viernes, 4 de octubre de 2019

El papel amarillo vs. Su cuerpo y otras fiestas, además de Chicas muertas


El papel amarillo, de Charlotte Perkins Gilman (Editorial Bestia Negra) vs. Su cuerpo y otras fiestas, de Carmen María Machado (Anagrama), con Chicas muertas, de Selva Almada (Mondadori) de propina

El papel amarillo es un relato que se puede identificar de manera bastante clara en la tradición gótica, y que se publicó por primera vez en 1892. Cuentan que Lovecraft alabó el relato. Se ha recuperado de un olvido de muchas décadas en los últimos años, y ahora mismo se lee desde dos perspectivas, la de relato de género de terror (o de pesadilla, pues más que miedo la lectura produce angustia por la deriva en la que va entrando la protagonista) y como relato protofeminista, una historia de reivindicación de la mujer ante su papel secundario en aquella época.

Creo que se puede leer de las dos maneras, que quizá es lo mejor, y de hecho yo lo he leído dos veces, aprovechando que es francamente breve (aunque la edición lo viste con prólogo, estudio y unas ilustraciones sobre las que habría mucho que hablar, porque son bonitas pero en su ánimo de resaltar continuamente la opresión de la protagonista acaban resultando un tanto condescendientes e infantilizantes). Lógicamente no lo he leído dos veces, una desde un punto de vista y el otro, sino uno simplemente siguiendo la historia, y jugando al juego que como narración propone (¿pasa todo en la cabeza de la protagonista o hay algo real más allá?) y otra fijándome más en los detalles costumbristas, en su modo de relacionarse con el marido, la manera en que se refiere a él y sus recomendaciones, y su propia relación con su naturaleza femenina y la posibilidad de que la escritura fuera algo terapéutico.

Como relato de terror, pasados más de 125 años, no deja de ser hoy en día un relato canónico, que sigue los pasos marcados por quienes crearon el modelo. Lo hace bien, dosificando la información, dejando algunos elementos sorpresa para el final, generando una atmósfera cada vez más enrarecida y haciéndonos dudar de la fiabilidad de la protagonista, de la que sabemos a través de un diario (un recurso también muy socorrido en la literatura de misterio decimonónica). Pero estas narraciones, salvo algunas excepciones, han perdido eficacia (necesariamente) en su cometido principal, darnos miedo. Le pasa a los cuentos de Poe, y le pasa a este. No puede ser de otra manera, cuando ya hemos pasado todos, como lectores y espectadores, por tantos horrores, con ritmos y miedos muy distintos al de estos relatos.

No obstante, y aunque no nos da miedo, la historia de la obsesión de esta mujer (a la que su marido, médico, ha diagnosticado que está delicada de los nervios, uno de esos males antiguos que le ocurrían sobre todo a las mujeres, y a la que ha recomendado, para que se recupere, unos meses de reposo absoluto en una casa de campo a las afueras de la ciudad) con su cuarto nos conmueve y nos inquieta. Se trata de una inversión del clásico cuento de Barbazul, aquí se trata de un cuarto del que apenas le permiten salir, y sobre el que no tiene opinión, pues todas sus pegas son respondidas con que son efecto de su debilidad, que si se sintiera más estimulada todo podría ir a peor. Y como no sale, acaba obsesionándose con el empapelado del cuarto, de un horrible color amarillo que ya la hizo sentir mal desde que entró ahí por primera vez.

Empezará a identificar a una mujer que vive en el empapelado y que intenta escapar, y se hará imposible saber, desde que se produce la ruptura hasta el final del relato, si está cayendo ella misma en la locura y está proyectando su situación en sus alucionaciones o si realmente se trata de una historia de espíritus. La escritura de corte costumbrista, con los incisos en los que no para de mostrarse como una mujer sumisa y obediente, es la que da lugar a que se pueda hablar desde nuestro presente de un libro feminista, o protofeminista o como lo queramos expresar, un libro en el que vemos la situación de una mujer casi sin voz y con nulo voto en el proceso de la curación de lo que parece, en el fondo, lo que hoy llamaríamos con más normalidad una depresión post – parto. Una situación que muy probablemente vivió la propia autora por la época en la que escribió el relato.

John no sabe lo mucho que sufro. Sabe que no hay razón para sufrir y con eso le basta.

Es una suerte que Mary sea tan buena con el bebé. ¡Es un niño encantador!
Y sin embargo, no puedo estar con él. ¡Me pone tan nerviosa!

Es la misma mujer, lo sé, porque siempre se está arrastrando , y la mayoría de mujeres no se arrastran durante el día. Yo siempre cierro la puerta con llave cuando me arrastro durante el día.

Relaciono este primer libro con el que ahora viene porque los he leído seguidos, en primer lugar, y porque ambos, aunque desde intenciones creo que muy distintas, utilizan los recursos de la literatura fantástica (en ocasiones una literatura fantástica que se parece bastante al terror) para exponer (no utilizaría el verbo denunciar, porque creo que la intención es expositiva, y ese hecho de contar es el que sirve para que el lector abra los ojos e interprete símbolos) la situación de la mujer, en distintos momentos y lugares. Su cuerpo y otras fiestas, de Carmen María Machado, ha recibido miles de elogios, ha ganado importantes premios y ha estado cerca de ganar otros aún más importantes, ha sido recibido como una revelación, y como bien anuncia cualquier referencia que pueda buscarse sobre él en la red, dará lugar a una serie de televisión, que parece el mecanismo de consagración definitivo para el trabajo literario de acuerdo a las leyes del mercado.

Su cuerpo y otras fiestas pertenece a ese género que se llama weird en inglés y que en español deberíamos llamar libros raros, narrativa rara, y que viene a anunciarnos que es literatura fantástica, quizá, pero desde luego no canónica, relatos que no obedecen a la lógica concreta de un género con fronteras bien definidas, y que pueden dar cabida a la poética cercana al realismo mágico de García Márquez y en otros momentos acercarse al gore.

Los ocho relatos de Su cuerpo y otras fiestas pasan por varios géneros y varias influencias más o menos reconocibles, y todos se relacionan en que comparten una cierta visión de que ser mujer es una batalla, que el campo de batalla es a veces el cuerpo de la propia mujer (lugar de goce y de sufrimiento, lugar siempre de inquietud) y en el uso de las herramientas de ese género difuso. Es un libro bastante irregular pero con relatos muy conseguidos. Y creo sobre todo que vale la pena leerlo porque es uno de esos libros que incluso cuando falla es potente, nos está diciendo algo. Es un libro que se atreve a dar ciertos gritos y a usar ciertos discursos formales (hay un relato, Especialmente perversos, que podría haber firmado David Foster Wallace, de más de sesenta páginas en el que se comentan sucintamente capítulos de una serie de televisión policíaca) y que a cambio, cuando intenta provocar al lector lo deja más frío, y cuando mejor funciona, en los cuentos indudablemente más redondos, no nos permite quitarnos la sensación de que ha habido tanta planificación, un uso tan medido y deliberado de los símbolos, que ese lugar mítico donde nace la literatura, el momento en que a la autora se le ocurriera la primera imagen de la historia, queda demasiado lejos. Los ha pulido tanto que están demasiado pulidos, tan perfectos, medidos y equilibrados que les cuesta respirar.

Creo que lo mejor del libro está ya concentrado en su primer cuento: El punto de más. Es un cuento al que no se le puede discutir una coma, quizá únicamente se le puede reprochar que sea demasiado perfecto. En ese relato y en Las mujeres de verdad tienen cuerpo, los símbolos son tan buenos, redondos y potentes, que el relato se quedará en la memoria del lector (aunque creo que El punto de más será más duradero, en Las mujeres de verdad tienen cuerpo, quizá la aparicicón de mujeres que se van volviendo transparentes es un símbolo más obvio)

Los cuentos me han llevado a pensar en distintos momentos en Shirley Jackson (aunque es mucho menos sutil), en Mariana Enríquez (aunque es menos cruel) y en Anna Starobinets (aunque es menos imaginativa, y menos explícita en ciertas descripciones físicas). Con esas tres comparaciones quiero decir que el libro está muy bien pero que no es el mejor libro de cuentos del mundo, ni del año ni de la vida de nadie que haya leído un cierto número de libros de cuentos. Con todo, es un libro más que notable y merece la pena leerlo para sentirse apelado, emocionado y aterrado en algunos momentos, quizá demasiado frío en otros.

Y termino el paseo por las historias de terror y mujeres con el que más miedo debería darnos de todas: Chicas muertas, de Selva Almada. Tenía el nombre de la autora apuntado por ahí y este libro llegó a la biblioteca en algún momento. Está muy bien construido, y sin caer en sensacionalismo ni en efectismos (al menos nada más que en los imprescindibles), y desde la reconstrucción de unos pocos casos escabrosos y terribles de feminicidios de adolescentes en la Argentina rural, va dibujando un mapa del horror, el machismo, el silencio y el olvido. Las sospechas habituales, las calumnias, las costumbres bárbaras de algunos pueblos y algunos hombres, el trato de la prensa, el olvido, el ruido y después todo el silencio. La autora juega (aunque no es un juego literario) con todos esos elementos y construye un libro escueto, denso, cortante. Que sangra y hace sangrar a quien se corta con sus páginas, que será cualquiera que lo lea y tenga algo de sensibilidad.

Mucho miedo, mucha vida y mucha muerte.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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