La
hora violeta, de Sergio del Molino (Literatura Mondadori)
Este
libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una
palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que
han visto morir a sus hijos. Los hijos que se quedan sin padres son
huérfanos, y los cónyuges que cierran los ojos de su pareja son
viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de
nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos padres por
siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se hace mayor, al
que nunca vamos a recoger al colegio, que no conocerá nunca a una
chica, que no irá a la universidad y no se irá de casa. Un hijo que
nunca nos dará un disgusto y a quien nunca tendremos que abroncar.
Un hijo que jamás leerá los libros que le dedicamos.
Así
empieza el libro. La hora violeta de la que habla
Sergio del Molino está tomada de un poema de T.S. Eliot, y es la
hora en la que en el intermedio de la vida las espaldas empiezan a
despegarse del lugar de trabajo y las cabezas empiezan a pensar en lo
que viene por delante. El motor humano espera como un taxi parado en
marcha, dice la cita del poeta que abre el libro. Las horas no
avanzan, siempre marcan la misma los relojes, confiesa el autor al
principio.
La
hora violeta de la que realmente habla este libro es la hora más
terrible de todas, la de enterrar a un hijo. La que se genera entre
ese trance y la vida que queda después. Porque queda vida después.
Sergio del Molino escribió este libro en 2013, desde la vida de
después, con un ánimo que es esencialmente terapéutico.
Terapéutico porque le ayuda en algún grado a dejarlo atrás o al
menos a repensarlo, y terapéutico porque fija la imagen de Pablo que
él, su padre, el escritor, quiere fijar, después de que una
leucemia lo matara con algo menos de 2 años.
Sergio
del Molino escribió esta novela en 2013, y fue un libro que sonó
bastante y obtuvo reconocimientos (el premio El ojo crítico,
por ejemplo). En 2013 yo iba a ser (y lo fui) padre por primera vez y
no me sentía capaz de coger en esos momentos un libro que hablaba de
algo tan tremendo. Este año he sido padre por segunda vez, y ya he
leído tres libros de Sergio del Molino antes de diciembre (este es
el cuarto y cogí en la biblioteca el quinto, La mirada de los
peces), y el hecho de que La hora violeta sea un libro que
me han seguido recomendado a lo largo de estos cuatro años me ha
hecho confiar en que su calidad literaria estaría sin duda por
encima de la tragedia y el melodrama. Y lo está. Es un libro que
tiene un gran valor como testimonio pero es un libro que tiene un
gran valor como obra narrativa sin tener en cuenta otras
consideraciones (aunque es casi imposible no pensar en que lo que
aquí se cuenta fue sucediendo así).
¿Cómo
nos atrevemos nosotros, lectores, a asomarnos al drama de un padre
pero por extensión al drama de una familia, porque el autor se
desnuda él e igualmente desnuda a su mujer, a su hijo, a su entorno
familiar y de amigos, a las médicas y enfermeras (porque el entorno
médico en el que se mueve en ese horrible lugar llamado planta de
oncología pediátrica es casi todo el tiempo femenino). Supongo que
lo único que nos legitima es que el padre haya decidido dejarnos
entrar ahí.
Y
entramos en la cámara de los horrores. Entramos a un libro que no es
una novela y que descubre el final de la historia desde el principio,
con la intención de explicar al autor y sus motivaciones y para que
sepamos dónde nos estamos metiendo. El libro está narrado en
primera persona y en un tiempo presente que ya estaba pasado y que ya
sabemos que estaba pasado y que es uno de esos pactos autor –
lector que aceptamos gustosamente. La prosa no peca de cargada ni de
sentimental, y se agradece. Uno de los leit motivs que van
acompañando la escritura de Del Molino y sus reflexiones sobre el
mismo hecho de estar escribiendo sobre lo que lo está haciendo es no
caer por la pendiente del sentimentalismo, no buscar dar pena a
nadie, usar las palabras más neutras posibles. Usar también las
palabras que no se suelen usar por un sentimiento de respeto a los
enfermos y a sus familias, lo que lo hace duro por momentos, pero más
duros resultan a menudo los eufemismos.
El
diagnóstico es un momento terrible en estas enfermedades y lo peor
es que no es más que el comienzo. Lo que va a venir después,
incluso si acabara de la mejor manera posible, nunca va a ser bueno.
Como se dice en el libro, la quimioterapia es una medicación que en
cualquier dosis, por ínfima que sea, es mala para el organismo, pero
es la única capaz de afrontar lo que está pasando con el
crecimiento celular. Quienes hemos estado cerca de estos tratamientos
sabemos lo que son.
La
hora violeta no se merece que lo estropee tratando de explicarlo,
porque se explica desde sus presupuestos. Quien quiera leerlo, y no
es para todos, sabe a lo que se expone. Quien entre también se verá
recompensado por momentos tiernos y casi divertidos, por extraño que
pueda sonar. Porque un niño que se ve obligado a pasar en el
hospital la mayor parte de su tiempo acaba haciendo de eso su
normalidad y los niños de 1 y 2 años son esencialmente divertidos.
Porque esos padres intentaron todo lo que estuvo en sus manos para
que ese niño, Pablo, no sufriera más de lo necesario, para que no
los viera hundirse. Y porque también es a veces una recompensa verte
superado y llorar ante lo que se está contando en esas páginas.
Porque es la prueba de que el libro quizá debía ser escrito (por
más que desconfiemos de los libros necesarios) y esta era la manera
de hacerlo.
Las
reflexiones sobre las condiciones sociales del cáncer son valiosas
por sí mismas y además no entorpecen la historia principal. Como
bien dice Sergio del Molino, las metáforas bélicas acompañan
siempre al cáncer, desde el momento del diagnóstico, y los
pacientes son empujados a comportarse como luchadores que se ven en
el frente sin quererlo y en el caso de los niños casi sin
comprenderlo. Y porque como dice, a veces parece que el cáncer fuese
el castigo de un dios vengativo, pero nunca lo puede ser más que
cuando es el castigo tras los primeros meses de existencia de un
niño.
He
llorado varias veces durante la lectura de este libro (y debo
reconocer que para mí eso de llorar leyendo un libro era una
expresión cursi que no recordaba haber experimentado en la realidad
hasta ahora). Sin embargo, no me he sentido manipulado emocionalmente
en ningún momento como lector. Esto hubiera sido lo más fácil, lo
hubiera pretendido o no el autor, pero todo el libro mide exactamente
dónde parar antes de abrirle las puertas al melodrama y al recurso
fácil que nos haga sentir pena y llorar. Sentimos compasión en todo
momento por ese niño y esos padres, y por los (sobre todo las)
profesionales que trabajan con ellos hasta el último día, y por la
cantidad de vidas devastadas que cada año se pierden.
Hay
dos modelos de escritura claros en La hora violeta, dos libros
que han marcado durante décadas la idea de libro de luto, que Sergio
del Molino no esconde, porque los ha leído, y porque sería ridículo
fingir que no los había leído. El primero es un libro español,
Mortal y rosa, de Francisco Umbral, del que se toma una cita
para abrir el libro junto al poema de Eliot. Como el propio autor
comenta en el libro, ha tratado de huir del lirismo de Mortal y
rosa, otro libro dedicado al hijo muerto por un padre; huye Del
Molino del lirismo igual que ha decidido, desde el principio, mostrar
a su hijo muerto como una persona concreta, Pablo, no con términos
genéricos, como hace Umbral. El otro es El año del pensamiento
mágico, de Joan Didion, el libro en el que esta periodista
relata cómo su marido murió de un infarto, en un instante, mientras
cenaban después de venir del hospital en el que su hija estaba
ingresada en un estado muy grave. Me reconozco incapaz de haber
pasado nunca de la página 40 del libro de Didion, mientras que sí
he leído completo el de Umbral, y he pensado algunas veces sobre él.
Didion, en cualquier caso, se nota como una influencia también
importante en este libro de Sergio del Molino, y ese pensamiento
mágico aparece como nexo con aquel libro, todas esas esperanzas sin
aparente conexión con la realidad que mantienen en la brecha a los
enfermos y a sus familias.
Por
quitar algo de oscuridad a la reseña en vísperas de Navidades, pues
este es un libro sobre un tema grave, quizá el peor de los temas, y
tratando a la vez de no desviarme demasiado, encontré en las últimas
semanas un ataque a Joan Didion en las páginas de Danza macabra,
de Stephen King. Como de pasada, pero todo un puñetazo, unas pocas
palabras casi violentas para el lector actual, escritas en 1980, y
que hablan de una presencia inconsciente de las clases sociales y sus
conflictos en gran parte de las historias de King, algo por otra
parte muy común en los productos más populares del género de
terror.
Esas
cosas son para los ricos. Hace poco, Joan Didion escribió un libro
sobre su propia odisea a través de los sesenta, The white album.
Para los ricos, supongo que resultará un libro muy interesante: es
la historia de una mujer blanca acomodada que se pudo permitir tener
un ataque de nervios en Hawai …
Didion
se lleva el golpe en el libro de King un poco sin necesidad, pero
tiene razón el novelista en el contexto general en el que inserta
ese comentario. El verdadero terror depende mucho de la vida habitual
de quien lo sufra. Ante los verdaderos problemas los problemas
menores se vuelven invisibles. Y ante ciertas realidades el terror
crece hasta hacerse insoportable. La hora violeta nos habla de
los verdaderos problemas y del terror auténtico. La sociedad actual,
correcta y llena de lemas positivos, no nos prepara para afrontar lo
malo. Y no conviene olvidarlo antes de empezar a leer este libro.
Seguiremos
leyendo.
Lo
próximo ya será una entrada con lo más interesante que he leído
en este 2017.
Felices
lecturas
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario