miércoles, 6 de marzo de 2019

El viaje a Echo Spring: Por qué beben los escritores, de Olivia Laing


El viaje a Echo Springs: por qué beben los escritores, de Olivia Laing (Ático de los Libros)

El viaje a Echo Springs es una expresión que un personaje de la obra La gata sobre el tejado de zinc de Tennesse Williams utiliza para anunciar que va al minibar a por una más. Tennesse Williams es uno de los seis autores de los que habla este libro, quizá aquel del que se hace un retrato más interesante y humano (o tal vez simplemente el que más me ha interesado a mí en esta lectura).

El libro parte de una tesis conocida y muy extendida, la de que alguna relación debe haber entre escritura y alcoholismo cuando hay tantos (pero tantos) escritores a lo largo de la historia que se han pasado bebiendo, muchos hasta el punto de que la botella fuera el eje central de sus vidas, mucho más que la máquina de escribir o las páginas escritas. ¿Por qué es eso? Hemingway, uno de los más célebres y más alcohólicos entre esta subespecie de escritores, decía, como nos cuenta Olivia Laing, que la vida moderna (y la vida contemporánea es más moderna que aquella de la que hablaba Hemingway, necesariamente) es en ocasiones una opresión mecánica, y el alcohol supone el único alivio mecánico capaz de hacerla más llevable. Hay algo de eso. Hay algo también de personalidades ultrasensibles, dispuestas a vivir en carne propia el infierno, o atormentadas por otros demonios y que buscan en el alcohol un relajante, una pequeña escapada, y encuentran una receta que funciona con facilidad y que lo único que pide a cambio es una dosis cada vez mayor.

El libro oscila entre el ensayo, la reflexión, la crónica personal y algunas memorias compartidas. Comienza en la famosa Escuela de Escritura Creativa de Iowa, en la década de los setenta, cuando John Cheever, a sus sesenta años, compartió curso con Raymond Carver, un poco conocido autor treintañero. Ambos se dedicaron mucho más a beber que a escribir, cumplieron con sus clases y las obligaciones con los alumnos pero hicieron poco más. Pocos años después Cheever se rehabilitaría completamente y cambiaría el whisky por el té. Carver tardaría un poco más, pero también acabó dejando la bebida. Otros de los autores a los que se retrata en el libro no lo consiguieron, murieron alcoholizados (Fitzgerald) o acabaron suicidándose (Berryman y muy probablemente Hemingway y Williams).

Por qué beben los escritores es un título excesivo para el libro. Pero quizá sea cosa de los traductores o editores españoles, ya que en los créditos de la edición que he leído se cita The trip to Echo spring, sin más, como el título original. Ediciones británicas posteriores le añaden un más moderado On writers and drinking. Así que en principio asumiré que la intención de la autora nunca fue explicarnos por qué beben los escritores, así como idea general, puesto que primero: no todos los escritores que han dejado su huella en la historia han sido alcohólicos, ni tampoco pretende en el libro dar algo así como una respuesta general. Se limita (y es una buena idea hacerlo así) a retratar el caso de seis autores, todos hombres, todos norteamericanos, todos del siglo XX. Los elegidos son John Berryman, Ernest Hemingway, John Cheever, Tennesse Williams, Francis Scott Fitzgerald y Raymond Carver.

A modo de tesis nunca explicitada parece que Laing trata de convencernos de que una sexualidad conflictiva y nunca del todo aceptada, o un acontecimiento traumático o vergonzoso del pasado son los nexos de unión entre el alcohol (alivio) y la escritura (modo de redimirse). Cuando intenta dar explicaciones el libro pierde interés, aunque se agradecen algunos incisos técnicos sobre la acción del alcohol en el cerebro y sus daños a largo plazo. Funciona mucho mejor cuando es una crónica de seis talentos artísticos perdidos en lo personal. Me ha vuelto a hacer leer a Cheever y a Fitzgerald, siempre tan detallistas, tan acomplejados, tan finos, me ha reafirmado en mi fobia contra Hemingway, me ha contado la historia de siempre de Carver y me ha presentado a Tennesse Williams (de quien conocía, por supuesto, algunas obras, pero nada sobre él) y a John Berryman (de quien no sabía absolutamente nada).

Laing mezcla las anécdotas y las anotaciones de diarios de los autores con sus propias experiencias a la hora de ir escribiendo el libro, los viajes (que son muy importantes para el avance del libro) que debe ir haciendo, lo que va encontrando y lo que más la sorprende, y el recuerdo siempre difuso de unos años de su infancia en que hubo problemas en casa con un padre que bebía demasiado. El libro resulta irregular, descompensado en la presencia de la crónica personal vs. crónica de los autores pero resulta interesante y permite acercarse más a algunos autores, con el doble valor de mostrarnos algunos matices de quienes creemos saberlo todo y presentarnos a otros que quizá no conocíamos.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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