otro continente y otra realidad. Desconfía de
los localismos y de las tradiciones folklóricas. No encuentra su
propio lugar en el canon argentino, y la verdad es que no es un autor
que encaje fácilmente al lado de un Borges, un Cortázar o un Bioy.
También es cierto que desde España hablamos a veces de literatura
argentina como si fuera en sí misma un género, y como cualquier
narrativa tiene una realidad poliédrica en cuanto a temas y
tratamientos.
“El
folklore tiene sus méritos propios, pero no puede ser tomado como
fundamento necesario de un arte nacional. Ni Bach ni Kafka tienen
raíz folklórica. Y, al revés, infinidad de productos surgidos del
folklore demuestran que tampoco es suficiente para la creación de un
arte grande”. pg. 64
Sábato
vivió casi hasta los cien años y fue uno de esos eternos candidatos
al Nobel (quizá si hubiera llegado a cumplir los cien años la
Academia sueca se lo hubiera dado ese año, otros criterios peores
motivan en ocasiones sus premios). Escribió tres novelas en un
período de más de treinta años, y aparte de la ficción su
producción fue ensayística. El boom
no lo incluyó como un autor popular. Tenía fama de oscuro. Y por lo
que se ve en este libro lo era en gran medida. Dice que los
escritores no deben andar metidos en política, desconfía de la
figura de lo que se llama intelectual, pero él tuvo alguna postura
pública cuando menos polémica y aceptó cargos institucionales (a
los que renunció a los pocos meses, quizá presa de un permanente
espíritu de contradicción). El escritor y
sus fantasmas nos sirve también para ver
cómo fue su desencanto con el mundo científico (Sábato era un
físico, y de los buenos, que renunció a su carrera cuando pensó
que la ciencia no lo llevaría a un conocimiento más profundo del
ser humano y se centró en la literatura). No estoy de acuerdo con
una parte importante de su visión del mundo y la literatura (ni creo
que fuera sano estarlo), pero sin duda son opiniones bien fundadas,
que salen de la mano de alguien que dedicó muchas horas de su vida a
leer, escribir y reflexionar sobre esa labor. Más de cincuenta años
después de haberlo escrito sigue valiendo la pena leerlo con
atención y discutir con él mientras se avanza en su lectura.
“El
pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y
de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino
el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín
de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y una
retórica para chicas semianalfabetas y cursis”. pg. 117
Más
reseñas el próximo lunes
Sr.
E
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