Clavícula,
de Marta Sanz (Ed. Anagrama)
Es el
primer libro de la autora que leo. Cogí Clavícula un viernes
por la mañana en la biblioteca y aproximadamente el sábado después
de comer estaba terminando el libro. No es para tanto, dirá alguien,
porque el libro tiene apenas 200 páginas, los capítulos son cortos
y algunos cortan a media página. Cierto. No es para tanto porque
internet está lleno de “lectores” que leen como quien practica
una disciplina deportiva: a ver quién completa más libros por
semana, en definitiva a ver quién la tiene más larga. Supongo que
así se explican los seguidores de sagas con miles de páginas y
escasa calidad literaria. Pero no iba de esto la entrada.
No sé
nunca como lector si decir de un libro que se lee de un tirón será
interpretado por el autor como un cumplido o como un desprecio. Si
como el mayor de los cumplidos (cogí el libro y no pude soltarlo) o
como el mayor de los desprecios (ese lector idiota ha devorado en
pocas horas lo que me llevó años construir con referencias
cruzadas, distintos niveles de lectura, búsqueda de información y
una estructura compleja; todo ha sido deglutido por ese idiota
superficial como si fuera un menú del día). Un artículo veraniego
de El Cultural hablaba sobre ello el año pasado, y no me meto
más en el tema
Sobra
decir, entiendo, que cuando yo digo que he devorado Clavícula,
de Marta Sanz, queda dicho como un elogio, como una prueba de cómo
me ha interesado, y más que interesado, infectado, durante su
lectura. Lo aclaro, no obstante, porque alguna de las reflexiones que
me ha despertado el libro van en la línea de si los lectores (así
dicho, en general, como masa, pero peor aún, únicamente la masa que
lee literatura trabajada, ciertas editoriales, ciertos premios, no el
lector de bestseller o de verano) nos estamos volviendo idiotas.
¿Qué
vamos a encontrarnos en Clavícula?
Clavícula nos lleva al interior de Marta Sanz, escritora
madrileña de cincuenta años, autora más o menos asentada en el
panorama literario (lo más o menos asentada que el mundo cultural
permite hoy en día, por lo que se deduce de algunas de sus páginas),
ganadora reciente del Premio Herralde de Novela, autora editada por
buenos sellos desde el principio de su carrera. Marta Sanz está
cruzando el Océano Atlántico para participar en algún congreso
literario y nota un dolor intenso y punzante en su interior. Uno de
esos dolores que le lleva a preguntarse si no se estará enfrentando
en realidad al Dolor, el último. ¿Se está muriendo?
Sobrevive
al vuelo y regresa a Madrid, donde la espera como siempre su marido.
Se derrumba. Se está muriendo. Piensa en los cientos de posibles
causas que se le ocurren para ese dolor sordo que no desaparece y que
va protagonizando sus días. Va a un médico, a otro, pasa por varios
especialistas, distintos médicos de cabecera, le hacen pruebas,
habla con enfermos habituales, piensa en los antecedentes familiares
que fueron matando a sus abuelos, tíos abuelos, bisabuelos. Todo el
mundo tiene una palabra que a veces es de consuelo y a veces es
simplemente una palabra para decirle que si no le pasa nada
realmente, no se queje.
La
queja es una de las cuestiones centrales de la novela (a mí me
parece una novela, por más que se haya discutido si es o no, al
final iré con eso, con las lecturas ajenas que habían condicionado
inicialmente la mía). Marta Sanz, la autora, narradora y enferma, se
cuestiona muchas veces si tiene derecho a quejarse. Hay gente con
enfermedades invasivas y horribles claramente declaradas que sin
embargo no se quejan. Ella las conoce. ¿Si el suyo es un dolor
imaginario no es egoísta darle tanta importancia? ¿Los dolores
imaginarios no duelen igualmente? ¿Dónde queda lo psicosomático?
¿Por qué la mandan indistintamente a ver a traumatólogos y a
psiquiatras? Pero, ¿y su amiga, la que se quejó durante tres años
de un dolor en la pierna, a la que los médicos tomaban por loca y
consiguió, solo gracias a su insistencia, que siguieran evaluándola
hasta que dieron con un proceso canceroso en dicha pierna (un proceso
además provocado por una atención negligente durante el parto, para
rematar)? Marta Sanz reivindica el derecho a quejarse y a tener
dolores imaginarios, que no inventados. Y solo faltaba eso, que
también perdiéramos el derecho a la queja. Una de las cosas que más
he escuchado y más rabia me han dado en los últimos años (bueno,
en mi experiencia personal son todos los de mi vida laboral, pero
quiero referirme a los que vienen de la crisis, desde 2007 – 2008)
es que ante cualquier queja (de las mayores y muy series a las más
nimias) alguien cercano me dijera: Bueno, no te quejes, que tienes
trabajo. ¿Que no me queje? ¿Por qué? ¿Para que gane el miedo?
Entiendo que el grito de dolor imaginario de Marta Sanz va también
en esa línea.
Para
mí la novela habla de la identidad, de las múltiples identidades
que cada uno de nosotros tenemos (en ese sentido el juego de la
autoficción es muy útil para el libro) y del dolor y el miedo.
Esencialmente de eso, y de cómo los dolores y los miedos condicionan
nuestra identidad. Y viceversa.
A lo
largo de la novela vamos viendo la frágil vida de Marta Sanz. Su
prestigio literario, su posición en ese mundillo, no es para nada
holgada, y se ve forzada a aceptar cualquier colaboración que le
ofrecen (las buenas y las malas, las que le apetecen y las que no),
en muchas ocasiones no tanto porque necesite el dinero de ese mes
como por el miedo a que si rechaza un encargo, no le hagan más. Algo
que conoce perfectamente cualquier emprendedor, freelance o como
queramos llamar a lo que antes llamábamos esclavos (y sí, ya sé
que es una hipérbole, pero estamos terminando el verano y apetece
exagerar). Tiene dudas sobre algunos caminos de los elegidos a lo
largo de la vida (la maternidad, por ejemplo), su marido está en
paro y sin derecho a más prestaciones. Nos enseña las relaciones
con sus padres y con sus amigos. Con otros escritores. Todo es más
precario de lo que se suponía que debía ser para una mujer de
cincuenta años con una vida hecha. Pero es que todo es más precario
para cualquiera desde hace al menos una década, desde que la crisis
nos cambió de camino (personalmente creo que para muchos la vida
nunca dejó de ser frágil y precaria, ni en aquellos años de la
burbuja inmobiliaria y las ventas récord de coches alemanes y
embutido ibérico en hogares de clase media). Enlazo con los males
que Marta Sanz califica de pequeñoburgueses, con las pérdidas quizá
accesorias pero que no dejan de ser pérdidas, con los males
sociales, imaginarios, personales, familiares, con el derecho a alzar
la voz y a decir que se tiene miedo cuando se tiene miedo.
Recogemos
una inquietud de época y escribimos estas cosas porque algo nos
duele, porque somos mujeres, porque tenemos o no tenemos pareja,
escribimos, tenemos y no tenemos trabajo, somos españolas y blancas,
posiblemente feministas, posiblemente de izquierdas.
Autoficción:
Por autoficcionarme, y perdón por el abuso de lenguaje, diré que
Marta Sanz premió allá por 2011 una pequeña colección de relatos
que bajo el título Cuentos pendientes (el mismo del blog)
presenté al Certamen de Creación Joven del Injuve. Marta Sanz era
(creo) la presidenta de aquel jurado que decidió darle el primer
premio a Matías Candeira y a mí el segundo. Nos conocimos, nos
saludamos, Marta Sanz ha seguido siendo jurado en certámenes según
vemos en el libro, yo he seguido participando en certámenes
literarios, y a veces ganando alguno. Marta Sanz se cruzó
indirectamente en mi vida, sin ella saberlo, el pasado mes de mayo.
La Fundación Antonio Ródenas García – Nieto tuvo a bien hacerme
merecedor de su beca de creación literaria para escribir un libro de
cuentos (tarea en la que me encuentro inmerso hasta finales de año)
Una de
las referencias que presenté para optar a ella fueron las palabras
que en su momento Marta Sanz escribió para presentar mis relatos.
Así que Marta Sanz algo tuvo que ver (involuntariamente) con el
libro en el que ahora trabajo. Somos lo que dejamos escrito, queramos
o no.
¿Qué
es la autoficción? Creo que algunos están confundiendo en los
últimos meses, al hacer reseñas, la autoficción con la no –
ficción y están intentando dejar fuera del concepto de novela todo
lo que escape de un clásico Introducción – Nudo – Desenlace.
Entiendo que la autoficción es la modalidad de la narrativa en la
que un autor, que se identifica y por lo tanto confunde con el
narrador y personaje, se presenta a sí mismo, y su vida, como
material narrable. Autoficción han hecho Philip Roth, Enrique Vila –
Matas, Paul Auster. Autoficción hacen, en algún grado, casi todos
los autores. Hasta Stephen King, si atendemos a sus explicaciones
sobre sus novelas más conocidas. Creo que mirar las etiquetas en vez
de al libro es empobrecer la lectura, y es algo propio de este tiempo
de redes sociales. Pasaremos de etiquetas. Marta Sanz hace
autoficción en este libro, claro, pero no creo que se deba centrar
el análisis en eso. Se habla mucho de si la autoficción ha
encontrado sus límites. Y es una pregunta tan legítima como si el
relato corto los ha encontrado o si eso que venden como poesía de
éxito tiene algo de literatura en sus páginas. Leer Clavícula
en clave de averiguar qué es verdad o no me parece una lectura
pobre. Lo importante de cualquier novela, y esto viene al menos desde
Aristóteles, es si resulta verosímil, no si es o no es verdadera.
Clavícula es un libro interesante, bien presentado, bien
ligado, por ratos fascinante, que funciona mucho más allá del
interés (siempre relativo) por si lo que se cuenta es cierto o no,
porque no es lo importante. Marta Sanz ha sacado mucho jugo al
personaje Marta Sanz, a sus miedos y dolores, y es lo fundamental.
Cuando
escribo – cuando escribimos – no podemos olvidarnos de cuáles
son nuestras condiciones materiales. Por eso pienso que todos los
textos son autobiográficos y a veces la máscara, las telas sinuosas
y las transparencias que cubren el cuerpo son menos púdicas que una
declaración en carne viva. No me interesa la manipulación de los
selfies a través del Photoshop. Me importa más la mueca que el
lenguaje que la adecenta. Me interesa más la pipa que la pipa que no
es una pipa.
Terminamos:
Antes de llegar al libro había leído muchas reseñas (con muchas
quiero decir más de cinco o seis, pero demasiadas me parecen) que
hacían mucho énfasis en la feminidad del texto. Un cierto tipo de
reseñas que destacaban que Marta Sanz habla en Clavícula de
ciertas realidades sociales y físicas de las mujeres que no suelen
estar en la narrativa. Y reseñas, lo que me parece peor, que venían
a decir que eso los hacía un texto en el que se identificarían las
mujeres. Y claro, lo harán, pero no creo que el hecho de que yo no
sea mujer me impida sentir lo que Marta Sanz describe o empatizar con
el texto. Lógicamente no sé ni sabré qué es la menopausia, pero
eso no quita que pueda saborear el libro o entender lo que describe.
Porque lo importante del libro es el miedo, el temor, el dolor, la
necesidad de expresarlo, y creo que eso es propio de los humanos.
Planteo como tema si no estamos reduciendo mucho la capacidad de
empatía, esa que se supone que se nos amplía leyendo, y volvemos a
centrarnos en las etiquetas y nos movemos por la vida como por redes
sociales, y queremos que los libros de los hombres de sesenta años
los entiendan los hombres de sesenta años y así para cada
modalidad. Sería una idea empobrecedora de la literatura, algo de lo
que por suerte Clavícula no tiene nada.
Clavícula
me parece un libro importante, universal (que es una palabra que sé
que suena grandilocuente, pero que es la que toca, porque es un libro
que nos puede tocar a todos los lectores, seamos quienes seamos, con
nuestra edad, sexo, etiquetas, identidades), que retrata el malestar
de los tiempos que nos ha tocado vivir, y que lo hace de una manera
literariamente muy eficaz. Un libro que recomiendo muy seriamente.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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