El estado natural de las cosas,
de Alejandro Morellón (Ed. Caballo de Troya)
Escuché (leí más bien, supongo) por primera vez
el nombre de Alejandro Morellón cuando ganó en 2.013 el Premio de Libro de
Cuentos de la Fundación Monteleón con un libro titulado La noche en que
caemos. Yo había participado en aquel certamen con alguna versión más o
menos parecida a lo que luego fue Desórdenes,
con el que obtuve el Premio Manuel Llano de Libro de Cuentos en 2.015. La
portada de aquel libro me pareció muy sugerente, y la sinopsis muy interesante,
pero como sucede muchas veces (demasiadas) con las ediciones que vienen de
premios, no son fáciles de encontrar y nunca he podido leerlo.
Este año volví a leer el nombre de Alejandro
Morellón como el de uno de los autores a los que Alberto Olmos había “fichado”
para la editorial Caballo de Troya durante su año de editor invitado. Caballo
de Troya siempre ha tenido, desde los tiempos de Constantino Bértolo, una
cierta inquietud social, y ha estado muy pendiente de buscar jóvenes autores
que de alguna manera reflejaran las preocupaciones del momento, con lo que eso
tiene de elogiable y lo que puede tener de peligroso, porque a veces conduce a
publicar libros con fecha de caducidad demasiado cercana si el mensaje es mucho
más potente que la forma. La descripción del libro de Alejandro Morellón, así
como las de su anterior libro, parecían situarlo en una órbita creadora más
cercana al relato fantástico, y eso me incitó a querer leerlo, porque supongo,
como lector, que si una editorial rompe su línea habitual con un autor en
concreto debe ser porque ese autor concreto les ha llamado poderosamente la
atención.
El estado natural de las cosas es,
efectivamente, en ese sentido, un libro singular dentro de la línea de su
editorial, porque se ajusta bastante bien a lo que clásicamente ha sido un
libro de relatos de tono fantástico. El fantástico al que nos referimos en este
libro es esencialmente esa clase de relato fantástico que pone un pie en la
realidad y luego da un salto que rompe nuestra experiencia habitual. Es una de
las estrategias clásicas de la narrativa fantástica, y en ese sentido es un
libro muy agradable de leer para quien tiene costumbre de visitar a autores
como Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares o José María Merino, pues conoce sus
reglas. Unas reglas que podrían resumirse en: ahora, en este momento, el autor
va a romper las reglas, y ya veremos a dónde nos lleva. No obstante, las
historias de Alejandro Morellón destacan algunos aspectos (precariedad,
juventud desorientada, control social) que enlazan con la tradición de la
editorial Caballo de Troya y también es interesante buscar esas conexiones.
Quizá podríamos decir, por no ceñirnos a una etiqueta única, que son relatos
irrealistas.
El libro tiene siete relatos, seis de ellos
bastante breves (todos de menos de diez páginas) y uno que está cerca de pelear
por el nombre de nouvelle (pasando de
las setenta en este caso). La estructura deja esa nouvelle en el medio del
libro, y siendo además la que da título al conjunto, y siendo además el mejor
texto, parece claro que es la principal apuesta del autor. El libro se presenta
dividido en tres partes, y seguirlas me parece la manera más fácil de hacer un
breve resumen del mismo:
Primera parte: Como el perro que olfatea al
pájaro: Nos encontramos con los tres primeros relatos. Todos los relatos del
libro son ocurrentes. En todos la situación de partida nos hace arquear una
ceja. En unos la sorpresa permanece y en otros se desinfla. Estos primeros tres
relatos funcionan bien, y son una buena puerta de entrada a lo que nos vamos a
ir encontrando. El primer relato, Elogio
del huracán, nos lleva al interior de una especie de secta, y desde ahí
funciona como una prosa muy bien trabajada, que no cuenta nada que sea
inesperado, es la espera de otra persona, alguien en quien hay puestas, quizá,
demasiadas esperanzas. El principal valor de este relato creo que radica en que
funciona, a su manera, como una poética del autor. Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano: por ejemplo, la
de un vaso que se rompe en la oscuridad. Así empieza este relato, así
empieza el libro, y aunque no sea directamente el autor quien nos habla, quizá
sirva como aproximación a sus intenciones. Parece una puerta de entrada a su
mundo, desde luego el vaso que se rompe en la oscuridad es una imagen que lo
describe adecuadamente.
Aunque los relatos de Alejandro Morellón me han
hecho pensar, desde que empecé a leer el libro, sobre todo en Julio Cortázar,
hay dos cuentos que han dirigido de modo directo mi memoria hacia Kafka. Por
una sensación de burocracia castrante por un lado, y por la tensión entre la
historia y la desgracia que parecen correr en el exterior y las pequeñas
miserias de la pequeña comunidad. Reprimir
el gesto exterminador es el primero. Una chica se ríe como si fuera feliz y
a los vecinos les molesta. Esa podría ser la sinopsis en una línea de lo que se
cuenta.
Intervención
nº 3 sobre mano izquierda de sujeto anónimo nos habla
de un artista que busca voluntarios para cortarles una mano. Les pagará bien y
lo hará en nombre del arte. El relato me ha parecido especialmente valioso por
su violenta dialéctica del arte contemporáneo, al que imaginamos capaz de algo
así. Este verano he leído también Intento
de escapada, de Miguel Ángel Hernández, y planteaba algo similar. El drama
personal está en la variedad de individuos que podrían verse acuciados por la
necesidad a acceder a algo como dejarse cortar una mano a cambio de dinero.
¿Cuánto puede cambiar la vida de alguien sin una mano? ¿Cambiaría la propia
persona? La respuesta está al otro lado de la recompensa. 15.000 € para ser
exactos. El precio por el que se puede perder mucho más que una mano.
Segunda
parte: Era la época de los maestros de la levitación:
El estado natural de las cosas es el estado al que el protagonista de esta
historia querría que todo volviera. ¿Cuál es el estado natural de las cosas?
Aquel en el que las personas habitan a la altura del suelo y en los techos sólo
hay lámparas y quizá algunos adornos. ¿En qué estado queda la vida cuando nos
caemos y aparecemos en el techo? Esta nouvelle,
de aire kafkiano, empieza con la elección de esa palabra, caída, que supone una
inversión de valores, por usar términos de Nietzsche. Alguien que cae y aparece
en el techo está marcando el tono del relato. El inicio no busca introducirnos
de manera vertiginosa en esa nueva realidad utilizando una de esas frases
directas, como podría ser la del inicio de La metamorfosis. Morellón nos mete
poco a poco en la historia. Y nos subimos al techo con su protagonista. ¿Puede
una relación de pareja sobrevivir a algo así? Está claro que no. ¿Puede
llevarse una vida normal? Por muchos arreglos que se quieran hacer, está claro
que tampoco. Leía hace poco el libro de Conversaciones
con David Foster Wallace y me llamó la atención que hablara de que el
escritor muchas veces querría ser el que puede ponerse en el techo y ver lo que
pasa. Me llamó la atención la imagen que utiliza, y que aquí la tengamos tan
directamente. Porque este relato largo habla, también, de la creación. Y de las
obsesiones, tan inevitables (y seguramente necesarias) para quien crea. Me
parece que El estado natural de las cosas
es un texto que se presta a muchas lecturas, lo que es síntoma de su valía
literaria. Entre esas lecturas no me parece de las más forzadas interpretarlo
como una batalla entre el creador y el mundo que lo rodea. El creador que se
queda fuera, alimentando sus obsesiones (aunque el relato las sublime en el
cuerpo de una musa cibernética), reviviendo traumas infantiles, incomunicado.
Esa lectura en clave creativa creo que ha hecho que lo relacione con un relato,
que también recuerdo largo, de Quim Monzó, titulado Ante el rey de Suecia, incluido en El mejor de los mundos. Al escritor, como figura rara por
excelencia, acaban sucediéndole cosas raras, como caer hacia arriba, una
situación tan extraña que parece pedir medidas desesperadas que puedan
resolverla.
Imperdonable:
que el personaje escuche al bluesman Moody Waters, que supongo que será un hijo deforme de
Muddy Waters y aquella banda llamada The
moody blues.
Tercera parte: Los pájaros que saben: Estos tres últimos relatos me han parecido menos trabajados (aunque
supongo que lo habrán sido en igual medida, quizá simplemente no han quedado
tan redondos) que los tres primeros, con los que los comparo, dejando la nouvelle central al margen. Son relatos
que parten de una situación inicial sugerente (a alguien le crece una
preocupante sombra en La sombra de una
imagen que se ahoga, los celos en la pareja de una mujer que se ha prestado
con su marido a fabricar clones de ellos mismos en Fucksímil, a su manera un acercamiento al clásico tema del doble,
casi obligatorio en cualquier colección fantástica, y una deformidad física que
va creciencia y preocupando a quien la padece, a la vez que impresionando a
todos, en Cuidado con el huevo) pero
no me han parecido tan bien rematados. Quizá han salido perdiendo de mi
experiencia lectora tras el paso por El
estado natural de las cosas, y un libro que venía in crescendo ha acabado con unos relatos que me han parecido menos
intensos por venir después de la cima.
En general me ha parecido un libro bien escrito en el que el autor ha sabido mezclar muy bien el clásico fantástico con algunos toques de realidad,
consiguiendo que la realidad sea cuestionada por esas interrupciones de lo que
nos gusta considerar normal. Es un libro que se mueve en el concepto de
escritura lúdica que manejaba Cortázar, y para los lectores juguetones deja por
ejemplo la labor de ir siguiendo los siete usos distintos del término Ehio. Merece la pena leerlo, y esperar
los siguientes pasos de Alejandro Morellón, que no sé si seguirán en el mundo
del relato o probarán en la novela.
Seguiremos hablando de libros.
Felices lecturas
Sr. E
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