El
viaje a Echo Springs: por qué beben los escritores, de Olivia
Laing (Ático de los Libros)
El
viaje a Echo Springs es una expresión que un personaje de la
obra La gata sobre el tejado de zinc de Tennesse Williams
utiliza para anunciar que va al minibar a por una más. Tennesse
Williams es uno de los seis autores de los que habla este libro,
quizá aquel del que se hace un retrato más interesante y humano (o
tal vez simplemente el que más me ha interesado a mí en esta
lectura).
El
libro parte de una tesis conocida y muy extendida, la de que alguna
relación debe haber entre escritura y alcoholismo cuando hay tantos
(pero tantos) escritores a lo largo de la historia que se han pasado
bebiendo, muchos hasta el punto de que la botella fuera el eje
central de sus vidas, mucho más que la máquina de escribir o las
páginas escritas. ¿Por qué es eso? Hemingway, uno de los más
célebres y más alcohólicos entre esta subespecie de escritores,
decía, como nos cuenta Olivia Laing, que la vida moderna (y la vida
contemporánea es más moderna que aquella de la que hablaba
Hemingway, necesariamente) es en ocasiones una opresión mecánica, y
el alcohol supone el único alivio mecánico capaz de hacerla más
llevable. Hay algo de eso. Hay algo también de personalidades
ultrasensibles, dispuestas a vivir en carne propia el infierno, o
atormentadas por otros demonios y que buscan en el alcohol un
relajante, una pequeña escapada, y encuentran una receta que
funciona con facilidad y que lo único que pide a cambio es una dosis
cada vez mayor.
El
libro oscila entre el ensayo, la reflexión, la crónica personal y
algunas memorias compartidas. Comienza en la famosa Escuela de
Escritura Creativa de Iowa, en la década de los setenta, cuando John
Cheever, a sus sesenta años, compartió curso con Raymond Carver, un
poco conocido autor treintañero. Ambos se dedicaron mucho más a
beber que a escribir, cumplieron con sus clases y las obligaciones
con los alumnos pero hicieron poco más. Pocos años después Cheever
se rehabilitaría completamente y cambiaría el whisky por el té.
Carver tardaría un poco más, pero también acabó dejando la
bebida. Otros de los autores a los que se retrata en el libro no lo
consiguieron, murieron alcoholizados (Fitzgerald) o acabaron
suicidándose (Berryman y muy probablemente Hemingway y Williams).
Por
qué beben los escritores es un título excesivo para el libro.
Pero quizá sea cosa de los traductores o editores españoles, ya que
en los créditos de la edición que he leído se cita The trip to
Echo spring, sin más, como el título original. Ediciones
británicas posteriores le añaden un más moderado On writers and
drinking. Así que en principio asumiré que la intención de la
autora nunca fue explicarnos por qué beben los escritores, así como
idea general, puesto que primero: no todos los escritores que han
dejado su huella en la historia han sido alcohólicos, ni tampoco
pretende en el libro dar algo así como una respuesta general. Se
limita (y es una buena idea hacerlo así) a retratar el caso de seis
autores, todos hombres, todos norteamericanos, todos del siglo XX.
Los elegidos son John Berryman, Ernest Hemingway, John Cheever,
Tennesse Williams, Francis Scott Fitzgerald y Raymond Carver.
A modo
de tesis nunca explicitada parece que Laing trata de convencernos de
que una sexualidad conflictiva y nunca del todo aceptada, o un
acontecimiento traumático o vergonzoso del pasado son los nexos de
unión entre el alcohol (alivio) y la escritura (modo de redimirse).
Cuando intenta dar explicaciones el libro pierde interés, aunque se
agradecen algunos incisos técnicos sobre la acción del alcohol en
el cerebro y sus daños a largo plazo. Funciona mucho mejor cuando es
una crónica de seis talentos artísticos perdidos en lo personal. Me
ha vuelto a hacer leer a Cheever y a Fitzgerald, siempre tan
detallistas, tan acomplejados, tan finos, me ha reafirmado en mi
fobia contra Hemingway, me ha contado la historia de siempre de
Carver y me ha presentado a Tennesse Williams (de quien conocía, por
supuesto, algunas obras, pero nada sobre él) y a John Berryman (de
quien no sabía absolutamente nada).
Laing
mezcla las anécdotas y las anotaciones de diarios de los autores con
sus propias experiencias a la hora de ir escribiendo el libro, los
viajes (que son muy importantes para el avance del libro) que debe ir
haciendo, lo que va encontrando y lo que más la sorprende, y el
recuerdo siempre difuso de unos años de su infancia en que hubo
problemas en casa con un padre que bebía demasiado. El libro resulta
irregular, descompensado en la presencia de la crónica personal vs.
crónica de los autores pero resulta interesante y permite acercarse
más a algunos autores, con el doble valor de mostrarnos algunos
matices de quienes creemos saberlo todo y presentarnos a otros que
quizá no conocíamos.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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