El papel
amarillo, de Charlotte Perkins Gilman (Editorial Bestia Negra)
vs. Su cuerpo y otras fiestas, de Carmen María Machado
(Anagrama), con Chicas muertas, de Selva Almada (Mondadori) de
propina
El
papel amarillo es un relato que se puede identificar de manera
bastante clara en la tradición gótica, y que se publicó por
primera vez en 1892. Cuentan que Lovecraft alabó el relato. Se ha
recuperado de un olvido de muchas décadas en los últimos años, y
ahora mismo se lee desde dos perspectivas, la de relato de género de
terror (o de pesadilla, pues más que miedo la lectura produce
angustia por la deriva en la que va entrando la protagonista) y como
relato protofeminista, una historia de reivindicación de la mujer
ante su papel secundario en aquella época.
Creo
que se puede leer de las dos maneras, que quizá es lo mejor, y de
hecho yo lo he leído dos veces, aprovechando que es francamente
breve (aunque la edición lo viste con prólogo, estudio y unas
ilustraciones sobre las que habría mucho que hablar, porque son
bonitas pero en su ánimo de resaltar continuamente la opresión de
la protagonista acaban resultando un tanto condescendientes e
infantilizantes). Lógicamente no lo he leído dos veces, una desde
un punto de vista y el otro, sino uno simplemente siguiendo la
historia, y jugando al juego que como narración propone (¿pasa todo
en la cabeza de la protagonista o hay algo real más allá?) y otra
fijándome más en los detalles costumbristas, en su modo de
relacionarse con el marido, la manera en que se refiere a él y sus
recomendaciones, y su propia relación con su naturaleza femenina y
la posibilidad de que la escritura fuera algo terapéutico.
Como
relato de terror, pasados más de 125 años, no deja de ser hoy en
día un relato canónico, que sigue los pasos marcados por quienes
crearon el modelo. Lo hace bien, dosificando la información, dejando
algunos elementos sorpresa para el final, generando una atmósfera
cada vez más enrarecida y haciéndonos dudar de la fiabilidad de la
protagonista, de la que sabemos a través de un diario (un recurso
también muy socorrido en la literatura de misterio decimonónica).
Pero estas narraciones, salvo algunas excepciones, han perdido
eficacia (necesariamente) en su cometido principal, darnos miedo. Le
pasa a los cuentos de Poe, y le pasa a este. No puede ser de otra
manera, cuando ya hemos pasado todos, como lectores y espectadores,
por tantos horrores, con ritmos y miedos muy distintos al de estos
relatos.
No
obstante, y aunque no nos da miedo, la historia de la obsesión de
esta mujer (a la que su marido, médico, ha diagnosticado que está
delicada de los nervios, uno de esos males antiguos que le ocurrían
sobre todo a las mujeres, y a la que ha recomendado, para que se
recupere, unos meses de reposo absoluto en una casa de campo a las
afueras de la ciudad) con su cuarto nos conmueve y nos inquieta. Se
trata de una inversión del clásico cuento de Barbazul, aquí
se trata de un cuarto del que apenas le permiten salir, y sobre el
que no tiene opinión, pues todas sus pegas son respondidas con que
son efecto de su debilidad, que si se sintiera más estimulada todo
podría ir a peor. Y como no sale, acaba obsesionándose con el
empapelado del cuarto, de un horrible color amarillo que ya la hizo
sentir mal desde que entró ahí por primera vez.
Empezará
a identificar a una mujer que vive en el empapelado y que intenta
escapar, y se hará imposible saber, desde que se produce la ruptura
hasta el final del relato, si está cayendo ella misma en la locura y
está proyectando su situación en sus alucionaciones o si realmente
se trata de una historia de espíritus. La escritura de corte
costumbrista, con los incisos en los que no para de mostrarse como
una mujer sumisa y obediente, es la que da lugar a que se pueda
hablar desde nuestro presente de un libro feminista, o protofeminista
o como lo queramos expresar, un libro en el que vemos la situación
de una mujer casi sin voz y con nulo voto en el proceso de la
curación de lo que parece, en el fondo, lo que hoy llamaríamos con
más normalidad una depresión post – parto. Una situación que muy
probablemente vivió la propia autora por la época en la que
escribió el relato.
John
no sabe lo mucho que sufro. Sabe que no hay razón para sufrir y con
eso le basta.
Es
una suerte que Mary sea tan buena con el bebé. ¡Es un niño
encantador!
Y
sin embargo, no puedo estar con él. ¡Me pone tan nerviosa!
Es
la misma mujer, lo sé, porque siempre se está arrastrando , y la
mayoría de mujeres no se arrastran durante el día. Yo siempre
cierro la puerta con llave cuando me arrastro durante el día.

Relaciono
este primer libro con el que ahora viene porque los he leído
seguidos, en primer lugar, y porque ambos, aunque desde intenciones
creo que muy distintas, utilizan los recursos de la literatura
fantástica (en ocasiones una literatura fantástica que se parece
bastante al terror) para exponer (no utilizaría el verbo denunciar,
porque creo que la intención es expositiva, y ese hecho de contar es
el que sirve para que el lector abra los ojos e interprete símbolos)
la situación de la mujer, en distintos momentos y lugares. Su
cuerpo y otras fiestas, de Carmen María Machado, ha recibido
miles de elogios, ha ganado importantes premios y ha estado cerca de
ganar otros aún más importantes, ha sido recibido como una
revelación, y como bien anuncia cualquier referencia que pueda
buscarse sobre él en la red, dará lugar a una serie de televisión,
que parece el mecanismo de consagración definitivo para el trabajo
literario de acuerdo a las leyes del mercado.
Su
cuerpo y otras fiestas pertenece a ese género que se llama weird
en inglés y que en español deberíamos llamar libros raros,
narrativa rara, y que viene a anunciarnos que es literatura
fantástica, quizá, pero desde luego no canónica, relatos que no
obedecen a la lógica concreta de un género con fronteras bien
definidas, y que pueden dar cabida a la poética cercana al realismo
mágico de García Márquez y en otros momentos acercarse al gore.
Los
ocho relatos de Su cuerpo y otras fiestas pasan por varios
géneros y varias influencias más o menos reconocibles, y todos se
relacionan en que comparten una cierta visión de que ser mujer es
una batalla, que el campo de batalla es a veces el cuerpo de la
propia mujer (lugar de goce y de sufrimiento, lugar siempre de
inquietud) y en el uso de las herramientas de ese género difuso. Es
un libro bastante irregular pero con relatos muy conseguidos. Y creo
sobre todo que vale la pena leerlo porque es uno de esos libros que
incluso cuando falla es potente, nos está diciendo algo. Es un libro
que se atreve a dar ciertos gritos y a usar ciertos discursos
formales (hay un relato, Especialmente perversos, que podría
haber firmado David Foster Wallace, de más de sesenta páginas en el
que se comentan sucintamente capítulos de una serie de televisión
policíaca) y que a cambio, cuando intenta provocar al lector lo deja
más frío, y cuando mejor funciona, en los cuentos indudablemente
más redondos, no nos permite quitarnos la sensación de que ha
habido tanta planificación, un uso tan medido y deliberado de los
símbolos, que ese lugar mítico donde nace la literatura, el momento
en que a la autora se le ocurriera la primera imagen de la historia,
queda demasiado lejos. Los ha pulido tanto que están demasiado
pulidos, tan perfectos, medidos y equilibrados que les cuesta
respirar.
Creo
que lo mejor del libro está ya concentrado en su primer cuento: El
punto de más. Es un cuento al que no se le puede discutir una
coma, quizá únicamente se le puede reprochar que sea demasiado
perfecto. En ese relato y en Las mujeres de verdad tienen cuerpo,
los símbolos son tan buenos, redondos y potentes, que el relato se
quedará en la memoria del lector (aunque creo que El punto de más
será más duradero, en Las mujeres de verdad tienen cuerpo,
quizá la aparicicón de mujeres que se van volviendo transparentes
es un símbolo más obvio)
Los
cuentos me han llevado a pensar en distintos momentos en Shirley
Jackson (aunque es mucho menos sutil), en Mariana Enríquez (aunque
es menos cruel) y en Anna Starobinets (aunque es menos imaginativa, y
menos explícita en ciertas descripciones físicas). Con esas tres
comparaciones quiero decir que el libro está muy bien pero que no es
el mejor libro de cuentos del mundo, ni del año ni de la vida de
nadie que haya leído un cierto número de libros de cuentos. Con
todo, es un libro más que notable y merece la pena leerlo para
sentirse apelado, emocionado y aterrado en algunos momentos, quizá
demasiado frío en otros.

Y
termino el paseo por las historias de terror y mujeres con el que más
miedo debería darnos de todas: Chicas muertas, de Selva
Almada. Tenía el nombre de la autora apuntado por ahí y este libro
llegó a la biblioteca en algún momento. Está muy bien construido,
y sin caer en sensacionalismo ni en efectismos (al menos nada más
que en los imprescindibles), y desde la reconstrucción de unos pocos
casos escabrosos y terribles de feminicidios de adolescentes en la
Argentina rural, va dibujando un mapa del horror, el machismo, el
silencio y el olvido. Las sospechas habituales, las calumnias, las
costumbres bárbaras de algunos pueblos y algunos hombres, el trato
de la prensa, el olvido, el ruido y después todo el silencio. La
autora juega (aunque no es un juego literario) con todos esos
elementos y construye un libro escueto, denso, cortante. Que sangra y
hace sangrar a quien se corta con sus páginas, que será cualquiera
que lo lea y tenga algo de sensibilidad.
Mucho miedo, mucha
vida y mucha muerte.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E