Cuentos,
de John Cheever (Mondadori)
Me
regalaron este libro a principios de año y ha sido, desde entonces,
una lectura más o menos continua. Ya había leído muchas veces los
cuentos de Cheever, aunque visto ahora, con mi nueva perspectiva,
había leído muchas veces algunos cuentos de Cheever, los incluidos
en la antología La geometría del amor, de Emecé, prologada
por Rodrigo Fresán (quien también prologa este volumen, en su
condición de máximo experto y exégeta de la obra de Cheever).
Allí
están muchos de los cuentos más reconocidos de John Cheever, y a
ellos he ido acudiendo con regularidad desde hace al menos una
década. Es uno de los libros más manoseados que tengo, y este ha
venido en cierto modo a sustituirlo. La lectura, cuento a cuento, de
este libro, ha hecho de 2019 un nuevo año Cheever para mí. Y me ha
permitido tomar un nuevo ángulo de lectura y sentir que mi relación
con él cambiaba, se hacía más profunda, se estrechaba. Si John
Cheever ya era uno de mis escritores de relatos preferidos, ahora lo
es más (mucho más). Nunca había entendido del todo la experiencia
que Richard Ford relata en el prólogo a mis Cuentos escogidos
de Chéjov, la de quien había leído unos cuentos y años después
descubre en una relectura distintos planos de profundidad. Me ha
pasado algo así. Debo decir que la (re)lectura detallada en el
último trimestre de sus diarios, y parte de sus cartas (también
editadas por Mondadori) me ha permitido ir viviendo casi en tiempo
real, como si fuera además de uno de sus lectores uno de sus
editores o confidentes, la lectura de estos cuentos, que están tan
vivos que pese a los decorados tan propios de los años cincuenta y
sesenta, parecen novedades.
Cuando
pensamos en los relatos de Cheever pensamos en melancolía,
epifanías, tristeza familiar, secretos y silencio. Y todo eso está
en los relatos de Cheever, pero creo que si nos limitamos a leerlo
desde ese marco mental nos estaremos perdiendo mucho, igual que si
compramos sin cuestionarla una etiqueta como la de el Chéjov de los
suburbios. Creo que Cheever es un escritor bastante mejor que Chéjov,
y que no se enfade nadie, porque creo sobre todo que son dos
escritores que hacen una labor diferente. Chéjov es el retrato
realista, sin más (ni menos). Pero me parece muy dudosa la idea de
realidad en las historias de Cheever. La realidad de Cheever siempre
está deformada, es siempre una realidad muy poco objetiva. Sus
relatos son y no son realistas. Suceden en entornos realistas, los
conflictos que se ponen en marcha son casi siempre realistas (un
enfado en una fiesta, la pérdida de un trabajo, una infidelidad, una
deuda que hay que pagar, la muerte de un familiar), pero la
resolución emocional y literaria que toma el cuento, que toma
Cheever, casi nunca es canónica ni previsible. Sus famosas epifanías
son verdaderas caídas del caballo, verdaderos momentos en los que
parece que un personaje pierde el contacto con la realidad y sus
modos más aburridos y decide tomar soluciones poco prácticas, que
muchas veces pasan por no tomar ninguna.
Cheever
es maestro en dibujar todo un contexto (social, geográfico,
emocional) en dos párrafos. A veces se apresura y condensa demasiado
esa información, pero su prosa siempre es luminosa y precisa.
Cheever admiraba a Scott Fiztgerald y sus relatos tienen esa
perfección estructural de El gran Gatsby. Creo que no hay un
relato más cheeveriano, más magníficamente cheeveriano y en
general mejor que El nadador, que probablemente hasta quienes
no hayan leído conocerán. Ned Merrill, un hombre abandonado por su
familia, alcoholizado y que lo ha perdido todo, decide emprender,
desde la resaca de la mañana del domingo, el retorno a casa nadando
de piscina en piscina a través de su condado. El dibujo social de
esas casas con piscina que llegan a formar un mar ya daría para una
tesis, y ese hombre decrépito que va haciendo el ridículo de casa
en casa, ignorando bajo el agua las habladurías de todos,
sintiéndose un titán en plena forma hasta que no tiene más remedio
que enfrentarse a la cruda realidad, que termina por derrotarle, ese
nadador es uno de los grandes personajes del siglo XX, y
convenientemente leído, de lo que llevamos de XXI.
Los
relatos de Cheever son una experiencia literaria y humana
profundamente emocionante, y no creo que tenga sentido hacer una
pequeña sinopsis de más de sesenta relatos, ni de los más
destacados. Solo aprovecharé la cercanía de las vacaciones
navideñas para hacer un regalo a quienes lean este blog. Les
propondría que se regalaran, durante los días libres que tengan,
una pequeña selección de relatos básicos de Cheever, relatos que
les permitan acercarse a la esencia del alma humana, al derrumbe de
tantas ideas humanistas y a la individualidad competitiva que nos
devora a todos.
Les
propondría, a esos lectores, que se regalaran la lectura de cinco
cuentos, todos clásicos en el canon de Cheever, todos de ese puñado
de obras que sí le hacían sentirse orgulloso (cuando en general
siempre fue un hombre inseguro, lleno de complejos, un escritor que
en sus diarios se muestra envidioso de Saul Bellow, de J. D.
Salinger, de Norman Mailer, un hombre que incluso cuando recibe
alabanzas desconfía, y que siempre quiso escribir una gran novela, y
solo la logró a través de sus cuentos, por más que con El
escándalo de los Wapshot consiguiera premios y pensara que iba a
confirmarse como novelista). Pongo en esa lista de regalos navideños,
sin ningún orden en particular: El nadador, El ladrón de
Shady Hill, Simplemente dime quién fue, La muerte de
Justina y Tiempo de divorcio.
Y quien los lea
sentirá que Papá Noel ha acertado.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
Hola.
ResponderEliminarEscribo simplemente para agradecerte esta entrada, porque fue la que me impulsó a hacerme con esta antología que estoy disfrutando ahora con inmenso placer.
Saludos.
Bienvenido.
EliminarCheever es una isla a la que vale la pena llegar y quedarse durante un tiempo.
Disfruta de sus historias.
Me alegro de haber ayudado a eso.
Estoy por hacerme con el primer libro de Cheever, que espero sea un viaje solo de ida. Saludos!
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