El
escritor y el mundo,
de V. S. Naipaul (Debate)
Este
libro es en realidad la recopilación de varios libros de crónicas
de Naipaul, que Debate
recogió en un único volumen (y aquí volumen es la palabra clave y
más adecuada, viendo el grosor del mismo) el verano pasado, pocos
meses antes de la muerte de Naipaul. De lo que he leído de Naipaul,
algo de ficción (Guerrilleros,
Una
casa para el Sr. Biswas,
Los
simuladores),
memorias (El
escritor y los suyos,
Leer
y escribir)
y crónicas (Entre
los creyentes,
Al
límite de la fe,
ahora este), creo que donde destaca, donde realmente se convierte en
un autor de primera, es en los libros de crónicas. Aunque, para que
nadie se engañe, empecemos dejando claro que en su caso se trata de
crónicas
– viajes – ensayos en marcha – autoficciones,
una mezcla peculiar en la que convierte sus libros de no – ficción
y que se eleva sobre las expectativas iniciales.
En
ese campo, las obras de Naipaul destacan por su capacidad de
análisis, es un tipo profundo, que ve mucho más allá de donde
miraría cualquiera, no tiene ningún miedo a embarrarse con lo que
está dejando escrito, ni teme manchar al prójimo, a ese al que
visita y que le presta hospitalidad, ni teme salir salpicado. A
Naipaul, en las últimas lecturas de su obra se le ha acusado de
colonialista y racista, en ese sentido extraño que se le da a estos
términos en ciertos casos, se le ha acusado de ser un hombre nacido
en una remota isla antillana que siempre soñó con irse de allí,
donde no se reconocía, y acabar en la metrópoli. Por supuesto,
cuando llega a Londres se topa con el rechazo, pero él prefiere
estar allí que volver a su lugar de origen. ¿Se siente acaso
superior a sus familiares, a los demás habitantes de su tierra
natal? Sí, la verdad es que sí, pero en gran medida (y ahí está
la demoledora biografía de Patrick French, que lo retrata como un
déspota, en egomaníaco, y que lo más llamativo es que fuera una
biografía autorizada) Naipaul se veía como se ven los elegidos, se
veía por encima del ser humano medio, cualquiera, sin distinciones
de raza, origen ni creencia. Cuando pensemos en Naipaul y un título
como El
escritor y el mundo,
no perdamos de vista que a él no le incomodaría señalarse como El
escritor,
con su artículo determinado, y que casi se pondría a la misma
altura que el mundo.
Creo
que Naipaul es un ser profundamente desarraigado, solitario y más
aún, solo, que escribe sin un sistema ni un proyecto previo, y eso
dota a sus libros de crónicas de una maleabilidad muy
característica. Fluyen. Naipaul escribe desde la altura de quien
está por encima del bien y del mal, y los permisos que se concede a
sí mismo para sobrevolar al hombre vulgar se detectan en sus
crónicas. Nada le afecta. Sus crónicas no son para nada como esos
libros de viajeros que llegan a un pueblo donde se está sufriendo y
nos cuentan cómo empiezan a sufrir ellos al ver a los niños
pasándolo mal. Naipaul no va a derramar ni una lágrima por nadie
que no sea Naipaul. No es un narrador empático y no quiere fingir.
No pretende, con sus libros, demostrar lo buena persona que es. No lo
es, y no intenta que se le reconozca por nada que no sea su gran
talento como escritor. Y no se le puede discutir que es un gran
escritor.
Naipaul
utiliza como arma principal de escritura la extrañeza. Como si fuera
un extraterrestre más que un viajero o un forastero, llega a la
India, llega a África, llega a Suramérica, llega a Estados Unidos y
nos sitúa en la mirada de alguien ajeno. Nosotros, como lectores,
adoptamos inmediatamente ese punto de vista y empezamos a extrañarnos
con el narrador. Da igual que nos lleve a realidades que no conocemos
(en mi caso como lector las crónicas de India, sobre todo) o a otras
que nos suenan más, sobre las que ya hemos leído o incluso
conocemos, Naipaul busca siempre un enfoque diferente, nos sorprende,
nos hace replantearnos una idea previa, o sencillamente nos lleva a
pensar en que quizá hay más factores en las ecuaciones de la
realidad que los que miramos de manera automática.
La
primera parte del libro es sobre India, un país enorme, desbordado,
que siempre se afronta como lugar de pureza al que ir a volver
transformado. Las crónicas de Naipaul, que nació en Trinidad pero
es de familia hindú, y fue criado en sus creencias y tradiciones,
son las de un hombre que llega por primera vez a ese país cuando ya
es un adulto y siente que no conoce, en realidad, nada de lo que
creía conocer. En esa tensión, y en esa sensación de engaño, es
donde se mueve Naipaul como un maestro. Para él el mundo está lleno
de engaños, de narraciones poco fiables, de supersticiones que dañan
a quienes las siguen pero que les reconfortan. En el famoso Argentina
y el fantasma de Eva Perón,
incluido en Acontecimientos
americanos,
la tercera parte del libro, vemos cómo la idolatría lleva a
convertir una figura muerta en la santa que debe guiar los destinos
de un país, y cómo eso acaba siempre en parálisis. Las crónicas
americanas son duras, viajan del Norte al Sur con naturalidad y
detectan algunas cuestiones transversales, que también están en sus
libros sobre la fe islámica, esencialmente el fanatismo, y cómo
este cambia todo a su alrededor y normaliza lo inesperado. En Entre
los creyentes
Naipaul recuerda, llegando al Irán de los ayatolás a principios de
los 80, que diez años antes Teherán era una ciudad fácil de
confundir con cualquier ciudad europea de su tamaño, frívola,
ligera, llena de luces y ruidos, y cómo la han convertido en algo
totalmente distinto en nombre del pasado, un pasado que realmente no
era así. Nos lleva de revoluciones por América, de las violentas y
claras a las silenciosas y quizá mucho más difíciles de combatir.
Naipaul ve (como en la novela Guerrilleros)
a un impostor debajo de cualquier líder revolucionario, pero muestra
más temor ante las revoluciones acomodadas, y el retrato de la
Convención Republicana en Dallas, eligiendo a Reagan y apoyándose
en todos los fanáticos evangelistas que tenían a mano, ese momento
de unión entre un patriotismo simple y una fe dura, da miedo si
además se leen los mensajes que mandaban (contra la corrección
política, contra los progresistas, contra las amenazas externas)
bajo la luz de un gobierno como el de Trump. Ya estaban prometiendo
(literalmente) volver a hacer América grande, y para los americanos,
y lo único que suena diferente es que entre las amenazas que cita un
pastor evangélico encendido (la ruptura del modelo tradicional de
familia, el abandono de las tradiciones, los gays, las feministas,
las drogas, el libertinaje de la juventud) aún estaba la Unión
Soviética y el comunismo. La tensión de las crónicas de América
se compensa (y mucho) con lecturas muy inteligentes de las obras
literarias de autores norteamericanos, particularmente de Norman
Mailer y John Steinbeck, reflexionando en ambos casos sobre cómo es
la ficción nuestra principal puerta de entrada a las realidades que
no conocemos.
África y la
diáspora
es, sin quitarle mérito a ninguna de las otras dos, mi parte
preferida del libro. Viajando por un continente en explosión (en
muchos sentidos) poscolonialista, Naipaul va reconociendo en muchos
países a los iluminados y profetas que prometen salvar a sus
pueblos. Algunos reivindican cuestiones materiales de justicia, otros
solamente a sí mismos. Un
nuevo rey para el Congo: Mobutu y el nihilismo de África
es en ese sentido un texto demoledor y representativo de la manera de
procesar la realidad de Naipaul. Los europeos que vinieron,
colonizaron y se fueron tienen mucha culpa, viene a decir, pero los
africanos también. Y es la defensa de esa tesis la que lo coloca
siempre en un lugar incómodo. Michael
X y los asesinatos del Poder Negro en Trinidad: paz y poder
es un texto brutal y violento, que aparte de probar que para Naipaul
África tiene unos límites bastante flexibles y a veces más
espirituales que de frontera geográfica, afectará al lector. Aunque
también hay una cara casi entrañable de ese poscolonialismo que a
veces llevó a situaciones ridículas, a islas de apenas dos
kilómetros cuadrados reivindicando su independencia de la isla
vecina (Los
seis mil náufragos
y La
última colonia)
y nos presenta a líderes que repiten los patrones de los peores
dictadores africanos pero que a diferencia de los Mobutu o Idi Amin
Dada, no son tan crueles y sangrientos (quién sabe si solo porque no
disponen de sus medios), pero que sí sirven, como lectura, para
entender de alguna manera los populismos más primarios, como sucede
en Papá
y el grupo de poder,
y ver cuál es el papel que le toca a la oposición formal en esos
juegos.
Un
libro para tener en casa y leer sin prisa, dejándose cautivar.
Seguiremos
leyendo
Felices
lecturas
Sr.
E
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