domingo, 9 de abril de 2017

Diez novelistas y diez novelas. La lista fracasada. Los libros I

Una selección personal de novelas. Primera parte.

Hay novelas que llegan pronto a nuestras vidas, y desde siempre nos acompañan. Hay novelas que nos cambian la forma de leer. Algunas, incluso la forma de vida, porque algunas nos hacen querer escribir nosotros mismos. Es difícil cerrar una lista de 10 novelas para una vida. Es difícil cerrar 20 novelas. Hay libros que no son buenos pero que uno adora. Hay novelas iniciáticas a las que no he sabido volver (Salinger, Loriga).
Hay novelas que me han fascinado en los últimos meses pero sobre las que quiero tener más perspectiva antes de subirlas a ningún pedestal (Almas muertas, El maestro y Margarita, Un asunto personal, Las sillitas rojas). Me he limitado al final a convivir con las fronteras del absurdo y a recordar experiencias lectoras, que en algunos casos me marcaron por mi edad, en otros por enfrentarme por primera vez a ciertas sensaciones lectoras, a nuevas complejidades, otras que me han acompañado y me han decidido a probar nuevos caminos como lector y escritor. He dejado un listado de novelas que recomiendo ciegamente, a cualquiera, y ya. Buenos libros. Libros que siempre vivirán conmigo. Los organizo cronológicamente para su presentación, y he citado la editorial a través de la cual yo he podido leerlos, aunque muchos de esos libros tienen varias ediciones.

Moby Dick (1851), de Herman Melville. Alianza Editorial.  Es difícil llegar a esta novela sin haber oído miles de cosas sobre ella. A favor y en contra. Y a veces sería muy recomendable no tener todas esas referencias. Moby Dick es para mí la novela total. Un libro fascinante que habla de todos los temas importantes de la vida a partir de algo tan poco interesante (al menos para mí) como es la caza de la ballena y la vida a bordo de un ballenero. Muchas personas me han dicho que Moby Dick está sobrevalorada, pero creo lo contrario, sigue sin estar convenientemente comprendida. ¿Es excesiva? Desde luego. ¿Su estructura está desequilibrada? Sin duda, pero nadie obliga a quien lee a leer completo un capítulo sobre ballenas y su naturaleza, se pueden saltar 40 o 50 páginas del total. ¿Qué otro libro habla con esa pasión de quienes desafían a los dioses y pierden? ¿Dónde pueden leerse mejor los derrotados de la historia? ¿Traidores, resignados? Moby Dick es una novela de aventuras, pero de aventuras filosóficas, una novela total. Un libro que se puede leer, releer, re – releer, y que como al mayordomo de La piedra lunar de Wilkie Collins le pasaba con Robinson Crusoe, me enseña algo cada vez que la abro, sea por donde sea.

Crimen y castigo (1866), de Fiódor M. Dostoievski. Editorial Juventud: Hablaba de Dostoievski en la anterior entrada como EL NOVELISTA, quizá el más importante de la historia, quizá el cruce de caminos por el que pasa la gran novela del siglo XIX y toda la narrativa importante del XX. Tal vez Crimen y castigo no sea su mejor novela, porque sus verdaderos estudiosos hablan de Los demonios o de Los hermanos Karamazov por encima de esta. Pero Crimen y castigo es, sin duda, una novela que se mete en el organismo de quien la lee, infectándolo. Una novela que no deja nunca indiferente a quien la lee, de una profundidad incomparable. Es una novela que no se olvida, y que va generando un malestar creciente en quien la tiene entre sus manos, un malestar que sube más y más según Raskolnikov va metiéndose en graves problemas, en una espiral de locura y desequilibrio sin salida aparente.

Drácula (1897), de Bram Stoker. Penguin Clásicos: Drácula es la primera novela adulta que leí, a los 11 años. La leí y luego la releí diez u once veces durante los dos años siguientes. Es verdad que en aquella época leía con obsesión otras novelas (las de Michael Chrichton, El Club Dumas de Pérez Reverte), pero el libro que acabó definiendo mi yo lector, un libro que siempre me ha acompañado, al que he podido volver a las 21 y a los 31 sin que pierda ni un punto de su fuerza, es Drácula. Un clásico del que sabemos tanto sin leerlo que merece la pena leerlo si no se ha hecho antes, porque comprenderemos que en el fondo no sabemos nada. Al final, queda el libro.

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk (1923), de Jaroslav Hasek. Destino: Cuando me regalaron este libro, por Reyes, hace tiempo, me explicaron que era algo así como El quijote checo, es decir, el texto que todos los estudiantes de la República Checa debían leer durante su Bachillerato o nivel educativo equivalente. Con esa presentación lo dejé en una estantería y allí se quedó durante años. La primavera pasada, sin nada que echarme a los ojos en alguna noche, lo cogí  y empecé a leerlo. Y tuve un motivo más para envidiar a los estudiantes checos. Debe ser fenomenal tener este libro como emblema literario nacional y a Franz Kafka como autor de referencia. Y encima El golem, aunque la escribiera un austríaco (pero ya sabemos que en aquellas épocas se trataba de algo más completo). Nosotros tenemos El quijote y a Pérez Galdós y Azorín, y que no se enfaden los profesores. Schwejk es un idiota, esencialmente, y como idiota que es, embarcado en la guerra, va mostrando las contradicciones de los nacionalismos, belicismos y en general fanatismos, sacando de quicio a sus superiores y compañeros más convencidos. Se trata de una novela muy divertida, humanista, que utiliza al idiota como cuña para levantar la madera de lo correcto y enseñar que muchas veces solo tiene más idiocia en su interior.

El proceso (1925), de Franz Kafka. DeBolsillo: Hay novelas que adoro y que he leído 5 – 6 veces, que releo parcialmente cualquier día, que planeo releer completas el próximo verano, etc. Con El proceso me sucede al revés, la leí a los 20 años y sigue estando tan presente y con tanta fuerza en mi cabeza que nunca la he vuelto a abrir. ¿Para qué, si sigo viviendo en su interior? El Proceso es la novela que dibuja el mundo de Kafka, todos esos tópicos que se asocian al adjetivo kafkiano. Josef K. es culpable y nunca sabremos por qué. Ni él lo sabrá, con lo que la defensa es imposible. No importa. Hay que juzgarlo. Hay que condenarlo. Un tono alegórico implacable que nos dice que en la vida, al final, estaremos solos y tendremos la culpa. Sin esperanzas.

El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald. Alfaguara: Si hay que elegir entre Hemingway y Fitzgerald, tengo claro que soy de Fitzgerald. Sobre todo porque no soporto a Hemingway. El gran Gatsby es una novela escrita en estado de gracia. Desde su primera línea tiene siempre el tono perfecto. Scott Fitzgerald es siempre, en lo que yo he leído, un escritor garboso y con buen estilo. Tiene intuición para la estructura y buen ojo para la construcción de personajes veraces, que nos hacen verlos con ternura. El gran Gatsby es la gran novela corta americana y Nick Carraway su personaje central. Cuando pienso en narrativa americana, en cierta ligereza, funcionalidad narrativa, en la línea de lo que han tratado de hacer Cheever, Salinger, Wolff, Richard Ford, Lorrie Moore y tantos, pienso en que todos nacen esencialmente de esta novela. Porque es perfecta como mecanismo narrativo y porque es un perfecto retrato de la partida sin final entre ganadores y perdedores, ricos y pobres, fascinados y mentirosos, que parece ser aquella sociedad.

El desierto de los tártaros (1940), de Dino Buzzati. Gadir: Giovanni Drogo, el oficial recién licenciado al que han destinado a un Palacio en el Reino del Norte, debe guardar la frontera. Es un buen puesto, tranquilo, reconocido, que le dará experiencia para volver a pedir otros puestos más centrales. Alrededor del puesto de vigilancia, el desierto, y al otro lado, los otros. El enemigo siempre está inicialmente fuera en estas historias. Allí, medias palabras, medios silencios, la sensación de que quien llega nunca partirá. Drogo tampoco. Pero al principio no lo sabe. Los enemigos van virando hacia el interior. Y nunca pasa nada. El tiempo pasa y esencialmente no sucede nada. ¿Es eso la vida? El desierto de los tártaros es una novela que bebe de Kafka, claro, y que se emparenta con Coetzee (En medio de ninguna parte, Esperando a los bárbaros) y con Beckett (su trilogía novelística), entre los que vinieron después. Una novela sutil, melancólica, que fascinó a Borges, y poco más hay que decir.

Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry. Tusquets: Bajo el volcán es una novela hipnótica y poderosa. Entrar en sus páginas es bajar con Lowry a sus dos infiernos, al del destierro mexicano del cónsul y al del alcoholismo, el de ambos, escritor y personaje. Bajo el volcán es una novela borracha, un proyecto de vida que mantuvo a salvo a Lowry durante años, cuyas páginas a su vez emborrachan a quien las lee, y que acaba con una resaca que solo se quita volviendo a leerla. Es un texto potente, que no he llegado a entender completamente en ninguna de mis dos lecturas, pero al que se que volveré, precisamente por ello, a por más.


La piel (1949), de Curzio Malaparte. Galaxia Gutenberg: Nápoles, como Venecia, es una de las ciudades más propicias para desarrollar tramas. Son ciudades que son mundos. Pequeños mundos cerrados, con sus propias reglas. Aparte de por el talento de Elena Ferrante (sea quien sea, que poco nos importa), sus novelas, como las de Erri de Luca, han triunfado en los últimos años apoyándose en gran medida en Nápoles como personaje. Pero, para mí, la gran novela de Nápoles es esta, La piel, de Curzio Malaparte. Malaparte ya es en sí mismo un personaje de novela, y La piel es su obra maestra. Es una novela de después de la guerra. De la Segunda Guerra Mundial pero sobre la guerra, en general. Los americanos han ganado y han pacificado (dentro de lo posible) Nápoles, que ahora, como durante el conflicto, es un nido de rateros y supervivientes. Pero rateros y supervivientes humillados por el ejército extranjero. Todos, desde los más altos cargos al último limpiabotas, se sienten perdedores, derrotados, y con un cierto derecho otorgado por la historia a trampear y buscarse la justicia por su mano. Con un estilo poderoso, muy marcado, crudo, Malaparte, un hombre de una vasta cultura que va introduciendo sabiamente en la narración, les pone voz a los que perdieron, a los que pierden, a los que perderán, y también a los que cambiaron de chaqueta en el momento adecuado, así como a los que no supieron elegir el momento de cambiarla. Algo de lo que él sabía mucho. 

Sobre héroes y tumbas (1961), de Ernesto Sabato. Austral: Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, es una novela desmedida, rayana con la locura, oscura, y que si se lee en un momento inadecuado, puede conducir al propio lector a la obsesión. Creo que especialmente su tercera parte, Informe sobre ciegos, que parece una historia independiente y que creo recordar que alguna vez se ha editado aparte. Recuerdo el grado de profundidad con el que me afectó este libro, en torno a mis 25 años, y como me pasa con El proceso, de Kafka, creo que es una de las novelas que más me ha marcado, y por las que sigo paseando, aunque no haya vuelto a leerla, ni creo que vaya a volver a hacerlo.

El mago (1965), de John Fowles. Anagrama: Las grandes novelas, las que beben de la tradición de la novela total que ponen en marcha los maestros del XIX, aspiran a hablar de absolutamente todo en sus 500 – 600 o 700 páginas. Para ello, sus personajes hablaban de ideas filosóficas, del gran Arte, de dioses y mitologías, de las novedades de su época. El mago, de John Fowles plantea algo así. Es a la vez un retablo de filosofía y mitología y una novela de suspense que nos pide saber más y más. Un protagonista involuntario, un antihéroe más, va a parar a una isla del Mediterráneo en la que un excéntrico millonario vive como un viejo rey, haciendo teatros con actores que no saben que lo son, jugando a lo que los viejos dioses griegos jugaban, a divertirse con sus criaturas. La novela se compone como un juego de cajas en el interior de cajas, un experimento metanarrativo en el fondo, en el que el mito clásico y la narración moderna se van cruzando y confundiéndonos para producir una lectura inolvidable.

Matadero cinco, o La cruzada de los niños (1969), de Kurt Vonnegut. Anagrama: No sé por qué, a Kurt Vonnegut lo clasificaban (y quizá quienes no lo han leído siguen considerándolo así) como un autor de ciencia – ficción. Supongo que es porque sus primeros libros sí eran de género y una vez que te cae una etiqueta es difícil quitártela. Vonnegut es, esencialmente, un escritor satírico, como pueden serlo Jonathan Swift con Los viajes de Gulliver o Laurence Sterne en Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy. Matadero cinco es una novela muy dura que intenta reírse de la desgracia y de los agujeros más oscuros de la humanidad. Vonnegut era un pacifista y era también un humanista ateo. Matadero cinco (o La cruzada de los niños) nace de una traumática experiencia personal, el bombardeo de Dresde, una de las matanzas más crueles contra civiles de la Segunda Guerra Mundial, algo orillada en la historia por haber sido perpetrada por el bando aliado, el de los buenos. Es verdad que la novela se arma sobre algunos recursos propios de la ciencia – ficción (la visita de un extraterrestre, el iluminado al que consideran loco), pero son casi clichés sobre los que armar la verdadera historia, la de aquel exterminio. Un libro duro y terrible pero a la vez esperanzador, fruto de haber encontrado el único tono posible para contar algo así. 

La trilogía de Deptford (1970 – 1975), de Robertson Davies. Libros del Asteroide: Decía alguien, probablemente Rodrigo Fresán, que Robertson Davies, este barbudo autor canadiense al que solo razones misteriosas le quitaron el Premio Nobel que parecía destinado a ganar en 1993, era el escalón evolutivo entre Charles Dickens y John Irving. John Irving contaba que fue a conocerlo a Toronto con su familia y que su hijo le preguntó si ese señor de larga barba blanca y voz profunda era Dios. Davies bebe sin duda de la gran novela del siglo XIX, particularmente de esos mundos de niños que crecen solos y contra el mundo de Dickens. La trilogía de Deptford es una novela (bueno, tres: El quinto en discordia, Mantícora, El mundo de los prodigios), de largo aliento. Una historia que empieza en el génesis y termina en el apocalipsis y recorre el mundo, de la que el lector deseará siempre la siguiente dosis. Davies era un erudito, y sus personajes transmiten parte de esa erudición: saberes elevados sobre artes escénicas, sobre música, sobre teología. Siguió estructurando sus novelas en trilogías, aunque ninguna de las otras alcanza este nivel de magia narrativa. Añado personalmente que creo que las dos novelas publicadas de su inacabada Trilogía de Toronto: Asesinato y ánimas en pena y Un hombre astuto, que ahora mismo estoy releyendo, son también novelas de primer nivel, y en general ninguna obra del autor decepcionará.

La semana que viene más libros para seguir leyendo.

Felices lecturas


Sr. E

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