viernes, 15 de marzo de 2019

La maleta, de Dovlátov


La maleta, de Serguei Dovlátov (Fulgencio Pimentel)

Poco después (realmente fue el siguiente libro que leí, pero quise releerlo y pensarlo un poco más antes de compartirlo) de leer Oficio, de Dovlátov, llegó a la biblioteca La maleta, y fui el primero en cogerlo. No sé si hay alguien más en esa biblioteca a la caza de estas ediciones de Fulgencio Pimentel o si boxeo en soledad contra sombras, pero por si acaso lo cogí en cuanto llegué y lo vi entre las novedades, y me sentí satisfecho. Había leído, cuando el libro salió en España, que era considerada la obra maestra de Dovlátov. Yo ya tenía para mí Oficio como una obra maestra, ¿otra obra maestra? ¿una mayor?

-Si algo no le parece bien, ponga una reclamación.
-Todo me parece perfecto -dije.
Después de haber pasado por la cárcel todo me parecía perfecto.

Me imagino que no es fácil ser un estudioso de la obra de Dovlátov. Porque sus libros fueron, vinieron, muchas veces se recompusieron ya en los Estados Unidos y las versiones que se conocieron y circularon no fueron exactamente las originales, o sencillamente se han compuesto libros posteriormente a su fallecimiento. Quizá La maleta, junto con La zona, sí sea el libro más unitario de Dovlátov, escrito en el momento de marcharse, por fin, después de años fantaseando con ello, a Estados Unidos. Tampoco es del todo cierto que Dovlátov soñase en un sentido pleno y esperanzado con los Estados Unidos. Ya era un exiliado interior. Y siguió siéndolo. En cualquier sitio hubiera podido ser un paria y un inadaptado. La escritura de La maleta vuelve a moverse de la ironía al sarcasmo, nos da pena, nos da risa, nos duele, nos reconforta, nos saca la sonrisa y nos hace alzar las cejas.

De niño, tuve una niñera, Luíza Guénrijovna. Lo hacía todo sin prestar demasiada atención, porque vivía con miedo a que la arrestaran. En una ocasión me puso unos pantalones cortos. Y me hizo meter las dos piernas por la misma pernera. Pasé el día entero así. Tenía cuatro años y me acuerdo muy bien de aquello. Sabía que me habían vestido incorrectamente. Pero callaba. No quería tener que volver a vestirme. Algo parecido me pasa ahora.

La maleta toma una idea sencilla, objetivista si queremos meternos en escuelas estéticas. Dovlátov ha conseguido al fin un visado para dejar la URSS, decir adiós a Leningrado y la censura y marcharse a los Estados Unidos. Y tiene que meter en una maleta lo que quiera llevarse. Desconsolado, descubre que después de una vida entera (deja la patria con 39 años) ni siquiera la llena hasta los topes. Y nos cuenta qué relación ha tenido con esos seis objetos especiales que viajaron con él a través del océano. ¿Pueden los objetos que almacenamos más cerca, aquellos que elgimos para que nos sigan en cada mudanza, por lejana que sea, hablar de nosotros? ¿Hablan bien o mal? Quizá nuestro presente tan consumista no permita imaginar la importancia que un puñado de posesiones tenían en un lugar como aquel Leningrado a finales de los años 70 del siglo XX. Pero algo podemos encontrar siempre en Dovlátov que remite a la universalidad.

Creía ser dueño de algunas propiedades. Pero todas cabían en una sola maleta. Para colmo, de muy modestas dimensiones. ¿Qué era yo? ¿Un pordiosero? ¿Cómo había llegado a aquella situación? ¿Libros? Básicamente tenía libros prohibidos.

El libro es de lectura ligera, se acerca a Dovlátov y abre planos para reflejarnos a todos nosotros, sus lectores, es una obra que representa a todos los que alguna vez escribimos, y por otro lado es un texto que remite a un único ser humano, un ser humano de difícil trato, ideas extrañas, poco sentido práctico y (eso sí, al menos, eso siempre) la capacidad de reírse de uno mismo y seguir siempre adelante. Cada pocas líneas nos encontramos con algún hallazgo de prosa, con una idea que rumiamos, con una verdad modesta, con una genialidad de vida diaria. No me parece un libro superior a Oficio, pero sí un libro de su altura, otra maravilla.

En aquella época, reservaba mis más encendidos elogios para las películas policíacas. Porque me ayudaban a relajarme. Sin embargo, me permitía referirme a las películas de Tarkovski en tono condescendiente. Y siempre dando a entender que Tarkovski llevaba seis años esperando un guión mío.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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