Solenoide,
de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)
Mi primera
experiencia lectora con Cartarescu fue, como la de muchos, con el
relato El ruletista. Es un relato del que se ha hablado mucho
y del que no creo estar exagerando si digo que no desentonaría al
lado de relatos de Borges, Kafka, Cortázar, Bioy o Buzzati en
cualquier antología del género fantástico. Me compré después el
volumen en el que este se incluye: Nostalgia, que es un libro
que he ido leyendo y releyendo de manera discontinua durante los
últimos dos años. Tuve la suerte de asistir a una pequeña charla
de Cartarescu en la librería Alberti de Madrid con la que se
presentaba el volumen de prosas (no son ensayos en su mayoría,
tampoco son relatos propiamente dichos muchos de ellos) El ojo
castaño de nuestro amor. Durante el último verano leí los
volúmenes de textos más o menos vivenciales Las bellas
extranjeras y Por qué nos gustan las mujeres y
la novela Lulú.
No me he atrevido
aún con El levante, una novela ensoñadora escrita al modo de
La odisea de la que me han hablado maravillas, pero llegué a
finales de octubre, como un fan acérrimo (que no lo soy, aunque tras
este libro ya me sumo a la categoría de lector muy interesado en él)
a uno de los primeros ejemplares de Solenoide, su última
novela traducida. Lo leído hasta ahora de Cartarescu me hablaba de
un autor irrealista (el excelente escritor de relatos de Nostalgia),
que incluso bajo encargos de realismo (contar su experiencia como
representante de la literatura rumana en Francia, en el caso de Las
bellas extranjeras, sus relaciones con las mujeres en Por qué
nos gustan las mujeres) siempre encuentra el modo de evadirse.
Cartarescu es un soñador (una palabra clave en su producción),
alguien que no sabe a veces en qué país vive. La figura tópica del
poeta despistado con pelo largo.
Solenoide
recoge esa apuesta de soñador irrealista y la dobla o la triplica o
quizá hasta la cuadruplica. Mircea Cartarescu, de 60 años, autor
reconocido en su país hasta el punto de que parece el actual
poseedor del título de escritor patrio por excelencia, bien
traducido en Europa (se habla mucho de la excelente labor de Marian
Ochoa de Eribe, que parece dedicada por completo a la obra del
rumano, como en una de sus historias, como otro personaje borgiano;
aquí vuelve a hacer un trabajo delicado y casi invisible), candidato
al Premio Nobel y probable ganador del galardón en la próxima
década. Desde esa perspectiva se podría esperar un cierto
acomodamiento (no hace falta pensar demasiado para llegar al nombre
de autores acomodados de ese nivel de reconocimiento, citaré en
cambio únicamente a un autor que con el Nobel en la mano ha seguido
escribiendo ambiciosamente, J. M. Coetzee, que primero se sobre
expuso en el tercer tomo de sus memorias, Verano, y luego se
ha arriesgado a la incomprensión con los libros La infancia de
Jesús y Los días de Jesús en la escuela) y un esperar a
la posteridad pero ha sorprendido con una novela ambiciosa,
desmesurada, universal. Un libro que convencerá más o menos a cada
lector, pero que está escrito desde la convicción del autor de
estar alumbrando su obra magna.
Quiero detenerme en
el adjetivo universal, porque creo que lo que Cartarescu cuenta en
Solenoide, aunque anclado a Rumanía y concretamente a
Bucarest, una ciudad que parece adaptarse al estado de ánimo del
narrador, y lo mismo es la más bella del mundo que un lugar gris y
asfixiante, es algo alejado totalmente de la necesidad de conocer la
realidad local para interpretarlo. Por otra parte, Solenoide
construye un universo completo. No es que la novedad esté en el
hecho de armar una novela, por larga que sea, que traza la vida
completa o casi completa de alguien, pues novelas de esas hay muchas
y las hay excelentes. Lo personal y arriesgado de Cartarescu es cómo
permite que su narrador se deslice hacia la locura por párrafos y
siempre sabe volver con él hacia la corriente principal de la
historia, integrando las digresiones perfectamente en un marco
general, permitiéndose verdaderos desvaríos (desvaríos, todo quede
dicho, perfectamente asumibles, pues creo que a estas alturas de la
historia todos sabemos lo estrecha que es la definición de
normalidad).
Los dos grandes
nombres que se evocan al hablar normalmente de Cartarescu son Borges
y Kafka. En sus relatos (pienso en los incluidos en Nostalgia)
Borges es quien más sombra da a la prosa de Cartarescu. El
ruletista, quizá su obra más popular, es una narración digna
de Borges, que juega con las paradojas lógicas al modo del
argentino. Aquí es sin duda Kafka. Empezando por el simbolismo que
los insectos toman en Solenoide, que se inaugura con un
recuento de piojos, y que apuntan directamente a La metamorfosis.
Pero sobre todo por el desdoblamiento al que se somete Mircea
Cartarescu, que nos narra en Solenoide, simplificando mucho,
una existencia paralela. El Mircea Cartarescu autor asentado de
relativo éxito juzga sin un objetivo claro al Mircea Cartarescu que
podría haber sido pero que finalmente no ha sido. Lo convierte en su
propio Josef K. y lo somete a los tormentos del rechazo, el fracaso,
la soledad, la frustración y las alucinaciones que le hacen dudar de
su cordura. Cartarescu es, en cualquier caso, juez y parte, como
diría el lugar común, y se aplica cierta piedad antes de
condenarse. Trata de entender a aquel soñador inadaptado que fue
desde su adolescencia y que quizá solo ha dejado de ser en parte y
en gran medida gracias a casualidades.
Hay una noche que
funciona como big bang y a mi entender determina el desdoblamiento
autor – narrador – personaje, y es la noche en la que Mircea
Cartarescu se muestra como poeta en público y lee sus composiciones
ante un tribunal de la Inquisición formado por otros poetas
igualmente jóvenes. El Mircea Cartarescu real salió bien parado de
aquel trance. El Cartarescu del libro nunca superó las palabras de
desprecio que le dedicaron. Se recogió dentro de sí mismo y lo
único a lo que dedicó su tiempo de escritura desde entonces fue a
este diario que ahora nos muestra. ¿Por qué el título, por cierto?
Porque Cartarescu vive en la novela en una casa con forma de barco en
el interior de la cual encuentra los extraños inventos de un antiguo
habitante de tan extraña vivienda, uno de los cuales es un
gigantesco solenoide que parece capaz de ordenar el mundo a partir de
sus atracciones y repulsiones.
Cartarescu fue
maestro de rumano en una escuela pública durante los años ochenta.
El personaje de la novela lo ha seguido siendo, ha cruzado como un
mueble el sistema educativo desde la época de Ceaucescu hasta la
actualidad. Siempre se ha considerado un maestro sin vocación,
torpe, despistado, incapaz de motivar a sus alumnos. Son
sensacionales las escenas en las que está preocupado por si no es
capaz de encontrar el aula en el que debe entrar a dar clase en la
próxima hora. Nos sitúa ahí Cartarescu ante una paradoja.
Parecería que debe ser más difícil ser un escritor de primera,
reconocido, que un maestro (dicho sea simplemente porque los
escritores de primera ampliamente reconocidos son muy pocos y cada
país tiene millones de maestros) pero Cartarescu nos descoloca
mostrándonos la absoluta incapacidad del protagonista para mejorar
lo más mínimo como docente a lo largo del tiempo.
Como yo soy profesor
de secundaria, he disfrutado mucho con las subtramas que se van
dibujando en la novela relacionadas con la enseñanza, aunque más
que con ella, con sus pequeñas miserias. El dibujo de los profesores
es un bestiario de personajes extraños, en algunos casos vecinos de
la sociopatía (y muchos profesores son personajes extraños, y no
pocos son en el fondo sociópatas que mal disimulan). Las charlas y
los silencios en la sala de profesores, el modo en que los alumnos
miran a unos y a otros, la manera en que el propio profesor ve a sus
alumnos dentro y fuera del colegio, las relaciones de poder y las
guerras intestinas entre colegas y con y contra la dirección del
centro. Creo que mi vida profesional afecta a mi percepción de estas
partes de la novela, quizá no tan jugosas para otros lectores. Pero
no son lo principal.
Lo principal es el
peso del mundo y el lugar y la labor del creador. Cómo tratar de
hacer algo creativo con ese mundo esencialmente hostil, gris, feo en
contra. Desde la relativamente segura perdurabilidad (con todo lo
relativa y segura que esta pueda ser) de la obra escrita de Mircea
Cartarescu, este transmite al lector un mensaje esencial: el creador
lo es si está suficientemente convencido de lo necesario (y esto
puede ser algo únicamente personal) de su obra. Quedan fuera por lo
tanto las novelas asépticas escritas con el único fin de
entretener. Cartarescu aquí juega a suplantar su posibilidad y
escribir desde el negativo de lo que realmente ha sido su única
novela. Es por lo tanto una novela que debería valer para juzgar la
valía (o no valía) de Mircea Cartarescu, escritor. Se habla de
Borges y de Kafka y otro autor que sobrevuela la obra de Cartarescu,
especialmente aquí, es Ernesto Sabato, un tanto olvidado pero un
escritor al que el rumano ha leído mucho y con cuya obra Abbadón
el exterminador me ha parecido que hay aquí conexiones claras
(aunque Solenoide es una novela más luminosa y blanca).
Solenoide es
a la vez una repetición de temas clásicos en la prosa de Cartarescu
y las variaciones sobre los mismos. Eso lo convierte en un libro
doblemente disfrutable por quienes ya lo han leído (se citan rutinas
y cuestiones presentes en sus dietarios, por darle un nombre a Por
qué nos gustan las mujeres, Las bellas extranjeras y El ojo
castaño de nuestro amor, y vemos técnicas de escritura tomadas
de sus relatos de Nostalgia, y la intensidad adolescente e
irrealista de Lulú) y quizá en una buena primera lectura
para quienes aún no lo conocen. Aunque quizá, y perdón por la
contradicción, sea justo lo contrario y se trate más bien de un
libro en el que desembocar más que desde el que partir.
La prosa es poética
y envolvente, es un placer leer cada una de sus páginas y dejarse
mecer por ella. Y lo hace sin resultar alambicado (y Cartarescu a
veces lo es, y quienes hayan leído el relato REM me darán la
razón en que es un reto además de un placer, aquí el goce es mucho
más accesible). En ese sentido, el de la accesibilidad de la
escritura, tal vez Solenoide sí sea un mejor acceso a Cartarescu que
Nostalgia, Lulú o El levante, y muestre mejor sus
cualidades que los libros más realistas y de textos encargados. Los
lectores de REM especialmente sabemos que Cartarescu vive una
gran parte de su vida a través de sus sueños, y aquí no pierde
oportunidad de entrar en ese mundo. Ha dicho (y por lo tanto puede
ser verdad, o no) que aproximadamente un tercio de las páginas de
Solenoide vienen directamente de sus diarios de sueños,
cuadernos en los que escribe y trabaja sobre lo que ha soñado cada
noche. Se enfrenta, y esto lo ha contado muchas veces, al sueño como
a una oportunidad para escribir, y lleva años haciéndolo (hay al
respecto un texto muy bonito incluido en Por qué nos gustan las
mujeres, Para D. vingt ans après, en el que habla de la mujer,
D., que le enseñó a soñar y a disfrutar de los sueños como
relatos).
Tenemos, en resumen,
una prosa potente y que trata de meter el mundo entero entre sus
líneas, toda ella de primera división. Tenemos insectos,
colegialas, profesores arrepentidos, frustraciones, luchas de poder,
el cambio político en Rumanía al fondo, el absurdo de la creación
artística, sueños, más insectos, alucinaciones, una casa en forma
de barco y un misterioso inventor, la noche, los madrugones, el cielo
sucio de Bucarest, el paso del tiempo y el peso de la muerte
amenazando. Tenemos una historia de amor que se va afianzando.
Tenemos muchas preguntas que empiezan con Por qué y muy pocas
respuestas. Tenemos el enfrentamiento de alguien ante el espejo de lo
que podía haber pasado. Todo eso encontraremos en este libro.
Tenemos un capítulo, el 20, que me atrevería a decir que vale para
explicar a cualquier escritor contemporáneo, de Kafka al último de
los monos de la famosa paradoja. Mi recomendación está clara, hay
que leer Solenoide. Pero cada lector es soberano, por
supuesto.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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