La
muerte del comendador, Volumen I, de Haruki Murakami (Tusquets)
No me
preocupa, pero para nada, si Murakami ganará alguna vez el Nobel. Muy
probablemente Murakami no sea un autor de la talla de Vargas Llosa,
Alice Munro, Coetzee, Naipaul, Szymbroska o Kenzaburo Oé, ni de la
de Philip Roth o Don DeLillo entre la de quienes nunca lo han ganado.
Pero tampoco creo que sea materia de chiste, como parece haberse
convertido en los últimos años el que pudiera ganar el premio. Si
posiblemente no puede medirse con esos autores, probablemente sí
puede hacerlo con Kazuo Ishiguro, Modiano, Le Clezio o Elfriede
Jelinek. Tal vez lo que más ilusión le haría a estas alturas a
Murakami fuera parecerse a Bob Dylan. O que lo dejaran en paz. Tal
vez tenga suerte en 2019 ya que parece que van a otorgar dos Premios
Nobel, para compensar el que no se dio en 2018.
En
cualquier caso, aunque Murakami no sea un autor de primer nivel, sí
es un buen escritor. Y un escritor muy entretenido. Los libros de
Murakami que he leído, y son unos cuantos, nunca naufragan. Unos son
mejores, otros peores, algunos te incitan a leerlos a toda prisa,
otros te piden más pausa entre bocados, algunos tienen pasajes
absurdos, hay personajes ridículos, diálogos planos que se mueven
en el punto medio exacto entre la perogrullada y la idea profunda. Y
muchas páginas buenas.
Los
libros de Murakami pecan, es cierto, de autoplagio. Murakami escribe
libros de Murakami como otros escriben libros de Paul Auster o libros
de Stephen King pero es cierto que esa tautología podría llevarnos
a decir que Philip Roth escribía libros de Philip Roth o el próximo
libro de cuentos de Alice Munro será un libro de cuentos de Alice
Munro, aunque no nos estamos refiriendo a lo mismo con los ejemplos
de Roth y Munro que con los otros. Es distinto tener un mundo propio
que un mundo limitado, y quizá el de Murakami está demasiado
cerrado. Murakami se repite en sus esquemas, en sus personajes
típicos, en los tics de estos, en las chicas extrañas (muchas veces
poco más que niñas) que aparecen en momentos claves de la trama y
ayudan a giros que en ocasiones son de 180º. Algo de música, jazz a
ser posible, piezas clásicas, la costumbre de describir la ropa de
cada personaje, libros, un enigmático antagonista, gatos, whisky,
cierta obsesión por remarcar en escenas de sexo muy parecidas de un
libro a otro cuántas veces eyaculó él dentro de ella. Y sin
demasiados problemas, la aparición de elementos fantásticos o
mágicos si es necesario que cual deus ex machina resuelven problemas
o (con mayor frecuencia) los generan, permitiendo que la novela pase
a la siguiente capa de la narración y avance. Hace algunos años ya
se hizo el bingo de los libros de Murakami y es una muy buena broma
cultureta, y en La muerte del comendador, Vol. I, se pueden
hacer varias líneas.
Mis
libros preferidos entre los de Murakami son 1Q84 y Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo. Me parecen las novelas en las
que el equilibrio de sus manías y poses como narrador mejor se ponen
al servicio de una historia y esta es más natural dentro de su
fantástico desarrollo.
Con
todos los defectos de sus libros y alguno más que ha ido
incorporando en los últimos, me ha gustado mucho la lectura de La
muerte del comendador, Vol. I. Me he encontrado con una novela
sin frenos ni demasiados miramientos con la teoría literaria, con
vuelo, ambiciosa, que juega con distintos planos de la creación (el
protagonista es un pintor de retratos que vive en la vieja casa de un
viejo maestro del arte tradicional japonés), las relaciones entre el
arte, el dinero, la historia y la vida real, los ¿espíritus? del
pasado que hablan con el presente y cómo pueden influir en las obras
de arte que los artistas puedan llevar a cabo. La novela es tramposa,
efectista, afectada, el personaje de Menshiki es a veces más plano
que misterioso (cuando su papel en la historia exigiría que fuera
mucho más profundo), y en un momento dado, el personaje de un
cuadro, un comendador de hace tres siglos, sale del cuadro y se
convierte en un enanito que habla con el pintor. Pero la he leído
con avidez. Y la aparición en las últimas páginas de la
adolescente que sé que abrirá la siguiente puerta del acertijo me
hace esperar la lectura del segundo volumen, donde seguiré dejándome
atrapar por trampas para lectores incautos, pero espero hacerlo con
gusto.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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