La maleta,
de Serguei Dovlátov (Fulgencio Pimentel)
Poco después
(realmente fue el siguiente libro que leí, pero quise releerlo y
pensarlo un poco más antes de compartirlo) de leer Oficio, de
Dovlátov, llegó a la biblioteca La maleta, y fui el primero
en cogerlo. No sé si hay alguien más en esa biblioteca a la caza de
estas ediciones de Fulgencio Pimentel o si boxeo en soledad
contra sombras, pero por si acaso lo cogí en cuanto llegué y lo vi
entre las novedades, y me sentí satisfecho. Había leído, cuando el
libro salió en España, que era considerada la obra maestra de
Dovlátov. Yo ya tenía para mí Oficio como una obra maestra,
¿otra obra maestra? ¿una mayor?
-Si
algo no le parece bien, ponga una reclamación.
-Todo
me parece perfecto -dije.
Después
de haber pasado por la cárcel todo me parecía perfecto.
Me imagino que no es
fácil ser un estudioso de la obra de Dovlátov. Porque sus libros
fueron, vinieron, muchas veces se recompusieron ya en los Estados
Unidos y las versiones que se conocieron y circularon no fueron
exactamente las originales, o sencillamente se han compuesto libros
posteriormente a su fallecimiento. Quizá La maleta, junto con La
zona, sí sea el libro más unitario de Dovlátov, escrito en el
momento de marcharse, por fin, después de años fantaseando con
ello, a Estados Unidos. Tampoco es del todo cierto que Dovlátov
soñase en un sentido pleno y esperanzado con los Estados Unidos. Ya
era un exiliado interior. Y siguió siéndolo. En cualquier sitio
hubiera podido ser un paria y un inadaptado. La escritura de La
maleta vuelve a moverse de la ironía al sarcasmo, nos da pena,
nos da risa, nos duele, nos reconforta, nos saca la sonrisa y nos
hace alzar las cejas.
De
niño, tuve una niñera, Luíza Guénrijovna. Lo hacía todo sin
prestar demasiada atención, porque vivía con miedo a que la
arrestaran. En una ocasión me puso unos pantalones cortos. Y me hizo
meter las dos piernas por la misma pernera. Pasé el día entero así.
Tenía cuatro años y me acuerdo muy bien de aquello. Sabía que me
habían vestido incorrectamente. Pero callaba. No quería tener que
volver a vestirme. Algo parecido me pasa ahora.
La maleta toma
una idea sencilla, objetivista si queremos meternos en escuelas
estéticas. Dovlátov ha conseguido al fin un visado para dejar la
URSS, decir adiós a Leningrado y la censura y marcharse a los
Estados Unidos. Y tiene que meter en una maleta lo que quiera
llevarse. Desconsolado, descubre que después de una vida entera
(deja la patria con 39 años) ni siquiera la llena hasta los topes. Y
nos cuenta qué relación ha tenido con esos seis objetos especiales
que viajaron con él a través del océano. ¿Pueden los objetos que
almacenamos más cerca, aquellos que elgimos para que nos sigan en
cada mudanza, por lejana que sea, hablar de nosotros? ¿Hablan bien o
mal? Quizá nuestro presente tan consumista no permita imaginar la
importancia que un puñado de posesiones tenían en un lugar como
aquel Leningrado a finales de los años 70 del siglo XX. Pero algo
podemos encontrar siempre en Dovlátov que remite a la universalidad.
Creía
ser dueño de algunas propiedades. Pero todas cabían en una sola
maleta. Para colmo, de muy modestas dimensiones. ¿Qué era yo? ¿Un
pordiosero? ¿Cómo había llegado a aquella situación? ¿Libros?
Básicamente tenía libros prohibidos.
El libro es de
lectura ligera, se acerca a Dovlátov y abre planos para reflejarnos
a todos nosotros, sus lectores, es una obra que representa a todos
los que alguna vez escribimos, y por otro lado es un texto que remite
a un único ser humano, un ser humano de difícil trato, ideas
extrañas, poco sentido práctico y (eso sí, al menos, eso siempre)
la capacidad de reírse de uno mismo y seguir siempre adelante. Cada
pocas líneas nos encontramos con algún hallazgo de prosa, con una
idea que rumiamos, con una verdad modesta, con una genialidad de vida
diaria. No me parece un libro superior a Oficio, pero sí un libro de
su altura, otra maravilla.
En
aquella época, reservaba mis más encendidos elogios para las
películas policíacas. Porque me ayudaban a relajarme. Sin embargo,
me permitía referirme a las películas de Tarkovski en tono
condescendiente. Y siempre dando a entender que Tarkovski llevaba
seis años esperando un guión mío.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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