lunes, 24 de agosto de 2015

Canción muda, de David Albahari

Canción muda, de David Albahari
Ed. Baile del Sol (2.009)

La editorial Baile del Sol, además de haber publicado mi libro de relatos Beber durante el embarazo y tener prevista la publicación de mi novela Mil dolores pequeños para 2016, cuenta con otros atractivos. Por ejemplo: una traducción nueva de El libro del desasosiego de Pessoa. O una colección de literatura africana llamada sencillamente África (Graceland, de Chris Abani, es imprescindible). O, en este caso, una colección centrada en la narrativa de los Balcanes, llamada Deleste. Los Balcanes y la Guerra de Yugoslavia son dos temas que me interesan especialmente y sobre los que procuro leer cuanto puedo. Y generalmente no es fácil acceder a literatura de ficción contemporánea de esos países, más allá de Ismail Kadaré o Dubrovka Ugresiç. Esporádicamente aparecen autores de los que podemos leer libros sueltos y luego no vuelven a traducirse (me gustó mucho Esquirlas, de Ismet Prcic, y he podido leer algo de Miljenko Jergovic). La primera obra de la colección Deleste a la que me he acercado es Canción muda, de David Albahari.


David Albahari nació en un país que ya no existe. Si una de las motivaciones para ponerse a escribir es recordar lo que de otro modo habría de olvidarse, Albahari tiene motivación de sobra para dedicarse a la escritura. Por seguir un poco más en la historia del olvido, pertenece a la minoritaria comunidad judía yugoslava. Sin ánimo de ser exhaustivo, recordamos de las crónicas de la guerra de Yugoslavia a los bosnios musulmanes, los católicos croatas y los ortodoxos serbios. Los judíos eran minoritarios en cualquiera de aquellas regiones, y como tal minoría tenían mal futuro. Albahari se fue a Canadá, pero antes ayudó a tramitar la salida de muchos judíos. Albahari lleva más de veinte años viviendo en Calgary, y parece que se siente cómodo en ese exilio. Es considerado por algunos el autor vivo más importante en lengua serbocroata.

- ¿Eres de Grecia? - pregunta John.
No – respondo –, yo soy de un país que ya no existe – el indio eleva despacio la mirada hacia mí.
- Por eso te pierdes tan fácilmente – me dice”. El indio de la plaza olímpica. pg. 154.

Canción muda es una selección de relatos de Albahari llevada a cabo por el propio autor en 2.009. En el momento de hacer esta selección tenía once libros de cuentos publicados. Once libros es una cifra que habla de una dedicación bastante constante al género. Selecciona veinte relatos de toda su obra. Albahari es un cuentista experimentado y se nota, tanto en el oficio como en los resultados, y también en la manera de presentarnos la selección de relatos a los lectores. Pese a provenir de distintos libros, con distintos ejes temáticos, los relatos van encajando y acaban formando un mundo completo, el de Albahari, en el que vemos a la vez una evolución, lógica, tanto en lo temático como en lo formal, y unas constantes narrativas.


Los relatos de Albahari han evolucionado, por lo que vemos a lo largo del libro, de un cierto clasicismo (siempre con comillas), que se nota sobre todo en los 3 – 4 primeros, a una manera de narrar que se enmarca claramente en las técnicas posmodernas: relatos fragmentados, juegos de autoficción, narradores que aparecen desde fuera de la historia para explicar lo que está sucediendo en ella, personajes reales que Albahari utiliza como personajes de ficción en sus narraciones. Los relatos no vienen fechados por lo que no podemos establecer paralelismos entre los saltos evolutivos en su escritura y los cambios en las circunstancias de su vida.

A veces la leyenda ya existe antes que el hombre, a veces después”. Canción muda. pg. 259.

Los primeros relatos son casi estampas familiares de una familia judía, cuyo padre es rabino, por distintos pueblos de Serbia. El narrador, trasunto de Albahari, hijo del rabino, va contando las pequeñas aventuras cotidianas del grupo de judíos en el que se van instalando en cada pueblo. Como gran parte de las narraciones que lleva a cabo un niño entre adultos, está cruzada por la fascinación que lo que no acaban de entender produce en ellos. Son relatos que no desentonarían en ninguna colección de cuentos de Saul Bellow, Isaac Bashevis Singer o Bernard Malamud. Bashevis Singer, aparece más adelante como una referencia del narrador del relato Hitler en Chicago, que en cierto modo revive un suceso (inventado) de la vida del Premio Nobel yiddish.

Los recuerdos son, por supuesto, engañosos, al margen de que únicamente ellos nos ayudan a sentir que realmente existimos”. Jerusalén, pg. 58

Los cuentos de Albahari van mudándose con el paso de las páginas del campo a la ciudad. Desaparecen los localismos y la presencia de la comunidad judía se difumina, aunque nunca se aleja del todo. El Albahari que va escribiendo en estos relatos vive fuera de su país de nacimiento, es un exiliado, conoce nuevos autores, sigue escribiendo. Los relatos de Albahari viajan por el centro de Europa, desde los Balcanes, hasta Alemania, y acaban llegando a Canadá, donde el autor reside. Sus personajes a veces leen, a veces escriben, y siempre están contándose historias unos a otros y buscando nuevas historias con las que alimentarse. Cada uno con sus circunstancias, todos están y se saben poco integrados. Eso les empuja a analizar todo con una cierta distancia, como si vieran la vida en vez de vivirla.

- Todos los escritores sois iguales – dijo mi mujer.
- ¿Quién es igual? - clamé -. Nómbrame a uno, nada más que a uno”. Lolita, Lolita. pg. 84

Entremezcladas con las narraciones, Albahari, por boca de sus personajes, reflexiona sobre la labor del narrador. Y sobre la crítica literaria. Albahari juega a la metaliteratura en el citado Hitler en Chicago, uno de los relatos que más destacaría, donde se coloca bajo la sombra de Bashevis Singer, y en Lolita, Lolita, donde basta acercarse al título para saber que Nabokov estará presente. Presenciamos el encuentro de un indio canadiense y un yugoslavo que ya no sabe demasiado bien lo que es en El indio de la plaza olímpica. Entendemos que tener que abandonar el país de nacimiento en circunstancias traumáticas no es fácil y que afecta a todo en Otro idioma.

No es posible, dijo aquel hombre, cambiar de lugar y que la persona se mantenga sin cambios, pero por ello mismo podemos, y así deberíamos hacer, controlar la magnitud del cambio”. Otro idioma. pg. 159

Y conociendo personajes excéntricos y visitando paisajes cambiantes vamos llegando al final del libro. Ahí nos encontramos con los tres relatos que creo que llegan a un nivel más alto, y en general el libro tiene un nivel medio muy alto. Con estos tres relatos creo que Albahari se codea con los mejores cuentistas del mundo (sean quienes sean). La basílica de Lyon espantará a quienes dicen que de la metaliteratura sólo pueden salir juegos fríos y sin alma, pero para quienes entren en sus páginas sin prejuicios, será un relato que se les quedará en la cabeza. El autor juega a trilero con los lectores, y sin que nos demos cuenta va construyendo, como los grandes constructores de catedrales, un relato ante nuestra mirada. Un relato en el que la distancia irónica que produce la autoconciencia de los personajes no impide que empaticemos con ellos y vayamos siendo absorbidos. El Papa nos mete en la mente del Papa de Roma, uno de los hombres más importantes del mundo y cuya vida interior no es, desde luego, uno de los temas más pisados por la literatura contemporánea. Por último, Canción muda, el relato que da título a la colección, reflexiona sobre la creación de los mitos populares, concretamente aquí alrededor de la existencia de una contracultura bajo la dictadura de Tito, a la que las menciones, cuanto más detalladas (a través de un juego con los pies de páginas, que van construyendo una subtrama en sí mismos) más cuestionada dejan, un relato además muy cercano a ciertos puntos de nuestra realidad, que comparte con la Yugoslavia de Tito a un dictador que murió en la cama, una cultura contestataria que se mitificó a posteriori y que probablemente estuvo mucho más acomodada de lo que luego pretendió hacer ver.

El Papa escribe poemas. Un periodista le pregunta: << En su caso ciertamente debe hablarse de inspiración divina, ¿verdad? >>. El Papa, que ha leído el Fausto, sabe a dónde conduce esa pregunta. Por eso calla”. El Papa. pg. 252.

Más reseñas el próximo lunes

Sr. E.

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