miércoles, 22 de mayo de 2019

El escritor y el mundo, de V. S. Naipaul


El escritor y el mundo, de V. S. Naipaul (Debate)

Este libro es en realidad la recopilación de varios libros de crónicas de Naipaul, que Debate recogió en un único volumen (y aquí volumen es la palabra clave y más adecuada, viendo el grosor del mismo) el verano pasado, pocos meses antes de la muerte de Naipaul. De lo que he leído de Naipaul, algo de ficción (Guerrilleros, Una casa para el Sr. Biswas, Los simuladores), memorias (El escritor y los suyos, Leer y escribir) y crónicas (Entre los creyentes, Al límite de la fe, ahora este), creo que donde destaca, donde realmente se convierte en un autor de primera, es en los libros de crónicas. Aunque, para que nadie se engañe, empecemos dejando claro que en su caso se trata de crónicas – viajes – ensayos en marcha – autoficciones, una mezcla peculiar en la que convierte sus libros de no – ficción y que se eleva sobre las expectativas iniciales.

En ese campo, las obras de Naipaul destacan por su capacidad de análisis, es un tipo profundo, que ve mucho más allá de donde miraría cualquiera, no tiene ningún miedo a embarrarse con lo que está dejando escrito, ni teme manchar al prójimo, a ese al que visita y que le presta hospitalidad, ni teme salir salpicado. A Naipaul, en las últimas lecturas de su obra se le ha acusado de colonialista y racista, en ese sentido extraño que se le da a estos términos en ciertos casos, se le ha acusado de ser un hombre nacido en una remota isla antillana que siempre soñó con irse de allí, donde no se reconocía, y acabar en la metrópoli. Por supuesto, cuando llega a Londres se topa con el rechazo, pero él prefiere estar allí que volver a su lugar de origen. ¿Se siente acaso superior a sus familiares, a los demás habitantes de su tierra natal? Sí, la verdad es que sí, pero en gran medida (y ahí está la demoledora biografía de Patrick French, que lo retrata como un déspota, en egomaníaco, y que lo más llamativo es que fuera una biografía autorizada) Naipaul se veía como se ven los elegidos, se veía por encima del ser humano medio, cualquiera, sin distinciones de raza, origen ni creencia. Cuando pensemos en Naipaul y un título como El escritor y el mundo, no perdamos de vista que a él no le incomodaría señalarse como El escritor, con su artículo determinado, y que casi se pondría a la misma altura que el mundo.

Creo que Naipaul es un ser profundamente desarraigado, solitario y más aún, solo, que escribe sin un sistema ni un proyecto previo, y eso dota a sus libros de crónicas de una maleabilidad muy característica. Fluyen. Naipaul escribe desde la altura de quien está por encima del bien y del mal, y los permisos que se concede a sí mismo para sobrevolar al hombre vulgar se detectan en sus crónicas. Nada le afecta. Sus crónicas no son para nada como esos libros de viajeros que llegan a un pueblo donde se está sufriendo y nos cuentan cómo empiezan a sufrir ellos al ver a los niños pasándolo mal. Naipaul no va a derramar ni una lágrima por nadie que no sea Naipaul. No es un narrador empático y no quiere fingir. No pretende, con sus libros, demostrar lo buena persona que es. No lo es, y no intenta que se le reconozca por nada que no sea su gran talento como escritor. Y no se le puede discutir que es un gran escritor.

Naipaul utiliza como arma principal de escritura la extrañeza. Como si fuera un extraterrestre más que un viajero o un forastero, llega a la India, llega a África, llega a Suramérica, llega a Estados Unidos y nos sitúa en la mirada de alguien ajeno. Nosotros, como lectores, adoptamos inmediatamente ese punto de vista y empezamos a extrañarnos con el narrador. Da igual que nos lleve a realidades que no conocemos (en mi caso como lector las crónicas de India, sobre todo) o a otras que nos suenan más, sobre las que ya hemos leído o incluso conocemos, Naipaul busca siempre un enfoque diferente, nos sorprende, nos hace replantearnos una idea previa, o sencillamente nos lleva a pensar en que quizá hay más factores en las ecuaciones de la realidad que los que miramos de manera automática.

La primera parte del libro es sobre India, un país enorme, desbordado, que siempre se afronta como lugar de pureza al que ir a volver transformado. Las crónicas de Naipaul, que nació en Trinidad pero es de familia hindú, y fue criado en sus creencias y tradiciones, son las de un hombre que llega por primera vez a ese país cuando ya es un adulto y siente que no conoce, en realidad, nada de lo que creía conocer. En esa tensión, y en esa sensación de engaño, es donde se mueve Naipaul como un maestro. Para él el mundo está lleno de engaños, de narraciones poco fiables, de supersticiones que dañan a quienes las siguen pero que les reconfortan. En el famoso Argentina y el fantasma de Eva Perón, incluido en Acontecimientos americanos, la tercera parte del libro, vemos cómo la idolatría lleva a convertir una figura muerta en la santa que debe guiar los destinos de un país, y cómo eso acaba siempre en parálisis. Las crónicas americanas son duras, viajan del Norte al Sur con naturalidad y detectan algunas cuestiones transversales, que también están en sus libros sobre la fe islámica, esencialmente el fanatismo, y cómo este cambia todo a su alrededor y normaliza lo inesperado. En Entre los creyentes Naipaul recuerda, llegando al Irán de los ayatolás a principios de los 80, que diez años antes Teherán era una ciudad fácil de confundir con cualquier ciudad europea de su tamaño, frívola, ligera, llena de luces y ruidos, y cómo la han convertido en algo totalmente distinto en nombre del pasado, un pasado que realmente no era así. Nos lleva de revoluciones por América, de las violentas y claras a las silenciosas y quizá mucho más difíciles de combatir. Naipaul ve (como en la novela Guerrilleros) a un impostor debajo de cualquier líder revolucionario, pero muestra más temor ante las revoluciones acomodadas, y el retrato de la Convención Republicana en Dallas, eligiendo a Reagan y apoyándose en todos los fanáticos evangelistas que tenían a mano, ese momento de unión entre un patriotismo simple y una fe dura, da miedo si además se leen los mensajes que mandaban (contra la corrección política, contra los progresistas, contra las amenazas externas) bajo la luz de un gobierno como el de Trump. Ya estaban prometiendo (literalmente) volver a hacer América grande, y para los americanos, y lo único que suena diferente es que entre las amenazas que cita un pastor evangélico encendido (la ruptura del modelo tradicional de familia, el abandono de las tradiciones, los gays, las feministas, las drogas, el libertinaje de la juventud) aún estaba la Unión Soviética y el comunismo. La tensión de las crónicas de América se compensa (y mucho) con lecturas muy inteligentes de las obras literarias de autores norteamericanos, particularmente de Norman Mailer y John Steinbeck, reflexionando en ambos casos sobre cómo es la ficción nuestra principal puerta de entrada a las realidades que no conocemos.

África y la diáspora es, sin quitarle mérito a ninguna de las otras dos, mi parte preferida del libro. Viajando por un continente en explosión (en muchos sentidos) poscolonialista, Naipaul va reconociendo en muchos países a los iluminados y profetas que prometen salvar a sus pueblos. Algunos reivindican cuestiones materiales de justicia, otros solamente a sí mismos. Un nuevo rey para el Congo: Mobutu y el nihilismo de África es en ese sentido un texto demoledor y representativo de la manera de procesar la realidad de Naipaul. Los europeos que vinieron, colonizaron y se fueron tienen mucha culpa, viene a decir, pero los africanos también. Y es la defensa de esa tesis la que lo coloca siempre en un lugar incómodo. Michael X y los asesinatos del Poder Negro en Trinidad: paz y poder es un texto brutal y violento, que aparte de probar que para Naipaul África tiene unos límites bastante flexibles y a veces más espirituales que de frontera geográfica, afectará al lector. Aunque también hay una cara casi entrañable de ese poscolonialismo que a veces llevó a situaciones ridículas, a islas de apenas dos kilómetros cuadrados reivindicando su independencia de la isla vecina (Los seis mil náufragos y La última colonia) y nos presenta a líderes que repiten los patrones de los peores dictadores africanos pero que a diferencia de los Mobutu o Idi Amin Dada, no son tan crueles y sangrientos (quién sabe si solo porque no disponen de sus medios), pero que sí sirven, como lectura, para entender de alguna manera los populismos más primarios, como sucede en Papá y el grupo de poder, y ver cuál es el papel que le toca a la oposición formal en esos juegos.

Un libro para tener en casa y leer sin prisa, dejándose cautivar.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E



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