martes, 19 de diciembre de 2017

La hora violeta, de Sergio del Molino

La hora violeta, de Sergio del Molino (Literatura Mondadori)

Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos. Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos, y los cónyuges que cierran los ojos de su pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos padres por siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se hace mayor, al que nunca vamos a recoger al colegio, que no conocerá nunca a una chica, que no irá a la universidad y no se irá de casa. Un hijo que nunca nos dará un disgusto y a quien nunca tendremos que abroncar. Un hijo que jamás leerá los libros que le dedicamos.

Así empieza el libro. La hora violeta de la que habla Sergio del Molino está tomada de un poema de T.S. Eliot, y es la hora en la que en el intermedio de la vida las espaldas empiezan a despegarse del lugar de trabajo y las cabezas empiezan a pensar en lo que viene por delante. El motor humano espera como un taxi parado en marcha, dice la cita del poeta que abre el libro. Las horas no avanzan, siempre marcan la misma los relojes, confiesa el autor al principio.

La hora violeta de la que realmente habla este libro es la hora más terrible de todas, la de enterrar a un hijo. La que se genera entre ese trance y la vida que queda después. Porque queda vida después. Sergio del Molino escribió este libro en 2013, desde la vida de después, con un ánimo que es esencialmente terapéutico. Terapéutico porque le ayuda en algún grado a dejarlo atrás o al menos a repensarlo, y terapéutico porque fija la imagen de Pablo que él, su padre, el escritor, quiere fijar, después de que una leucemia lo matara con algo menos de 2 años.

Sergio del Molino escribió esta novela en 2013, y fue un libro que sonó bastante y obtuvo reconocimientos (el premio El ojo crítico, por ejemplo). En 2013 yo iba a ser (y lo fui) padre por primera vez y no me sentía capaz de coger en esos momentos un libro que hablaba de algo tan tremendo. Este año he sido padre por segunda vez, y ya he leído tres libros de Sergio del Molino antes de diciembre (este es el cuarto y cogí en la biblioteca el quinto, La mirada de los peces), y el hecho de que La hora violeta sea un libro que me han seguido recomendado a lo largo de estos cuatro años me ha hecho confiar en que su calidad literaria estaría sin duda por encima de la tragedia y el melodrama. Y lo está. Es un libro que tiene un gran valor como testimonio pero es un libro que tiene un gran valor como obra narrativa sin tener en cuenta otras consideraciones (aunque es casi imposible no pensar en que lo que aquí se cuenta fue sucediendo así).

¿Cómo nos atrevemos nosotros, lectores, a asomarnos al drama de un padre pero por extensión al drama de una familia, porque el autor se desnuda él e igualmente desnuda a su mujer, a su hijo, a su entorno familiar y de amigos, a las médicas y enfermeras (porque el entorno médico en el que se mueve en ese horrible lugar llamado planta de oncología pediátrica es casi todo el tiempo femenino). Supongo que lo único que nos legitima es que el padre haya decidido dejarnos entrar ahí.

Y entramos en la cámara de los horrores. Entramos a un libro que no es una novela y que descubre el final de la historia desde el principio, con la intención de explicar al autor y sus motivaciones y para que sepamos dónde nos estamos metiendo. El libro está narrado en primera persona y en un tiempo presente que ya estaba pasado y que ya sabemos que estaba pasado y que es uno de esos pactos autor – lector que aceptamos gustosamente. La prosa no peca de cargada ni de sentimental, y se agradece. Uno de los leit motivs que van acompañando la escritura de Del Molino y sus reflexiones sobre el mismo hecho de estar escribiendo sobre lo que lo está haciendo es no caer por la pendiente del sentimentalismo, no buscar dar pena a nadie, usar las palabras más neutras posibles. Usar también las palabras que no se suelen usar por un sentimiento de respeto a los enfermos y a sus familias, lo que lo hace duro por momentos, pero más duros resultan a menudo los eufemismos.

El diagnóstico es un momento terrible en estas enfermedades y lo peor es que no es más que el comienzo. Lo que va a venir después, incluso si acabara de la mejor manera posible, nunca va a ser bueno. Como se dice en el libro, la quimioterapia es una medicación que en cualquier dosis, por ínfima que sea, es mala para el organismo, pero es la única capaz de afrontar lo que está pasando con el crecimiento celular. Quienes hemos estado cerca de estos tratamientos sabemos lo que son.

La hora violeta no se merece que lo estropee tratando de explicarlo, porque se explica desde sus presupuestos. Quien quiera leerlo, y no es para todos, sabe a lo que se expone. Quien entre también se verá recompensado por momentos tiernos y casi divertidos, por extraño que pueda sonar. Porque un niño que se ve obligado a pasar en el hospital la mayor parte de su tiempo acaba haciendo de eso su normalidad y los niños de 1 y 2 años son esencialmente divertidos. Porque esos padres intentaron todo lo que estuvo en sus manos para que ese niño, Pablo, no sufriera más de lo necesario, para que no los viera hundirse. Y porque también es a veces una recompensa verte superado y llorar ante lo que se está contando en esas páginas. Porque es la prueba de que el libro quizá debía ser escrito (por más que desconfiemos de los libros necesarios) y esta era la manera de hacerlo.

Las reflexiones sobre las condiciones sociales del cáncer son valiosas por sí mismas y además no entorpecen la historia principal. Como bien dice Sergio del Molino, las metáforas bélicas acompañan siempre al cáncer, desde el momento del diagnóstico, y los pacientes son empujados a comportarse como luchadores que se ven en el frente sin quererlo y en el caso de los niños casi sin comprenderlo. Y porque como dice, a veces parece que el cáncer fuese el castigo de un dios vengativo, pero nunca lo puede ser más que cuando es el castigo tras los primeros meses de existencia de un niño.

He llorado varias veces durante la lectura de este libro (y debo reconocer que para mí eso de llorar leyendo un libro era una expresión cursi que no recordaba haber experimentado en la realidad hasta ahora). Sin embargo, no me he sentido manipulado emocionalmente en ningún momento como lector. Esto hubiera sido lo más fácil, lo hubiera pretendido o no el autor, pero todo el libro mide exactamente dónde parar antes de abrirle las puertas al melodrama y al recurso fácil que nos haga sentir pena y llorar. Sentimos compasión en todo momento por ese niño y esos padres, y por los (sobre todo las) profesionales que trabajan con ellos hasta el último día, y por la cantidad de vidas devastadas que cada año se pierden.

Hay dos modelos de escritura claros en La hora violeta, dos libros que han marcado durante décadas la idea de libro de luto, que Sergio del Molino no esconde, porque los ha leído, y porque sería ridículo fingir que no los había leído. El primero es un libro español, Mortal y rosa, de Francisco Umbral, del que se toma una cita para abrir el libro junto al poema de Eliot. Como el propio autor comenta en el libro, ha tratado de huir del lirismo de Mortal y rosa, otro libro dedicado al hijo muerto por un padre; huye Del Molino del lirismo igual que ha decidido, desde el principio, mostrar a su hijo muerto como una persona concreta, Pablo, no con términos genéricos, como hace Umbral. El otro es El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, el libro en el que esta periodista relata cómo su marido murió de un infarto, en un instante, mientras cenaban después de venir del hospital en el que su hija estaba ingresada en un estado muy grave. Me reconozco incapaz de haber pasado nunca de la página 40 del libro de Didion, mientras que sí he leído completo el de Umbral, y he pensado algunas veces sobre él. Didion, en cualquier caso, se nota como una influencia también importante en este libro de Sergio del Molino, y ese pensamiento mágico aparece como nexo con aquel libro, todas esas esperanzas sin aparente conexión con la realidad que mantienen en la brecha a los enfermos y a sus familias.

Por quitar algo de oscuridad a la reseña en vísperas de Navidades, pues este es un libro sobre un tema grave, quizá el peor de los temas, y tratando a la vez de no desviarme demasiado, encontré en las últimas semanas un ataque a Joan Didion en las páginas de Danza macabra, de Stephen King. Como de pasada, pero todo un puñetazo, unas pocas palabras casi violentas para el lector actual, escritas en 1980, y que hablan de una presencia inconsciente de las clases sociales y sus conflictos en gran parte de las historias de King, algo por otra parte muy común en los productos más populares del género de terror.

Esas cosas son para los ricos. Hace poco, Joan Didion escribió un libro sobre su propia odisea a través de los sesenta, The white album. Para los ricos, supongo que resultará un libro muy interesante: es la historia de una mujer blanca acomodada que se pudo permitir tener un ataque de nervios en Hawai …

Didion se lleva el golpe en el libro de King un poco sin necesidad, pero tiene razón el novelista en el contexto general en el que inserta ese comentario. El verdadero terror depende mucho de la vida habitual de quien lo sufra. Ante los verdaderos problemas los problemas menores se vuelven invisibles. Y ante ciertas realidades el terror crece hasta hacerse insoportable. La hora violeta nos habla de los verdaderos problemas y del terror auténtico. La sociedad actual, correcta y llena de lemas positivos, no nos prepara para afrontar lo malo. Y no conviene olvidarlo antes de empezar a leer este libro.

Seguiremos leyendo.
Lo próximo ya será una entrada con lo más interesante que he leído en este 2017.

Felices lecturas


Sr. E

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