El
triunfo, de Francisco Casavella (Cátedra)
El
triunfo es una primera novela llena de fuerza, de ritmo, de
gracia, de rima. La escribió, nos dice el prólogo, Casavella cuando
no se llamaba aún Casavella pero suponía que así se llamaría si
algún día firmaba un libro, durante la mili. Como Juan Marsé. Hay
mucho de Marsé aquí. Hay barrio y mentiras y miradas y leyenda.
Mucha leyenda. La leyenda es la mentira que se ha repetido mil veces
y ya no recuerda que es mentira. Y el barrio el callejón oscuro del
recuerdo. Y por ese barrio camina El Palito contando una y mil veces
su versión de los hechos. Una versión que vuelve de donde no llegó
a ir y que se desvía en las rotondas. Una de esas versiones, ya
sabéis, de quienes te dicen: yo te lo contaré todo, porque lo vi.
Bueno, no lo vi pero lo oí, o al menos se lo escuché desde detrás
de las tragaperras a alguien que se tomó unas cañas con un tipo que
lo vio. Así. Una tras otra, de frase en frase, de recuerdo en caída,
se cuenta la historia de los supervivientes de la guerra del barrio,
una guerra sin cuartel en la que El Gandhi impartía justicia (o
injusticia) sin miramientos. Si había que cortarle los dedos al
guitarrista de más talento, se le cortaban, y si se atrevían a ir a
por uno de los suyos, las devolvía con cuatro cabezas cortadas.
Ha
llegado Casavella, diez años después de su muerte, a la
consagración editorial, a que su ópera prima esté en el catálogo
de la editorial Cátedra, quién sabe si en algún momento no
se le leerá en los institutos (aunque si de algo sé, por lo que
supe como alumno y lo que sé como profesor de secundaria, es de lo
que los profesores de Lengua y Literatura mandan leer cada curso, y
nada posterior a Cela entra en esos cánones, nada que suene vivo).
Hay mucho mito sobre Casavella, del bueno y del malo, y supongo que
eso divertiría al escritor. El prólogo – estudio previo a la
novela ya nos deja claro que a él le gustaban todas esas confusiones
entre lo que es, lo que parece, lo que podría ser y lo que no, para
nada. El triunfo, una novela que se recibió con ganas y que
sus primeros editores (la meritoria y pronto desaparecida Versal)
intentaron promocionar (hasta con la presentación en una discoteca,
con una fiesta rumbera, nada más adecuado, un vídeo que merece la
pena ver mientras se está leyendo el libro
https://www.youtube.com/watch?v=dNzMPOzzbjU),
que tuvo una segunda vida, y una tercera, y ha llegado a las cuartas
y quintas en estos últimos años, y hasta la tercera, en esas
solapas que los autores escriben muchas veces ellos mismo, decía que
Casavella había sido el chófer de una supervedette. Aparte de lo
añejo que resulta el término supervedette, era mentira, y de las
cosas que tenemos segura es que Casavella no sabía conducir.
El
Casavella que escribió El triunfo era ese chófer de
supervedette sin carnet. Aún le faltaba cierta capacidad para
domesticar sus impulsos, las imágenes que pone por encima de la
prosa son poderosas pero algunas se pasan de recargadas, la historia
se distrae de lo que estaba contando y cuando vuelve al flujo
principal se ha olvidado de por dónde iba y no acaba de conectar.
Pese a todo, se imponen con una gran fuerza la historia de traición
de una madre y un hijo, el dominio digno de reyes feudales de los
señores del barrio, la construcción de una personalidad artística
en base a unas manos desnudas y cuatro canciones, el habla
atropellada de personajes lunáticos que no dejan terminar una frase
al anterior y los cuadernos del Gandhi, viejas reliquias del hambre
infantil y las guerras en África que van haciendo de contrapunto.
No es
un libro perfecto pero es un pedazo de novela. De esas con las que
aquellos que escribimos estamos midiendo durante la lectura,
intentando sacarle un secreto, dispuestos a ponernos con el cuaderno
por la noche, a imitarla o superarla o dejar que nos noquee. Cuando
se habla de Casavella (especialmente el del Watusi y El
triunfo) se habla enseguida de Marsé. Hay Marsé porque hay
barrio y hay andares y hablas de barrio, pero no hay lo mismo que en
Marsé. Hay menos memoria y más pop y quizá el Casavella de El
triunfo aún se excedía en cuanto a cargar la prosa, aún se
pasaba de adornar lo obvio, se gustaba demasiado a sí mismo. Marsé
le gana en musicalidad pero El triunfo, si nos olvidamos de
comparaciones (con otros autores y con el que sería Casavella una
década después) es un gran libro, una novela potente que ha llegado
a la estantería de clásicos españoles y espero que eso no la
convierta en una de esas novelas que se dejan de leer.
Leamos. Seguiremos
leyendo.
Felices lecturas
Sr. E
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