domingo, 16 de abril de 2017

Diez novelistas y diez novelas. La lista fracasada. Los libros II

Una selección personal de novelas. Segunda parte.

Esta es la entrada número 100 de este blog, y creí adecuado acercarme a esa frontera con algunas recomendaciones que a mí me sirvieran como balance de una vida que se ha ido dibujando, hasta ahora, entre libros. 
Completo la labor de las últimas dos entradas, y espero que a algún lector le hayan servido para coger nuevas ideas lectoras y acercarse a novelas a las que no hubiera llegado de otra manera. Hubiera merecido la pena la labor de repaso y apuntes por un nuevo lector de cualquiera de los libros que a mí me han marcado y me marcan.

La saga/fuga de J.B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester. Punto de Lectura: Nunca me han gustado las lecturas que nos recomendaban en el instituto. Ni Cela ni Umbral ni Eduardo Mendoza ni Azorín ni Unamuno ni Pérez Galdós ni casi nada de Delibes ni La Celestina. Lo siento. Mea culpa. Y no puedo evitar sentir cierta náusea lectora al pensar en esos autores o en lo que representan. Las únicas lecturas escolares que recuerdo con agrado, de esos años, son los Artículos de costumbres de Larra, El buscón de Quevedo, El lazarillo y la poesía de Miguel Hernández y Federico García Lorca. En los márgenes de esos cánones se iban quedando otros autores a los que no leíamos directamente pero de los que aprendíamos el título de algunas obras. Sabíamos que Gonzalo Torrente Ballester había escrito Los gozos y las sombras y La saga/fuga de J. B. En esos márgenes de los libros de texto he ido leyendo con gusto y admiración a Juan Marsé y a Max Aub. Y a Gonzalo Torrente Ballester. Torrente Ballester es un escritor poderoso, con un ritmo arrollador, que utiliza el vocabulario con maestría, que construye historias bien armadas parece que con facilidad. Y La saga / fuga de J. B. sea quizá su obra más conocida. Es una novela que se mueve entre lo social, lo metaliterario, lo fantástico y lo épico. ¿Es la mejor novela española de los 70? ¿Y por qué no? Es una novela de su tiempo, hija de los avances técnicos (narrativamente, se entiende) de su época. Torrente Ballester es un escritor bastante moderno, mucho más de lo que uno asocia con los libros del Bachillerato. Mucho más moderno que la mayoría de narradores contemporáneos, que escriben como recién llegados de 1902. La primera vez que leí La saga/fuga me enteré de la mitad de lo que allí pasaba, si no de menos. Pero sabía que aquello me estaba gustando. Es sensacional cuando sucede eso con un libro. La segunda vez solo me perdí un 25% de lo importante. Y la volveré a leer, confiando en seguir perdiéndome algo en esa historia que no tiene freno, ni tiene por qué, que nos hace olvidarnos de que hay quien escribe con freno.

Postales de invierno (1976), de Ann Beattie. Libros del Asteroide: Postales de invierno es una novela de su tiempo, los años 70, y de una edad, esa en la que uno deja de sentirse joven y empieza a buscar estabilidades, a veces de manera sana y constructiva, y otras veces como quien busca unas muletas que le ayuden al caminar. A Bob Dylan le dieron el Premio Nobel y se armó el escándalo. No he dedicado demasiado tiempo a pensar en ello, la verdad. La novelista Ann Beattie (también es una reconocida cuentista, aunque en España aún no hemos podido leerla en esta faceta) hizo una novela a lo Dylan, en la que su figura es casi central, totémica, porque Dylan se había separado y estaba a punto de sacar un nuevo disco, Blood on the tracks, que todos, especialmente Charles, el protagonista, esperan. Todos se separan, miran hacia atrás, hacen balance de lo perdido, y esperan que el mismo espíritu de los tiempos, más tristes que los expansivos 60, y Dylan, más cínico que en sus orígenes, les ayuden. El personaje es un antihéroe memorable. La novela es ágil, entrañable, bien escrita, bien narrada, una joya a la que acercarse cuando se acaba el invierno.

La vida: instrucciones de uso (1978), de Georges Perec. Anagrama: La obra más famosa de Georges Perec, sin duda su novela más larga. Georges Perec, en La vida: instrucciones de uso, se mete en un edificio, al modo de 13, Rue del Percebe, y espiando desde las mirillas, se cuela en las casas de sus vecinos. La novela está escrita utilizando medios de asociación libre, y estructurada, como desde el principio nos avisa, en forma de rompecabezas, que solo cobrará sentido, o no, una vez que se haya leído todo. Es la novela de un ajedrecista, en la que unos escaques se relacionan con otros mediante saltos de caballo. De esta novela se aprende a sacar vida de los objetos, a disfrutar con listas, a objetivar, a entender que igual que en la serie de televisión Seinfeld, aquí no hay nunca una trama clara, porque la trama es la vida, y la vida no tiene un argumento bien diseñado.

El palacio de la Luna (1989) / La trilogía de Nueva York (1985 – 1986), de Paul Auster. Anagrama: Con los años he dejado de leer a Paul Auster. Me aburrí de sus trucos. Pero hubo un tiempo en el que estuve profundamente enamorado de su escritura, sencilla, musical, con nervio. Antes de Bolaño, ya estaba Auster. Mis primeras fantasías como escritor (creo que casi todos los que escribimos antes hemos fantaseado con ello, antes siquiera de pensar que escribir es un trabajo que consiste básicamente en eso, en sentarse y escribir) surgieron en el instituto. Recuerdo estar en Bachillerato y llegar por esos curiosos caminos por los que uno llegaba a los libros antes de leer suplementos culturales y antes de que existiera internet, hasta La trilogía de Nueva York. Y recuerdo leer su primera parte (porque en aquella biblioteca no tenían una edición conjunta, sino 3 novelas cortas) en una tarde. Y volver a la biblioteca a por las otras dos y leerlas ese fin de semana. Paul Auster habla de leer y escribir como si fueran drogas, y eso fueron para mí esos libros, que leí, releí, recomendé y regalé mil veces durante algunos años. Aquel tío de ojos penetrantes que había sido marino mercante me hablaba a mí. Y mucho más en El palacio de la Luna, una historia de pérdida, caída, resurrección y flote.

Mis rincones oscuros (1996), de James Ellroy. Zeta Bolsillo: Quien lea Mis rincones oscuros, de James Ellroy, no saldrá indemne. Como no debió salir indemne James Ellroy de su escritura, ni de su continuación (en cierto modo): A la caza de la mujer. Probablemente porque nadie sale indemne del asesinato de su madre cuando tenía 10 años. Su madre le dijo que iba a salir a divertirse con un amigo y a la mañana siguiente la policía encontró su cadáver. Después de conseguir un notable éxito como autor de novela negra, tras sus novelas iniciales y El cuarteto de Los Ángeles (que incluye novelas tan conocidas como L.A. Confidential y La dalia negra), Ellroy mira hacia adentro y se da cuenta de que todas esas mujeres a las que estaba intentando retratar en sus novelas, todas jóvenes, bellas, misteriosas y que acaban mal, normalmente de manera violenta, eran en realidad su madre. Y aprovecha esa figura para mirar hacia sí mismo, hacia sus cuarenta y muchos años de vida cuando la escribe, y lo hace con una crudeza increíble. Cualquiera camuflaría un poco sus locuras y sus problemas, pero Ellroy parece que acentúa los desequilibrios y los fondos que ha tocado en su recuerdo para hacer el viaje más asombroso.

Submundo (1997), de Don DeLillo. Austral: Hablaba de Don DeLillo como uno de mis novelistas preferidos. Y aunque quizá no sea la más redonda de sus novelas (esa es probablemente Ruido de fondo), Submundo es la novela en la que pienso cuando pienso en DeLillo. Submundo es La Gran Novela Americana de DeLillo, su intento de construir un mosaico que pasa por la mafia, la canción popular, los barrios de Nueva York, los secretos de la administración, el béisbol y mil asuntos más. Submundo es una novela infinita, descomunal, excesiva, en cuyas 1.000 páginas merece la pena perderse durante algunas semanas. Submundo habla con un ritmo musical, trepidante, de las vidas que quedan escondidas debajo de las vidas aparentes del ciudadano normal. La Moby Dick de finales del siglo XX.


Los detectives salvajes (1998), de Roberto Bolaño. Anagrama: Los bolañistas, entre los que supongo que me incluyo, aunque espero que sin fanatismos ni estupideces ni purezas de sangre, se dividen entre los que prefieren 2666 y los que prefieren Los detectives salvajes. Creo que la opción fácil es 2666, un libro mucho más oscuro, una novela más apegada a la muerte que a la vida, publicada ya de manera póstuma. Los detectives salvajes es más vital y divertida. Los detectives salvajes tiene mucho de lectura generacional, me imagino. Vila – Matas dijo que esta novela daba carpetazo a Rayuela, y algo de razón tiene. Después de haber leído varias veces Los detectives salvajes leí Rayuela y no me sentí fascinado. Reconozco que me sentí hasta mal, porque adoro a Julio Cortázar como cuentista. Roberto Bolaño en general, y Los detectives salvajes en particular, creo que ha lanzado al (absurdo) camino de la escritura a miles de jóvenes que lo leímos en el momento oportuno (o equivocado). Quien lea Los detectives salvajes y no se lance a escribir como un loco, no tiene corazón. Los detectives salvajes es una novela mutante, una antinovela que va de la poesía a la épica y que en el fondo es un libro de cuentos que uno devora de página en página. Y que cualquiera utilizará como pértiga para lanzarse al vacío.

El cuarteto de Red Riding (1999 – 2002), de David Peace. Alba Editorial: Leo, y he leído, mucha novela de género. Algo de ciencia ficción, especialmente la humanística (la de Ballard, particularmente), mucha novela de suspense y de terror, y especialmente novela negra. Nunca he entendido la popularidad de la fantasía épica, ni he podido acabar de leer ni de ver las películas de El señor de los anillos, y que sus devotos y los de Juego de Tronos me perdonen. Como lector y devorador de novela negra, creo que era de justicia buscar una que representara el género. Algunas, como siempre se dice, son la verdadera novela social de su tiempo. Pensemos en Simenon y su gris retrato de la vida en provincias y sus secretos. De los clásicos, Chandler me parece un autor con un gran estilo y un escritor de diálogos muy potente. Jim Thompson y Chester Himes tienen novelas muy buenas. Disfruto como un enano con cada nueva entrega de John Connolly y su detective Charlie Parker. Me gusta Dennis Lehane. Perdida, de Gillian Flynn, me parece una novela de primer orden (y la película de Fincher también). Ellroy es uno de los mejores escritores actuales, sea de novela negra o no. Pero si elijo una novela es este potentísimo cuarteto de David Peace. Son cuatro novelas brutales: 1974, 1977, 1980, 1983, con un estilo de alta calidad literaria, un fraseo frenético, que entra y sale de las mentes de una colección de personajes oscuros, asesinos, policías, periodistas sensacionalistas y un montón más. Y una historia horrorosa, que como pasa muchas veces está compuesta de los secretos que las ciudades de provincias, en este caso la comarca de York, en el frío, gris e industrial norte de Inglaterra. Ellroy es probablemente, sin discusión, el mejor escritor de novela negra del mundo. Pero ni Ellroy ha sido capaz de escribir esta obra feroz.

Mantra (2001), de Rodrigo Fresán. Mondadori: Rodrigo Fresán es uno de mis escritores preferidos. Me pierdo entre su fraseo, sus ideas, su sintaxis envolvente. Fresán también es un lector omnívoro y alguien a quien acercarse para buscar consejo sobre libros que merecen la pena. Quizá, de sus libros, el que más me obsesionó y obsesiona es La velocidad de las cosas, pero como él lo califica de libro de relatos (aunque en el caso de Fresán las fronteras son siempre terriblemente porosas), no seré yo quien lo contradiga y diga que es una novela. Mantra sí es una novela, y mi preferida entre las que él llama así, gustándome mucho también El fondo del cielo (muy contenida para ser una de sus obras) y La parte inventada (aún no he podido acceder a La parte soñada). Mantra es una novela de final de milenio, que desde un acontecimiento central bastante minúsculo, la figura de un extraño compañero del colegio, Martín Mantra, casi un fantasma, todo misterio y extrañas obsesiones culturales, va extendiendo sus cientos de tentáculos en forma de microhistorias dentro de la trama central. Fresán es un maestro novelista del macguffin del que hablaba Hitchcock. Decía el propio director que: Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro. ¿Qué hay en ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza? El otro contesta: Ah, eso es un McGuffin. El primero insiste: ¿Qué es un McGuffin?, y su compañero de viaje le responde: Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia. Pero si en Escocia no hay leones, le espeta el primer hombre. Entonces eso de ahí no es un McGuffin, le responde el otro. Pues eso son las novelas de Fresán, trampas para cazar leones en Escocia. Una cierta inconsistencia argumental, que para mí no es un defecto, aunque estoy seguro de que hay quien no le perdona, y que se deriva de su construcción hermanada con el cuento e hija del macguffin, y hace que sea posible leer casi todos sus libros, también Mantra, saltando páginas, yendo adelante y atrás, dejándose llevar por la prosa torrencial e hipnótica del autor. Una experiencia que hay que probar.

El día del Watusi (2002-2003), de Francisco Casavella. Destino: Hablé de El día del Watusi como de mi lectura preferida de todo el 2015. Mantengo mis razones para elegirla entre mis libros de cabecera desde aquella primera lectura. Es una novela desenfrenada, que cuenta y cuenta sin pausa, una narración digresiva que se acerca en círculos a su núcleo, que no acaba de verse nunca bien. Es una fiesta que celebra lo cutre de la vida. Un libro sobre bailar en medio de las dificultades. Es una novela llamativa en el panorama español por su desmesura, por su falta de conservadurismo. Es una novela que cuando el consenso aún parecía unánime, empezó a resquebrajar algunas ideas aceptadas sobre todo lo que nos habían contado, de la transición política al mundo cultural español, desmontando una a una las razones por las que la llamada nueva narrativa española, esa que a los que tenemos menos de 40 años nos parece anticuada y lo de siempre, era la verdad y el camino. Agrietó el suelo y nos hizo asomarnos con vértigo a otra manera de medir y contar.

La novela luminosa (2004), de Mario Levrero. DeBolsillo: Hay un camino hecho de libros que te han ido cambiando como lector y otro camino hecho también de libros de los que, desde que escribes, también has ido aprendiendo. Algunos de esos libros cruzaron sendas, y son tan importantes a nivel de lector (que es como decir como persona) que de escritor. Otros solo pesan en una de las opciones. Con los años, parece que es más difícil que algo nos sorprenda. Aunque me mantengo con los ojos abiertos y el ánimo dispuesto a ser perturbado. Mi última gran sorpresa, el último libro que me descolocó de verdad y me hizo darle una vuelta a mi manera de leer, y me abrió puertas realmente nuevas a la hora de escribir, fue La novela luminosa, de Mario Levrero. No tanto la novela, que es notable, como su Prólogo, un texto de más de 400 páginas que es la obra cumbre de Levrero y el gran escrito kafkiano de principios del siglo XXI, y quienes ya han entrado en él entienden de lo que hablo. Y los que aún no han llegado a este libro, deberían aprovechar que DeBolsillo lo reeditó hace algunos meses para llevárselo a casa y perderse en sus páginas.

Verano (2009), de J. M. Coetzee. DeBolsillo: Verano cierra las llamadas Memorias de una vida de provincias. Así que es, en teoría, un libro de memorias. Pero Verano parte de la idea de las memorias para elevarse como una potentísima novela. Así como Infancia y Juventud, las dos primeras partes, sí novelan la memoria del niño y joven Coetzee, Verano viaja al futuro y desde la muerte del autor, lo recuerda. Y lo recuerda de manera cruda y ridícula. Las mujeres de su vida lo recuerdan y no lo ponen en buen lugar. Coetzee se expone cuando no tenía necesidad, cuando ya hacía años que había ganado el Nobel y podía limitarse a esperar la posteridad. Pero nunca ha dejado de pelear con la literatura, de excavar dentro y escupir fuera y darnos libros arriesgados, siempre notables. Este en particular, magnífico.

Ahora, a leer y a debatir. Y a seguir leyendo y a recomendar lecturas a quien todavía nos escuche. Pronto nos cae encima el Día del Libro.

Felices lecturas


Sr. E

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