Memorias
musicales: No, no soy en absoluto un excéntrico, montaje de
Bruno Monsaingeon sobre entrevistas de Glenn Gould (Ed. Acantilado) y
La verdadera historia de Frank Zappa, de Frank Zappa (Malpaso
Ed.)
He
leído casi seguidos dos libros de memorias (en un sentido bastante
amplio del término) de dos músicos muy influyentes a lo largo del
siglo XX: Glenn Gould, quizá el concertista clásico más conocido
de su época, y Frank Zappa, figura central de la contracultura
americana, uno de los principales referentes del rock progresivo y
sinfónico, y en general de los caminos que cruzaron la música
clásica con la culta y el humor político (llamando humor político
al que incomoda al poder, cualquier poder) en los sesenta y setenta.
Uno es un músico al que escucho muy frecuentemente (Gould) y otro es
un autor cuya importancia comprendo pero cuya obra no me dice
demasiado (Zappa). Pero una de las cosas más interesantes de las
memorias es que muchas veces no nos interesan más o menos por lo
interesante que nos resulte el personaje en sí como por lo
interesante de lo que cuente y cómo.
Leí
también por las mismas semanas la entrevista que le hicieron en Jot
Down al cantante Miguel Ángel Hernando, alias Lichis, que vale como interesante estudio sobre la fama de los músicos.
Lichis parece
obsesionado con la imagen que como músico ha transmitido a lo largo
de su carrera, una imagen que juzga distorsionada y profundamente
equivocada. Modestamente, yo también pienso que sus oyentes
ocasionales nunca llegaron tampoco a tener una imagen completa de su
labor musical. Pero, ¿justificaba eso que redirigiera su carrera
para huir de la falsa imagen que otros se habían creado de él? ¿Tan
importante es lo que los demás piensen?
¿Es inevitable que todo el
mundo opine sobre la realidad de los músicos y que los entienda mal?
Leyendo los libros de Frank Zappa y Glenn Gould parece que sí.
Aunque ellos se hicieron fuertes en su propia percepción de sí
mismo y quizá se hartaron de desmentir falsas ideas y leyendas, pero
no modificaron ni un poco su modo de actuar y estar.
Son
dos personajes de los que se podría decir perfectamente aquello tan
tópico de que son caleidoscópicos. Gould es el intérprete clásico
excéntrico por excelencia, con caprichos y manías de diva del pop,
y Zappa era un hombre encerrado en un personaje (que se encarga de
desmentir repetidas veces en sus memorias) que aspiraba,
probablemente, a ser reconocido como compositor de música culta para
orquestas.
Se
trata de dos libros de memorias con bastante comillas porque el libro
de Gould está construido como un recorte y montaje de sus
declaraciones en entrevistas por Bruno Monsaingeon, uno de sus
principales estudiosos y cabría decir casi que evangelistas. Es
curioso que se utilice una cierta técnica de collage para construir
el libro, en perfecta sintonía con el modo de entender la música de
Gould, quien siempre defendió que su labor como intérprete era
darle la mejor obra posible al oyente, y si para ello tenía que
repetir tomas, cortar y pegar trozos, era lo que debía hacer en el
estudio, y nunca entendió la pureza que algunos pretenden que se
alcance en los conciertos, donde pensaba que el único aliciente era
muchas veces cazar al concertista en un error. El libro de Zappa no
es un libro de memorias en tanto en cuanto no se trata de Zappa
recordando su vida, rememorando hechos con el objetivo de ordenarlos.
Más bien es un libro en el que Frank Zappa expone sus ideas sobre
ciertos aspectos de la sociedad, la vida, el arte y la convivencia, y
para ilustrar sus ideas se apoya muchas veces en sus recuerdos.
Para
quienes no lo conozcan, Glenn Gould, intérprete canadiense, es
considerado uno de los mejores pianistas del siglo XX, especializado
en la interpretación de Beethoven, la música dodecafónica de
Schönberg y sobre todo en Bach (sus grabaciones de Las
Variaciones de Goldberg de este último se han convertido en
canónicas, y casi cualquier aficionado habla de Las Variaciones
de Goldberg de Glenn Gould como una obra diferente a cualquier
otra grabación de las mismas, incluso distinguiendo las distintas
grabaciones que hizo de la misma obra).
Su
mejor época de concertista estuvo determinada por la escasez de su
trabajo en público, siempre huyendo de la sobre – exposición, y
se retiró prácticamente años antes de su muerte, a una edad en la
que estaba en condiciones de dar sus mejores interpretaciones. Acabó
falleciendo a los cincuenta años. La palabra excéntrico acompaña a
Glenn Gould desde que comenzó su carrera como pianista. Basta hacer
en Google la búsqueda de su nombre acompañado de este
adjetivo. Gould, sin embargo, nunca se reconoció (especialmente por
lo que la excentricidad tiene muchas veces de pose, algo que él
negaba, estar de postureo, como ahora se diría) como un excéntrico,
de ahí el acertado título de sus memorias. Desde que era un músico
de veintipocos años y sorprendió a la crítica y al público
clásicos, tuvo que estar contestando a preguntas sobre sus manías y
rarezas. Para él, según se ve en este libro, todo era perfectamente
lógico y racional. Sus cuidados extremos con las manos eran
necesarios pues tenía mala circulación y al fin y al cabo su
trabajo lo hacía con las manos. ¿Su sillita desvencijada y enana
para tocar en los conciertos, con la que iba a todas partes? Él lo
explicaba diciendo que su modo de tocar necesitaba que él se apoyara
desde más abajo del piano, pues había aprendido tocando el órgano,
y trataba de trasladar esa sonoridad majestuosa al piano. Y así
tenía respuestas para casi todo. Gould sorprende por su defensa de
las técnicas de estudio y por lo autoexigente que es consigo mismo.
Esto último es común a cualquier perfeccionista, y Gould le suma
una dureza extrema con los demás pianistas de su época, a los que
acusa de ser excesivamente románticos.
Glenn Gould no compartía ese
espíritu romántico (aunque según él ahí también había
exageraciones) y sus intérpretes de cabecera eran pocos y siempre
con Bach a la cabeza. La imagen de Glenn Gould que estas curiosas
memorias transmiten, incluso tomando por lógicas y racionales todas
sus explicaciones, son las del típico y tópico genio ensimismado.
Para Gould era un desastre tener que salir de gira. Le perturbaba
profundamente ir a Europa y a otras ciudades de Estados Unidos. Son
muy curiosas sus reflexiones sobre el público con el que se encontró
en la Unión Soviética cuando fue invitado a ir allí. Tardaba meses
en volver a recuperar la calma en su casa, apartado de las molestias.
No le gustaba especialmente tocar ante el público, y se resistía a
hacerlo todo lo que podía. No parecía preocupado por la imagen que
el mundo tenía de él y la posteridad guardara de él. Una de las
cosas más bonitas del libro es que por poca música que uno sepa,
llega a entender cuáles son sus ideas sobre armonía,
interpretación, composición, y son ideas trasladables a campos como
la pintura, la escritura, el cine. Hace 35 años de la muerte de
Glenn Gould y cuesta imaginar ciertas obras interpretadas por otras
manos. La fascinación por su figura continua, y basta ver el
homenaje que Acantilado ha organizado estos próximos días en
Barcelona y Madrid.
Frank
Zappa era un personaje peculiar, ácrata, incómodo, convencido de
que la libertad (creativa, personal, política) era el valor supremo,
algo muy americano y algo por lo que como americano precisamente tuvo
que luchar mucho. Las memorias de Frank Zappa están escritas en la
segunda mitad de los años ochenta y se publicaron originalmente en
1989. Zappa ya tenía entonces, por lo que luego se vio, el cáncer
que le costó la vida, pero no se le había detectado. Falleció en
1993, a los 53 años. Las memorias de Frank Zappa tocan temas como la
familia, la política, la música, la vida del música en gira, el
matrimonio, la educación, la censura, la tecnología, y las
distintas relaciones entre unos y otros. Es un hombre lúcido, y
también un hábil vendedor de sí mismo y de sus ideas. Se expresa
con claridad y con brillantez, no tiene miedo a reírse de sí mismo.
Se nota que se divirtió escribiendo partes del libro en las que se
desmitifica. Le extraña cómo su música, que nunca pasó de
minoritaria en el mejor de los casos (y si uno busca información en
internet se vuelve a incurrir en ese exceso que es decir algo así
como: fue ignorado en los Estados Unidos, su música fue mejor
comprendida en Europa, algo parecido a lo que se suele decir de Woody
Allen o de Leonard Cohen, como si en España en cualquier barra de
bar se estuviera comentando a cualquier hora la última película de
Woody Allen o se buscaran nuevos matices en viejas grabaciones de
Frank Zappa), generó tantas polémicas a lo largo de sus tres
décadas de carrera. Es un personaje que no se muerde la lengua y que
dispara con bala contra colectivos contra los que sería impensable
que un músico de su reputación lo hiciera hoy en día, como son
otros músicos, tanto músicos que han trabajado con él, en su
banda, como por así llamarlos competencia. También tiene una
fijación con los sindicatos y su control de ciertos conciertos,
acontecimientos públicos y los problemas que le dieron en su
aventura como compositor para orquestas y director de las mismas, en
Europa y en los Estados Unidos.
Son
antológicos los capítulos sobre las relaciones con los padres, cómo
la religión, la familia y las tendencias de consumo pueden ser más
destructivas para las mentes juveniles que las drogas, y sus
diatribas contra la educación normalizada. Zappa daba puntualmente
clases en escuelas de música, pero se refiere a los institutos y
universidades. Cuenta cómo huyó de la educación en cuanto pudo y
cómo sacó a sus hijos del sistema educativo en cuanto aprobaron por
libre el equivalente a la ESO en España, y les dio libros y
películas y fomentó en ellos el interés por la cultura y ser
críticos y esperaba que no les diera nunca por estudiar en la
universidad, ya que desde luego él no iba a pagársela para que los
convirtiera en individuos adocenados. Sus ideas sobre educación de
los hijos (dejando libertad, estableciendo pactos con ellos en los
que podían hacer o no hacer algo en función de que sus razones
lógicas fueran mejores que las suyas) son muy jugosas, y a mediados
de los 80 denuncia algo que ha ido a peor, la conversión del hijo en
el tesoro de la familia, a través del que pretenden realizarse
muchos padres, pero sin complicarse. La tendencia a pedir que se
prohiba todo aquello que a uno le molesta, bajo la excusa de que
puede ser nocivo para los niños.
Zappa
llegó a estar en la comisión del Senado americano sobre las
llamadas Guerras del Porno. El episodio se merece un pequeño ensayo
sobre la imbecilidad y la mezquindad él mismo, y quizá lo tenga. La
mujer de Al Gore (ese Al Gore) le compró a su hija Purple Rain, de
Prince, y descubrió, escuchándolo con ella, referencias a la
masturbación. Aquello la escandalizó, y escandalizó a algunas
otras mujeres de senadores y gobernadores americanos,que empezaron a
pedir que alguien protegiera a los niños de esas letras obscenas.
Todo fue objeto de una comisión que ya tenía las conclusiones
decididas de antemano y en la que Zappa apareció como invitado
(incluye en el libro su declaración completa, que no le dejaron leer
entera). De aquella comisión acabaron quedando las famosas pegatinas
de Parental advisory en los discos que incluían letras con
contenidos explícitos, que como bien dice Zappa, sirvieron
esencialmente para darle publicidad a ciertos grupos y discos. Uno de
los momentos culminantes del libro es en el que se dirige a Tipper
Gore diciéndole que si le preocupa que su hija pueda escuchar discos
con letras explícitas, que no se los compre, pues tiene 9 años, y
para ello basta con que le compre mejor un libro, o un disco de
música clásica o uno de jazz instrumental, o simplemente escuche
las letras antes de dárselas a la niña, pero que no pretenda
censurar todo el sistema musical para ahorrarse su labor como madre.
Creo que sobra decir que Zappa perdió aquella batalla. Y
curiosamente ninguno de sus discos tuvo nunca que salir a la venta
con una de aquellas advertencias para padres.
Seguiremos
leyendo y escuchando música
Felices
lecturas
Sr. E
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