4 3 2 1, de
Paul Auster (Seix Barral)
Advertencia
inicial: Esta no es, realmente, una reseña del libro. Es más bien
un breve escrito de desencanto, conectado con una trayectoria vital
de lector de Auster.
Hacía
años que no leía un libro nuevo de Paul Auster. Lo mío con él fue
verdadero amor y supongo que habría que decir que se nos rompió el
amor de tanto usarlo. Siempre he considerado que Auster, junto con
Roberto Bolaño, es un escritor esencial en que yo me pusiera un buen
día a escribir. No sé cómo llegó a mi mente que La trilogía
de Nueva York era un libro que yo debía leer. Luego la realidad
confirmó que realmente debía leerlo, pero no lo tenían en la
biblioteca pública en la que yo lo buscaba, y cuando aún estudiaba
Bachillerato leí el único de sus libros que tenían: El cuaderno
rojo. Lo leí varias veces, hasta que en algún momento me compré
El palacio de la luna (uno de los libros que más he regalado,
y siempre ha gustado a las personas a las que pensé que gustaría) y
finalmente sí La trilogía de Nueva York. He releído muchas
veces esos tres (tres o cinco, según edición de la Trilogía que
manejamos) libros y también he disfrutado con La música del
azar, Leviatán, El país de las últimas cosas y
El libro de las ilusiones. Fue quizá con esta novela, de 2002,
con la que empecé a sospechar como lector que Auster había decidido
escribir por y para siempre libros de Paul Auster, igual que Murakami
decidió en algún momento escribir libros de Murakami. ¿Y bien?
Está en su derecho. Me interesan los autores que siempre escriben
“el mismo libro”, quizá más que los que no lo hacen, pero noté
de alguna manera que siendo una buena novela había perdido la fuerza
que sí está bajo La trilogía de Nueva York y El palacio
de la luna. Me parecía que la necesidad de escribir, de la que
tan acertadamente había hablado algunas veces Paul Auster, con
aquella metáfora de su amigo el que se inyectaba heroína y seguía
haciéndolo no porque le sentara bien sino porque le hacía sentir
menos molesto con la existencia, había sido sustituida por la
necesidad de ser leído, y asegurando unos ciertos elementos
(irrupción del azar, trayectoria de caída al abismo y posterior
resurgimiento, sueños románticos relacionados de una u otra manera
con el arte, incapacidad para comprender y ser comprendido por el
mundo exterior, una mujer redentora, los buenos samaritanos
desinteresados que aparecen en momentos señalados, etc.) construía
la historia a sabiendas de estar escribiendo algo de la marca
Auster. Insistí todavía con La noche del oráculo, Brooklyn
Follies y Viajes por
el Scriptorium y cerré la carpeta de Paul Auster, releyendo de
cuando en cuando, eso sí, sus libros más queridos, especialmente la
Trilogía. Un insistente comercial del Círculo de Lectores me
convenció para hacerme socio durante algunos meses hace unos años y
en uno de los pedidos me llegó Diario de invierno. Me gustó.
Saboreé su honestidad, pero no era un esfuerzo ficcional y como
memorias de un hombre que se hacía mayor tampoco me parecieron
sobresalientes.
Y
llegó el otoño pasado y 4321. Apareció, como todos sus
libros, con una gran campaña en los medios españoles. Leí
críticas, reseñas, reportajes, oí comentarios en radio y
televisión, valoré el libro en librerías, y al final llegó a la
biblioteca el mes pasado. Lo cogí con temor e ilusión. ¿Por qué
mi optimismo? En primer lugar la premisa del libro me parecía
interesante (las vidas posibles de una misma persona) y luego la
novela me parecía ambiciosa. Por su propio peso. Casi 1.000 páginas.
Si Auster quería asegurarse uno de sus moderados éxitos
continuistas no tenía más que escribir su clásico libro de entre
300 y 400. Él mismo parecía sorprendido, en las entrevistas, de la
ambición literaria del libro. Quizá había decidido salir a la caza
de la ballena blanca de La Gran
Novela Americana, él también. Y probablemente lo
pretendía, aunque no lo haya confesado explícitamente.
Empezaré
diciendo que no he terminado de leer 4321. Leí hasta la
página 350 (aproximadamente) y lo hice en muchos momentos
arrastrándome con pies pesados por su trama. No encontré en ningún
momento al narrador ágil y atractivo que al menos siempre ha sido
Paul Auster. La prosa estaba más hinchada y cargada que en sus
libros habituales, y la historia derivaba hacia un costumbrismo que
tampoco es lo usual en sus mejores narraciones. ¿Trataba de escribir
Paul Auster algo cercano a Philip Roth? Creo que algo así. Pero le
queda lejos Philip Roth en esta novela. Las peripecias del antepasado
de Ferguson me recordaron en algún momento esa novela semi picaresca
de Saul Bellow que es Las aventuras de Augie March, pero no
levantó el vuelo lo suficiente para que la comparación pudiera
mantenerse.
Los
mejores libros de Paul Auster pueden estar a la altura de los mejores
entre sus contemporáneos americanos. Leviatán dialoga con
DeLillo y algunas de sus historias, especialmente en La Trilogía
de Nueva York, contienen elementos que le acercan a Thomas
Pynchon, aunque (por suerte) sin su exuberancia lingüística ni de
referencias. Hay algo de Philip Roth en su enfoque de ciertas
relaciones familiares y de pareja, y el tono kafkiano de
incomprensión de lo que sucede está ahí. Pero su obra, en
conjunto, es mucho menos sólida que la de Roth o DeLillo. Dicho todo
esto, si Richard Ford (que tiene buenas novelas, pero tampoco creo
que haya revolucionado la historia de la literatura, y que tal vez,
tenga una obra un poco por debajo de la de Auster, consideradas ambas
en general, o al menos yendo a la comparación de sus mejores libros)
mereció el Premio Princesa de Asturias de las Letras, de sobra lo
mereció Auster. Lo mereció mucho más que otros premiados cuyos
nombres no daremos. Pero si el patrón de calidad de ese premio lo
fijáramos en Ismail Kadaré, Margaret Atwood o Philip Roth, otros
premiados de la última década, no alcanza esa misma altura. No es
un autor para el Nobel, digamos (aunque quién sabe qué significa
eso hoy en día).
Me da
pena no haber disfrutado de 4321. Y me da pena que sea la
novela por la que algún lector pueda llegar a la obra de Auster. Si
acaso alguien pensara en hacer caso de mis recomendaciones y me
preguntara: ¿me recomiendas leer a Paul Auster? le contestaría
claramente que sí. Y le mandaría a buscar El cuaderno rojo,
o El palacio de la luna, o La trilogía de Nueva York,
el que antes encontrara a su alcance, dejando algo al azar.
Seguiremos
leyendo. Y quizá mejor releyendo.
Felices
lecturas
Sr. E
Mi relación con Auster aún sigue intacta. Eso sí, no he llegado hasta 4321. Esa idea de escribir el mismo libro múltiples veces me parece tremendo. Auster escribe sobre Auster, pero cómo lo hace. Creo que es posible salvar ese amor por el autor, basta releer La trilogía... y listo.
ResponderEliminarBuen día, buenas lecturas.
Basta muchas veces refugiarse en los libros que ya amamos, como bien dices.
EliminarGracias