Canción
muda, de David Albahari
Ed.
Baile del Sol (2.009)
La
editorial Baile del Sol, además de haber publicado mi libro de
relatos Beber durante el embarazo y tener prevista la
publicación de mi novela Mil dolores pequeños para 2016,
cuenta con otros atractivos. Por ejemplo: una traducción nueva de El
libro del desasosiego de Pessoa. O una colección de literatura
africana llamada sencillamente África (Graceland, de
Chris Abani, es imprescindible). O, en este caso, una colección
centrada en la narrativa de los Balcanes, llamada Deleste. Los
Balcanes y la Guerra de Yugoslavia son dos temas que me interesan
especialmente y sobre los que procuro leer cuanto puedo. Y
generalmente no es fácil acceder a literatura de ficción contemporánea de esos
países, más allá de Ismail Kadaré o Dubrovka Ugresiç.
Esporádicamente aparecen autores de los que podemos leer libros sueltos
y luego no vuelven a traducirse (me gustó mucho Esquirlas, de
Ismet Prcic, y he podido leer algo de Miljenko Jergovic). La primera
obra de la colección Deleste a la que me he acercado es
Canción muda, de David Albahari.
David
Albahari nació en un país que ya no existe. Si una de las
motivaciones para ponerse a escribir es recordar lo que de otro modo
habría de olvidarse, Albahari tiene motivación de sobra para
dedicarse a la escritura. Por seguir un poco más en la historia del
olvido, pertenece a la minoritaria comunidad judía yugoslava. Sin
ánimo de ser exhaustivo, recordamos de las crónicas de la guerra de
Yugoslavia a los bosnios musulmanes, los católicos croatas y los
ortodoxos serbios. Los judíos eran minoritarios en cualquiera de
aquellas regiones, y como tal minoría tenían mal futuro. Albahari
se fue a Canadá, pero antes ayudó a tramitar la salida de muchos
judíos. Albahari lleva más de veinte años viviendo en Calgary, y
parece que se siente cómodo en ese exilio. Es considerado por
algunos el autor vivo más importante en lengua serbocroata.
“-
¿Eres de Grecia? -
pregunta John.
No
– respondo –, yo soy de un país que ya no existe – el indio
eleva despacio la mirada hacia mí.
-
Por eso te pierdes tan fácilmente – me dice”. El indio de la
plaza olímpica. pg. 154.
Canción
muda es una selección de relatos de Albahari llevada a cabo por
el propio autor en 2.009. En el momento de hacer esta selección
tenía once libros de cuentos publicados. Once libros es una cifra
que habla de una dedicación bastante constante al género.
Selecciona veinte relatos de toda su obra. Albahari es un cuentista
experimentado y se nota, tanto en el oficio como en los resultados, y
también en la manera de presentarnos la selección de relatos a los
lectores. Pese a provenir de distintos libros, con distintos ejes
temáticos, los relatos van encajando y acaban formando un mundo
completo, el de Albahari, en el que vemos a la vez una evolución,
lógica, tanto en lo temático como en lo formal, y unas constantes
narrativas.
“A veces la leyenda ya existe antes que el hombre, a veces después”. Canción muda. pg. 259.
Los
primeros relatos son casi estampas familiares de una familia judía,
cuyo padre es rabino, por distintos pueblos de Serbia. El narrador,
trasunto de Albahari, hijo del rabino, va contando las pequeñas
aventuras cotidianas del grupo de judíos en el que se van instalando
en cada pueblo. Como gran parte de las narraciones que lleva a cabo
un niño entre adultos, está cruzada por la fascinación que lo que
no acaban de entender produce en ellos. Son relatos que no
desentonarían en ninguna colección de cuentos de Saul Bellow, Isaac
Bashevis Singer o Bernard Malamud. Bashevis Singer, aparece más
adelante como una referencia del narrador del relato Hitler en
Chicago, que en cierto modo revive un suceso (inventado) de la
vida del Premio Nobel yiddish.
“Los
recuerdos son, por supuesto, engañosos, al margen de que únicamente
ellos nos ayudan a sentir que realmente existimos”.
Jerusalén,
pg. 58
Los
cuentos de Albahari van mudándose con el paso de las páginas del
campo a la ciudad. Desaparecen los localismos y la presencia de la
comunidad judía se difumina, aunque nunca se aleja del todo. El
Albahari que va escribiendo en estos relatos vive fuera de su país
de nacimiento, es un exiliado, conoce nuevos autores, sigue
escribiendo. Los relatos de Albahari viajan por el centro de Europa,
desde los Balcanes, hasta Alemania, y acaban llegando a Canadá,
donde el autor reside. Sus personajes a veces leen, a veces escriben,
y siempre están contándose historias unos a otros y buscando nuevas
historias con las que alimentarse. Cada uno con sus circunstancias,
todos están y se saben poco integrados. Eso les empuja a analizar
todo con una cierta distancia, como si vieran la vida en vez de
vivirla.
“-
Todos los escritores sois iguales – dijo mi mujer.
-
¿Quién es igual? - clamé -. Nómbrame a uno, nada más que a uno”.
Lolita, Lolita. pg. 84
Entremezcladas
con las narraciones, Albahari, por boca de sus personajes, reflexiona
sobre la labor del narrador. Y sobre la crítica literaria. Albahari
juega a la metaliteratura en el citado Hitler en Chicago, uno
de los relatos que más destacaría, donde se coloca bajo la sombra
de Bashevis Singer, y en Lolita, Lolita, donde basta acercarse
al título para saber que Nabokov estará presente. Presenciamos el
encuentro de un indio canadiense y un yugoslavo que ya no sabe
demasiado bien lo que es en El indio de la plaza olímpica.
Entendemos que tener que abandonar el país de nacimiento en
circunstancias traumáticas no es fácil y que afecta a todo en Otro
idioma.
“No es posible, dijo aquel hombre, cambiar de lugar y que la persona se mantenga sin cambios, pero por ello mismo podemos, y así deberíamos hacer, controlar la magnitud del cambio”. Otro idioma. pg. 159
Y
conociendo personajes excéntricos y visitando paisajes cambiantes
vamos llegando al final del libro. Ahí nos encontramos con los tres
relatos que creo que llegan a un nivel más alto, y en general el
libro tiene un nivel medio muy alto. Con estos tres relatos creo que
Albahari se codea con los mejores cuentistas del mundo (sean quienes
sean). La basílica de Lyon espantará a quienes dicen que de
la metaliteratura sólo pueden salir juegos fríos y sin alma, pero
para quienes entren en sus páginas sin prejuicios, será un relato
que se les quedará en la cabeza. El autor juega a trilero con los
lectores, y sin que nos demos cuenta va construyendo, como los
grandes constructores de catedrales, un relato ante nuestra mirada.
Un relato en el que la distancia irónica que produce la
autoconciencia de los personajes no impide que empaticemos con ellos
y vayamos siendo absorbidos. El Papa nos mete en la mente del
Papa de Roma, uno de los hombres más importantes del mundo y cuya
vida interior no es, desde luego, uno de los temas más pisados por
la literatura contemporánea. Por último, Canción muda, el
relato que da título a la colección, reflexiona sobre la creación
de los mitos populares, concretamente aquí alrededor de la
existencia de una contracultura bajo la dictadura de Tito, a la que
las menciones, cuanto más detalladas (a través de un juego con los
pies de páginas, que van construyendo una subtrama en sí mismos)
más cuestionada dejan, un relato además muy cercano a ciertos puntos de
nuestra realidad, que comparte con la Yugoslavia de Tito a un
dictador que murió en la cama, una cultura contestataria que se
mitificó a posteriori y que probablemente estuvo mucho más
acomodada de lo que luego pretendió hacer ver.
“El
Papa escribe poemas. Un periodista le pregunta: << En su caso
ciertamente debe hablarse de inspiración divina, ¿verdad? >>.
El Papa, que ha leído el Fausto, sabe a dónde conduce esa pregunta.
Por eso calla”. El Papa. pg.
252.
Más
reseñas el próximo lunes
Sr.
E.
Voy a Hurgar más por aquí.
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