miércoles, 4 de abril de 2018

4 3 2 1, de Paul Auster


4 3 2 1, de Paul Auster (Seix Barral)

Advertencia inicial: Esta no es, realmente, una reseña del libro. Es más bien un breve escrito de desencanto, conectado con una trayectoria vital de lector de Auster.
Hacía años que no leía un libro nuevo de Paul Auster. Lo mío con él fue verdadero amor y supongo que habría que decir que se nos rompió el amor de tanto usarlo. Siempre he considerado que Auster, junto con Roberto Bolaño, es un escritor esencial en que yo me pusiera un buen día a escribir. No sé cómo llegó a mi mente que La trilogía de Nueva York era un libro que yo debía leer. Luego la realidad confirmó que realmente debía leerlo, pero no lo tenían en la biblioteca pública en la que yo lo buscaba, y cuando aún estudiaba Bachillerato leí el único de sus libros que tenían: El cuaderno rojo. Lo leí varias veces, hasta que en algún momento me compré El palacio de la luna (uno de los libros que más he regalado, y siempre ha gustado a las personas a las que pensé que gustaría) y finalmente sí La trilogía de Nueva York. He releído muchas veces esos tres (tres o cinco, según edición de la Trilogía que manejamos) libros y también he disfrutado con La música del azar, Leviatán, El país de las últimas cosas y El libro de las ilusiones. Fue quizá con esta novela, de 2002, con la que empecé a sospechar como lector que Auster había decidido escribir por y para siempre libros de Paul Auster, igual que Murakami decidió en algún momento escribir libros de Murakami. ¿Y bien? Está en su derecho. Me interesan los autores que siempre escriben “el mismo libro”, quizá más que los que no lo hacen, pero noté de alguna manera que siendo una buena novela había perdido la fuerza que sí está bajo La trilogía de Nueva York y El palacio de la luna. Me parecía que la necesidad de escribir, de la que tan acertadamente había hablado algunas veces Paul Auster, con aquella metáfora de su amigo el que se inyectaba heroína y seguía haciéndolo no porque le sentara bien sino porque le hacía sentir menos molesto con la existencia, había sido sustituida por la necesidad de ser leído, y asegurando unos ciertos elementos (irrupción del azar, trayectoria de caída al abismo y posterior resurgimiento, sueños románticos relacionados de una u otra manera con el arte, incapacidad para comprender y ser comprendido por el mundo exterior, una mujer redentora, los buenos samaritanos desinteresados que aparecen en momentos señalados, etc.) construía la historia a sabiendas de estar escribiendo algo de la marca Auster. Insistí todavía con La noche del oráculo, Brooklyn Follies y Viajes por el Scriptorium y cerré la carpeta de Paul Auster, releyendo de cuando en cuando, eso sí, sus libros más queridos, especialmente la Trilogía. Un insistente comercial del Círculo de Lectores me convenció para hacerme socio durante algunos meses hace unos años y en uno de los pedidos me llegó Diario de invierno. Me gustó. Saboreé su honestidad, pero no era un esfuerzo ficcional y como memorias de un hombre que se hacía mayor tampoco me parecieron sobresalientes.

Y llegó el otoño pasado y 4321. Apareció, como todos sus libros, con una gran campaña en los medios españoles. Leí críticas, reseñas, reportajes, oí comentarios en radio y televisión, valoré el libro en librerías, y al final llegó a la biblioteca el mes pasado. Lo cogí con temor e ilusión. ¿Por qué mi optimismo? En primer lugar la premisa del libro me parecía interesante (las vidas posibles de una misma persona) y luego la novela me parecía ambiciosa. Por su propio peso. Casi 1.000 páginas. Si Auster quería asegurarse uno de sus moderados éxitos continuistas no tenía más que escribir su clásico libro de entre 300 y 400. Él mismo parecía sorprendido, en las entrevistas, de la ambición literaria del libro. Quizá había decidido salir a la caza de la ballena blanca de La Gran Novela Americana, él también. Y probablemente lo pretendía, aunque no lo haya confesado explícitamente.

Empezaré diciendo que no he terminado de leer 4321. Leí hasta la página 350 (aproximadamente) y lo hice en muchos momentos arrastrándome con pies pesados por su trama. No encontré en ningún momento al narrador ágil y atractivo que al menos siempre ha sido Paul Auster. La prosa estaba más hinchada y cargada que en sus libros habituales, y la historia derivaba hacia un costumbrismo que tampoco es lo usual en sus mejores narraciones. ¿Trataba de escribir Paul Auster algo cercano a Philip Roth? Creo que algo así. Pero le queda lejos Philip Roth en esta novela. Las peripecias del antepasado de Ferguson me recordaron en algún momento esa novela semi picaresca de Saul Bellow que es Las aventuras de Augie March, pero no levantó el vuelo lo suficiente para que la comparación pudiera mantenerse.

Los mejores libros de Paul Auster pueden estar a la altura de los mejores entre sus contemporáneos americanos. Leviatán dialoga con DeLillo y algunas de sus historias, especialmente en La Trilogía de Nueva York, contienen elementos que le acercan a Thomas Pynchon, aunque (por suerte) sin su exuberancia lingüística ni de referencias. Hay algo de Philip Roth en su enfoque de ciertas relaciones familiares y de pareja, y el tono kafkiano de incomprensión de lo que sucede está ahí. Pero su obra, en conjunto, es mucho menos sólida que la de Roth o DeLillo. Dicho todo esto, si Richard Ford (que tiene buenas novelas, pero tampoco creo que haya revolucionado la historia de la literatura, y que tal vez, tenga una obra un poco por debajo de la de Auster, consideradas ambas en general, o al menos yendo a la comparación de sus mejores libros) mereció el Premio Princesa de Asturias de las Letras, de sobra lo mereció Auster. Lo mereció mucho más que otros premiados cuyos nombres no daremos. Pero si el patrón de calidad de ese premio lo fijáramos en Ismail Kadaré, Margaret Atwood o Philip Roth, otros premiados de la última década, no alcanza esa misma altura. No es un autor para el Nobel, digamos (aunque quién sabe qué significa eso hoy en día).

Me da pena no haber disfrutado de 4321. Y me da pena que sea la novela por la que algún lector pueda llegar a la obra de Auster. Si acaso alguien pensara en hacer caso de mis recomendaciones y me preguntara: ¿me recomiendas leer a Paul Auster? le contestaría claramente que sí. Y le mandaría a buscar El cuaderno rojo, o El palacio de la luna, o La trilogía de Nueva York, el que antes encontrara a su alcance, dejando algo al azar.

Seguiremos leyendo. Y quizá mejor releyendo.

Felices lecturas

Sr. E

2 comentarios:

  1. Mi relación con Auster aún sigue intacta. Eso sí, no he llegado hasta 4321. Esa idea de escribir el mismo libro múltiples veces me parece tremendo. Auster escribe sobre Auster, pero cómo lo hace. Creo que es posible salvar ese amor por el autor, basta releer La trilogía... y listo.

    Buen día, buenas lecturas.

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    1. Basta muchas veces refugiarse en los libros que ya amamos, como bien dices.
      Gracias

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