lunes, 11 de diciembre de 2017

Solenoide, de Mircea Cartarescu

Solenoide, de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)

Mi primera experiencia lectora con Cartarescu fue, como la de muchos, con el relato El ruletista. Es un relato del que se ha hablado mucho y del que no creo estar exagerando si digo que no desentonaría al lado de relatos de Borges, Kafka, Cortázar, Bioy o Buzzati en cualquier antología del género fantástico. Me compré después el volumen en el que este se incluye: Nostalgia, que es un libro que he ido leyendo y releyendo de manera discontinua durante los últimos dos años. Tuve la suerte de asistir a una pequeña charla de Cartarescu en la librería Alberti de Madrid con la que se presentaba el volumen de prosas (no son ensayos en su mayoría, tampoco son relatos propiamente dichos muchos de ellos) El ojo castaño de nuestro amor. Durante el último verano leí los volúmenes de textos más o menos vivenciales Las bellas extranjeras y Por qué nos gustan las mujeres y la novela Lulú.

No me he atrevido aún con El levante, una novela ensoñadora escrita al modo de La odisea de la que me han hablado maravillas, pero llegué a finales de octubre, como un fan acérrimo (que no lo soy, aunque tras este libro ya me sumo a la categoría de lector muy interesado en él) a uno de los primeros ejemplares de Solenoide, su última novela traducida. Lo leído hasta ahora de Cartarescu me hablaba de un autor irrealista (el excelente escritor de relatos de Nostalgia), que incluso bajo encargos de realismo (contar su experiencia como representante de la literatura rumana en Francia, en el caso de Las bellas extranjeras, sus relaciones con las mujeres en Por qué nos gustan las mujeres) siempre encuentra el modo de evadirse. Cartarescu es un soñador (una palabra clave en su producción), alguien que no sabe a veces en qué país vive. La figura tópica del poeta despistado con pelo largo.

Solenoide recoge esa apuesta de soñador irrealista y la dobla o la triplica o quizá hasta la cuadruplica. Mircea Cartarescu, de 60 años, autor reconocido en su país hasta el punto de que parece el actual poseedor del título de escritor patrio por excelencia, bien traducido en Europa (se habla mucho de la excelente labor de Marian Ochoa de Eribe, que parece dedicada por completo a la obra del rumano, como en una de sus historias, como otro personaje borgiano; aquí vuelve a hacer un trabajo delicado y casi invisible), candidato al Premio Nobel y probable ganador del galardón en la próxima década. Desde esa perspectiva se podría esperar un cierto acomodamiento (no hace falta pensar demasiado para llegar al nombre de autores acomodados de ese nivel de reconocimiento, citaré en cambio únicamente a un autor que con el Nobel en la mano ha seguido escribiendo ambiciosamente, J. M. Coetzee, que primero se sobre expuso en el tercer tomo de sus memorias, Verano, y luego se ha arriesgado a la incomprensión con los libros La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela) y un esperar a la posteridad pero ha sorprendido con una novela ambiciosa, desmesurada, universal. Un libro que convencerá más o menos a cada lector, pero que está escrito desde la convicción del autor de estar alumbrando su obra magna.

Quiero detenerme en el adjetivo universal, porque creo que lo que Cartarescu cuenta en Solenoide, aunque anclado a Rumanía y concretamente a Bucarest, una ciudad que parece adaptarse al estado de ánimo del narrador, y lo mismo es la más bella del mundo que un lugar gris y asfixiante, es algo alejado totalmente de la necesidad de conocer la realidad local para interpretarlo. Por otra parte, Solenoide construye un universo completo. No es que la novedad esté en el hecho de armar una novela, por larga que sea, que traza la vida completa o casi completa de alguien, pues novelas de esas hay muchas y las hay excelentes. Lo personal y arriesgado de Cartarescu es cómo permite que su narrador se deslice hacia la locura por párrafos y siempre sabe volver con él hacia la corriente principal de la historia, integrando las digresiones perfectamente en un marco general, permitiéndose verdaderos desvaríos (desvaríos, todo quede dicho, perfectamente asumibles, pues creo que a estas alturas de la historia todos sabemos lo estrecha que es la definición de normalidad).

Los dos grandes nombres que se evocan al hablar normalmente de Cartarescu son Borges y Kafka. En sus relatos (pienso en los incluidos en Nostalgia) Borges es quien más sombra da a la prosa de Cartarescu. El ruletista, quizá su obra más popular, es una narración digna de Borges, que juega con las paradojas lógicas al modo del argentino. Aquí es sin duda Kafka. Empezando por el simbolismo que los insectos toman en Solenoide, que se inaugura con un recuento de piojos, y que apuntan directamente a La metamorfosis. Pero sobre todo por el desdoblamiento al que se somete Mircea Cartarescu, que nos narra en Solenoide, simplificando mucho, una existencia paralela. El Mircea Cartarescu autor asentado de relativo éxito juzga sin un objetivo claro al Mircea Cartarescu que podría haber sido pero que finalmente no ha sido. Lo convierte en su propio Josef K. y lo somete a los tormentos del rechazo, el fracaso, la soledad, la frustración y las alucinaciones que le hacen dudar de su cordura. Cartarescu es, en cualquier caso, juez y parte, como diría el lugar común, y se aplica cierta piedad antes de condenarse. Trata de entender a aquel soñador inadaptado que fue desde su adolescencia y que quizá solo ha dejado de ser en parte y en gran medida gracias a casualidades.

Hay una noche que funciona como big bang y a mi entender determina el desdoblamiento autor – narrador – personaje, y es la noche en la que Mircea Cartarescu se muestra como poeta en público y lee sus composiciones ante un tribunal de la Inquisición formado por otros poetas igualmente jóvenes. El Mircea Cartarescu real salió bien parado de aquel trance. El Cartarescu del libro nunca superó las palabras de desprecio que le dedicaron. Se recogió dentro de sí mismo y lo único a lo que dedicó su tiempo de escritura desde entonces fue a este diario que ahora nos muestra. ¿Por qué el título, por cierto? Porque Cartarescu vive en la novela en una casa con forma de barco en el interior de la cual encuentra los extraños inventos de un antiguo habitante de tan extraña vivienda, uno de los cuales es un gigantesco solenoide que parece capaz de ordenar el mundo a partir de sus atracciones y repulsiones.

Cartarescu fue maestro de rumano en una escuela pública durante los años ochenta. El personaje de la novela lo ha seguido siendo, ha cruzado como un mueble el sistema educativo desde la época de Ceaucescu hasta la actualidad. Siempre se ha considerado un maestro sin vocación, torpe, despistado, incapaz de motivar a sus alumnos. Son sensacionales las escenas en las que está preocupado por si no es capaz de encontrar el aula en el que debe entrar a dar clase en la próxima hora. Nos sitúa ahí Cartarescu ante una paradoja. Parecería que debe ser más difícil ser un escritor de primera, reconocido, que un maestro (dicho sea simplemente porque los escritores de primera ampliamente reconocidos son muy pocos y cada país tiene millones de maestros) pero Cartarescu nos descoloca mostrándonos la absoluta incapacidad del protagonista para mejorar lo más mínimo como docente a lo largo del tiempo.

Como yo soy profesor de secundaria, he disfrutado mucho con las subtramas que se van dibujando en la novela relacionadas con la enseñanza, aunque más que con ella, con sus pequeñas miserias. El dibujo de los profesores es un bestiario de personajes extraños, en algunos casos vecinos de la sociopatía (y muchos profesores son personajes extraños, y no pocos son en el fondo sociópatas que mal disimulan). Las charlas y los silencios en la sala de profesores, el modo en que los alumnos miran a unos y a otros, la manera en que el propio profesor ve a sus alumnos dentro y fuera del colegio, las relaciones de poder y las guerras intestinas entre colegas y con y contra la dirección del centro. Creo que mi vida profesional afecta a mi percepción de estas partes de la novela, quizá no tan jugosas para otros lectores. Pero no son lo principal.

Lo principal es el peso del mundo y el lugar y la labor del creador. Cómo tratar de hacer algo creativo con ese mundo esencialmente hostil, gris, feo en contra. Desde la relativamente segura perdurabilidad (con todo lo relativa y segura que esta pueda ser) de la obra escrita de Mircea Cartarescu, este transmite al lector un mensaje esencial: el creador lo es si está suficientemente convencido de lo necesario (y esto puede ser algo únicamente personal) de su obra. Quedan fuera por lo tanto las novelas asépticas escritas con el único fin de entretener. Cartarescu aquí juega a suplantar su posibilidad y escribir desde el negativo de lo que realmente ha sido su única novela. Es por lo tanto una novela que debería valer para juzgar la valía (o no valía) de Mircea Cartarescu, escritor. Se habla de Borges y de Kafka y otro autor que sobrevuela la obra de Cartarescu, especialmente aquí, es Ernesto Sabato, un tanto olvidado pero un escritor al que el rumano ha leído mucho y con cuya obra Abbadón el exterminador me ha parecido que hay aquí conexiones claras (aunque Solenoide es una novela más luminosa y blanca).

Solenoide es a la vez una repetición de temas clásicos en la prosa de Cartarescu y las variaciones sobre los mismos. Eso lo convierte en un libro doblemente disfrutable por quienes ya lo han leído (se citan rutinas y cuestiones presentes en sus dietarios, por darle un nombre a Por qué nos gustan las mujeres, Las bellas extranjeras y El ojo castaño de nuestro amor, y vemos técnicas de escritura tomadas de sus relatos de Nostalgia, y la intensidad adolescente e irrealista de Lulú) y quizá en una buena primera lectura para quienes aún no lo conocen. Aunque quizá, y perdón por la contradicción, sea justo lo contrario y se trate más bien de un libro en el que desembocar más que desde el que partir.

La prosa es poética y envolvente, es un placer leer cada una de sus páginas y dejarse mecer por ella. Y lo hace sin resultar alambicado (y Cartarescu a veces lo es, y quienes hayan leído el relato REM me darán la razón en que es un reto además de un placer, aquí el goce es mucho más accesible). En ese sentido, el de la accesibilidad de la escritura, tal vez Solenoide sí sea un mejor acceso a Cartarescu que Nostalgia, Lulú o El levante, y muestre mejor sus cualidades que los libros más realistas y de textos encargados. Los lectores de REM especialmente sabemos que Cartarescu vive una gran parte de su vida a través de sus sueños, y aquí no pierde oportunidad de entrar en ese mundo. Ha dicho (y por lo tanto puede ser verdad, o no) que aproximadamente un tercio de las páginas de Solenoide vienen directamente de sus diarios de sueños, cuadernos en los que escribe y trabaja sobre lo que ha soñado cada noche. Se enfrenta, y esto lo ha contado muchas veces, al sueño como a una oportunidad para escribir, y lleva años haciéndolo (hay al respecto un texto muy bonito incluido en Por qué nos gustan las mujeres, Para D. vingt ans après, en el que habla de la mujer, D., que le enseñó a soñar y a disfrutar de los sueños como relatos).

Tenemos, en resumen, una prosa potente y que trata de meter el mundo entero entre sus líneas, toda ella de primera división. Tenemos insectos, colegialas, profesores arrepentidos, frustraciones, luchas de poder, el cambio político en Rumanía al fondo, el absurdo de la creación artística, sueños, más insectos, alucinaciones, una casa en forma de barco y un misterioso inventor, la noche, los madrugones, el cielo sucio de Bucarest, el paso del tiempo y el peso de la muerte amenazando. Tenemos una historia de amor que se va afianzando. Tenemos muchas preguntas que empiezan con Por qué y muy pocas respuestas. Tenemos el enfrentamiento de alguien ante el espejo de lo que podía haber pasado. Todo eso encontraremos en este libro. Tenemos un capítulo, el 20, que me atrevería a decir que vale para explicar a cualquier escritor contemporáneo, de Kafka al último de los monos de la famosa paradoja. Mi recomendación está clara, hay que leer Solenoide. Pero cada lector es soberano, por supuesto.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas


Sr. E

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